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CINEMA DE PERRA GORDA

A PLACE IN THE SUN (1951, George Stevens) Un lugar en el sol

A PLACE IN THE SUN (1951, George Stevens) Un lugar en el sol

Hay películas, a las que el paso del tiempo ha ido oscilando en su valoración. En algunas de ellas incluso esa mutabilidad ha tenido diferentes altibajos dentro de la ya larga andadura de la Historia del Cine. Uno de dichos ejemplos sería el que propone A PLACE IN THE SUN (Un lugar en el sol, 1951. George Stevens). Un título que en el momento de su estreno cosechó un enorme éxito de crítica y público -6 Oscars en aquella edición-, y que varias décadas después aparecería como referente a discutir y cuestionar dentro de los que se podría englobar en la qualité del cine norteamericano. Recuerdo, a este respecto, valoraciones en esta línea, ejercidas hace ya varias décadas en las páginas de la revista ‘Dirigido por…’, a cargo de dos de mis referentes de la crítica española, como el llorado José Mª Latorre o el veteranísimo Miguel Marías.

Sin embargo, creo que el discurrir de otros tantos decenios, bajo mi punto de vista ha disipado lo que de enfático podría albergar la que considero obra cumbre de Stevens, junto a la mucho menos recordada y previa PENNY SERENADE (Serenata nostálgica, 1942). Partiendo de la aclamada novela de Thedore Dreiser ‘Una tragedia americana’ -de la que Joseph von Sternberg firmó una atractiva y también cuestionada en su momento- versión en 1931- el tándem de guionistas formado por Michael Wilson y Harry Brown elaboró una actualización argumental, que trasladaba la acción original a un periodo de posguerra, coincidiendo a grandes rasgos con el periodo de rodaje del film.

La película se inicia de manera muy audaz -sobre todo poniéndose en la mirada del cine de su tiempo- con esa secuencia rodada mientras se impresionan los títulos de crédito, donde vemos discurrir al joven George Eastman (Montgomery Clift) en una carretera que le llevará a la ciudad en la que pretende establecerse laboralmente. En realidad estos breves pasajes, además de sorprender por su audacia -esos intensos primeros planos de Clift, que aciertan a describir el turbulento mundo interior de su personaje- describen a la perfección el entorno en que se va a desarrollar la película -el anuncio de la fábrica Eastman, el coche que discurre saludando a George- y muy pronto nos adentraremos en ese entorno urbano e industrial de postguerra, acertando la cámara de Stevens -magnífico el montaje de William Hornbeck- a la hora de describir breves pinceladas que muestran el marco industrial de la firma de ropa femenina que comanda el acaudalado tío del protagonista -que en un ocasional encuentro previo con este, le animó a que se ofreciera para encontrar un trabajo-. Esa capacidad verista de manera paulatina se irá aunando con los dos vectores románticos que canalizarán el futuro del protagonista. De un lado la progresiva cercanía que mantendrá en la fábrica -donde se prohíben relaciones entre empleados- con la joven Alice (Shelley Winters), y de otro las primeras muestras de la fascinación que George mantendrá con la atractiva, adinerada y aún inmadura Angela Vickers (Elizabeth Taylor). Curiosamente, esa latente obsesión en el joven aparecerá marcada de manera metafórica en un rótulo luminoso que zigzageará en el modesto apartamento de este. Fruto de esta última vertiente lo expresará la magnífica secuencia del primer encuentro de George en la mansión de su tío, donde es recibido por la familia de este y se presentará Angela -entonces novia del hijo del magnate-, que en ningún momento advertirá su presencia.

A partir de ese momento, la puesta en escena de Stevens se mostrará dominada por secuencias de más larga duración, en las que inicialmente se plasmará la efímera relación amorosa entre George y Alice, y donde tendrá un punto de inflexión el primer contacto sexual entre ambos, descrito con elegancia en una nocturna elipsis. No obstante, se encontrará presente en este su casi inevitable obsesión por Angela, algo que en todo momento observará la resignada Alice, quizá esperanzada -o ella misma se engañe dada su devoción por el muchacho, en quien involuntariamente proyecta una frustración existencial-. Será una circunstancia que tendrá su definitiva expresión en la fiesta a la que acudirá George, al objeto de poder hablar durante unos minutos con su tío y atender un ascenso profesional. Allí Stevens describirá una brillante coreografía visual que nos permitirá evidenciar la incomodidad que para un protagonista de clase obrera supone adentrarse en un universo de seres ociosos y acomodados. Unos instantes dominados por su precisa caligrafía visual, el espléndido lenguaje corporal esgrimido por Montgomery Clift y su evidente matiz crítico, que tendrán su conclusión con el inesperado -y secretamente deseado encuentro- entre George y Angela, mientras el primero desarrolla unas ociosas jugadas de billar en solitario, a partir de la cual se encenderá la abrasadora química esgrimida en todo momento por la pareja protagonista, y a la cual se servirá Stevens con una entrega total y absoluta, sin olvidar a partir de ese momento el contrapunto que brindará en la creciente soledad y dolor de Alice, quien sufrirá la circunstancia de quedarse embarazada de George.

Llegados a ese punto, el drama estará servido. Por un lado, la pasión del muchacho hacia Angela, exteriorizado de manera ya abierta, y de manera secundaria, su voluntad de poder ascender socialmente. De otro, el drama personal de Alice, doblemente asumido, de un lado por el creciente desapego de George, y de otro su dolorosa circunstancia de ese embarazo no deseado -la secuencia en la que acudirá a un médico, para de manera implícita practicarse un aborto aparece como una de las más dolorosas de la película-. Y en ese contraste aparecerá el tormento interior de un George, al que Montgomery Clift prestará una entrega absoluta, tan perceptible, que uno por momento llega a dudar si se encuentra ante un intérprete, tal es la sinceridad de su expresión en el drama vivido.

Será precisamente a partir de ese momento cuanto la textura de la película quedará dominada por una cierta oscuridad, quizá solo atenuada en aquellos instantes donde George intenta encerrarse en el espejismo que le proporciona su relación con Angela, para intentar olvidar. La extraordinaria iluminación de William C. Mellor se convierte en un extraordinario aliado a la hora de describir la temperatura emocional de un drama que poco a poco se irá imbricando en una espiral sin salida, y en la que la visita de la joven pareja de enamorados a un lago, proporcionará la primera advertencia seria de George de intentar superar el terrible dilema vivido con un asesinato. Todo sobrellevará a ese destino, agudizado por las crecientes largas brindadas a una cada vez más embarazada Alice, y al progresivo envalentonamiento de esta, que llegará a viajar hasta el lugar donde este se encuentra con Angela y su familia, cuando precisamente sus padres están a punto de otorgarle el visto bueno para autorizar la boda de ambos.

A partir de este momento, todo confluirá en ese extraordinario y angustioso episodio en el que George y Alice discurrirán casi en solitario con una pequeña barca por el lago antes mostrado en imágenes, en donde este finalmente aflorará el drama que atormenta al primero, en el que quizá sea el tour interpretativo más memorable de la carrera de Clift. La punitiva planificación de Stevens, la fuerza que alberga la sombría iluminación de Mellor y la vulnerabilidad de la Winters permitirán unos minutos extremadamente dolorosos, en los que finalmente nada sucederá como estaba planificado, pero en el que el destino de nuestro protagonista quedará ligado a la muerte accidental de Alice. A partir de ese momento, la torpe huida hacia adelante del muchacho no será más que la constatación de un peculiar calvario que asumirá casi sintiéndose derrotado en su interior. De destacar es la presencia de esa hipocresía de clase en el entorno de los padres de Angela, e incluso en el propio tío de George, a la hora de intentar desmarcarse del perjuicio y el escándalo que este les podría brindar. Esa mirada crítica contra la hipocresía de las clases altas, en el fondo supondrá el contraste hacia un muchacho condenado de antemano. Para ello se encargará al virulento fiscal Marlowe (Raymond Burr), que propondrá a la película quizá sus momentos más cuestionables y maniqueos, con especial mención a esa secuencia en la que este utiliza una canoa en plena vista, sin duda la peor del conjunto del relato.

Los detractores de la película -que conoció hace pocos años una inesperada revisitación, a partir de las citas que albergaban la extraordinaria obra de Woody Allen MATCH POINT (Match Point, 2005)- por un lado han argumentado quizá la frialdad con la que Stevens describe el material asumido, la presencia de algunos recursos posteriormente cuestionados -el predominio de sobreimpresiones-, el abierto predominio de la vertiente romántica, muy en la órbita hollywoodiense o, por encima de todas ellas, la adulteración del referente literario emanado por la célebre novela de Dreiser. A ello, me atrevería a señalar que a setenta años largos de su rodaje -la película estuvo más de un año hibernando tras su rodaje, al objeto de intentar aprovechar la Paramount su potencial éxito-, y cuando el lenguaje cinematográfico se ha degradado hasta extremos impensables hace años, es cuando se puede valorar de manera más racional esa querencia por los primeros planos, la propia abundancia de sobreimpresiones, la agudeza de su montaje, o incluso la presencia de breves y entonces sorprendentes ralentis que envuelven algunos de sus instantes románticos más memorables. En cuanto a esa relativa adulteración de su referente literario, soy de los que piensan que ambos medios tienen sus posibilidades, máxime cuando nos encontramos ante una adaptación que busca encontrar su lugar propio.

Finalmente, no cabe duda que si por algo se seguirá recordando A PLACE IN THE SUN, es por la irresistible fuerza que ofrece la intensa química establecida por la pareja formada por Clift y una jovencísima Taylor, en el primero de los tres títulos que protagonizaron juntos, iniciando una amistad entre ambos que se prolongaría hasta la muerte del primero. Desde la ya señalada secuencia de su primer encuentro ante la mesa de billar, y hasta el último y conmovedor descrito en la celda del acusado poco antes de ser condenado a muerte, lo cierto es los pasajes descritos entre ambos revisten una asombrosa fuerza romántica, que quizá alcance su cénit en el momento en que abandonan la fiesta que comparten para salir al jardín, y junto a la música de Frank Waxman y la entrega de los cerrados primeros planos de la pareja abrazada, no dudo surgen uno de los instantes más deslumbrantes del romanticismo emanado en el Hollywood clásico.

Calificación: 4

1 comentario

Sevisan -

Los clichés de la crítica de los años sesenta han tenido larga vida, pero hoy ya se reconoce la valía de Wyler o Stevens, dos "bestias negras" de dicha crítica.
Esta película a mí me parece una obra maestra, a pesar de algunas escorias en las que no quiero insistir. La química entre Liz Taylor y Montgomery Clift es "abrasadora", según tu feliz expresión, y da lugar a una de las cimas del romanticismo hollywoodense.
Momentos memorables: el primer encuentro en la sala de billar y la voz de la madre de George al teléfono "Estás con una chica ?"; ella acariciándole y diciéndole "Tell mamma"; El primerísimo plano de la balsa con unos vasos de refresco, la radio y los jóvenes en el agua; los fundidos de ellos dos besándose; las premoniciones de muerte en el lago (el crepúsculo, los pájaros); la visita final en la celda,etc., etc.
Lo dicho, una obra maestra.