NEVER SAY NEVER AGAIN (1983, Irvin Kershner) Nunca digas nunca jamás
Al contemplar NEVER SAY NEVER AGAIN (Nunca digas nunca jamás, 1983. Irvin Kershner), he de reconocer que vienen a mi mente sensaciones contrapuestas, que exceden con mucho el valor intrínseco de su propio enunciado. La desfasada estética eighties que con tanta facilidad envejeció, dejando constancia de uno de los periodos más cuestionados del devenir cinematográfico, y al mismo tiempo ver en sus fotogramas una mirada entre nostálgica e irónica sobre uno de los mitos más ligados al público que acudió a las pantallas durante las décadas de los sesenta y setenta; el agente 007 James Bond. Nunca he ocultado que su figura no despertó en ningún momento un especial interés a la hora de acudir a los auténticos ritos que han ido provocando cada una de las citas sobre dicho personaje. Ello no me ha impedido, de manera fraccionada y desordenada, acercarme a buena parte de sus exponentes y, lo que es más curioso, apreciar quizá más algunos títulos que trasladaron a la pantalla determinados ecos de la estética aplicada por dicho personaje, que las propiamente determinadas por el mismo.
Dicho esto, el film de Kershner se determinó en su momento –además de cómo un remake de THUNDERBALL (Operación trueno, 1965. Terence Young) –que es uno de los escasos títulos de la “era Connery” que no he contemplado hasta la fecha-, como una curiosa respuesta a las producciones capitaneadas por el equipo Saltzman y Broccoli que en fechas paralelas estaban encabezadas por Roger Moore –si mal recuerdo en aquel tiempo, la franquicia “oficial” lanzaba OCTOPUSSY (John Glen, 1983)-. Por medio de un subterfugio se logró producir esta cinta que dejaba de lado algunos de los rasgos más populares de la serie. Desde la ausencia de una secuencia pregenérico, la presencia de los iconográficos títulos de crédito de Maurice Binder, el eterno y definitorio tema musical…-. Sin embargo, en su oposición se contó de nuevo con la presencia de Sean Connery, prestándose a un retorno de su personaje aportando en el mismo una mirada entre nostálgica y paródica. Es decir, años antes de que por propia inercia la corriente oficial se viera obligada a ir renovando los elementos de una franquicia que necesitaba perentoriamente de los mismos caso de prolongar su existencia. Justo es reconocer que el mero hecho de que su personaje se mantenga hasta nuestros días en plena vigencia, revela que aquella progresiva siempre ha dado sus frutos-.
NEVER SAY NEVER AGAIN se inicia con una secuencia, que evoca de forma bastante clara el universo de RAMBO (FIRTS BLOOD) (Acorralado, 1982. Ted Kotcheff), mostrándonos a un James Bond que intenta mantenerse como un héroe de acción, entendiéndolo tal y como se ejemplificaba en aquellos primeros años de la “era Reagan” en la pantalla. Muy pronto comprobaremos que el episodio vivido, que aparece como su presunto asesinato, no es más que una especie de ensayo para poner a prueba al célebre agente. Visto desde una pantalla, M (Edwatd Fox) lo destinará a un hospital donde pretende su recuperación. Mientras tanto, en acción paralela contemplaremos las intenciones de la organización Spectra –comandada por el siniestro y afilado Blofeld (Max Von Sydow)-, deseosa de llevar a cabo un atrevido plan para sustituir el contenido de dos cabezas nucleares que se lanzaban como prueba por parte del ejército norteamericano, por otros genuinamente radioactivos y, con ello, chantajear a las potencias mundiales con un millonario porcentaje de lo que recaudan con sus ventas petrolíferas. Establecido el conflicto al que se destinará a Bond, este se enfrentará a una compleja situación que pillará desprevenidas inicialmente a las autoridades británicos y, por extensión, al mundo occidental. Será el punto de partida que enfrentará a nuestro agente esencialmente con dos villanos. Uno de ellos será el multimillonario Maximilian Largo (Klaus Maria Brandauer), en apariencia un filántropo que reside en un espectacular buque, pero en realidad el auténtico ejecutor del plan a través de su sofisticado personal. Como gregaria de este se encuentra la atractiva y, al mismo tiempo, sádica Fátima Blusa (Barbara Carrera) –cuyo look por cierto serviría como referente de la Grace Jones de la posterior A VIEW TO A KIL (Panorama para matar, 1985. John Glen). En realidad, el devenir de las dos horas largas en las que se extiende el film de Kershner –al que unos quince minutos menos no le hubieran venido mal-, no supone más que un juego del gato y el ratón entre la astucia –más que la fuerza- de James Bond, contra el ataque de los que conoce de antemano sus modos de actuación e intenciones.
Kershner ha sido en su andadura desde inicios de los sesenta, un interesante cineasta que supo introducirse en la industria de Hollywood, al tiempo que ofrecer productos bastante personales, entre los que cabe destacar dos insólitas comedias A FINE MADNESS (Un loco maravilloso, 1966) –su primer encuentro con Sean Connery- y THE FLIM-FLAM MAN (Un fabuloso bribón, 1967). Y es quizá esa insólita manera de afrontar la comedia, la que le hizo ser elegido por el intérprete –verdadero promotor del proyecto-, para ponerse tras la cámara en esta película que mira al mismo tiempo con nostalgia y sentido del humor un icono cinematográfico. Esa capacidad de Connery para reírse de sí mismo, de mostrar los primeros síntomas de su vejez, ironizar sobre su propio personaje –esa lucha contra un enemigo que resuelve arrojándole inesperadamente un tarro con su propia orina que tendrá el efecto de un ácido-. Todo ello en una aventura en la que primará su aspecto visual sobre unos diálogos por lo general escuetos –en no pocos momentos me dio la impresión de que Kershner traslada los modos narrativos de un Blake Edwards en sus aventuras del inspector Clouseau-, combinando en su desarrollo el elemento mítico del personaje y la clara intención de su protagonista por exteriorizar una visión distanciada y al mismo cómplice con ese desapego por la mítica que ha venido generando el mismo durante dos décadas –en aquel entonces- y que el propio intérprete zanjará en su rotundo diálogo al final –propuesto directamente al espectador-.
Al margen de esta clara intención, NEVER SAY NEVER AGAIN ofrece parte de lo que los aficionados siempre han estado buscando en los títulos de la serie. Carreras –como la que protagoniza Bond subido en una moto persiguiendo a Fátima-, siendo perseguido instantes después en una jugarreta de los villanos que esta comanda. Lugares lujosos y exóticos; como ese tango que bailará Bond con Domino (una aún no todavía madura Kim Basinger), comunicándole en el transcurso del baile la muerte de su hermano), el episodio que se desarrolla en una ruinas antiguas ubicadas bajo un túnel dentro del mar. Fragmento por cierto que se sucederá tras el del rescate de Domino en una fortaleza situada en el norte de África, que no dejó de recordarme la desopilante conclusión de la denostada MODESTY BLAISE (Modesty Blaise, agente secreto femenino, 1966. Joseph Losey). En definitiva, nos encontramos ante un extraño pero nada desdeñable corpúsculo dentro de la expresión cinematográfica de uno de los iconos más celebrados del cine de consumo, proponiendo un entonces cierto elemento de distanciación, dentro de una película festiva y que, en apariencia, respeta la idiosincrasia del personaje.
Calificación: 2’5
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