ALIAS NICK BEAL (1949, John Farrow)
No es la primera vez, ni será la última, en llamar la atención sobre la implícita presencia de un determinado ciclo de producciones, que a partir de mediada la década de los 40 generó una amplia producción no solo en el conjunto de los estudios USA -también en el cine de cinematografías europeas- permitiendo una mirada amable y esperanzadora sobre la muerte y el hecho sobrenatural. No hay todavía una opinión que valore dicho conjunto de producción como uno de los más valiosos de la historia del cine fantástico, al que legó algunas de sus cimas. Hecho este preámbulo, justo es reconocer que algunas de dichas propuestas albergaron tintes algo más sombríos incluyendo la presencia diabólica entre sus argumentos. Y es curioso señalar, como un realizador como John Farrow, en aquellos años caracterizado en su implicación para Paramount, filmara dos de las propuestas más inquietantes de este ya señalado ciclo genérico dentro del cine fantastique. Recordemos la estupenda NIGHT HAS A THOUSANT EYES (Mil ojos tiene la noche, 1948), en la que el mentalista Edward G. Robinson comprobaba con creciente horror que sus supercherías adivinatorias comenzaban a tener visos de realidad. Sin embargo, su casi consecutiva aportación al género se distancia de su referente -aunque en ningún modo desciende de la previa en cuanto a cualidades-. En esta ocasión, a nivel temático, ALIAS NICK BEAL (1949) supone una nueva aportación al subgénero de relatos diabólicos, que había proporcionado poco tiempo antes, frutos tan magníficos como THE DEVIL AND DANIEL WEBSTER (El hombre que vendió su alma, 1941. William Dieterle) o tan simpáticos como ANGEL ON MY SHOULDER (El diablo y yo, 1946). Ello sin olvidar la apuesta en claro tono de comedia brindada por Ernst Lubitsch con HEAVEN CANT WAIT (El diablo dijo no, 1943).
No obstante, Farrow apuesta en ALIAS NICK BEAL por un relato que se imbuye hasta la empuñadura en una atmósfera sombría y siniestra, imbricando una extraña y por momentos fantasmagórica mixtura de cine fantástico con los estilemas del noir. Su relato se iniciará -tras unos títulos de crédito envueltos en el aparato eléctrico de una tormenta nocturna- presentándonos en pleno contexto de una triste luvia, el ascenso del futuro gobernador por unas escaleras del edificio -Joseph Foster (Thomas Mitchell)- con semblante pesaroso, para acceder a su jura como nuevo cabeza del estado. Una voz en off, que pronto identificaremos con el personaje encarnado por Ray Milland, apelará a la debilidad de la condición humana iniciando un flashback que se extenderá a la casi totalidad del metraje, que nos retrotraerá a la intensa tarea de Foster ejerciendo como fiscal. Desde el primer momento luchará para lograr llevar a la Justicia las tropelías de uno de los delincuentes más reclamados del entorno, aunque haya tenido noticia de que los libros de cuentas que podrían probar dichos delitos se han quemado de manera deliberada. La desesperación del fiscal le hará reclamar “Vendería mi alma al diablo, si encontrara estas pruebas”, llamada a la que acudirá, aparentemente de manera indirecta, un elegante y misterioso personaje llamado Nick Beal (Milland), quien citará al fiscal a una oscura taberna, donde evidenciará desde el primer momento el control de las situaciones, y adelantándose a Foster en el vaticinio de que será elegido gobernador del distrito.
A partir de ese momento y de manera sibilina, Beal se convertirá en compañero inseparable del fiscal, quien vencerá los recelos éticos a la hora de acoger y utilizar esos inesperadamente reaparecidos libros de cuentas, obtenidos además sin orden judicial, para poder encarcelar al delincuente largamente buscado y, como consecuencia, ser objeto de las miradas de todos sus seguidores, para encaminarlo a presentarse a gobernador siendo conscientes de la popularidad y alcance que atesora en su intachable carrera. Ese éxito, logrado en esta ocasión a través de una acción que ha traicionado sus ideales, supondrá el inicio de una espiral, en la que el noble fiscal irá renunciando a sus reticencias a ir deslizándose por las peligrosas facilidades que le brindará el astuto Beal. En su oposición se irá adentrando en una espiral de riesgo y falta de honorabilidad, que llamarán la atención de su propia esposa -Martha (Geraldine Wall)-, cada vez más reticente del protagonismo de Beal, y llegando a poner en peligro su matrimonio. O de uno de los más cercanos colaboradores del fiscal, el padre Thomas Garfield (insólito rol para el habitual villano George Macready), el primero que intuirá el aura maléfica de este siempre afinado ayudante.
A partir de esta premisa, a partir de un guion de Jonathan Latimer, ya reiterado colaborador del realizador, y experto en la combinación del noir con elementos fantastique adaptando una historia original de Mindred Lord, John Farrow traslada a la pantalla una historia en la que predominará por encima de todo, la anuencia de una atmósfera dominada por el desasosiego. Ayudado por una poderosa iluminación en blanco y negro de Lionel Lindon dominada por los oscuros, las sombras, contraluces y el uso de las nieblas exteriores, podremos disfrutar de un relato lleno de desasosiego, en el que se domina con acierto la mixtura de géneros. Y no solo a la hora de combinar los componentes noir con los relacionados con lo numinoso. Dicha combinación de elementos genéricos se hará presente en ciertas secuencias en tono de comedia, con aires a lo Damon Runyon. Hay ciertos ecos de Capra incluso -quien, no lo olvidemos, también practicó cierto coqueteo con lo sobrenatural, con su célebre IT’S A WONDERFUL LIFE (Que bello es vivir, 1946). En cualquier caso, lo cierto es que ALIAS NICK BEAL centra sus esfuerzos en esa permanente apuesta por una atmósfera sórdida, en ocasiones de duermevela, que tendrá quizá su ámbito más álgido en esa taberna costera, que aparece envuelta siempre entre una copiosa niebla -en ella se envolverá el crimen efectuado por Beal para atrapar a Foster en un último intento de este para escaparse de su influjo- y a la que igualmente contemplaremos de noche, apareciendo en sus instantes finales casi como la frontera al más allá. La película brindará, asimismo, una extraña ligazón con el noir por medio del personaje de la joven Donna Allen (Audrey Totter), muchacha de turbio pasado a la que Beal utilizará para llevar a cabo sus oscuros planes de apoderamiento del alma del hasta entonces incorruptible fiscal, que ejercerá como insospechada traslación de la femme fatal arquetípica en el cine policiaco de aquel tiempo. Será precisamente ella la primera que atisbe el abismo de riesgo que se cierne, al seguir el sendero que le marca el diabólico Beal, e intentando escapar de una vorágine dominada por la oscuridad.
Es bastante curioso señalar que ALIAS NICK BEAL se distancia de la habitual -y brillante, aunque en ocasiones artificiosa- querencia de John Farrow por largos y complejos planos secuencias utilizando con enorme habilidad la grúa. En su oposición, nuestro realizador apuesta en esta ocasión por la constante sensación de asistir a un estado de duermevela. A una extraña narrativa embadurnada de vigilia nocturna, en la que esos recovecos a los que se irá sumergiendo progresivamente ese intachable fiscal andado su camino hasta convertirse en gobernador. Una espiral de dependencia de ese personaje diabólico, al que Ray Miland proporciona algunos de los mejores registros de toda su carrera, adivinando en todo momento e incluso utilizando los recursos de que dispone, como es utilizar a Donna, para llevar a su terreno a Foster, hasta que este logre revertir esa firma y compromiso que ha brindado a Beal, de un lado renunciando a su nuevo cargo, y de otro conformando una atrevida conclusión, que en otras manos podría haber caído en el ridículo más absoluto, pero que en manos de Farrow está descrita con tanta convicción, que parece preludiar en cierto modo esos posteriores enfrentamientos de Hammer Films entre Dracula y Van Helsing. La película aparece trufada de momentos impactantes -la sobriedad que emanan de las secuencias dialogadas entre Foster y su esposa; la siempre sibilina presencia del mefistofélico protagonista, perfectamente ubicado en cada uno de los planos; ese leve travelling frontal sobre Mitchell y Milland acompañado por la demoniaca gestualización del segundo, mientras espera la llegada de los inspectores de policía, en apariencia decididos a acusar a Foster de asesinato-. No obstante, dentro de un conjunto brillante pero que en algunos momentos denota una cierta teatralidad, no me gustaría dejar de destacar su instante más inquietante. Cansada del influjo de Beal, Donna huirá y se refugiará ataviada con el lujoso abrigo que este le ha regalado, en la barra de un bar, donde se desahogará ya ebria junto a su viejo barman. En momento determinado y encuadrada en plano medio pedirá un cigarrillo, entrando en el encuadre la lujosa pitillera que le regalará también Beal, y trasladándose al rostro de la muchacha un semblante de pavor. La cámara describirá un elegante e inquietante movimiento de cámara, hasta encuadrar en el fondo de la barra y el encuadre la figura del mefistofélico protagonista. Fundido.
Calificación: 3
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