THE CAPTIVE CITY (1952, Robert Wise) [La ciudad cautiva]
Dentro de la filmografía del norteamericano Robert Wise, se dan cita casi de forma aleatoria títulos carentes de especial interés, con otros provistos de una extraña inspiración, destacando el hecho de que en no pocas ocasiones algunos de los más prestigiados se encuentran en el primer grupo –SOMEBODY UP THERE LIKES ME (Marcado por el odio, 1956), WEST SIDE STORY (Amor sin barreras, 1961. Codir. con Jerome Robbins)-, mientras que en el segundo están ubicados otros aún precisos de su definitiva revisitación –THE HAUNTING (1963)-. En cualquier caso, THE CAPTIVE CITY (1952) merece ser incluida dentro de los títulos notables de su obra, al tiempo que deviene un producto de características bastante insólitas, revelando algunas facetas poco comunes en su cine –quizá más propenso a un tipo de narración más convencional-. La película se inicia de manera rotunda, con la persecución diurna que sufre una pareja de aún joven edad. Enseguida sabremos que se trata de Jim (John Forshite) y Marge Austin (Joan Camden), un matrimonio que huye nervioso del seguimiento de un coche, acudiendo a la comisaría de la pequeña población de Warren, cerca de Washington, donde solicitan de manera desesperada una escolta que los lleve hasta el Capitolio para declarar por un asunto urgente, que es el que ha provocado la tensa situación. Lo perentorio de la demanda, y el hecho de que tengan que esperar una hora hasta la llegada de dicha escolta, motivarán que Jim solicite una grabadora para plasmar su testimonio, caso de producirse un desenlace trágico. Ello dará pié a un flashback que se extenderá a la práctica totalidad del film, permitiéndonos conocer el motivo de la situación límite que hemos atisbado desde el primer instante. Ello nos remontará a un pasado cercano, en la ciudad de Kennington, una población mediana e idílica. Allí Jim ejerce como director del periódico local, viviendo un modo de vida casi ejemplar, que de manera paulatina irá desmoronándose para nuestro protagonista. Ayudando por el uso de una voz en off que deviene más oportuna que nuca al suponer el relato de su declaración, el núcleo central de THE CAPTIVE CITY desprende una mirada desencantada en torno a la facilidad con la que un núcleo perfectamente representativo de la Norteamérica media de su tiempo, en realidad se encuentra imbuido por una dinámica oculta que, centrada en el contexto de las apuestas realizadas por sus ciudadanos, ha introducido en su seno el cáncer de la mafia, presente en la figura del gangster siciliano Fabretti –al que no contemplaremos en toda la película- quien tiempo atrás hizo sociedad por el influyente empresario de la localidad Murray Sirak (Víctor Sutherland). El film de Wise –basado en una historia real de Alvin M. Josephy Jr, también responsable de su guión junto a Karl Kamb-, logra trascender ese matiz apologético que induce el anuncio inicial y la aparición final del senador Estes Kefauver –una costumbre demasiado extendida en el cine policial de la época-, describiendo de manera sutil y oscura esa creciente tela de araña con la que se irá topando el protagonista, un periodista de raza caracterizado por su honestidad tanto en la vida habitual como en el desempeño de su profesión. De manera paulatina, Jim irá comprobando en carne propia como ese entorno revestido de respetabilidad donde desarrolla su existencia, en realidad no es más que el escenario de una sociedad hipócrita y ligada –aunque mirando siempre de reojo- a las organizaciones más temibles de delincuencia.
Todo comenzará con la llamada que recibirá del veterano y azorado investigador Clyde Nelson (Hal K. Dawson), con quien se citará en la biblioteca –en una secuencia revestida de un tinte inquietante-, proporcionándole allí los primeros datos de esa otra Kennigton qué él ha venido descubriendo, revelando una extensión de la corrupción que enloda ese marco de supuesta convivencia ante el que el periodista se mostrará en principio escéptico, e incluso llegará a olvidar. Sin embargo, una posterior llamada de Nelson mientras Jim se encuentra en el club en el que ha ingresado –con la intención desarrollar más contactos en la ciudad- le alertará del cerco en la persecución que está sufriendo. Aunque nuestro protagonista rechazará el –a su juicio innecesario- agobio que le proporcionará dicha llamada, poco a poco irá percibiendo la incomodidad existente en el entorno en que se encuentra –algo muy bien expresado por Wise en esa secuencia-, abandonando el lugar junto a su esposa y descubriendo que el veterano y perseguido investigador ha muerto en un extraño accidente que en realidad ha sido un asesinato. El crimen será mostrado pocos instantes antes al espectador en una noqueante secuencia nocturna donde este caerá atropellado contra una pared metálica, mientras el faro del coche que lo asesina funde con el cuello de la trompeta del club en que se encuentra el director del rotativo –una elección visual tan percutante como un tanto efectista de ligar a ambos personajes en ese momento-. A partir de este crimen, el responsable del rotativo empezará a apreciar que todos aquellos detalles que Nelson le había relatado se trasladan a su entorno. Desde la desafección del comisario, las crecientes presiones contra su periódico, la retirada de publicidad, a las visitas de Sirak. Un proceso en el que se descubrirá la auténtica faz de una comunidad que, en mayor o menor medida vive dependiendo de las apuestas, sin desear que nadie violente una fuente de ingresos, convirtiéndose la sensación en una amenaza para un joven que desea la revelación de esa faz siniestra de la que hasta entonces no había percibido su existencia, hasta que el círculo de desasosiego rodee tanto a su persona como a su propia esposa. THE CAPTIVE CITY no llega, en ese aspecto, al alcance que proporcionarán títulos posteriores como THE PHENIX CITY STORY (El imperio del terror, 1955. Phil Karlson), o INVASIÓN OF THE BODY SNATCHERS (La invasión de los ladrones de cuerpos, 1956. Don Siegel) –esta última con su envoltorio ligado a la ciencia-ficción-, con las que comparte ese carácter de radiografía de una comunidad de contornos amables que esconde en su interior la bestia de la hipocresía, plasmando una sociedad que en aquellos años vivía un sesgo regresivo generalizado.
Pero si realmente el film de Wise mantiene su vigencia, es por el tono naturalista con el que se manifiesta su desarrollo, en el que tiene una importancia casi capital la aportación del gran Lee Garmes en una iluminación directa y contrastada, el ya señalado acierto con que se introduce el relato en off del protagonista –que por un lado proporciona cierta intimidad, aunque por otro no deje de ofrecer ciertos anacronismos a la hora de jugar con el punto de vista-, la competencia de su impecable cast –en el que deliberadamente se ausentan nombres conocidos-, o incluso el hecho de resultar uno de los títulos que hubiera que incluir dentro de cualquier antología sobre el poder y la influencia de la prensa como elemento regenerador de la sociedad –en aquellos años se encontraban exponentes como THE UNDERWORLD STORY (1950, Cyril Endfield) o DEADLINE - U.S.A. (1952, Richard Brooks)-. Al margen de estos aspectos, destaca en el film de Wise un notable sentido de la progresión dramática, describiendo en su engranaje narrativo ese relato que se expresa con voz callada, y una galería de personajes creíbles en su ambivalencia. Será una faceta en la que quizá un ejemplo perfecto lo propondrá ese Murray Sirak, que en unos momentos de la película aparecerá como todopoderoso empresario de la localidad, en otros un simple pelele de Fabretti, en unos instantes se mostrará amenazador ante su ex esposa, mientras que una vez esta sea asesinada confesará lo mucho que la amaba, intentando en una secuencia significativa demostrar una aparente humanidad en su persona, que muy pronto quedará oculta detrás de su auténtico perfil depredador. Esa misma ambivalencia se manifestará en un comisario que nunca ha dudado administrar durante años la ley en una ciudad a partir de lo que esta le marcaba, o cualquier de los amigos de Jim, que en todo momento aprovecharán la mínima ocasión para intimidar e intentar coartar las intenciones de este.
Al margen de estas valiosas apuestas argumentales, si algo otorga a THE CAPTIVE CITY su definitiva prestancia –que no hay que ubicar precisamente en su acomodaticia conclusión-, es la fuerza con que se esgrime su poderosa impronta visual y, justo es reconocerlo, la garra narrativa que ofrecen los instantes más atrevidos de un relato que prefiere discurrir por el sendero de una cotidianeidad violentada. Me refiero con ello a secuencias y episodios como la paliza que recibe el joven fotógrafo Phil Harding, el temor que va sintiendo en su propio hogar la esposa del protagonista, o el acierto de mostrar en el off narrativo el cadáver de la ex esposa de Sirak. Y es precisamente en torno a dicho personaje donde se centra en mi opinión la secuencia más memorable del film. Me refiero, por supuesto, a aquella de carácter confesional en que esta –maravillosa Marjorie Crossland- acude hasta la vivienda de los Austin, revelando en el encuentro la verdadera personalidad del que fuera su esposo, y reconociendo en él la debilidad que acabó por ligarle a los manejos del extorsionador siciliano. Una escena descrita en un único plano de larga duración, caracterizado por un magnífico uso del reencuadre, y estableciendo en sus leves movimientos panorámicos y la disposición de los tres personajes, una extraña calidez que culminará con su aceptación para ejercer como voluntaria testigo de los manejos de Fabretti… que culminará con la llegada de Sirak y, muy poco después, la sospechosa muerte de esta.
Calificación. 3
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Sevisan -