THE KING AND THE FOUR QUEENS (1956, Raoul Walsh) Un rey para cuatro reinas
No resulta fácil codificar una película, tan sencilla y al mismo tiempo singular, como THE KING AND THE FOUR QUEENS (Un rey para cuatro reinas, 1956). Es cierto. De nuevo Raoul Walsh asumió en este proyecto, un sutil homenaje a la mitología del ya veterano Clark Gable, que podría tener el primer indicio en el propio título original del relato, que alude al eterno apelativo del célebre intérprete. Los primeros –y magníficos- minutos, de esta producción de ajustada duración, además de ratificarnos el eterno gusto paisajístico del ya veterano realizador, potenciado por el uso del CinemaScope, proporciona no pocas pistas en torno al tono que va a girar en su conjunto, que apenas sobrepasas los ochenta minutos de duración. Junto a la festiva sintonía de Alex North, la persecución que sufre Dan Kehoe (Gable), nos predispone a una mirada irónica en torno al universo del western que, justo es reconocerlo, pronto se dirimirá en un contexto intimista, descrito en el seno de un universo femenino. Es curioso señalarlo, pero dicha persecución mostrará un plano en el que Gable se introducirá en un sendero, tras encontrar una extraña oquedad en un frente rocoso, que incluso podría aparecer como una inusual alusión sexual, que por cierto no será la única a lo largo de la película. Esa singularidad es la misma que proporcionará ese enorme giro al film, a partir de la llegada de Kehoe a Wacon Mound –magnífico el enorme plano general subjetivo de la mirada de Gable sobre la población abandonada, y solo habitada por cuatro mujeres, comandada por la suegra de todas ellas; Ma (Jo Van Fleet)-, y que desde un planteamiento casi mormónico, apelando a un sentimiento bíblico, por un lado espera la llegada de uno de los cuatro hijos fallecidos en una explosión –no sabe cual de ellos se mantiene con vida-, al objeto de entregarle los cien mil dólares en oro que, en realidad, esta ha venido escondiendo durante dos años: Mientras de forma paralela custodia el recinto, al tiempo que vigila la moralidad de las cuatro mujeres, ya que una de ellas –y no sabemos cual es- mantiene a su marido con vida.
A partir de estas premisas, THE KING AND THE FOUR QUEENS aparece como un relato en el que lo irónico y lo chusco se da de la mano, casi de una secuencia a otra. Esa excesiva caricaturización de algunas de dichas mujeres, revelando un deseo de ardiente sexualidad, queda contrapuesta por las secuencias y pasajes intimistas –generalmente resueltos “a dos”-, con las que Walsh logra fragmentos dominados por una sensibilidad realmente notable. Esa capacidad de proyectar la mitología de Gable en el delimitado contexto femenino, se extiende en un argumento que por momentos parece adentrarnos en el mundo cinematográfico de Joseph L. Mankiewicz –que bastantes años después, probó fortuna en el western bajo su personalidad-, en un juego psicológico, en el que se dirime de entrada el reencuentro de una sexualidad reprimida por cuatro mujeres durante dos años, mientras que para la ya anciana Ma, la llegada de Dan, en cierta medida supondrá una mirada reflexiva en torno a lo que ha sido el gran fracaso de su existencia. Así pues, dominada por las cuidadas composiciones horizontales de Walsh, la enorme belleza de la fotografía en color de Lucien Ballard, el sarcasmo que en todo momento proporciona Gable a su rol protagonista, la química que establece con la sensual Eleanor Parker -¡Esos diálogos entre ambos personajes!-, o la extraña humanidad que desprende Jo Van Fleet en su rol de fracasada defensora de una férrea moralidad, lo cierto es que, en definitiva, THE KING AND THE FOUR QUEENS sorprende por su asumida condición de título “menor”, pero al mismo tiempo por su constante juego con la verdad y la mentira en los sentimientos. Por el engaño y la búsqueda de la verdad. Por ese apólogo moral que, a fin de cuentas, definirá esa inesperada llegada de Kehoe a aquel lugar tan temido por los lugareños. Inesperado para su propio protagonista, quien repentinamente se encuentra con la posibilidad de apropiarse de esa fortuna en oro de la que ha tenido casualmente noticias. Y también para esas cinco mujeres que, en el fondo, y por distintos motivos, necesitaban un revulsivo para lograr emerger de una situación que a ninguna de ellas le resultaba satisfactoria –ni siquiera a Ma-. La película culminará con una persecución que, además de devolvernos a los contornos característicos del cine del Oeste, parece cerrar una estructura simétrica del relato, dejando abandonados a cuatro de los personajes femeninos en el poblado, y permitiendo que nuestro protagonista encuentre su alter ego femenino y, junto a ella rehabilitar su canallesco pasado, sin por eso dejarse por el camino esa mirada disolvente sobre la existencia. Esa ligereza de Walsh y sus guionistas, al no precisar el destino último de dichos personajes femeninos, supondrá más que esa apuesta por el apunte e incluso la irrealidad, que tendría su ejemplo máximo en la secuencia de interiores, en la que Kehoe sin tener música real de fondo, se dispondrá a bailar con todas sus jóvenes parteneaires femeninas, con la mirada, entre arrobada y distanciada de Ma –solo con el uso de la banda sonora-. Elementos insólitos que aparecen, casi de manera inconexa, en un relato que por un lado no deja de aportar tintes de melancolía –la presencia de veteranos actores como Jay Flipeen-, y en el que como pocas, y casi de manera inexplicable, logramos sentir esa magia de Holywood, en ese periodo intermedio, que se aprestaba casi a su disolución.
Calificación: 3
0 comentarios