SLIGHTLY FRENCH (1948, Douglas Sirk) [Estrictamente francés]
“No siento el menor interés por esta película”, confesaba el realizador Douglas Sirk al historiador cinematográfico Jon Halliday, en su célebre libro-entrevista, al referirse a SLIGHTLY FRENCH (1948). Es cierto que Sirk asumió siempre un ámbito hipercrítico al referirse a su propia obra, en especial con aquellos títulos –por así decirlo- “alimenticios” de la misma, hasta que su vinculación con la Universal a través del productor Ross Hunter, le permitieron recrear esa visión renovada y subversiva del melodrama cinematográfico. Sin embargo, convendría poner en cuarentena esas opiniones distanciadas, en las que la memoria de Sirk se revelaba, por otra parte, deliberadamente perezosa. Sucedió en aquellos años, que numerosos cineastas con periodos previos de éxito, tuvieron que acomodar su subsistencia como hombres de cine, al servicio de productos coyunturales, en no pocas ocasiones al servicio de estrellas de menguado calado, rápidamente ocultos en beneficio de una posterior andadura de mayor importancia. Es algo que podría ejemplificarse en numerosos cineastas, como podría ser el caso de Otto Preminger, Frank Borzage o, en este caso, un Douglas Sirk, que asumió una andadura orillado en la serie B, que quizá no le permitiera en apariencia un desarrollo cinematográfico creativo, pero que convendría observar con más detenimiento del que a primera instancia merecería su condición de cine de fácil consumo.
Y es ahí donde, a mi modo de ver, acceder a esta modesta producción de la Columbia, pese al desprecio que le manifestaba su propio director, y pese al hecho de contar con una pareja protagonista de cortos vuelos –aunque bien aprovechada-, nos permite asistir a una atractiva comedia romántica, reveladora por otro lado de una serie de elementos que Sirk prolongaría en conocidos títulos posteriores, y al mismo tiempo provista de un nada desdeñable trabajo de puesta en escena. SLIGHTLY FRENCH aparece claramente delimitada como vehiculo de la Columbia al servicio de una Dorothy Lamour ya no en sus momentos de gloria, pero desde sus primeros compases, y a partir de una ajustada duración que apenas alcanza los ochenta minutos de duración, proporciona además de un ritmo constante, una nada velada propuesta en torno a la autenticidad de las emociones. A dejarnos en el camino las mascaras que impiden que el sentimiento amoroso prevalezca sobre el ego. Una premisa que siempre ha sido base de numerosas comedias, y que en este caso se entrelaza en un argumento centrado en el contexto cinematográfico, que al mismo tiempo servirá al cineasta para exteriorizar una aguda reflexión sobre el punto de vista fílmico, sobre el que vertebrará una mirada sin duda meditada y de impecable enjundia narrativa e incluso meta cinematográfica. La película se inicia con la elegante filmación de un número de danza de dramático alcance –que destaca por su pericia y garra visual, de ecos expresionistas-, que muy pronto descubriremos es la imagen de una realización cinematográfica. Nos encontramos en un estudio, y asistimos al rodaje de una película musical, realizada por el prestigioso y egocéntrico John Gayle (Don Ameche). Su tiránica actitud con la francesa protagonista, provocará que esta caiga víctima de un síncope y haya que abandonar la finalización del rodaje. Gayle quedará despedido de la productora. Tras lamentar con su hermana Louisa (Janis Carter) la situación planteada, compartiendo ambos su incapacidad para amar, el destino le brindará en un parque de atracciones el encuentro con una bailarina de una de dichas atracciones. Su insólita versatilidad –adopta diversas caracterizaciones según cada pase-, encenderá una luz en su interior, transmitiendo a Mary O’Leary (Dorothy Lamour), la posibilidad de convertirse una estrella, si sigue sus pasos y le permite moldear esa personalidad artística que intuye en ella. No sin reticencias, esta aceptará, sometiéndose al designio de un director que desea utilizarla para recuperar el rodaje aparcado, y al tiempo sus posibilidades como director. Para ello, inventará una falsa ascendencia francesa para Mary, sometiéndola a un infrahumano periodo de aprendizaje –especialmente hilarante son las clases que le brinda la veterana Nicolette-. Logrará el resultado apetecido, intercediendo para ello su amigo y productor Douglas Hyde (Willard Parker), convenciendo este al magnate del estudio –al que nunca veremos físicamente, más que el sonido de su voz por el interfono, respondiendo a este-. El objetivo se alcanzará, pero en él, emergerán los sentimientos contrapuestos de Mary, muy pronto enamorada de un John al que solo le preocupa el éxito de su producción. Sin embargo, algo se irá cociendo cuando la estrella vaya viéndose agasajada de manera creciente por Douglas, que al mismo tiempo ha sido siempre el objetivo latente de la hermana del director. Un enredo que Douglas Sirk sirve con enorme elegancia, mirando frontalmente los sentimientos de sus personajes, sin abandonar el lado Screewall de su argumento, al tiempo que brindando una película que debería introducirse sin desdoro, dentro del amplio conjunto de títulos que engrosan ese jugoso subgénero de “cine dentro del cine”. Hay momentos en el que uno parece estar ante uno de los relatos filmados aquellos años por Mitchell Leisen, pero no es menos cierto que en muchos de sus instantes se advierte el gusto por la composición y no pocas de las constantes que posteriormente harían muy personal el cine de Sirk. Así pues, y junto al servilismo a las nunca excesivas canciones de la Lamour –impecablemente filmadas, y siempre insertas dentro de la evolución de su argumento-, podemos destacar en SLIGHTLY FRENCH su nitidez visual, y la espléndida utilización de las secuencias de interiores –especialmente centrada en la mansión de los Gayle y el estudio de rodaje, con sus respectivas escenografías-. Sirk no olvidará esos constantes insertos de ramos de flores –esas naturalezas muertas que poblaron su cine, en este caso muestras del constante agasajo de Hyde a la impostura francesa de Mary-, ni la presencia de esos bellos fondos de arboledas, tras la escalera central de la mencionada mansión, en donde se desarrollarán algunos de sus instante más sinceros.
Todo ello, combinando comedia con melodrama con una enorme precisión y, sobre todo, brindando un constante relevo en el punto de vista, mostrando a sus personajes en su actuación sincera como tales, exteriorizando sus emociones o, por el contrario, mostrándose estos como imposturas de sus comportamientos. Para ello, Sirk utilizara ya entonces el recurso de los espejos y su proyección de actitudes –la arriesgada planificación del inicio de la canción de Mary en la fiesta que supondrá su lanzamiento-, o la incorporación de objetos que encuadran sus acciones –como el que describe el ensayo inicial de la actriz ante el piano-, ofreciendo por el contrario una planificación más sencilla –pero no por ello menos eficaz-, cuando en realidad estamos contemplando emociones sinceras.
Es cierto que quizá a SLIGHTLY FRENCH le falte algo más de duración, para extraer el partido definitivo a sus propuestas, pero no es menos evidente que se ofrece como una de las películas insospechadamente más atractivas de este periodo poco relevante de la andadura del cineasta austriaco. Una muestra más, que ratifica que en cine, muchas veces los árboles no nos permiten vislumbrar y apreciar, sorpresas como esta humilde pero atractiva propuesta.
Calificación: 3
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