MOON OVER HARLEM (1939, Edgar G. Ulmer)
La creciente pasión que genera en los últimos años la figura de Edgar G. Ulmer, ha permitido ante todo la inquietud y curiosidad cara a intentar vislumbrar la totalidad de su amplia y difusa filmografía. Es algo que tendría que concluir con una retrospectiva que englobara el conjunto de su obra, pero que hoy por hoy vienen ejecutando con presteza no solo sus ediciones digitales, sino incluso la presencia de parte de sus títulos más exóticos en plataformas digitales, encaminadas a los espectadores más especializados. Ello nos ha permitido en este caso, ir recuperando de manera parcial, títulos que Ulmer realizó para las minorías étnicas, en la mayor parte de los casos revestidos de unas condiciones de producción draconianas, que casi superan el interés intrínseco de dichas propuestas.
Es el caso del contexto que rodea MOON OVER HARLEM (1939), filmada en apenas cuatro días y con un aún entonces casi ridículo coste de ocho mil dólares. El relato de las condiciones de producción de esta película rodada con actores y técnicos negros en su totalidad –el realizador fue el único que escapó a dicha circunstancia, siendo contratado cuando el reparto ya estaba definido-, daría sin duda pie a un jugoso argumento, en la línea del ED WOOD (1994) de Tim Burton. Sin embargo, y aún reconociendo por si a alguien le quedaba duda, mi creciente filiación al universo del realizador de DETOUR (1945), lo cierto es que ni la mayor de las filiaciones a la obra del cineasta, puede permitir conceder a MOON OVER HARLEM un interés más que el estrictamente arqueológico, algunas ocasiones salpicado por ciertas ráfagas de inventiva fílmica. Momentos que logran despertar del sopor que proporciona una producción acartonada, unos actores lamentables en su mayor parte –bastante es que se encontraran presentes, cobrando como cobraban sueldos dignos de extras-, y combinando de manera torpe y esquemática, ciertas subtramas, que son entremezcladas con escasa sutilidad. Quizá era demasiado pedir, para una película de menos de setenta minutos de duración, rodada para la minoría negra, a través de la unión de fragmentos sobrantes de cintas vírgenes. Una vez más pues, nos encontramos con una obra de Ulmer en la que sus condiciones de producción llaman quizá más la atención que su resultado, pero justo es señalar que al menos entre las que he podido contemplar de su obra –y son bastantes-, no puedo encontrar un resultado tan endeble como el comentado.
La película en esencia narra la singladura de la viuda Minnie (Cora Green, la más convincente del reparto), casada en segunda instancia con Dollar Bill (Buddy Harris), un gangster de baja estofa que en realidad ha consentido el matrimonio para servirse del dinero que ella ha logrado por la póliza de seguros que mantenía su primer esposo. En realidad, el interés de Bill se centra en la hija de Minnie, la joven Sue (Izinetta Wilcox), a quien acosará en todo momento, hasta el punto de que esta sea pillada en uno de dichos acosos, en el momento en el que la madre contemple la embarazosa situación, acusando a la hija de la provocadora situación, y expulsándola de la casa. Será el punto de partida de la carrera de la joven como artista de musical, al tiempo que su padrastro siga escalando puestos en el mundo del hampa de Harlem. Sin embargo, en una refriega ofrecida por parte de unos enemigos de este caerá muerta de manera inesperada Minnie, no siendo más que el punto de partida de la caída del propio hampón, envanecido como un pavo ante su aparente situación de privilegio dentro del mundo del delito en dicha zona newyorkina.
Iniciada y culminada con esa visión nocturna –y por momentos desenfocada-, de los rótulos de diversos clubs nocturnos de Harlem, en sus pintorescas declaraciones Ulmer defendía esta película señalando que se trataba de un “bello film” que preludiaba la impronta neorrealista de Rossellini. No puede decirse que el cineasta fuera precisamente el mejor comentarista de su obra, en una película a la que perjudica la deteriorada copia de que se dispone, en la que incluso se acentúan aquellas secuencias carentes de la más mínima iluminación. Sin embargo, y aún reconociendo dichas ausencias casi clamorosas, no es menos cierto que en otras ocasiones logró zafarse de las mismas mediante ingenio e inventiva. En esta ocasión, es muy corto el bagaje de instantes en los que se puede detectar, en una película que solo cabe destacar a partir de su extrañeza como exponente de cine destinado al consumo de la minoría negra. Si rascamos, cierto es que se perciben detalles que, si bien no logran dotar de una mínima entidad al conjunto, permiten atisbar el talento del realizador, en medio de tanta inconsistencia, pobreza técnica, malos actores, y trazados argumentales desprovistos de la más mínima entidad.
Son detalles como esa caída del retrato del antiguo esposo que provocara Dollar Bill en los momentos de la celebración de la boda con su viuda, algunos travellings de avance y retroceso que dinamizan y proporcionan entidad dramática a determinadas secuencias, la filmación del número musical que entronizará la carrera de Sue o, el que quizá el fragmento más vibrante del relato, esos cánticos espirituales entonados ente el velatorio de Minnie. Es tan escaso sin embargo el bagaje, supone tan poco en realidad esa invocación inicial y de conclusión a la singularidad de Harlem, que decepciona –la torpeza con las que se desarrollan las supuestas escenas de acción- pese a sus muy ocasionales destellos de inventiva. Es poco cuando hablamos de un cineasta grande, que supo salir airoso de las condiciones más difíciles, y que en esta ocasión sucumbió ante ellos, pese a que no se diera ni cuenta.
Calificación: 1’5
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