DOWNSTAIRS (1932, Monta Bell) Los de arriba
No resulta, ni de lejos, habitual, encontrar en el cine americano de los años 30, una propuesta que centre su mirada en la oposición entre siervos y amos. Es más, parecía ser un axioma, entender que sortear dicha convención cinematográfica, era algo que ni de lejos podía plasmarse en la pantalla. Es decir, que estaba perfectamente asumido el rol de cada personaje, en aquellas películas descritas en ambientes suntuosos, en las cuales el papel del criado, resultada tan paternalista como inamovible. Es por ello, que más allá de sus intrínsecas cualidades, DOWNSTAIRS (Los de arriba, 1932), suponga una insólita reflexión en torno al papel de la servidumbre, en el que sería el antepenúltimo largometraje de Monta Bell. Pero dentro del capítulo de singularidades de esta producción, no es esta la única, ya que nos encontramos ante la traslación cinematográfica de una historia del actor John Gilbert, también protagonista de la misma, reelaborada como guion, a través del tándem formado por Lenore Coffee y Melville Baker. Y se trata de un título -tan solo participaría en tres títulos más, antes de su prematuro fallecimiento-, que desmonta con evidencia, la falacia intencionadamente extendida, de que su registro sonoro era inadecuado para los nuevos tiempos cinematográficos. No solo eso, sino que en su rol del astuto y desclasado Karl Schneider, Gilbert demuestra una innegable charm’, que preludia no pocos de los estilemas que harían célebre, tiempo después, a Cary Grant. Y para colmo de rarezas, en DOWNSTAIRS, encontramos la presencia de Hedda Hopper, la principal ‘comadre’ de Hollywood, en una de sus frecuentes y episódicas apariciones cinematográficas, encarnando a una aristócrata, ‘victima’ previa de las tretas del galanteo de Schneider.
La película se inicia en los jardines de una mansión austriaca, donde se celebra la boda del jefe de los criados de la familia von Burgen. El sirviente es el siempre leal Albert (excelente Paul Lukas), comprometido en nupcias con la joven y hermosa Anne (Virginia Bruce), doncella de la dueña de la mansión. En la brillante secuencia de apertura, comprobaremos la aparente hospitalidad de los dueños, así como la incomodidad de Albert, a la hora de emerger, siquiera sea en un día tan especial, de su condición de sumiso mayordomo jefe. Dicha circunstancia llegará al extremo de abandonar a su esposa en el lecho nupcial, al observar que se ha producido un incidente con uno de los camareros -en el que, por otra parte, estamos seguros se inspiró Blake Edwards, para el memorable rol que encarnó Steve Franken en THE PARTY (El guateque, 1968)-. Será al mismo tiempo la oportunidad para que el recién llegado Schneider, empiece a hacer de las suyas. Este se ha introducido en la mansión, atendiendo la llamada de un nuevo chófer, dejando desde el primer momento en evidencia, tanto su seguridad como su arrogancia y capacidad de seducción, que quedará demostrada en encontrarse de manera efímera, con la que fue su antigua jefa, otra aristócrata adinerada. También trabará contacto con Anne, iniciándose una extraña relación, que pondrá en tela de juicio al nuevo matrimonio entre ambos, basado en el respeto y la convivencia, pero en modo alguno en la pasión que, en un momento determinado, proporcionará el recién llegado, utilizando las armas de la seducción y la rebeldía, al confinamiento que inicialmente debería conferirle su condición social. Sin embargo, dentro de dicha calificación, el seductor chofer protagonista, albergará en su interior el germen de la rebelión, al ser hijo ilegítimo de un grande de España, que su madre tuvo que guardar en secreto toda su vida.
Así pues, bajo su ropaje de comedia sofisticada de alcoba, DOWNSTAIRS esconde una mirada revestida de complejidad, en torno al universo de esos servidores, que han decidido ofrecer lo mejor de sus vidas, a unos amos a los que no solo sirven con total fidelidad, sino que incluso ayudarán a tapar sus debilidades. A este respecto, la película plasmará un ejemplo fundamental, en la figura del fiel Albert quien, en un momento dado de la película, no dudará en confesar ese contrato moral de absoluta sumisión a sus jefes, a los que no dudará en ayudar con absoluta lealtad, cuando el arrogante Schneider se muestre chulesco con la baronesa -de la que conoce la existencia del amante con el que mantiene relaciones-. Poco a poco, el film de Bell se irá imbricando en ese magna de relaciones entrecruzadas, formadas todas ellas por la ingerencia y la capacidad de ese chofer recién llegado, para alterar la normalidad del entorno femenino por el que discurre. Conocedor de su capacidad para enfrentarse a la rutina y las aparentes buenas formas, en las que se introduce con aparente sumisión.
Para ello, el cineasta dejará un poco de lado, las audaces e inventivas maneras que caracterizaron su periodo silente, optando por el contrario por la oposición de caracteres. Sin embargo, no se ausentarán en la película notables e inventivos detalles. Lo proporcionará el juego de variadas cortinillas a lo largo de la película. O la disposición de los actores dentro del encuadre, en plena incardinación con la configuración de su escenografía. O el gusto por el detalle, que tendrá un valioso exponente, en esa diadema nupcial, custodiada con un protector de cristal, que aparecerá casi como leitmotiv de la película, y que marcará el instante quizá más percutante del conjunto, cuando Anne caiga seducida por Karl. Una prenda de esta caerá sobre la diadema, tapándola por completo. Sin embargo, el interés que plantea DOWNSTAIRS, con ser valioso, no se ciñe en la injerencia en torno al recién creado matrimonio por parte del chofer recién incorporado. También este se intentará atraer el interés de una madura cocinera, desde bien pequeña servidora en la mansión, que alberga en su pierna el fruto de sus ahorros, y a quien Schneider irá seduciendo, con la vana promesa de adquirir en Viena un restaurante, que le haga albergar riqueza e independencia, y abandonando su casi esclavizada dependencia con los dueños de la mansión.
Es cierto que quizá en su conclusión, la película no llega a apurar ese climax que se intuye por momentos -esa pelea en la bodega, entre Albert y Karl-. Sin embargo, no cabe duda que la misma se cierra con un giro disolvente, comprobando como las armas del seductor protagonista, siempre tendrán acomodo en nuevas y futuras clientas, deseosas de encontrar en él, aquello que se encuentra ausente en sus conservadoras y acaudaladas vidas.
Calificación: 3
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