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CINEMA DE PERRA GORDA

Lewis Seiler

THE BIG SHOT (1942, Lewis Seiler) [El gran golpe]

THE BIG SHOT (1942, Lewis Seiler) [El gran golpe]

Pese a su extensa filmografía -unos 65 largometrajes rodados desde los últimos años del periodo silente y hasta finales de los cincuenta- y a haber formado parte en su carrera a la nómina de realizadores de la Warner Bros, lo cierto es que nadie se ha fijado nunca en la presencia del newyorkino Lewis Seiler (1890-1964) entre la nómina del artesanado de Hollywood. Es cierto que de los siete largometrajes suyos que he podido contemplar hasta la fecha, apenas me atrevería a destacar el tardío relato antinazi OPERATION SECRET (Guantes grises, 1952). En cualquier caso, entre los títulos suyos visionados y relacionados con el cine de gangsters, no se pueden negar sus relativas cuotas de interés. Por ello, no se comprende que en el canónico ’50 años de cine norteamericano’ Bertrand Tavernier y Jean-Pierre Coursodon no consideraran introducir la entrada sobre su aportación profesional.

Algo que no deja de resultar injusto, y que proporciona el relativo grado de interés brindado por THE BIG SHOT (1942) que, de entrada, supone un producto en cierto modo anacrónico -dicho esto sin ánimo peyorativo-. Lo es de entrada por su claro condicionamiento dentro de los ámbitos de la serie B del estudio. Y también por proponer un relato fronterizo, cuando la producción del género ya había evolucionado en las postrimerías de la temática de relatos criminales, encaminados a unos relatos de mayor complejidad y densidad, con la adopción de un lenguaje expresionista en sus momentos más dramatizados. Y, en definitiva, por suponer un insólito retroceso en el devenir de la carrera de un Humphrey Bogart que tenía muy cercano el estreno de las muy relevantes HIGH SIERRA (El último refugio. Raoul Walsh) y THE MALTESE FALCON (El halcón maltés. John Huston), ambas estrenadas en 1941, y poco antes de su definitiva entronización con CASABLANCA (Casablanca, 1942. Michael Curtiz). En cualquier caso, a partir de este conjunto de premisas nos encontramos ante un relato que puede ser que nos resulte en algunos momentos demasiado formulario, a partir del conocimiento que alberga hoy día el aficionado de los resortes del género, pero que en su conjunto no deja de revestir un estimable grado de interés.

THE BIG SHOT -traducido como “el gran cabecilla”- se inicia con una secuencia dominada por una sombría atmósfera -y que sería retomada con mucha mayor brillantez por el Robert Siodmak de la bastante posterior y magnífica CRY OF THE CITY (Una vida marcada, 1948)-, que nos permite asistir a la agonía de Joseph ‘Duke’ Berne (Bogart). La planificación y temperatura emocional nos permite deducir que se trata de un delincuente que ha sido reducido por la policía, aunque desconozcamos la pertinencia de una joven pareja que se encuentra animándole en lo que los que le rodean saben se trata de sus minutos postreros, y que el propio Berne asume con filosofía. Ello dará pie a un extenso flashback que se dirimirá en la práctica totalidad del metraje, y que se iniciará al presentarlo, absolutamente derrotado, tras salir de su tercera condena en la cárcel, donde ha permanecido veinte años de su vida. Decidido a no volver al mundo delictivo, que le predispondría a una cadena perpetua, no dejará sin embargo de ser tentado por algunos excompañeros suyos, actualmente ligados al entorno turbio del reputado y corrupto abogado Martin T. Fleming (Stanley Ridges). Pese a su renuencia aceptará trabajar para él en el asalto de un furgón blindado, comprobará que se ha casado con la que fue su prometida -Lorna (Irene Manning)-, y que, pese a todo, sigue manteniendo su amor hacia él. Decidido a no participar en el robo, el ruego que le formulará su antigua amante le hará finalmente no participar en el fallido y violento asalto -en un giro de guion poco convincente-. Ello sin embargo no le evitará ser considerado como superviviente del mismo y perseguido por la policía. Por eso, y siendo conocedor de los trapicheos de Fleming, se pondrá a su disposición para que sea su defensor. El abogado utilizará como argucia la anuencia de una falsa coartada, facilitada por el joven e ingenuo George Anderson (Richard Travis) -el que hemos visto en la secuencia inicial-, cuya falsa declaración será desbaratada por el propio Fleming de manera aviesa, al conocer la relación existente entre Berne y su esposa. La truculenta situación sentenciará al protagonista a la temida cadena perpetua, que vivirá inicialmente con escepticismo, y también un año de condena a Anderson en su condición de perjuro. En su deseo de ver fuera de la cárcel a Berne, Lorna articulará un plan que facilite su fuga, utilizando para ello a la prometida de Anderson -Ruth Carter (Susan Peters), la muchacha que lo acompañaba en la escena de apertura-. El plan se llevará a cabo, pero pronto surgirán las complicaciones e incluso las muertes. ‘Duke’ huirá con su fiel amada, pero de inmediato tendrá noticia de la injusta acusación al muchacho que le sirvió como fallida coartada, como autor de la muerte de un agente de prisiones. Será el momento de entender que ha de alorar en él, el rasgo de nobleza que anida en su interior.

Caracterizada por ese ritmo rápido característicos de las producciones del estudio, desde el primer momento llama la atención la atmósfera desesperanzada que tiñe sus mejores momentos. No queremos con ello señalar que nos encontremos cerca del alcance propio de un referente como el extraordinario, muy cercano en el tiempo y ya citado HIGH SIERRA, pero algo hay de ello en una pequeña propuesta que, justo es reconocerlo, se nutre de no pocos tópicos y estereotipos, pero que al mismo tiempo plantea constantes destellos de triste autenticidad. En primer lugar, resulta destacable ese empeño en perfilar con brevedad y precisión el rasgo de looser del protagonista. Lo comprobaremos en sus primeros instantes, en ese paseo en la soledad de la noche, sintiéndose perseguido por un policía, mientras se escuchan sus pensamientos en off, convenientemente subrayados por el fondo sonoro de Adolph Deutsch, brillante colaborador en la película. A ese sentimiento de fatalismo se sumarán esos instantes donde Seiler apostará por la inserción de pequeñas secuencias de montaje heredadas de un expresionismo tardío. Lo describirán esos intensos y arriesgados planos de acercamiento y retroceso a la córnea de ‘Duke’ que servirán para envolver el extenso flashback en que se insertará la película. También los que servirán casi a continuación como rápidas metáforas visuales de la larga estancia carcelaria del protagonista. Algo que marcará su prolongación en esos fugaces planos de detalle, cuando el protagonista descubra que su chica se ha casado, o la impactante sucesión de planos, cada vez más cercanos a su rostro, cuando este acuse la sentencia de cadena perpetua que sobre él se ha cernido a modo de tela de araña.

Además, de todo ello, en THE BIG SHOT concurre un estimable intento de humanización de personajes. Lo ejemplificará ese bobalicón muchacho que se ha metido en todo un embolado al acceder a servir de falso testigo para obtener una cantidad de dinero, y que en el tiempo en que ambos coincidan en prisión se mostrará apesadumbrado al haber contribuido involuntariamente a la condena que le han aplicado. Sin embargo, considero que en el film de Seiler destaca poderosamente el rol activo de Lorna Fleming. Alguien que en un primer momento podríamos considerar la clásica femme fatale, en un momento, todo hay que decirlo, que este perfil aún no se encontraba normalizado en esta corriente cinematográfica. Por el contrario, en esta película destacará por la inquebrantable fidelidad demostrada hacia ese amor al que las circunstancias llevaron a la cárcel y que se tuvo que casar con alguien que no amaba para resolver una dura situación familiar. Sin embargo no dudará en ayudar a su amado separándose del abogado, facilitando desde el exterior los elementos de su fuga y, en última instancia, buscando una segunda oportunidad, que el destino les negará de forma trágica. Y es en ese último giro, cuando las noticias de radio hagan conocer al protagonista la posibilidad de condena a muerte de Anderson por un asesinato que no ha cometido, donde a mi modo de ver la película alcance sus instantes más sinceros. La precisa planificación y, sobre todo, la interacción de la pareja protagonista y sus miradas de triste complicidad, permiten casi sin palabras vislumbrar en sus rostros, la imposibilidad de una felicidad deseada, y que el destino parece impedirles por completo.

Calificación: 2’5

CRIME SCHOOL (1938, Lewis Seiler)

CRIME SCHOOL (1938, Lewis Seiler)

En el otoño de 1935, se estrena en Broadway una exitosa obra teatral que, menos de dos años después, se llevará a la pantalla, producida por Samuel Goldwyn, y bajo el título de DEAD END (1937, William Wyler). Una propuesta de alcance social, protagonizada por Joel McCrea y Sylvia Sidney, donde tuvieron un especial protagonista, seis de los muchachos que habían debutado en el referente escénico previo. Eran los Dead End Kids quienes, en dicha configuración, pronto fueron fichados en el entorno de Warner Bros, donde protagonizaron un total de seis largometrajes, prolongando su andadura en títulos de menor enjundia, en medio de una cada vez más reducida presencia de sus componentes.

CRIME SCHOOL (1938, Lewis Seiler), es la primera de las ocasiones en las que los muchachos, fueron abordados en el seno de la Warner, asumiendo una sencilla historia, de tintes moralizantes, en la que los Dead End Kids serán ingresados en un reformatorio, tras herir a un estraperlista. Serán todos ellos, un grupo de chavales, procedentes en su mayor parte de familias heridas o desestructuradas, que han vivido en sus propias carnes, las dificultades de ese contexto. Pese a un juez que se mostrará comprensivo con la situación de todos ellos, la solidaridad marcada, a la hora de no delatar el auténtico autor -Spike (Leo Gorcey)- de la grave agresión -que, por momentos, parecía haber fraguado en homicidio-, les dictará una condena colectiva de dos años. Será un periodo larguísimo para estos jóvenes, topándose muy pronto con la crueldad de la máxima autoridad -Morgan (Cy Kendall)-. Este, por su parte, se cebará de manera muy especial en Frankie Warren (Billy Halop), el líder de la banda, que llegará a intentar la huida del recinto, siendo capturado y castigado con crueldad.

La llegada del joven Mark Braden (Humphrey Bogart) como nueva máxima autoridad del reformatorio, irá aparejada de un calendario de mejora en las condiciones del mismo, realizando una amplia modificación del personal allí existente, empezando por el propio Morgan. No obstante, accederá a que se mantenga como ayudante a Cooper (Weldon Heyburn), sin intuir que este ha sido cómplice de su antiguo jefe, tanto en la brutalidad aplicada a los internados, como en las irregularidades económicas que han sobrellevado ambos en la contabilidad del recinto. Braden iniciará un nuevo trato a los internados, sin lograr, no obstante, la confianza de los Dead End Kids, quienes se revelarán, sometiendo a una presión excesiva, la caldera del recinto, haciendo que esta estalle, aunque rescatando Braden a uno de ellos de una muerte segura. Dicho rescate, marcará un punto de inflexión, mostrándose a partir de ese momento los muchachos más colaboradores y, con ello, viéndose la efectividad de los métodos del nuevo mandatario, asumiendo Cooper con recelo, como este está acelerando la investigación de las irregularidades contables de su antecesor. Para contrarrestar esta circunstancia, Cooper presionará a Spike el cual, a su vez, pondrá a Frankie en contra del preceptor, falseándole la amistosa relación que este mantiene con su hermana -Sue Warren (Gale Page)-. Ello permitirá que estos se figuen, e incluso Frankie se enfrente a Braden que, efectivamente, se encontraba junto a su hermana, eliminando la libertad condicional de los muchachos. Será una estrategia, urdida al alimón por Cooper y Morgan, su antiguo jefe, al objeto de desacreditar a Mark, e impedir que descubra la corrupción económica que ambos han manejado. Siendo consciente el nuevo responsable, de la encerrona que se ha urdido en torno a él, tendrá que reaccionar con rapidez, para impedir que dicha fuga sea certificada, convenciendo a los muchachos a que regresen al recinto.

Pese a lo testimonial que podría generar su figura, creo que los Dead End Kids han aparecido tan estereotipados y estomacantes, como la mayor parte de jóvenes intérpretes que, a lo largo de la andadura del cine de pandilleros, poblaron las pantallas del Hollywood clásico. Dicho subgénero, por lo general, me ha parecido uno de los más esquemáticos e insinceros, jamás abordados en el cine americano, y hay que reconocer que CRIME SCHOOL aparece como un ejemplo de manual en este sentido. Pese a contar el aval argumental, de nombres tan solventes como Crane Wilbur -verdadero especialista en el cine carcelario-, o el posterior e interesante realizador, Vincent Sherman, lo cierto es que el film de por lo general gris y prolífico Lewis Seiler, apenas logra elevarse, dentro del cúmulo de convencionalismos, inherente a este tipo de cine. Sus primeros minutos, devienen no solo un rosario de tópicos, sino que sus imágenes, parecen el sobrante del montaje de la citada DEAD END, destinada al lucimiento de la pandilla, en medio de una mirada torpemente moralista, en torno al entorno social en el que viven los muchachos, caracterizado por los enracimados tugurios en donde desarrollan el día a día de sus vidas. A partir de la rápida presentación de la estereotipada galería humana -si de algo se caracterizaban las producciones Warner, es de poseer un montaje y ritmo envidiable-, pronto se mostrará la involuntaria acción delictiva de sus protagonistas, siendo recluidos en un orfanato, donde de nuevo los esquematismos adquirirán un inusitado protagonismo. Todo ello, representado por ese brutal y corrupto responsable del mismo -látigo incluido-, contra el que luchará un joven Bogart, presentado en esta película, en uno de sus escasos roles positivos, encabezando una cruzada en busca de reformas, en una institución llena de carencias -la comida que se despacha a los internos resulta casi infecta-.

En definitiva, nos encontramos ante una de las más estereotipadas muestras, de ese cine de estampa casi parroquial, encubierto bajo una pátina de denuncia social. Justo es reseñar su ágil ritmo, y tres secuencias que destacan con facilidad, en medio de un cúmulo de convenciones. La primera; la plasmación del intento de huida de Frankie, siendo finalmente incapaz de sobrepasar la alambrada de espinas que rodea el recinto, de donde es arrancado por los agentes. La segunda; el episodio del estallido de la caldera, provocada por el envalentonamiento de los muchachos, revestido de notable tensión. La última de ellas, adquirirá de manera sorprendente un tono de comedia, plasmada en el interior del recinto donde duermen los internos, mientras estos atienden la orden de pintarlo de blanco. Allí se irá dirimiendo la evolución en el pensamiento de todos ellos y, a fin de cuentas, irá triunfando un creciente aprecio a la figura de Braden.

Calificación: 1’5

OPERATION SECRET (1952, Lewis Seiler) Guantes grises

OPERATION SECRET (1952, Lewis Seiler) Guantes grises

Dentro de una filmografía que se extiende a cerca de noventa títulos, buena parte de ellos cortometrajes, e inserta incluso del propio periodo silente, lo cierto es que la figura del norteamericano Lewis Seiler representa a la perfección uno más de esos artesanos medios, eficaces, pero en pocas ocasiones realmente inspirados, que poblaron la andadura del cine clásico de su país. Su producción abarca los géneros más populares, de entre los que cabría destacar el western y el cine bélico, vertientes ambas cuyas muestras han llegado hasta nosotros con mayor precisión. Precisamente del segundo de ellos procede el título que comentamos OPERATION SECRET (Guantes grises, 1952), una serie B de la Warner Bros que, justo es reconocerlo, con facilidad podemos ubicar entre lo más atractivo legado por su artífice. Y estas cualidades podemos establecerlas ya desde su propio material de base, proporcionado por el guión de Harold Medford y James R. Webb. La relativa originalidad del mismo estriba en plantear el punto de partida de su argumento una vez ha concluido la II Guerra Mundial, y se han depurado parcialmente las responsabilidades emanadas en la misma. Para ello, se citará en Parias a una serie de personajes que durante la contienda mantuvieron entre si relaciones a diferentes niveles. De todos ellos la cámara de Séller establecerá su lugar de partida, mostrando las vistas aéreas de las mismas, entre las que destacará una arrasada ciudad alemana. Dichos personajes se centrarán en un antiguo oficial de la Gestapo -Herr Bauer (el siempre excelente Jay Novello-), un elegante hombre que proviene de Estados Unidos –Marcel Brevoort (un inicialmente sorprendente Steve Cochran)-, y un oficial que ha perdido un ojo –el Mayor Latrec (Kart Malden)-. La reunión de todos ellos se debe a intentar buscar el responsable del asesinato en plena contienda de uno de los responsables de un comando soviético que operaba en la Francia ocupada desde 1940. La autoría del crimen en principio recae sobre Peter Forrester (Cornel Wilde), del qe se desconoce su paradero desde entonces, y será la unión del testimonio de todos los presentes, a los que se unirá de manera sorpresiva otra de las componentes del comando soviético –Maria Corbet (Phyllis Thaxter)-. El atractivo que emana de OPERATION SECRET, se centra ante todo en la atractiva combinación que se ofrece de su estructura en forma de flash-back, que nos serán relatados por los citados, y la valiosa incardinación de todos estos episodios, en los que ninguno de ellos realmente miente, sino que son planteados partiendo de la personalidad de cada uno de sus relatantes y protagonistas. Para ello, la película elige inteligentemente un cast en el que la tipología de sus intérpretes –y la traducción española del film será reveladora al respecto-, contribuye a forjar un recorrido que por momentos nos acerca a ciertas producciones de alcance hitchockiano –FOREIGN CORRESPONDENT (Enviado especial, 1940), SABOTEUR (Sabotaje, 1942)-, sin dejar de desmarcarse en cierto modo de un cierto tono anticomunista que se esgrime de manera sutil en el relato. Sin embargo, esta circunstancia no acude en menoscabo de un relato que no solo funciona con verdadera pertinencia a la hora de mostrar la lucha de una oposición forjada por elementos de diferentes países, en contra del invasor nazi –es magnífica la manera con la que Brevoort describe la fecha en la que conoció a sus compañeros en 1940; la que marcó la ocupación nazi en Francia-, describiendo con presteza como ciudadanos y combatientes de diferentes países e ideologías contrapuestas, unirán sus objetivos contra un invasor común. Y será indudablemente atractiva la inclusión de secuencias y pequeños momentos de carácter documental, que se integran a la perfección, tanto dentro del tono fotográfico ofrecido porTed D. McCord, como por la magnífica dirección artística de interiores, en las que el aroma a ruina, la presencia de lugares secretos, sótanos, en la que hay personajes que aparentan personalidades que no son en realidad –Forrester y Maria llegarán a simular ser un sacerdote y una monja para poder burlar la persecución de los nazis-.

Quizá como nunca en el resto de su obra, Lewis Seiler logró además en OPERATION SECRET, plasmar un auténtico apólogo moral, bastante antes de que el ampuloso Stanley Kramer de JUDGMENT AT NUREMBERG (Vendedores o vencidos, 1961), apostando tímidamente por ese intento de reconciliación que se estableció en la sociedad civil europea, incluso con aquellos que colaboraron de manera activa con el III Reich –el ejemplo pertinente lo ofrecerá el personaje encarnado por Novello-. Esa capacidad para mostrar diferentes perfiles psicológicos, caracterizados por su credibilidad, es una de las mayores virtudes de un relato que funciona a varios niveles, y que en su tercio final logra alcanzar un notable grado de complejidad, puesto que en sus protagonistas se revelará la verdadera personalidad que alberga su interior, dentro de un contexto de sinceridad forjado por esa reunión de resistentes, que en un momento determinado revelarán su compromiso por los valores democráticos. Será un elemento en el que se mostrará a las claras la verdadera intención de aquellos que lo han propugnado pero en realidad no creen en ellos.

El film de Lewis Seiler, logra confluir en su trazado diversas líneas vectoras. La que describe la operación auspiciada por el ejército británico a la hora de bombardear unas instalaciones de material bélico, la traición marcada por uno de los componentes del grupo, el romance interrumpido que se fraguará entre el desaparecido Forrester y Marie… y la propia y misteriosa desaparición de este, a quien se da como desaparecido, y al que inicialmente se acusará del asesinato del camarada soviético que en 1940 decidiera la rendición ante los acosadores oficiales nazis. Trepidante en todo momento, creíble en su ambientación, máxime cuando se trata de un film rodado cuando la contienda mundial había dejado de ser un tema de especial interés, y especialmente brillante a la hora de exponer las consecuencias de la misma cuando han transcurrido varios años desde su conclusión –reitero la enorme fuerza que adquiere ese plano aéreo que revela una ciudad alemana arrasada por completo-, OPERATION SECRET es una de esas pequeñas películas en la que a su propia humildad, va unida una serie de valores y cualidades –sobre todo marcadas en el trazado de sus personajes- quizá ausentes en títulos más prestigiosos.

Calificación: 3

KING OF THE UNDERWORLD (1939, Lewis Seiler)

KING OF THE UNDERWORLD (1939, Lewis Seiler)

No quisiera que el motivo de estas líneas se convirtiera en un panegírico a la hora de reivindicar al realizador norteamericano Lewis Seiler (1890 - 1964), en la medida que poco he podido atisbar de su obra, y en la medida también de intuir que nos encontramos con uno de tantos artesanos competentes que poblaron el Hollywood de los años treinta -aunque su obra se extendiera por otros periodos-. Sin embargo, al ser comparado con otros nombres coetáneos suyos -pienso en nombres más conocidos como Archie L. Mayo o Michael Curtiz-, es cuando uno intuye que su figura ha quedado relegada de manera injusta, parangonándose sus virtudes como narrador con las expuestas por los nombres antes citados -también los de algunos otros-, en propuestas de género de gangsters caracterizadas por su tono más plomizo y moralista. En este sentido, no me puedo resistir comparar KING OF THE UNDERWORLD (1939) con referentes más o menos populares y en cierta medida reconocidos, como es el caso de 20,000 YEARS IN SING-SING (20.000 años en Sing-Sing, 1932. Michael Curtiz) o THE PETRIFIET FOREST (El bosque petrificado, 1936, Archie L. Mayo). Cierto es que nos encontramos antes títulos filmados años antes del que centra estas líneas es creado por la misma Warner tres años después. Sin embargo, sin destacar en su resultado ninguna obra maestra -y asumiendo sin pudor referencias de otros títulos o referencias previas bastante conocidas-, lo cierto es que nos encontramos ante una propuesta provista de extraña agilidad y una determinada originalidad e ingenio dispuesto en su guión -basado en una historia de W. R. Burnett-. En su trazado vislumbrarán notables giros, sin olvidar una mirada social desencantada, ni dejar de lado una visión bastante crítica en torno a dos elementos contrapuestos de la condición humana; su inveterada tendencia a la ambición, así como la búsqueda de la dignidad, aunque esta se plantee después de la muerte. Todo ello en poco más de setenta minutos ¿Qué más se puede pedir?

En apenas pocos planos -encomiable apuesta de síntesis por parte de Seiler, bien coordinado con el montador Frank DeWar-, se nos introduce en el contexto cotidiano del matrimonio por Carol (Kay Francis) y Miles Nelson (John Eldredge). Ambos son doctores y se han decidido a practicar una operación de urgencia en un paciente desahuciado por el disparo de una bala. La operación -contra todo pronóstico- será un éxito y, sin ellos pretenderlo, supondrá un cambio para la vida de ambos. El operado era uno de los componentes del gang del temible Joe Gurney (Humphrey Bogart). Este, en un arranque de sinceridad, acudirá al modesto despacho de Miles y le entregará una inesperada compensación económica de quinientos dólares. La importante cantidad -cuyo origen ocultará Miles a su esposa-, servirá para que estos se trasladen de vivienda e incluso ocupen una residencia respetable, aunque para Carol su esposo nunca haya abandonado su inveterada inclinación a las apuestas de carreras, aspecto para el cual el hecho de que tenga abandonada su clínica supone un testimonio irrefutable. Todo este fragmento está narrado en la pantalla con una encomiable capacidad de síntesis y una agilidad que, a mi modo de ver, prefigurará esa corriente mucho más madura que quizá tuviera su exponente más rotundo en la admirable THE ROARING TWENTIES (1939, Raoul Walsh) del mismo año. Con ella compartirá esa ya señalada mirada social, introduciendo los recovecos que proporciona el trasfondo de la Gran Depresión, introduciendo el insólito personaje del escritor venido a menos Bill Stevens (Mark Stephenson), convertido poco menos que en un indigente. Es evidente que no nos encontramos con un producto que se sitúe ni de lejos con la extraordinaria película de Walsh, pero lo cierto es que KING OF THE UNDERWORLD logra combinar todos esos factores, con giros de guión tan sorprendentes como la redada que sufren los miembros del clan de Gurney, en la que de manera elíptica se producirá el acribillamiento de Miles -que se encontraba entre los gangsters para socorrer las heridas de uno de ellos-. Será una manera sorprendente de introducir un nuevo marco para su esposa, hasta el momento desconocedora por completo de la actividad oculta de su esposo, e incluso incriminada en la situación delictiva -de la que será exonerada-, aunque ello le acerque a la posibilidad de ser expulsada del colegio de médicos. Por ello, y armándose de valor, se encaminará en su búsqueda de cualquier pista sobre Gurney -al cual nunca ha contemplado en persona- para lo cual decidirá acudir a la pequeña localidad en donde tiene las suficiente pistas de que este ha ubicado su cuartel general. Lo hará acompañada por su veterana tía, con la convicción de quien no tiene nada que perder y sí por contra bastante que ganar -sobre todo su dignidad personal y, de alguna manera, vengar la introducción de su esposo en un ámbito negativo que le costó la vida-. La llegada de Carol a esta pequeña localidad rural, muy pronto le permitirá ser ninguneada e incluso rechazada por el adusto médico local -un agudo apunte que incluye una nada solapada visión sobre el machismo inherente en una sociedad más primitiva-.

Por su parte, Joe Gurney encontrará al ya citado Stevens tras sufrir un inesperado pinchazo en pleno trayecto de carretera de su coche -mientras este circula por medio un paraje rural-, con el que simpatizará de inmediato tras comprobar su afinidad por la recurrencia a frases y gestos ligados a la figura de Napoleón. Este aceptará la protección que le ofrecerá el gangster sin conocer su verdadera condición, aunque muy pronto intentará escapar de su entorno cuando compruebe que trata de atracar un bando y huya de un refriega policial, donde resultará herido e incluso encarcelado, interviniendo en ello la figura de Carol. Como podemos destacar en este sucinto recorrido argumental, una de las principales virtudes que emergen en KING OF..., reside en esa insólita complejidad argumental que presenta su trazado, bastante inusual en el cine policíaco de la época, en la ausencia de moralismos de la misma -entendidos estos en la acentuación del carácter negativo de la figura del delincuente- y, obvio es señalarlo, la frescura narrativa que presenta el conjunto, mérito todo él atribuible a los modos del nunca considerado Seiler. No por ello vamos a a firmar que nos encontremos con un producto de especial relevancia, pero sí más que estimable, que culmina con una atractiva elipsis que nos traslada -tras la muerte de Joe recurriendo, una vez más, a una sentencia napoleónica- a años después, cuando Carol y Bill convertidos en estable matrimonio, descubren como su hijo ya a temprana edad, lee ese libro que aquel terrible delincuente encargara redactar a su padre en el pasado. Curioso producto de consumo, inserto entre SCARFACE (1932, Howard Hawks) y la ya citada THE ROARING TWENTIES, KING OF THE UNDERWORLD sorprende, dentro de la modestia de sus planteamientos, de ciertas ingenuidades y quizá de una necesidad de mayor duración, como una propuesta que se mantiene bastante fresca, soportando bastante bien -incluso mejor que otros títulos del periodo más reputados- la prueba del tiempo.

Calificación: 2’5

GUADALCANAL DIARY (1943, Lewis Seiler) Guadalcanal

GUADALCANAL DIARY (1943, Lewis Seiler) Guadalcanal

Todos conocemos el amplísimo despliegue dispuesto por Hollywood a la hora de su aportación a la causa aliada, fructificando en un corpus realmente amplio, del que cabría extraer un considerable bagaje de buenos títulos –yo mismo confieso que, pese a mis reticencias, el cine bélico ha aportado propuestas más que interesantes-. Pero al mismo tiempo es en este género donde más fácilmente se vislumbra la aplicación de unos códigos genéricos, que fueron imitados sin cesar por esas aportaciones menores que se incorporaron en su seno.

Ese es, para mi, el ejemplo que brinda GUADALCANAL DIARY (Guadalcanal, 1943. Lewis Seiler), que parte de un guión firmado por el prestigioso Lamar Trotti, y cuenta con un muy eficaz elenco de intérpretes. Y es que, de principio a fin la película podría erigirse como un perfecto modelo de todos aquellos estereotipos que con tanta reiteración se iban repitiendo en las películas de estas características.

Centrada en la ofensiva americana de 1942, el film de Seiler se limitará a ofrecernos una serie de estereotipados personaje –el joven soldado inexperto; el latino que encarna Anthony Quinn, el serio y circunspecto al que da vida Dana Andrews o el duro y un tanto alocado interpretado por William Bendix-. Todos ellos serán presentados y narradas sus andanzas por una molesta voz en off de un periodista que se introduce en sus vidas.

Y en ese contexto veremos el sentimiento maternal que tiene el joven soldado, las bromas y camaradería que hay entre ellos, etc. Ciertamente, no hay nada que a este respecto permita emerger GUADALCANAL DIARY de la más absoluta mediocridad. Pero los elementos positivos de la película se producen en el desarrollo de la lucha contra los nipones, en donde Seiler alcanza una gran fisicidad en los diferentes combates, logrando momentos de gran fuerza como el ataque a pie de playa por parte de los norteamericanos, ataque este que finalmente será neutralizado por los japoneses. Por ello quedará la imagen de la “ristra” de cadáveres de americanos en la orilla de la playa y formando una hipotética y fantasmal disposición de ataque, de la que solo logrará escapar a nado el personaje que encarna Anthony Quinn. Esa sensación opresiva tendrá también efecto en el intento del joven soldado que interpreta Richard Jaeckel de recoger una espada nipona que casi le cuesta la vida y, especialmente, en el comando que contraatacará a los nipones cuando estos se esconden en cuevas casi inexpugnables.

Pero con mucho, la secuencia más tensa del film tendrá lugar con el intenso bombardeo aéreo japonés –que destroza las instalaciones del aeródromo, y en las que nuestros protagonistas tendrán que guarecerse en un refugio, donde aflorarán las mayores certezas ante su inminente desaparición-

Poco después se desarrollará la batalla final para desalojar a los japonenses de la isla, para cuyo objetivos los americanos contarán ya con apoyo bélico y mayor contingente en tierra. El joven podrá matar por vez primera –a tres japoneses con metralleta- y el honor de los Estados Unidos de Norteamérica quedará incólume.

En resumen, un producto alimenticio de aquel periodo del género. Con elementos de interés pero, en su conjunto, bastante olvidable.

Calificación: 1’5