BLACK GOLD (1947, Phil Karlson) [Oro negro]
Antes de que Phil Karlson se convirtiera en una de las figuras más dinámicas, dentro de unas determinadas constantes del cine policial USA de su tiempo, se desarrolla una parte muy importante de su filmografía –cerca de veinticinco largometrajes-, en donde se encuentra un poco de todo. Desde productos seriales, coqueteos con el western o el cine de aventuras, e incluso el bélico, se encuentra entre ellas BLACK GOLD (1947), que supuso su salida del ámbito de la Monogram, para insertarse en el siempre atractivo Allied Artists, una derivación de aquel estudio pobre hollywoodiense. Fruto de ello, aparece la que desde luego aparece hasta el momento como la más atractiva de cuantas películas de este amplio periodo he contemplado de Karlson. Pero, sobre todo, BLACK GOLD emerge como una muy estimulante rareza, que combina en su propuesta los parámetros de la Americana, la inclusión de ese aspecto relativo al mundo de la equitación –bastante popular en el cine popular de su tiempo-. Sin embargo, lo que a mi modo de ver proporciona personalidad al conjunto, hasta el punto que debiera erigirse como auténtico referente, es en su propuesta como relato interracial y proindio, con dos singularidades que acentúan dicha circunstancia. La primera, ubicar el relato en la década de los años veinte en Texas, frontera con México, y la segunda la incorporación en el relato de ese muchacho chino, que muy pronto sublimará la circunstancia de quedarse huérfano de padre –poco tiempo antes se había quedado sin madre-, incorporándose a la pareja protagonista.
BLACK GOLD se inicia como un western más, describiendo al ataque que recibirá el pequeño Davy (Duckie Louie), niño de ascendencia china que sobrevivirá al acoso en el que morirá su padre, siendo rescatado por el noble Charley Eagle (un magnifico Anthony Quinn). Este es un indio que se ha integrado en el mundo que le rodea, sin otra pasión que triunfar en el derby de Kentucky, teniendo para ello la valiosa yegua “Esperanza negra”. Con ella ganará una carrera, pero será estafado por el avieso Don Toland, a cambio de recibir quinientos dólares. No obstante, Eagle recuperará el equino, dejando en la cuadra el dinero, acompañándose del pequeño Davey, de regreso a su casa en pleno campo. Será en esos momentos, bajo mi punto de vista, cuando realmente se inicie el interés del film de Karlson, hasta entonces dominado por cierto estatismo. La cámara del cineasta en grúa “acariciará” la legada a ese ámbito rural, que nos es descrito como un pequeño paraíso, presentándonos al mismo tiempo al personaje más fascinante del relato. Será Sarah, encarnado por una superlativa Katherine DeMille, hija de Cecil B. DeMille, y esposa de Anthony Quinn, en su único encuentro ante la pantalla. Ella será la paciente esposa del bonachón de Charley, conservando en todo momento su dignidad, y albergando en su personalidad una extraña aura que le hace vislumbrar con antelación todas las situaciones –cuando llegue este con Davey a la casa, esta le estará esperando con la comida en el horno, pese a haberse ausentado tiempo atrás, y sin despedirse de ella-.
Ello será el inicio de una convivencia entre una familia en la que se incorporará como hijo adoptivo el muchacho. El relato siempre asumirá un tono en voz callada, sin inclinarse por el terreno de la dramatización. Así pues, pronto atisbaremos el racismo de los niños de la escuela a la que ha sido apuntado Davey, mofándose de su condición de chino –algo inhabitual de describir en el cine de aquellos años-. Sin embargo, cualquier incidencia dramática será mostrada con un tono contemplativo, y la recurrencia a elegantes fundidos en negro y elipsis, que en ocasiones tendrán una larga prolongación en el tiempo. Sin embargo, esta combinación de elementos, proporciona a sus imágenes una cadencia muy especial. Algo que permitirán los distintos elementos de un argumento que hablará de la dignidad del indio, o la necesaria llegada a la madurez del muchacho. De la oportunidad de encontrar el amor para esa joven y sensible maestra a la que Davey ha estado llevando ramos de flores todos los días. En la progresiva mejora de la vida de los Eagle. En el dolor que les produce la muerte de la vieja yegua cuando va a dar a luz. O en la dignidad que manifiesta Sarah en todo momento, rodeándole de esa aura espiritual, que sabe expresar en un hieratismo que combina con la profundidad de su mirada.
BLACK GOLD aparece pues, dentro de unos parámetros plácidos pero no por ello superficiales. Se encuentra armonizada en sus costuras, el relato de una extraña familia, en la que su inadaptación se verá transformada en aceptación, a través de la llegada del progreso, en este caso representado por la presencia de ese yacimiento petrolífero que cambiará sus vidas –impagable la secuencia que en tono de comedia describe la ira de Charley, ante la suciedad que dejará en el rancho la irrupción del petróleo-. Ese reconocimiento social permitirá la divertida secuencia de la fiesta, en la que Charley mostrará su inadaptación a la hora de ir vestido de etiqueta ¡y con zapatos!. Y dentro de ese recorrido vital, llegará el episodio más conmovedor de la película; el avistamiento de la muerte por parte del entrañable indio. Vistiendo con sus ropas tradicionales, se despedirá de su esposa, para encontrarse con la muerte en pleno campo, junto a un árbol de expresivas características. Cuando se dispone a aceptar en solitario su destino supremo, su esposa e hijo llegarán para acompañarle en sus últimos instantes, descrito con un sentido del pudor y de la emotividad, que culminará con un bellísimo travelling ascendente de retroceso. La película proseguirá con la disputa de ese derby tan deseado por Charley, a través de su nueva yegua Black Gold, que finalmente triunfará a lomos de Davey, mientras que su viuda, una vez triunfante, culmine su breve alocución ante los micros con la palabra emblemática de ese indio noble ya fallecido; Chiuaua. No cabe duda, que BLACK GOLD se inserta a partir del éxito alcanzado con THE YEARLING (El despertar, 1946. Clarence Brown), un subgénero de raíz humanista, que brindó al cine norteamericano de su tiempo una serie de títulos ligados a públicos familiares, y que en su asumida modestia por lo general, han logrado perdurar con el paso del tiempo. El casi desconocido que centra estas líneas, es quizá uno de sus exponentes más singulares y valiosos.
Calificación: 3
2 comentarios
Luis -
Hildy Johnson -
Beso
Hildy