Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

CRY OF THE CITY (1948, Robert Siodmak) Una vida marcada

CRY OF THE CITY (1948, Robert Siodmak) Una vida marcada

Dentro de la magnífica aportación del alemán Siodmak al universo del noir, lo cierto es que CRY OF THE CITY (Una vida marcada, 1948) propone un elemento singular, que al tiempo que la engloba dentro de este inconfesado ciclo, la dota de personalidad propia. Este aparece, de manera muy singular, al ser la única aportación del director -muy ligado a la Universal- dentro del ámbito de la 20th Century Fox. Algo que podría aparecer sin especial significación, ya que era habitual por parte de buena parte de los cineastas que poblaron el Hollywood en sus diferentes generaciones, el alternar el desarrollo de sus obras en diferentes estudios. Sin embargo, conviene recordar que la Fox ya llevaba poniendo en practica un modo determinado a la hora de trasladar a la pantalla el policiaco y el noir, basado una plasmación realista y en ocasiones con rasgos documentales, que quizá tuvo en la figura de Henry Hathaway su principal representante. Es por ello, que esta adaptación a cargo del experto Richard Murphy de la novela de Henry Edward Helseth propone una valiosa y, por momentos, fascinante mixtura de modos de entender el género, en la que se combinan los ya consolidados en el estudio de Zanuck, con la querencia expresionista inherente al mundo expresivo de Siodmak, y que en esta ocasión se expresa de manera fundamental acercándose a la galería de personajes que pueblan sus fotogramas, inmersa en un marco como el ‘Little Italy’ newyorkino, que aparece como marco casi doloroso de la tribulación de sus criaturas. De ahí la pertinencia de ese grito de la ciudad que alude su título original.

La película se inicia con una secuencia llena de intensidad, en la que en el fondo se sintetiza su entraña narrativa. En una habitación de hospital iluminada en penumbra, se reúne la familia italiana de Martin Rome (magnífico Richard Conte), quien se encuentra agonizante y al mismo tiempo custodiado por la policía. Rome es un delincuente que ha matado a un policía en defensa propia, y al que se acusa de manera infundada del asesinato de una anciana para robarle sus joyas. La afilada planificación de Siodmak destaca por un magnífico dominio de la duración del plano y, de manera muy especial, por el expresivo uso de los rostros y los cuerpos, elementos ambos que supondrán la alquimia necesaria de un relato intenso que combina con brillantez esa entraña interna de un mundo tan sensible como lleno de dolor, en donde mora una minoría desplazada de la colectividad de la ciudad de la gran manzana de la inmediata posguerra.

Contra todo pronóstico Martin se irá recuperando, y ya desde el primer momento rogará a su joven novia, la inocente Teena Riconti (una jovencísima Debra Paget) que no se vea implicada por la investigación policial. Esta se verá encabezada por otro inmigrante italiano, el teniente Vittorio Candella (un sorprendentemente brillante Víctor Mature), al que desde el primer momento veremos demuestra una cierta complicidad con el entorno del detenido, e incluso con él mismo. Alguien a quien el siniestro abogado Niles (el siempre inquietante Berry Kroeger) intentará que se implique voluntariamente en el asalto antes señalado, con la reticencia absoluta del protagonista, quien será llevado a una prisión-hospital, de donde logrará evadirse con la ayuda de un viejo recluso que simpatizará con él. A partir de ese momento, el devenir de la película se centrará por un lado en la huida, el reencuentro de Martin con Niles para obtener recursos que le permitan una nueva y alejada vida en la que Teena pueda estar presente con él, lo que le acercará al entorno del asalto de joyas y múltiples desencuentros con su abnegada familia italiana, en la que encontrará un aliado en su adolescente hermano Tony (Tommy Cook), quien verá en él a todo un héroe. Por su parte Candella, siempre acompañado por el teniente Collins (Fred Clark), proseguirá en la tarea de perseguir al huido, para lo cual utilizarán el señuelo del hermano joven, que saben se encuentra aliado a este y ayudándole en su cada vez más peligroso deambular, que en cierto modo hará las veces de un particular vía crucis. Y es que el conjunto de CRY OF THE CITY se caracteriza por la presencia en segundo término de crucifijos o imágenes que los simulen dicha simbología cristiana. En realidad, el film de Siodmak se dirime en una doble parábola bíblica. De un lado, la variación de Caín y Abel que proporciona la andadura paralela de un Martin incapaz de emerger del círculo vicioso que ha generado el entorno social de su existencia, y la de Candella, que sí supo emerger de dicho contexto, aunque lo fuera a costa de la grisura que le proporciona ser un agente de la Ley -en una de las secuencias entre ambos, el primero le reprochará al teniente la falta de atractivo de su existencia-. Pero al mismo tiempo, la película no dejará de plantear el fracaso de esa segunda oportunidad para un delincuente, que en el fondo sabemos sufre las circunstancias del fatalismo que le rodea -y para ello, solo cabe destacar el sentimiento familiar que alberga-, y al que en algún momento quizá podemos pensar podría sobresalir de ese fango que protagoniza su vida, pero al que en el último momento su propio yo interior le negará tal circunstancia.

A través de dicha conjunción, Robert Siodmak expondrá una pequeña gran tragedia, ayudado de manera especial por la rotundidad por la húmeda fotografía de Lloyd Ahern y la magnífica banda sonora de Alfred Newman. Lo tendrá también el esmero en la recreación de esos interiores de la familia italiana protagonista, o en el respirar de esas secuencias externas, que muestran el palpitar y al mismo tiempo la frialdad de la gran ciudad, marco cruel para esta pequeña tragedia colectiva. El cineasta, que intuyo se encontraba en un contexto de especial inspiración buscará, como antes señalaba, apoyarse de manera fundamental en los cuerpos y los rostros de sus intérpretes, intentando acercarse casi a sus mundos interiores, a sus dudas, e incluso sus tribulaciones, que en buena medida se focalizan en una inútil búsqueda de felicidad cotidiana.

Y en una puesta en escena dominada por el contraste de su magnífico ritmo narrativo, y la apuesta por largos e intrincados planos, lo que permitirá la prolongación de una atmósfera desasosegadora que se extenderá al conjunto del relato -incluso en aquellas dominadas por la calidez, descritas en el interior de la humilde vivienda de los Rome-, lo cierto es que la película encadenará una serie de secuencias y episodios dominados por su intensidad. Secuencias como la fuga de Martin del lugar donde se encontraba hospitalizado, cojeando por un interminable y oscuro pasillo, la espesura del episodio en el que se reencontrará con el turbio Niles, que finalizará con la muerte de este. La dolorosa secuencia de la operación que un médico inmigrante practicará al huido en la nocturnidad de la ciudad dentro de un coche, gracias a la ayuda de su amiga -encarnada por una jovencísima Shelley Winters-. Lo conmovedor de la posterior secuencia en los agentes descubren al médico, y este hundido les confiesa que necesitaba el dinero para su esposa enferma.

En CRY OF THE CITY destacarán los contrastes de su mirada colectiva. Es algo que nos manifestará la calidez de las secuencias descritas en la humilde vivienda de los Rome, en cuyas pareces casi se respira verdad, y que contrastará con la sordidez que plantearán otros escenarios y, sobre todo, otros episódicos personajes, entre los que destacará la amenazadora presencia de una descomunal Hope Emerson, encarnado a la masajista Rose Given, la gran aliada de Niles en el asalto y asesinato a una anciana que conocimos al inicio. Con su máxima de intentar explotar al máximo la fisicidad de sus intérpretes, Siodmak proporcionará a su personaje dos de los pasajes más explosivos de la película, dominados ambos por una entraña contrapuesta. El primero será el largo y amenazante plano en que esta masajeará con creciente intensidad a Martin, hasta concluir en una directa amenaza de asesinato. La segunda, dominada por una admirable planificación y montaje, y aunando además la querencia documental del relato, se describirá con el intento de apresar a Rose en una estación de metro gracias al chivatazo de Martin, y que culminará con inesperadas consecuencias.

Es cierto que en CRY OF THE CITY se deslizan diversos pequeños desequilibrios, centrados sobre todo en la indefinición que podrían presentar el propio personaje que encarna Debra Paget -cuya leve presencia en pantalla impide comprender la fascinación casi ciega que Martin provoca en ella-. O lo poco definido del rol de esa madura enfermera en quien este confiará la protección de la joven. Son, sin embargo, reparos muy menores en un conjunto magnífico, que alcanza su pathos en sus últimos minutos, en los que esa ascendencia cristiana del relato tendrá su máxima expresión, con unos instantes finales rodados en la nocturna y oscura soledad de la calle, en los que cualquier atisbo moralista se disipa, precisamente por el doloroso lirismo de raíz expresionista que Siodmak imprime a esos inolvidables pasajes.

Calificación: 3’5

0 comentarios