SAPPHIRE (1959, Basil Dearden) Crimen al atardecer
Si a finales de la década de los cincuenta, el cine norteamericano abordó la presencia latente del racismo en su aparente sociedad de progreso, en la obra maestra de Douglas Sirk IMITATION OF LIFE (Imitación a la vida, 1959), el de las islas hacía lo propio acogiéndose a los estilemas del género policíaco, que tantos magníficos exponentes había brindado a las pantallas, asumiéndolo para ello uno de los grandes especialistas del mismo en Inglaterra; Basil Dearden. Fruto de dicha apuesta es SAPPHIRE (Crimen al atardecer, 1959), que podría considerarse como uno de sus mejores apuestas dentro de esta vertiente, si no hubiera que concluir en el equilibrio que adquiere el conjunto de la aportación del cineasta al cine policial, desde que en 1950 puede decirse que consolidara la misma con THE BLUE LAMP (El farol azul).
Desde el primer momento, sabemos que SAPPHIRE alberga algo de apólogo emocional. Ese lanzamiento inesperado de la joven asesinada, en cuyo alrededor girará el conjunto del relato. La propia configuración de los títulos de crédito, con los trazados rectos que parecen violentar la cotidianeidad de una simple investigación y que tendrán su continuidad en el estallido de color, provocador de esa personalidad oculta de la asesinada, bajo la cual se dirimirá esa mirada demoledora desplegada por Dearden y su equipo argumental, a la hora de describir las costuras ocultas de una Inglaterra en apariencia apacible y acogedora, encubriendo una vez más una mirada despreciativa en torno a todo aquello que sobresalga de una supuesta normalidad. No es este el primer policiaco británico que utiliza el color –recuerdo, sin ir más lejos, el de la magnífica LOST (Secuestro en Londres, 1956. Guy Green)-. Sin embargo, no me imagino esta película en blanco y negro, por mayor que fuera el cuidado y el contraste que revelara su iluminación. La película propone una mirada globalizadora de la que no se escapa casi nadie, que se extiende a los ámbitos más sórdidos, pero que se manifiesta con similar virulencia –encubierta, eso sí, bajo los buenos modales- en una sociedad que no ha logrado sobresalir de los prejuicios de clase que caracterizaron su evolución como pueblo.
Y todo ello emergerá a partir de la prosaica investigación sobrellevada por el superintendente Hazard (Nigel Patrick) y el joven y arrogante inspector Learoyd (Michael Craig) –en la que no se observará recurso alguno al flashback, optándose siempre por una narración lineal o el recuerdo de hechos a través del testimonio oral de los interrogados-. Muy pronto, tras encontrarse el cadáver en la asesinada en Hampstead Hearth, irán avanzando en unas pesquisas que se adivinan rutinarias, y que de inmediato centrarán su interés en el ámbito de la familia Harris, en la cual su joven hijo David (Paul Massie) se encontraba a punto de casarse con la muchacha. Las pesquisas revelarán con rapidez que Sapphire en el fondo era negra –de madre blanca-, decidiendo ocultar su condición al objeto de ser más aceptada entre la sociedad londinense que le rodeaba. De manera paulatina pero incesante, los dos investigadores irán profundizando en las entrañas de una sociedad clasista y discriminadora, que podemos detectar en el universo familiar de los Harris, donde conocían –al parecer muy pocos días antes del crimen- la auténtica raza de la prometida de David, aunque este nunca ocultara su devoción hacia la asesinada. Algo oculto aparecerá en el contexto de un microcosmos familiar típico y de entrada perfecto, pero en el que las miradas y la propia planificación de Dearden, ubicando estratégicamente los actores en el encuadre, dejarán entrever un clima malsano, en el que todos sus componentes, tanto David –la secuencia a la que acude al lugar del crimen en la búsqueda de lo que luego será una inocua pieza de madera-, como ese padre inflexible –Ted (Bernard Miles)- empeñado en proporcionar a sus hijos lo que él cree mejor para ellos, sin pararse a pensar en lo que en realidad desean estos para su futuro. O esa madre (Olga Lindon) condescendiente, verdadero nudo de unión de la familia, con su capacidad para atisbar de verdad o fingimiento en la actuación de todos ellos. O, finalmente, en la sufrida Mildred (la siempre excepcional Yvonne Mitchell), la hermana mayor, acomplejada en todo momento por un marido que no ha atendido las obligaciones familiares, prefiriendo hacer la vida de marino.
Se trata de un cuadro desolador, aunque el planteamiento de SAPPHIRE no se detiene ahí. Aparece en el propio y soterrado racismo que impregna las manifestaciones y miradas y actitudes en segundo término de Learoyd. En la actitud de la casera, que hasta su muerte siempre consideró positivamente a Sapphire, aunque tras su asesinato preferirá incluso no recibir la mensualidad de alquiler que esta le debía, al ser visitado por el hermano negro de esta. El alcance de la mirada reprobadora del film de Dearden asume su decidida complementariedad, al mostrar el reverso de ese racismo, plasmado también en aquellos negros -como el joven sospechoso interrogado- que demostrarán su odio tanto a los blancos como los mestizos –de ahí que finalmente abandonara a Sapphire-. O en las peleas y rivalidades que se establecen entre los distintos grupos de negros, hacinados como ese pobre grandullón en una casi infrahumana morada, o demostrando su inclinación hacia la sensualidad desenfrenada en angostas salas de baile –en donde el joven inspector por momentos se dejará llevar por ese hipnotizante ritmo afroamericano-.
La globalidad en la propuesta de SAPPHIRE se extiende incluso a esos pequeños gemelos, hijos de Mildred, a través de cuyas inconscientes manifestaciones comprobaremos el rechazo que ha generado la familia con rapidez, al conocerse el crimen y la implicación accidental de los Harris. Todo ello descrito por medio de la atonalidad de una crónica sin sorpresas, en la que el regusto documental aparece en todo momento a través de escenarios exteriores e interiores desprovistos de todo glamour. Se respira a humedad, a parques no todo lo cuidados que debieran pese al verdor de Londres. A miradas en un segundo término, a corralones como el de la familia Harris, que encubren objetos comprometedores. La película adopta la dualidad de un whodnuit pero alcanza un enorme grado de acierto en su creciente densidad dramática, hasta el punto de quedar en un segundo término la oscilación de las sospechas entre su fauna humana, deteniéndonos por el contrario en la psicología de sus personajes, que adquieren un extraño grado de veracidad, en parte por la implicación de un espléndido cast, y también por la gradación maestra que Dearden implica en la alternancia de momentos pretendidamente fuertes, con detalles cotidianos. Gestos que no delatan en apariencia una alteración alguna –esa muñeca agitada por el hermano de Sapphire, que será la base de la resolución del caso-. Más allá de su aparente –y ajustado- carácter de denuncia racial –que se prolongaría en el cine inglés con FLAME IN THE STREET (Fuego en las calles, 1961. Roy Ward Baker)-, incorporará en su base dramática aires directos del Free-. Sin embargo, esta una de las mejores cintas de Dearden, despliega una mirada global en torno a una sociedad enferma de prejuicios, que quizá en su argumento solo aparece como el resultado de una investigación, pero que profundizará en la entraña de un mundo de superficial placidez, en el que solo podremos destacar la visión revestida de lucidez –quizá debido a toda una vida contemplando lo más sórdido de la condición humana-. Es por ello que tendrán especial emoción esa ruptura que aparece entre Hazard y el hermano de la asesinada, en frontal plano contraplano, mostrando una comprensión entre dos personajes por completo inhabitual en un argumento donde los prejuicios aparecen casi por las esquinas. En el gesto final de Learoyd de dar la mano al mismo hermano negro, rompiendo la frialdad que había guiado su comportamiento hasta entonces. Quizá todo lo que haya contemplado en este caso, haya posibilitado la llegada de una madurez, hacia un ser hasta entonces dominado por los prejuicios. SAPPHIRE culminará con un diálogo demoledor entre Hazard y su joven pupilo. “Hemos resuelto el caso” comentará Learoyd, y oponiéndole el veterano superintendente “Solo hemos encontrado las piezas”. Demoledora conclusión en una película que culmina con una extraña y amarga concesión a la esperanza.
Calificación: 3’5