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CINEMA DE PERRA GORDA

Richard Linklater

A 4 días, del XV aniversario de Cinema de Perra Gorda (LXXVI) DIRECTED BY... Richard Linklater

A 4 días, del XV aniversario de Cinema de Perra Gorda (LXXVI) DIRECTED BY... Richard Linklater

El realizador norteamericnao Richard Linklater, en el centro de la imagen, dirigiendo a Julie Delpy y Ethan Hawke, en BEFORE SUNRISE (Antes del amanecer, 1995).

 

RICHARD LINKLATER... en CINEMA DE PERRA GORDA

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(7 títulos comentados)

BEFORE SUNSET (1995, Richard Linklater) Antes del amanecer

BEFORE SUNSET (1995, Richard Linklater) Antes del amanecer

Hay ocasiones en las que una visión retrospectiva sobre determinados títulos, pierde por completo cualquier atisbo de inocencia. Lo puede provocar para mal… y en este caso también para bien. Es el ejemplo que nos brinda BEFORE SUNRISE (Antes del amanecer, 1995. Richard Linklater), una película que no se puede contemplar hoy día, casi dos décadas después de su realización ¡Y como pasa de rápido el tiempo!, con la misma mirada y similar y positiva valoración que en el momento de su estreno –donde alcanzó el Oso de Plata al mejor director en el Festival de Berlín de dicho año-. El hecho de que forme parte en nuestros días de una de las trilogías más atractivas del cine contemporáneo, casi obliga a buscar las claves –que las hay-, en una película liviana y honda al mismo tiempo, en la que se encuentra la quintaesencia del cine de Richard Linklater, en aquel tiempo una figura prometedora y hoy día consolidado como uno de los nombres más interesantes del panorama alternativo estadounidense.

De entrada, y cuando hemos percibido el sendero que Linklater brindó al recorrido de la evolución de la pareja formada por Jesse y Celine, lo cierto es que la entraña de lo que con el paso del tiempo plasmará dicha trilogía, queda expuesto con claridad en el comienzo de BEFORE SUNRISE. En esos planos iniciales se nos mostrará a los dos protagonistas viajando en tren ocupando asientos dispares, contemplando la discusión mantenida por un matrimonio alemán. Será el auténtico nudo gordiano de que lo que, con el paso del tiempo, será la magnifica trilogía urdida por Linklater, Hawke y Delpy, unidos en esta ocasión por vez primera, para recrear ese encuentro furtivo de dos jóvenes durante catorce horas por las calles de Viena, antes de que Jesse parta para su hogar en Estados Unidos, y Celine retorne a Francia. Ambos se encuentran en la conclusión de sus vacaciones, iniciando con la sencillez que surge en algunos grandes momentos cinematográficos, una de las relaciones más interesantes brindadas por el cine contemporáneo.

A partir de dicho encuentro, combinando espontaneidad con dramatización, e insertando en las largas conversaciones la aparente banalidad en la inquietud por ciertos temas en ocasiones metafísicos inherentes el cine de Linklater, vamos asistiendo a un progresivo streptease emocional, por parte de esa pareja de muchachos desinhibidos, que en su momento se quisieron emparentar de manera errónea con aquella efímera “Generación X” -¿Se acuerda alguien de la misma?-, y a los que los magníficos Ethan Hawke –en aquel tiempo aún falto de su merecido reconocimiento- y Julie Delphy, otorgan una frescura, espontaneidad y autenticidad única. Con ellos recorreremos lugares conocidos de la capital austriaca, iluminados de manera deliberadamente artificial por un director, que en aquel entonces aún estaba dando los primeros pasos de una carrera prometedora, que ya había brindado en su debut un título tan valioso e inclasificable como SLACKER (1991). De ello se puede retener esa inclinación del director por el uso de los diálogos como elemento importante de su cine, sin suponer un quebranto de su imaginativo uso de la cámara. A través de ambas vertientes, los desinhibidos protagonistas se confesarán literalmente ante ese interlocutor que han conocido de manera inesperada, y con el que se ha establecido un extraño flechazo. Poco a poco aparecerá entre ellos la semilla de la mutua atracción, pese a su moderna concepción de las relaciones, que en apariencia reduce el amor a una mera reacción química.

En ese recorrido por diferentes rincones de la geografía urbana de la bella capital austriaca, resaltan instantes dominados por cierto romanticismo poético. La secuencia de la intervención de la vieja pitonisa que leerá las manos a Celine. La hermosa secuencia en la catedral de Viena, en la que la joven confiesa sus vibraciones ante los sentimientos presentes en la misma, pese a su ausencia de sentimiento religioso. La confesión inicial de Jesse a la muchacha cuando contempló el fantasma de su abuela en el momento en que murió, asumiéndolo con cotidianeidad y plasmando en el relato cierta inclinación a compartir inquietudes metafísicas. O, en definitiva, la secuencia del encuentro con un singular mendigo poeta, que les pedirá una cantidad a cambio de una poesía confeccionada tomando como base unas palabras proporcionadas por ellos mismos. Sentimientos y sensaciones en un relato de corte rohmeriano, centrado en la futilidad de las emociones, dominado por el entusiasmo y la convicción ofrecidos por Hawke y Delphy en un recorrido físico y vital que se establece en pocas horas, y del que me gustaría destacar una secuencia aparentemente sin importancia, en la que a mi modo de ver se define el conjunto de la mirada propuesta por Linklater. Me refiero a aquella que describe el abandono en paseo de uno de los lugares que han visitado, en donde se encuentra una terraza poblada por parejas. El componente de una de ellas se quedará mirando, sin tener en apariencia ningún sentido, como nuestros dos protagonistas abandonan aquel marco, proporcionando con ello esa extraña sensación de oposición entre realidad y ficción que define la película ¿Fueron figurantes que se dejaron llevar por el instinto, o un detalle deliberado del realizador, destinado a hacer ver dicha circunstancia? En cualquier caso, deviene un detalle fascinante, en lo que sería la primera entrega, que por momentos me hace parecer una traslación generacional al primer viaje que efectuaba el matrimonio formado por Mark (Albert Finney) y Joanna Wallace (Audrey Hepburn). Aquel desarrollado en TWO FOR THE ROAD (Dos en la carretera, 1967. Stanley Donen), en que se intercalaban las causas y los efectos de cinco marcos espacio temporales, entremezclados en una fascinante estructura discontinua. Lo que en el film de Donen y la complicidad del guión de Frederick Raphael concluyó en un solo film, en una de las visiones más apasionantes que el cine ha brindado sobre la vida de pareja, décadas después fue trasladado por Richard Linklater en una apasionante trilogía, que el paso del tiempo solo confirmará si tendrá un cuarto exponente, y del que el título que comentamos aparece como eslabón inicial, así quizá como el provisto de una menor densidad.

Nada hay de peyorativo en esta deliciosa película, que habla de las inquietudes de dos jóvenes que ensayan para convertirse en adultos, y que al tiempo se atraen y se desmarcan de convencionalismos marcados en torno a las relaciones de pareja. BEFORE SUNRISE aparece en nuestros días como una propuesta serena, luminosa, evanescente y al mismo tiempo de enorme pertinencia, que culmina con tanto sentido de lo cotidiano como se inicia, pero en la que el espectador intuye que la efímera relación entre Jesse y Celine tendría una prolongación en el tiempo. Nueve años más tarde, Linklater daría la respuesta esperada, tamizada de cierto desencanto, con BEFORE SUNSET (Antes del atardecer, 2004).

Calificación: 3’5

BEFORE MIDNIGHT (2013, Richard Linklater) Antes del anochecer

BEFORE MIDNIGHT (2013, Richard Linklater) Antes del anochecer

No es frecuente en el cine –y menos en el de los últimos años-, encontrar títulos que, despegándose de una estructura narrativa más o menos convencional, parezcan fluir en sus fotogramas. Son escasos títulos cuyos meandros argumentales parecen carecer de importancia –aunque en realidad ello no sea así-, exteriorizando su discurrir en una aparente sencillez, bajo la que se esconde el trasluz de todo un tratado de materia existencial. Cada uno tendrá sus propios referentes –personalmente citaría dos, THE BIG SKY (Río de sangre, 1952. Howard Hawks) o la más reconocida THE RIVER (El río, 1951. Jeasn Renoir)-, y entre ellos no dudo en señalar la excelente BEFORE MIDNIGHT (Antes del anochecer, 2013), tercera de las entregas que, de manera casi improvisada, se fue gestando en torno a dos personajes que aparecieron por vez primera en BEFORE SUNRISE (Antes de amanecer, 1995) –que reconozco en su momento no provocó en mi un excesivo entusiasmo; quizá una revisión mejoraría dicha impresión inicial-. Ellos eran Céline (Julie Delphy) y Jesse (Ethan Hawke), dos estudiantes que tenían en encuentro en tren en Viena, estableciendo una relación de apenas unas horas que se perdía con el paso del tiempo. Nueve años después, BEFORFE SUNSET (Antes del atardecer, 2004), proponía el reencuentro de aquellos efímeros amantes y convirtiéndose en pareja estable, dentro de un relato de admirables contornos. Nueve años más han tenido que transcurrir, para mostrarnos lo que se establecía como un marco ilusionante, dentro de un nuevo perfil; el de una unión ya consolidada, para la cual los fulgores del amor inicial han empezado a perder su brillo. Jesse tiene dos niñas de Céline, y en el inicio del film acompañará al hijo mantenido con su primera mujer de regreso a Estados Unidos, tras un verano conviviendo con su padre y esposa en Grecia, donde ambos han atendido una invitación de seis semanas por parte de un veterano escritor.

A partir de dicho inicio, BEFORE MIDNIGHT se estructura en torno a apenas cinco grandes secuencias, rodadas con una absoluta despreocupación –que no descuido- formal, a través de las cuales se destila un autentico continuum de obsesiones, no solo procedentes del mundo temático y formal atesorado por ese excelente y sorprendente realizador que cada día más es Richard Linklater, sino ayudado por la implicación que de manera pasmosa y al mismo tiempo revestida de absoluta naturalidad, se ofrece por parte de sus dos principales intérpretes. En pocas ocasiones la pantalla permite ejercicios de la aparente simplicidad y, al mismo tiempo, honda sinceridad, que manifiesta instante a instante, esta magnífica película –sin duda uno de los grandes títulos de 2013-, a la que nadie se la ha ocurrido emparentar con otra valiosa visión desencantada de la vida de pareja, vista esta en forma de comedia y desde un prisma menos opuesta de lo que pudiera parecer –me estoy refiriendo a THIS IS 40 (Si fuera fácil, 2013. Judd Apatow), algo inferior en sus logros al referente que comentamos-. El film de Linklater no oculta en ningún momento la querencia del cineasta por temas como la fugacidad de la existencia, o la relatividad de los sentimientos. Cuestiones que introduce con pasmosa facilidad en una puesta en escena de enorme complejidad bajo su aparente sencillez, en la que destacan auténticos tours de force cinematográficos, expresados en extensísimos planos secuencia –como el que, con la pequeña interrupción del inserto de unos planos de una ruinas, ocuparán un dilatado tramo del primer tercio del film-. Un fragmento en el que los diálogos, la complicidad y también un cierto grado de desencanto, se irá vislumbrando, según vamos integrándonos en la cotidianeidad de sus impresiones y pensamientos de esa pareja acomodada, integrada en un contexto cultural y creativo en teoría gratificante y soltura económica. En definitiva, con todos los planteamientos para disfrutar de una felicidad plena…

Y sin embargo ni con todos estos elementos, se puede dejar de atisbar de forma creciente, como la felicidad en realidad es el privilegio de unos instantes. Quizá del recuerdo de un pasado que se escapa de las manos a nuestros aún jóvenes protagonistas. Para ellos quizá ya haya pasado la luz de ese sueño anhelado por todo ser humano bajo la advocación del amor y llegue, por el contrario, el capítulo de la dura convivencia. En más de un momento, aquellos que hayan seguido esta trilogía, tendrán la sensación de que Linklater asumiera en ambas lo que Stanley Donen y Frederick Raphael plasmó de manera inolvidable en TWO FOR THE ROAD (Dos en la carretera, 1967. Stanley Donen) Pero si en aquella ocasión Donen eligió una estructura insòlita de tiempos fragmentados, heredada de la Nouvelle Vague de la época, el destino quiso que a Linkjlater, Hawke y Delphy –ambos guionistas del film- ofrecerlo en tres entregas complementarias… que quizá en el futuro tengan una oportuna continuidad.

En esta ocasión, es ese aura del desencanto el que poco a poco irá apareciendo en el seno de un matrimonio, centrado por un lado en el hecho de Jesse de tener que verse alejado de la vida de su hijo, o el papel de Cèline de ceder siempre ante la supuesta fama de su esposo. En realidad el conjunto del film se articulará, como señalaba al inicio de estas líneas, en una sucesión de conversaciones de creciente alcance punitivo, irónicas, sinceras y penetrantes, en las que se exteriorizará de manera sutil, el estado interior de una pareja que en su apariencia exterior lo tiene todo para poder proseguir su sendero en común, pero que poco a poco va dejando entrever las grietas de una relación que se transforma. Sin dejar de acudir a una sutil referencia a VIAGGIO IN ITALIA (Te querré siempre, 1954. Robert Rossellini), uno de los títulos clave a la hora de mostrar el desencanto en las relaciones matrimoniales, nuestros aún jóvenes protagonistas van comprendiendo en tierras griegas, que poco a poco su brillo y capacidad de disfrute se va diluyendo en ese casi invisible envejecimiento que, casi sin pretenderlos, los llevará al ocaso de sus vidas. Esa sensación se mantendrá latente en sus conversaciones mientras caminan, en la larga secuencia previa junto a los amigos con los que han convivido durante varias semanas. Hablando sobre lo efímero de la existencia, el pasado, la evocación… Todo un rosario de conceptos y sensaciones que se van desgranando con un pasmoso sentido de verdad cinematográfica, como si ello procediera del sentido último del alma de sus dos protagonistas.

Solo habrá dos excepciones en el discurrir de esas largas secuencias. Dos instantes en donde parece que el tempo del film se detenga –curiosamente ambas desarrolladas frente al mar-. En la primera de ellas Jesse recibirá un mensaje por su móvil, que acusará en silencio, aunque más tarde confiese a su esposa que en él le han notificado la muerte de su muy anciana abuela. El fantasma de la fugacidad de la existencia aparece de forma tan elegante como honda, como lo hará más adelante en el que considero el fragmento más hermoso del film. Se trata de aquel en el que los dos esposos contemplan el atardecer del sol. El movimiento que hasta entonces registraba el relato se detiene en una planificación casi ceremonial en planos fijos. En la mirada de los actores se vislumbra claramente el reflejo del reconocimiento de ese nuevo estado al que han de reconducir su existencia, y que tendrá su detonante en el fragmento final, donde se expondrá con crudeza la realidad de esa relación que se han empeñado en mantener como idílica. Los reproches entre ambos aparecerán en toda su magnitud, hasta el punto de reconocer Céline en un arrebato de sinceridad a su marido que no lo quiere, huyendo de esa supuestamente idílica noche de hotel que les habían brindado sus amigos, y que tendrá todas las trazas de convertirse en un fracaso.

En pocas ocasiones, el cine ha sabido transmitir la sensación de transformación en el compromiso de un matrimonio que se ha convertido en una frustración o la negación de la evolución de los sentimientos, y que junto a los dos títulos señalados, personalmente encuentro tiene referentes tan valiosos como THE HAPPY ENDING (Con los ojos cerrados, 1969. Richard Brooks) o la previa THE MARRYING KIND (Chica para matrimonio, 1952. George Cukor). El film del imprevisible y al mismo tiempo lúcido Linklater, deja abierta una puerta a la esperanza, con ese emocionante movimiento de grúa en retroceso. Una pequeña y hermosa concesión al romanticismo, quizá vislumbrando nuestros dos protagonistas que su modo de entender sus relación, pasa necesariamente por un nuevo estadio de compenetración, y en el que la luz de la felicidad, deje paso a la seguridad del conocimiento mutuo. El que el cine haya permitido cerrar con similar o incluso más severa conclusión otras propuestas, no impide reconocer la lúcida, sincera y atrevida propuesta formal y temática, con la que concluye esta insólita trilogía. Una trilogía con la que quizá me quedaría con el segundo de sus capítulos, sin por ello dejar de reconocer las excelencias del que comentamos, al tiempo que desear que en un futuro pueda fraguarse una continuidad a la misma. Sería sin duda el triunfo de una de las experiencias más singulares y atractivas brindadas en el cine de los últimos años, la confirmación de la enorme personalidad de Linklater, y la absoluta identificación de dos intérpretes que llegan a lo mejor de su terreno como tales; la sensación de ser ellos sus propios personajes. BEFORE MIDNIGHT es un en ocasiones doloroso canto de sinceridad en torno a la ruptura y la fragilidad de la felicidad conyugal, y el reconocimiento de la transformación de la misma en otro estatus, sin duda, más prosaico, y al mismo tiempo menos romántico.

Calificación: 4

SLACKER (1991, Richard Linklater)

SLACKER (1991, Richard Linklater)

Cuando uno ya ha tenido la oportunidad de visionar no pocas de sus obras, ratificar la personalidad de las mismas, y asumir con no poco placer el hecho de encontrarnos ante uno de los realizadores más interesantes con que cuenta hoy día el cine norteamericano, lo cierto es que contemplar SLACKER (1991), la ópera prima de Richard Linklater, tiene algo de especial. Supone darse de bruces con una aplastante realidad; la de reconocer que Linklater mostraba ya desde sus primeros pasos en la pantalla, un mundo expresivo y unas constantes temáticas definidas de forma absoluta. Es algo que se desprende más allá de la espontaneidad que manifiestan sus fotogramas, de la estructura discontinua que se enseñorea de un función en la que apenas existe un guión, entendido este de la manera habitual que caracteriza la ficción cinematográfica.

En su lugar, su propuesta se erige como una desprejuiciada ronda de personajes, a cual más iconoclasta, dentro del marco de la ciudad texana de Austin. Pero lo curioso de esta extraña y constante sucesión de seres, es que pese a suponer en sí mismos una estrafalaria galería, al espectador advierte con extrañeza que estos son más reales, cotidianos y creíbles de lo que podría parecer a primera vista. Esa fauna que por momentos nos puede acercar a auténticos frikis, en realidad se describe como una mirada inmisericorde en torno a la vertiente más desoladora y mediocre de la condición humana. Se trata de una premisa que comprobaremos desde los primeros instantes de la función, a partir de ese escalofriante –por cotidiano- atropellamiento de una mujer de cierta edad, que un lento travelling de retroceso nos revelará la terrible realidad del aparente accidente; ha sido un asesinato provocado por su propio hijo.

Es a partir de estos instantes, cuando SLACKER se describe con tanta deliberada parsimonia, como con un grado de coherencia interna de alto octanaje. Lo hará sin alzar nunca la voz, con una cotidianeidad desarmante, y aplicando unos modos visuales tan desganados –si entendemos estos dentro de los cánones habituales en la pantalla-, como reconocibles de forma inequívoca en el cine posterior de nuestro cineasta –en especial para los títulos que bastantes años después rodó utilizando unas revolucionarias técnicas de animación-. De tal forma, podrá gustar más o menos su cine, pero nadie puede negar en la obra de Linklater una voluntad de explorar nuevos caminos, que se inició en la que sería su primera aportación formulada para la gran pantalla. Hay en su desarrollo una textura visual, incluso una peculiaridad en la propia configuración física de sus intérpretes, en sus vestimentas, en su forma de caminar y, de forma especial, en sus diálogos. Ese desapego y ausencia de dramatización, deja paso en la película –como en buen parte del cine de su artífice-, a otra manera de concebir una dramaturgia que, de manera deliberada, huye de esa misma configuración, habitual en el conjunto de la producción cinematográfica. Solo por esa circunstancia, se debería tener en cuenta un modo de concebir el cine, que en esta ocasión pudo aparecer quizá como un ejemplo aislado y quizá condenado al fracaso más absoluto, pero que casi dos décadas después emerge con una desarmante coherencia no solo con el posterior desarrollo de la obra de su artífice, sino con la facilidad con la que su artífice logra manifestar en la pantalla ese lado oculto, esquizoide y, de tan estúpido, por completo ligado a la realidad norteamericana.

En concreto, SLACKER nos traslada hasta seres que no se esconden en contar sus paranoias detrás de ese taxista que escucha los mismos con un desinterés y desapego absoluto, con otro que parece haber destinado su vida a intentar descubrir todo aquello que se oculta en la conspiración que acabó con la vida de Kennedy, a un veterano luchador de la causa republicana española –lo que permite al espectador hispano descubrir la veracidad de los datos que introduce en este breve episodio-, que en el fondo no ha hecho más que fantasear dentro de su veteranía ante un inesperado ladrón. De esa y otra fauna se nutre este recorrido casi basado en la improvisación, en el que no se ausentará esa inquietud metafísica que parece acompañar la obra de Linklater, sin que en ningún momento le abandone ese sentido crítico, que tendrá con el paso de los años exponentes tan valientes y valiosos como FAST FOOD NATION (2006).

¿Cómo es posible que una amalgama que en realidad se excluye por completo de la narrativa tradicional, y que en definitiva no es más que una sucesión improvisada de insólitos personajes, adquiera en la pantalla esa sensación de verdad tan acusada? ¿Cuál es la receta que promueve un director que entonces contaba con una tan escasa experiencia fílmica, para transmitir al espectador más avezado el riguroso seguimiento de una manera tan personal de entender la narrativa, siendo esta al mismo tiempo tan invisible, tan alejada de cualquier moda y, al mismo tiempo, tan tangible y auténtica? En realidad, supone una receta tan difícil de discernir como fácil de percibir. Se trata, sin llegar a discernir la esencia del cine de un nombre que ha sabido encontrar desde el principio un camino personalísimo –con la excepción de la alimenticia THE NEWTON BOYS (1998)-, de un ejemplo pertinente y especialmente valioso, que habla de las posibilidades que sigue manteniendo y albergando la exploración en el lenguaje y los códigos cinematográficos. Por fortuna, dos décadas después de este atractivo, irónico, terrible, iconoclasta y, al mismo tiempo, cercano SLACKER, los espectadores de aquellos primeros años noventa, pudieron atisbar el talento que ya se intuía en un nombre que sigue sorprendiendo y siendo coherente, en una obra sostenida con tanta humildad, convicción y absoluto alejamiento de las constantes que dominan el cine norteamericano de nuestro tiempo. Felicitémonos por admitir que con valores como Linklater, se expresa una de tantas posibilidades alternativas para el el disfrute de la magia de la pantalla.

Calificación: 3

FAST FOOD NATION (2006, Richard Linklater) Fast Food Nation

FAST FOOD NATION (2006, Richard Linklater) Fast Food Nation

Según nos vamos acercando a la inconoclasta, atractiva y al mismo tiempo rigurosa obra de Richard Linklater, podemos establecer la dualidad que guía los propósitos del director norteamericano. Por un lado establecer con su andadura fílmica un constante campo de experimentación, y a partir de dicha inclinación expresar descripciones e indagaciones sobre diversos de los elementos y situaciones que conforman la realidad vital de los Estados Unidos. Cierto es, a este respecto, que quizá esa elección de temas y estéticas han venido adquiriendo carta de naturaleza en su obra de manera casi improvisada, pero ello en absoluto ha de servir como argumento en contra. Antes al contrario, es precisamente ese rasgo libre a la hora de dar vidas a unos proyectos basados en rodajes rápidos, la colaboración de conocidas estrellas a precios casi simbólicos, y la capacidad de su cine para manifestar planteamientos en los que los diálogos alcancen una gran importancia aunque vengan revestidos de unas búsquedas formales o un cuidado especial en la puesta en escena, lo que les proporcionará finalmente su verdadero alcance. En definitiva, el cine de Linklater tiene ganada la batalla de la reflexión, alcanza una insólita fuerza en los planteamientos que se despresen en sus diálogos, e incluso tiene la suficiente intención de brindar a través de diversos de sus títulos, una amplia gama de usos y costumbres, reveladores de la fragilidad existente en la pretendidamente sólida sociedad norteamericana.

 

En este mismo sentido, al hablar de FAST FOOD NATION (2006, Richard Linklater), podríamos  hacerlo planteando su conjunto como una denuncia de los excesos y peligros que se encuentran cercanos cuando tenemos como norma habitual la ingestión de la denominada “comida basura”. Sin embargo, para cualquier espectador más o menos avezado, es indudable que la propuesta de Linklater saber mirar más allá, ofreciendo a partir de ese relato entrecortado una parábola de amplio alcance, a través de la cual podemos analizar, sentir y comprobar, los múltiples agujeros y debilidades que plantea en los últimos tiempos el modo de vida norteamericano –aunque fácilmente podría ampliarse dicho registro a la civilización occidental-. La película mostrará la fuerza y virulencia de su registro, contraponiendo inicialmente las trayectorias paralelas de un ejecutivo de una firma multinacional de hamburguesas y derivados –Don Anderson (Gregg Kinnear)-, que ha sido destinado a una misión de descubrir las causas por las que los análisis de sus productos albergan un considerable dosis de sustancias fecales. El encargo le hará viajar hasta la localidad donde se encuentra la planta cárnica de la que emana la materia prima de todos estos productos. Este argumento inicial irá entremezclado con la singladura que ofrecen diversos inmigrantes ilegales mexicanos –entre los que destaca el joven matrimonio formado por Raúl (Wilmer Valderrama) y Sylvia (Catalina Sandino Moreno)-, captados por la multinacional alimentaria para ser explotados a bajos costes, ofreciéndoles horarios y condiciones laborales en teoría inmaculados, aunque pronto definidos por un alcance casi inhumano.

 

Evidentemente, un planteamiento como el que comentamos, en numerosas ocasiones –muchas más de las deseadas-, ha derivado en los últimos años hacia resultados discursivos, esquemáticos y prescindibles. Nadie puede negar que la peligrosa deriva del mandato de Bush en Estados Unidos, y el schock mundial del 11S, ha propiciado todo un compendio de títulos destinados a cuestionar las bases sobre las que se ha asentado el mandato de los republicanos. Películas que tranquilizan las malas conciencias, repletas de consignas de índole progresista, solidarias y en apariencia comprometidas, aunque finalmente limitadas por su inconsistencia dramática ¿Cuántos de estos títulos lograrán sobrevivir la efímera repercusión del momento de su estreno? Personalmente, creo que muy pocos. Uno de ellos, será esta sorprendente FAST FOOD… que funciona precisamente por dar de lado su componente discursivo, por la aparente relajación de sus propuestas o por orillar el alcance demagógico dentro de una inicial composición que en momentos anota tintes de comedia. Dentro de su aparente desaliño formal el film de Linklater logra establecer cargas de profundidad de notable enjundia, atiende al apunte inicialmente distendido –los devaneos amorosos del jefe de Don, que posteriormente ejercerán como inesperado eje puritano de conciencia, cuando Harry Rydell (Bruce Willis) intente desacreditar ante este la actitud de su superior; el instante en que el destino de ambos protagonistas se entrecruzará en un inofensivo encuentro de sus vehículos en la calle principal de la localidad-, procura un retrato de personajes francamente definido en el que destaca la aportación de diversos y conocidos intérpretes -Ethan Hawke, actor fetiche del realizador, Kris Kristoferson, el citado Willis, Bobby Cannavale-, que saben implicarse en el conjunto del relato, logrando perfiles convincentes y complementarios a la fauna de personajes creada. Con todo ello, con una labor de puesta en escena aparentemente descuidada, pero finalmente definida con un esmero formal y un sentido de la composición realmente revelador, logrando perfilar un cuadro coral en el que realmente se logran contraponer perfiles y matices realmente inquietantes, Linklater logra componer en voz baja, pero con convencimiento, una visión demoledora sobre el presente y el devenir de una sociedad convulsa. Un entorno de convivencia en el que la mentira acaba por hacerse verdad, en el que las apariencias en todo momento demuestran ser contrarias a lo que aparentan defender, en donde cualquier modo de lucha u oposición está condenado al fracaso –oponiéndose al papel liberador que estos movimientos adquirieron en el pasado-, y en el que el fantasma de la alienación, el control sobre la información del adversario y el materialismo, se erigen como norma de conducta. Solo basta con observar la derrota moral que asumirán tanto Anderson –finalmente rendido por su incapacidad de sobrepasar los inconvenientes que plantea su lucha inicial, y que en el epílogo del film se nos presentará como un ejecutivo tan finalmente conformista como interiormente hundido- como la joven Sylvia –que tiene que verse humillada por el arrogante Mike, viéndose incluso sodomizada para acceder a un trabajo deplorable en la planta, y poder atender con ello económicamente la inactividad que ha sufrido el accidente de su joven esposo-. Un panorama desolador, casi sin escapatoria, como si se extendiera sobre toda una sociedad un virus de múltiples y letales consecuencias, que en esta ocasión escapa al dogmatismo merced a una mirada coral, una narración en voz baja, una contraposición de elementos y situaciones tipo y, ante todo, una sensación de verdad cinematográfica que respiran las situaciones que sufren todos sus personajes. ¡Que diferencia con esos semblantes alienados y conformistas que nos muestra la secuencia inicial! al recibir las diferentes modalidades de la multinacional de comida basura.

 

Indudablemente, FAST FOOD… sabe definir un discurso que poco a poco se esgrime como apasionante, Pero siempre lo hará con aparente ligereza, sin enfatizar ni distanciarse de sus planteamientos, y logrado por un lado una mirada coral, en momentos incluso distendida, y alcanzando finalmente una visión de conjunto francamente desoladora. Es ahí donde se encuentra el mérito más plausible del film de Linklater. El de saber penetrar en el lado oscuro de una sociedad definida en su superficie como libre, pero que en realidad esconde demasiados elementos que impidan siquiera atisbar el más mínimo optimismo, ante una realidad casi, casi, existencialista en sus planteamientos.

 

Calificación: 3’5

WAKING LIFE (2001, Richard Linklater) Waking life

WAKING LIFE (2001, Richard Linklater) Waking life

Equidistante y al mismo tiempo relacionada con títulos tan contrapuestos como ABRE LOS OJOS (1997, Alejandro Amenábar) o THE SIXTH SENSE (El sexto sentido, 1999. M. Night Shyamalan), WAKING LIFE (2001) se ofrece al espectador sin embargo, como una propuesta inusual. Una película de alguna manera única, aunque la misma fácilmente pueda ser insertada dentro de la singularidad y capacidad de riesgo que preside el personal mundo cinematográfico de Richard Linklater. Merecidamente, la que supone una de sus propuestas más personales, ha adquirido ya un status de cult movie, y es sin duda un rango que el propio realizador perseguía, a la hora de plasmar en la pantalla uno de los estados más complejos de trasladar a la pantalla; el del mundo del subconsciente, un estado alterado de consciencia o, quizá, la expresión visual del eterno sueño… ese que afirma que es aquel del que no se puede jamás despertar en su propio cuerpo. A partir de esas premisas, el film de Linklater  -rodado tras el que quizá suponga el título más prescindible y convencional de su filmografía; THE NEWTON BOYS (1998) y poco antes de otro magnífico experimento cinematográfico; TAPE (2001)- plantea un recorrido inconexo, basado en la fuerza de la imagen y el poder de la palabra, en el que un joven y despierto muchacho, de manera casi instintiva se ve abocado a una búsqueda imposible de la respuesta a los eternos interrogantes de la vida. De este modo, utilizando una combinación de rodaje en imagen real con cámara digital, tratado con una posterior animación de sus resultados, el personalísimo realizador norteamericano –también guionista del proyecto-, propone al espectador un angustioso, lúcido, esperanzador y contrapuesto recorrido de las distintas corrientes de pensamiento que han ido acompañando al hombre contemporáneo. Pensamientos que oscilarán desde la opción más existencialista y desesperanzada –representada en ese joven hastiado de la vida y los condicionantes que esta plantea, que optará por inmolarse rociado de gasolina, en ese grupo de muchachos que recorren la calle hastiados, o en la representación casi tarantiniana de la facilidad en la expresión de la violencia en la vida cotidiana-. También el reconocimiento de la posibilidad de un el viaje por los sueños, una visión de marcado escepticismo en torno a la pretensión humana de la inmortalidad -que es plasmada por un episodio interpretado por Ethan Hawke y Julie Delpy, intérpretes fetiche del realizador- pasando por una mirada casi mística del papel de la propia imagen cinematográfica. WAKING LIFE desarrolla su metraje como una especie de extraña sinfonía musical –punteada en ocasiones con música de tango-, en el que sus diferentes episodios y sucesión de personajes se ofrece de manera en apariencia caprichosa e inconexa, pero que poco a poco van revelando la auténtica faz de un crisol de pensamientos, impresiones y visiones, que se resuelven con un sorprendente grado de conexión.

 

Una conexión que precisamente alcanza en las propias contradicciones de sus enunciados un alto grado de verdad cinematográfica. Esa sucesión de reflexiones en voz alta –que toman como hilo conductor la eterna sed de conocimiento absoluto manifestada de forma callada por el joven e inquieto protagonista-, que logran en sus diferentes grados de presencia en pantalla o incluso en la propia definición o estética mostrada en sus plasmaciones visuales una extraña compenetración. Cierto es que en un determinado momento la película puede acusar un cierto grado de hastío en una cierta reiteración de su fórmula. Sin embargo, es un mérito de Linklater lograr remontar dicha circunstancia, insertando en el momento oportuno, la que quizá suponga la revelación más arriesgada del relato. Ese episodio final que se inicia con la manifestación de una filosofa en la pantalla televisiva que recorre de manera cansina el protagonista, revelando que quizá la existencia de la vida postmortem, pueda representarse en un estado de conciencia alterada, definido por la imposibilidad de retornar al cuerpo. Será un apercibimiento que para este llevará a un cierto grado de angustia existencial –hasta entonces su grado de implicación emocional le convertía en un personaje pasivo-, que le llevará hasta la confesión que le ofrecerá el que fuera inicialmente compañero de un extraño viaje en taxi –encarnado por el propio realizador-. Este le remitirá a reflexiones místicas surgidas de la mente del escritor Philip K. Dick, planteando en esencia una demoledora y al mismo tiempo simple definición de la eternidad “el momento que llega después de esa lucha del ser humano –imbricado en el tiempo- por evitar encontrarse con ella”. Probablemente a esta, como a otras muchas de las disgresiones filosóficas que emana del casi siempre apasionante metraje de WAKING LIFE, se le puedan oponer opiniones contrapuestas. Sin embargo, el mérito de la película estriba en la capacidad para articular un conjunto de reflexiones de alcance metafísico, sintetizando todo un recorrido dispuesto en breves episodios, reflexiones e incluso viñetas, que alcanzan en esa plasmación aparentemente “naïf” de sus imágenes, una textura por momentos vaporosa, contrapuesta, atractiva y, casi siempre, fascinante.

 

Ciertamente, la singularidad del film de Linklater confirma el carácter experimental de una filmografía en la que a dicha inquietud formal y temática cabe añadir que la misma despierte en todo momento un resultado cinematográfico brillante. Es a mi juicio el ejemplo opuesto al que brinda Steven Soderbergh –que aparece fugazmente en el film-, a partir de una filmografía en líneas generales dominada por su pretenciosidad –se que es una opinión muy personal-. Por el contrario, en un título como este, como en otros como los ya citados TAPE o el posterior BEFORE SUNSET (Después del atardecer, 2004), nuestro realizador logra trasladar un equilibrio entre pretensiones y resultados, logrando al mismo tiempo que su capacidad para lograr apostar por nuevos caminos, sino en el lenguaje cinematográfico, sí en la manera de agilizar la expresión de las mejores virtudes de la imagen fílmica, logre trasladar a la pantalla unos resultados ágiles y definidos por su verdad. Una verdad probablemente, como sucede en el título que nos ocupa, imposible de concluir de forma tangible, pero que al menos se intenta plasmar, siquiera sea el caso, mediante una manera original al ser expresados en la pantalla, y de cuya fórmula retornaría a abordar en la posterior A SCANNER DARKLY (2006)

 

Calificación: 3’5

TAPE (2001, Richard Linklater)

TAPE (2001, Richard Linklater)

Probablemente lo mejor que se puede decir de TAPE (2001, Richard Linklater), es constatar que a partir de su arriesgada propuesta cinematográfica y formal, uno logra olvidarse de los orígenes teatrales de la misma. En mi propia impresión personal, en ningún momento vino a mi mente esa circunstancia, lo cual dice bastante del interés y la audacia narrativa que propone un director que en los últimos años está destacando como uno de los más atrevidos formalmente de cuantos forman parte del cine independiente norteamericano. Es así como con un solo escenario y tres únicos personajes, logra mantener el interés en todo momento en una película rodada en apenas seis días en formato digital.

La acción de la película se desarrolla en una desvencijada habitación de un motel de Michigan. Allí se aloja Vince (Ethan Hawke), un joven de 28 años que en la actualidad se dedica al menudeo en la droga, alternando esta actividad ilícita con su condición de bombero voluntario. Vince ha acudido hasta allí para asistir al estreno de la película de su íntimo amigo –Jon (Robert Sean Leonard)-. Este acude a visitar a Vince a su habitación, y en la conversación entre ambos muy pronto comenzarán a relucir reproches que responden a la diferente concepción que de la vida, el futuro y el triunfo tienen ambos. En la progresiva profundización del debate entre los dos amigos aflorará un oscuro suceso del pasado de Jon; diez años atrás protagonizó una violación con una compañera de estudios –Amy (Uma Thurman)-. El recuerdo de aquel suceso aparentemente olvidado atormentará a un joven que es el paradigma del triunfador. Pero Vince lleva aún más lejos su afán por recordar este hecho, al llamar a la propia Amy a la habitación, con la excusa de ir de cena con ella. Actualmente la joven ejerce como ayudante de fiscal, y tras la sorpresa inicial y el doloroso recuerdo de lo sucedido –aparentemente superado-, ejercerá su venganza hacia los dos hombres que dejaron huella en su pasado.

TAPE está basada en una obra en un solo acto de Stephen Belber, que también ejerció como guionista de la película. Y su desarrollo y espíritu puede sumarse a los expresados por otros dramaturgos tan conocidos y apreciados –en su condición literaria y también en la de cineastas- como Neil LaBute o David Mamet. Cercano a la obra de estos, en esta cuestión se plantea un agudo drama psicológico en el que se opone la mentalidad del éxito, la apariencia de las cosas, el peso del recuerdo, el destino o una visión nada complaciente de la hipócrita sociedad norteamericana. Lo que quizá resalta en esta propuesta dramática es la constante presencia de giros intercalados de forma sutil, que hacen avanzar el desarrollo psicológico en la interacción de sus personajes. Esa sutileza y cotidianeidad de su presencia, es la que bajo mi punto de vista favorece una mayor riqueza en las propuestas que se van integrando en el relato, evitando con ello una brusquedad o aparición de grandes sorpresas. De hecho, incluso la venganza final de Amy, en el fondo no resulta más que simbólica, y de alguna manera vuelve a recordarnos la relativa insustancialidad del motivo central que ha unido a ambos personajes.

Dentro de un drama de estas características, está claro que lo que importa es el trazo, la interacción o el contraste que de ellos se pueda desprender en su traslación en la pantalla. Dentro de ese contexto, Linklater logra trasladar la fuerza dramática de la propuesta a partir de su traslado a formato digital, potenciando el interés de la misma a partir de una aguda planificación que por lo general evita la reiteración de los encuadres, que provoca en todo momento una sensación de dinamismo visual y al mismo tiempo un desasosiego que de alguna manera expresa cinematográficamente un conflicto latente durante varios años. Pero al mismo tiempo, y de forma complementaria, el realizador describe la forma de vida de los dos amigos que de nuevo se reunen, por la incorporación de pequeños detalles en los encuadres, plasmados de forma directa –por ejemplo, el contraste en el calzado de Vince; unas viejas botas vaqueras, con el de Jon; unos cuidados zapatos de diseño-. En todo momento se plantean pinceladas de este tipo que contribuyen a enriquecer un relato basado únicamente en la calidad del texto teatral original y, por supuesto, en la perfecta compenetración y excelente interpretación que realizan el trío de actores que llenan la pantalla con su presencia –y de las que cabría destacar el empeño de Ethan Hawke en el proyecto, colaborando de nuevo con el director que quizá más satisfacciones ha proporcionado a su carrera como intérprete. Probablemente sin su interés, esta película no hubiera sido realidad-. En base a esos ingredientes, quizá TAPE no sea quizá una propuesta demasiado novedosa en sus orígenes teatrales, pero es indudable que ese propio origen tiene como base un material de calidad, que es potenciado por la inventiva puesta en escena de un director que cada día más, hay que tener en cuenta, así como una impecable labor de sus actores. Una muestra más de esa positiva interacción cine – teatro, que además en esta ocasión apuesta por la evolución del cine en el terreno de la imagen digital en un sendero, obviamente no el único, que aún debe proporcionar frutos llenos de interés.

Calificación: 3

 

BEFORE SUNSET (2004, Richard Linklater) Antes del atardecer

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Aunque reconozco que goza de un relativo prestigio en determinados sectores, en modo alguno me impresionó BEFORE SUNRISE (1995, Richard Linklater), discreta variación sobre los films de adolescentes. Vista hace bien poco en un pase televisivo me sigo confirmando en la existencia de su relativa frescura y buenas intenciones, del mismo modo que finalmente pesa en mí la interminable sucesión de diálogos y, en conjunto, esa sensación de tontería filmada con cierto buen gusto.

Es por eso que de alguna manera me temía caer en una reedición de aquella película, aunque algunos comentarios fiables me hacían presagiar un producto interesante. Pero ¿era posible encontrar una buena película que surgiera de la continuidad de una precedente que apenas me había interesado? Afortunadamente la magia del cine permite esas grandezas y he de reconocer con verdadera emoción que BEFORE SUNSET (2004, Richard Linklater) –ANTES DEL ATARDECER en España-, me ha parecido una de las mejores películas norteamericanas realizadas en los últimos años.

De forma sorprendente, con la base de la andadura de unos personajes que BEFORE SUNRISE había dejado en una interrogante de su reencuentro –y de cuya andadura se ofrecen unos oportunos insertos en los instantes iniciales de esta su continuación-, se convierte en una especie de excusa válida para retomarlos nueve años después. Jesse (Ethan Hawke) se ha convertido en el prototipo del triunfador. Es un escritor exitoso, mantiene su carácter bondadoso, vive en Nueva York, está casado y tiene un hijo de nueve años. Por su parte Celine (Julie Delpy) reside en París tras una serie de azarosas y fracasadas relaciones amorosas, mantiene su postura rebelde contra el género humano. Precisamente en París, Jesse está presentando su libro en un antiguo establecimiento. Allí acudirá Celine, reencontrándose con la persona con la que convivió únicamente una noche pero que –al igual de de forma recíproca en él- marcó por completo su vida. El joven escritor la detecta y se sorprende de su presencia aunque muy pronto la invita a pasear mientras espera para tomar el vuelo que le ha de hacer abandonar la ciudad.

Con esta frágil línea argumental, BEFORE SUNSET logra lo que a mi juicio en modo había conseguido su precedente. Pocas veces en el cine una película de estas características retomaba una historia tan tenue, y al mismo tiempo la dotaba de una sensación de verdad, de strip tease moral y de estremecida parábola sobre la irreductible levedad del ser humano y al mismo tiempo la eterna vigencia de los sentimientos. Richard Linklater, Ethan Hawke y Julie Delpy se lograron implicar hasta las entrañas en una historia que en buena medida les afectaba, logrando establecer un guión entre ambos lleno de libertades, tal y como igualmente las planteaba su narración, que finalmente se filmó en apenas 15 días. Y esa sinceridad, esa sensación de autenticidad, sencillez y al mismo tiempo eterna vigencia de lo que plantea ese reencuentro de dos personas que no se han visto en nueve años pero que mantienen vigente la fuerza de ese encuentro como su hubiera transcurrido apenas unas horas, tiene la ventura de trasladarse con un lenguaje cinematográfico sentido, elegante, acertado y brillante. La excelente combinación de larguísimos travellings que funcionan con la precisión de lo cotidiano, el montaje ajustado a la labor de los actores – personajes, la extraordinaria tonalidad crepuscular de su fotografía –uno de los elementos que más contribuyen a dotar de temperatura emocional a la película-, la excelente elección de marcos para las secuencias que en modo algunos obedecen a la “postal turística” que nos viene acostumbrando el cine –aunque aparezcan en pantalla algunos de los más hermosos lugares del París de siempre-, son elementos que combinados con tanta espontaneidad como sinceridad y sabiduría permiten que el resultado sea magnífico, creciente en la temperatura de la emoción, extraordinariamente bien modulado en la evolución de sus secuencias y, fundamentalmente –y para mí ese es el mayor milagro que puede ofrecer el cine- logrando que sus dos personajes traspasen la barrera de la pantalla y se impliquen en el sentimiento del espectador hasta hacerlos suyos.

Es obvio además que los temas que aborda esa larga conversación mantenido en su paseo por Jesse y Julie podría con otras imágenes, otro tratamiento cinematográfico, quizá ser tan farragoso como lo fue a mi juicio la andadura cinematográfico que posibilitó su encuentro en 1995. Pero en este caso el acierto de su planteamiento estriba en esa patina del paso del tiempo que se refleja en sus rostros, en sus miradas, sus actitudes y esa sensación en el fondo no asumida de aceptar la insatisfacción de sus vidas –más manifiesta en el caso de ella, pero igualmente latente en el de Jesse por más que este sea reacio a reconocerlo-.

Esa confesión de una pareja que compartió sus destinos durante apenas unas horas y que nueve años después no han olvidado ese rechazo que dieron al mismo por las circunstancias –seis meses después él acudió a la cita en Viena pero ella no pudo viajar al fallecer su abuela, una circunstancia de la que él nunca tuvo conocimiento-, tiene una encarnación cinematográfica realmente sensacional. Tanto Ethan Hawke –ya va siendo hora de reconocer que se trata de uno de los mejores actores norteamericanos de su generación- como Julie Delpy ofrecen tal grado de sutileza que no parece que interpreten sino que sean ellos mismos –en el fondo el mayor logro de todo intérprete. Especialmente he de resaltar la labor de Hawke, que en momentos sobrepasa la barrera de lo conmovedor –desde su transformación al vislumbrar a Julie en la librería precisamente cuando en sus palabras públicas estaba aludiendo a la importancia de ese amor que protagoniza su novela, la intensidad de su mirada en determinadas secuencias o la emotividad que consigue expresar en otras-. En cualquier caso el trabajo de ambos se integra de tal modo en la sencilla narrativa del film –que no obstante alberga con aparente cotidianeidad larguísimas secuencias de una sola toma-, equilibrando la desnudez en la confesión de ambos, bien sea en su paseo por el Sena, en el viaje en coche o en esa secuencia final que justamente debe considerarse una de las conclusiones más hermosas que ha brindado el arte cinematográfico en los últimos años –en el momento de su presentación en el Festival de Berlín 2004 fue coronada con una prolongada ovación-

En ocasiones un equipo reducido, la sencillez de dos estrellas que sabían lo que llevaban entre manos, un director quizá no muy prestigiado pero implicado hasta la médula, una muy corta duración que deja al espectador con ganas de más, una historia escueta pero que apela al sentimiento y un final que sabe valorar la importancia que estos tienen para dejar la sensación de perdurabilidad, permiten que una pequeña historia deje finalmente como resultado una gran película.

Quizá me exceda en el elogio, pero considero BEFORE SUNSET una sencilla prueba de amor y sentimiento en el cine de los últimos tiempos.

Calificación: 4