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CINEMA DE PERRA GORDA

DANCE HALL (1950, Charles Crichton)

DANCE HALL (1950, Charles Crichton)

Dentro de la notable filmografía del británico Charles Crichton, DANCE HALL (1950), se encuentra situada inmediatamente antes de la célebre THE LAVENDER HILL MOB (Oro en barras, 1951), uno de sus grandes éxitos. En la oposición con el vital y certero tono de comedia de esta última, la anterior película de Crichton aparece como una mirada en torno a la colectividad obrera que soportaba las dificultades urbanas de ese retorno a la normalidad tras la II Guerra Mundial –algo que sotto voce, aparecía en la también estupenda HUE AND CRY (1947), camuflada bajo una historia centrada en una pandilla juvenil-. En esta ocasión, y con una duración ajustada, se plantea el devenir existencial de una serie de jóvenes trabajadoras de una fábrica, que buscan la sublimación de una existencia gris, dominada por la alienación colectiva, a través de su constante práctica en salones de baile, llegando a participar incluso en certámenes, y entre ellas, poniendo su mirada, con la clara intención de buscar marido.

Una mirada que oscila entre el realismo, lo meramente descriptivo, y la presencia de apuntes melodramáticos que, justo es reconocerlo, se articula con la debida densidad en la pantalla. Todo ello, manteniendo ese inequívoco look de las producciones de la Ealing, y con un curioso inicio, formulando una sucesión de picados y contrapicados, en torno a una sala de baile vacía. La película en sí se inicia con unos planos en los que contemplamos a las protagonistas del relato, trabajando en una factoría. Parece que por momentos, con idéntica formulación aunque un tono más complaciente, asumimos un referente de la inolvidable apertura de SATURDAY NIGHT & SUNDAY MORNING (Sábado noche, domingo mañana, 1960. Karel Reisz). Las diferencias son, por el contrario, muy evidentes en su planteamiento. En la obra de Reisz, la actitud y voz en off de Albert Finney, anunciaba una mirada distanciada y combatida. Por su parte, el film de Crichton, se dirimirá en una actitud mucho más sumisa en torno a esas jóvenes, que en un contexto de carencias de toda índole sufrido por nuestras protagonistas, que encontrarán en las pistas de bailes un desahogo casi existencial. Es evidente. Eran otros tiempos y otro ámbito, lo que en modo alguno va en menoscabo del alcance de una película, que por otra parte podría permanecer en el ámbito de propuestas corales, presentes en cinematografías tan dispersas como la norteamericana –CLUB HAVANA (1945, Edagr G. Ulmer) o de forma más pertinente la italiana, en la posterior LE RAGAZZE DI PIAZZA DE SPAGNA (Tres enamoradas, 1952. Luciano Emmer). Así pues, pronto descubriremos la pasión por el baile, como sublimación de sus rutinas y limitaciones diarias, de estas muchachas, entre las que el relato –en el que participó como coguionista Alexander Mackendrick- se articula al tiempo que una mirada nada complaciente, en torno a una realidad que se transmite a la pantalla con un notable sentido de la inmediatez. Es algo que su realizador logrará casi en todo momento, intercalando con pertinencia y sentido estético las actuaciones y canciones que se contemplan –ajustadas, y cuyas letras siempre incidirán en las situaciones vividas por sus personajes-, y contando con la impagable ayuda de la fotografía del gran Douglas Slocombe, con el que logrará atractivas composiciones visuales. También potenciará su conjunto la profundidad de campo, o el percutante y abrupto montaje brindado por Seth Holt, que ayuda por su riesgo a trasladar esa sensación de cierta angustia, y trasladando con ello ese elemento de angustia vital, a esta leve base argumental, que es apariencia se dirime en una mirada complaciente –mas no nostálgica- a esa búsqueda de esparcimiento. Esa doble mirada, es la que bajo mi punto de vista otorga definitiva entidad a una película que poco a poco sabe centrarse en la joven Eve (magnifica Natacha Parry). En torno a ella se situarán sus compañeras de trabajo, pero también el dilema sentimental que para ella se dirimirá elegir entre los dos hombres que la pretenden. Uno es el prosaico Phil (Donald Houston), alejado por completo de la querencia de su prometida por el baile, y el otro es el mundano Alec (Bonar Colleano), gran bailarín y, sobre todo, capaz de alternar constantes conquistas, aunque en ellas se aprecie esencialmente una sublimación de su incapacidad para consolidar una relación estable. En torno a ellos se sucederán diversas subtramas, como esa joven pareja de bailarines formada por Georgie (Petula Clark) y Peter (Douglas Barr), que en un momento dado superarán su fracaso personal al no haber logrado premio en el concurso de baile, iniciando entre las lágrimas de ella una relación sentimental, hasta entonces larvada. O el de otra compañera, eternamente enamorada de Phil, pero que hasta el último momento, por lealtad a su amiga Eve, legará a ayudarla cuando el divorcio entre el joven matrimonio está a punto de fraguarse.

Junto a ello, DANCE HALL destaca por su constante querencia por el detalle. Por ese magnifico pasaje, en el que contemplaremos la elegante competición de las parejas de baile. En el esfuerzo de los padres de Georgie al comprarle un vestido con sus pocos ahorros, y acudiendo a dicha final a escondidas, contemplando decepcionados que finalmente ha utilizado otro vestuario. En la descripción de las viviendas envejecidas y superpobladas de esos personajes que miran hacia adelante, aunque en algunos casos –los padres- se encuentran superados por los acontecimientos. Y, sobre todo, la película se centrará en los crecientes encontronazos entre Eve y Phil. Ella es una joven sensible, que no encuentra en él la comprensión que necesita, máxime cuando se trata de un hombre cartesiano, dominado por los celos, siempre que aparezca en algún momento la sombra o el nombre de Alec. Será algo que en el fondo tendrá que dirimirse por parte de Eve, que aunque se haya casado con el primero, siempre permanecerá en su interior la duda si con Alec su vida hubiera estado dominada por un horizonte más enriquecedor. Se resolverá todo ello en una preciosa secuencia en casa de este, cuando con el eco de una canción que tiempo atrás reflejara su posible unión, esta con lucidez reconozca que hizo bien en casarse con Phil. Sin embargo, el hecho de que este se entere indirectamente de dicho encuentro le provocará un irreprimible ataque de ira, que desembocará en su deseo de divorciarse. Será la necesaria catarsis, en plena celebración del fin de año, que proporcionará un episodio final en el que el patetismo –la intención inicial de Eve de suicidarse, en un instante de enorme fuerza dramática, que es solapado hábilmente por la elipsis-, y un desarmante sentido del humor –los constantes y frustrados intentos de Eve por elevarse a la pequeña ventana, cuando ha quedado aislada en la terraza-, culminarán con esa explosión de sentimiento que proporcionará la deseada irrupción de Alec, abrazándose ambos cuando el cántico de Auld Lang Syne, ha iniciado el nuevo año y, quizá, la definitiva madurez a su relación.

Apenas conocida y menos referenciada, incluso a la hora de hacer mención de la producción de los Ealing Studios, DANCE HALL aparece dominada por nocturnos, asfaltos húmedos, viviendas envejecidas, y rutinarias existencias individuales, y es una muestra más de la versatilidad de las obras que surgieron de la égida del estudio de Michael Balcon.

Calificación: 3

2 comentarios

Juan Carlos Vizcaíno -

Querida Hildy. hacía mucho tiempo que echaba de menos tus comentarios. Feliz año 2017 a tí también, y espero que sigamos alimentándonos de cine... En cuanto al inglés, decirte que está plagado de títulos magníficos. Un abrazo amiga.

Hildy Johnson -

Ay, cuántas buenas sorpresas dan los estudios Ealing... y cuánto me queda por conocer. Por ejemplo, la película que reseñas. Disfruté muchísimo de Oro en barras (además de descubrir de pasada el rostro de Audrey Hepburn).
Hace nada he disfrutado de Al morir la noche, donde también está Crichton presente entre los directores que dirigieron la película.

Beso
Hildy