RIVER LADY (1948, George Sherman) Río abajo
Cada día tengo más claro que en la trayectoria de George Sherman, se esconde uno de los realizadores más necesitados de una mirada revisionista en el conjunto de su extensa filmografía, ésta especialmente vinculada en su aporte al cine del Oeste. Es probable que en ella no nos encontremos ningún logro absoluto, pero sí, por el contrario, numerosas propuestas de interés. Es algo que me ha proporcionado la docena de títulos que hasta el momento he podido contemplar de su producción, en los que además se observa una perceptible serenidad narrativa, marca de la casa. RIVER LADY (Río abajo, 1948) es una de sus aportaciones al western, ubicada en un periodo más que estimulante de su carrera, cuando este se encontraba vinculado a la Universal. De entrada, se trata de una singular variación del género, ya que el mismo se inserta en buena medida en el terreno del melodrama de aventuras, al abordar una historia centrada en el contexto del universo maderero, de tanta vitalidad durante el ecuador del siglo XIX en el entorno del río Mississippi y la ciudad de New Orleans, llena de creciente vitalidad. Será el marco de una historia de amor, dominio, rivalidad y riqueza, descrita en el entorno de la bella, egoísta y ambiciosa Sequín (Yvonne De Carlo, tan hermosa como limitada de recursos dramáticos). Dueña de un barco en el que dirige una elegante sala de juego, en realidad esconde el control de un consorcio de aserraderos, para el cual ha dejado al mando al elegante y avieso Beauvais (Dan Dureya). Y aunque este la pretende, lo cierto es que Sequin se encuentra enamorada Corrigan (Rod Cameron), uno de los madereros más carismáticos, y al tiempo que tan enamorado por ella como celoso de su independencia. Un vigoroso rasgo de carácter que esta intentará doblegar, y en buena media conseguirá, aunque sea merced a constantes tiras y afloja, al tiempo que aplicando estratagemas para ir sobrellevándole al terreno de sus deseos.
Ello sucederá cuando logre mediante coacción hacia el veterano serrador H. L. Morrison (John McIntire), al borde de la quiebra, que este acepte el deseo de Sequin -que ha comprado parte del accionariado de la firma- de intentar convocar a Corrigan como representante de la firma. Algo que el maderero aceptara finalmente, sin conocer la realidad que ha provocado su nueva propuesta. En apariencia, la estabilidad llegará para el carismático muchacho, hasta el punto que Sequin le proponga en matrimonio y este acepte. Sin embargo, no contará con la explosiva respuesta que brindará la joven Stephanie (Helena Carter) la hija de Morrison, secretamente enamorada del maderero desde que lo contemplara por vez primera, y que no dudará en revelar a este la realidad de su cargo, lo que posibilitará que este renuncie a la propuesta de boda e incluso a su relación con la ambiciosa propietaria del barco. A partir de ese momento, se precipitarán los acontecimientos cuando Beuvais presione a los madereros para que dejen de actuar, ante el intento de liberalización propuesto por Corrigan para lograr revertir la empresa de Morrison. En líneas generales, se trata de liberar al resto de estas incipientes firmas de acudir a la tiranía del consorcio. Al mismo tiempo, y de manera casi desesperada, este se casará sin verdadero amor con Stephanie, iniciándose un peligroso periplo en el que su propia integridad física y profesional irá ligada por el drama personal vivido entre él y su tan fiel como desengañada esposa.
RIVER LADY dispone de unos minutos iniciales admirables. Quizá entre los más brillantes jamás filmados por Sherman. Desde el primer momento percibimos la impronta pictórica propia del look del estudio, afianzado por su inolvidable técnica de color, Natalie Kalmud, así como el vitalismo que le imprime la columna sonora de Paul Satwell. Será todo ello el preludio para una magnífica e inesperada ronde’ en la que breves pinceladas nos describirán la culminación de las tareas de los madereros, el deslizar de sus troncos por el Mississipi, el aviso a la población de la llegada de los que llaman ‘gancheros’, con el temor en mesones del destrozo de sus pertenencias, o la visión despectiva que de estos mantendrán las fuerzas biempensantes de la localidad -la esposa de Morrison, lo que permitirá la presentación de su hija-. Todo ello tendrá su continuidad con la llegada del River Lady, el barco que dirige Sequin, o la presentación de su aliado y eterno candidato a su amor. Todo ello conformará un bloque lleno de vitalismo, en no pocos momentos, escorado a la comedia, aunque en otros asuman las costuras del drama -el intento de chantaje de Bauvais hacia Corrigan-.
Este casi subyugante inicio nos adentrará en otra de las cualidades esenciales del relato; la precisión de su pintura de personajes. Ayudado sobre todo por unos diálogos de sorprendente lucidez, lo cierto es que muy pronto advertiremos la personalidad dominante de la protagonista femenina, la atracción no correspondida que por ella siente Bauvais -por quien tan solo ella reconoce su faceta de conspirador-, y la debilidad femenina que mantiene por el pétreo Corrigan -al que la presencia de un actor tan hosco como Cameron le viene de perlas-. Al mismo tiempo observaremos la precocidad en su sexualidad por parte de Stephanie, a la que las bravatas de su madre no harán más que incentivar su deseo apenas disimulado ante la llegada de los madereros, que se confirmará cuando contemple por vez primera al que se convertirá de inmediato el amor de su vida, y por el que luchará de manera activa.
Toda esa maraña de sentimientos, intereses, intentos de chantaje y dominio, aparecerán perfectamente engarzados a través de una puesta en escena en apariencia volátil, en la que puede decirse que ni sobra ni falta un plano, y en donde se sucederán secuencias a dos que revelarán la sinceridad de sus personajes -de especial significación serán las mantenidas entre Sequin y Bauvais-, con otras en donde dominará más la acción, o también un tono más burlesco -las secuencias descritas en la taberna, y marcadas por el personaje de su dueña, la espléndida Florence Bates-. Con todo ello, se acertará al describir sotto voce, un cuadro coral en el que la presencia creciente del progreso en la población, irá acompañada por la implantación de prácticas nada honorables para intentar desterrar los modos de trabajo -los madereros y pequeños aserraderos- que han prevalecido hasta entonces en la zona.
Esa capacidad para vascular entre lo colectivo y lo individual, para penetrar en la entraña de todos y cada uno de sus personajes con pequeñas pinceladas, y formularlo con una notable viveza y sentido del ritmo, se encuentra en el haber de un realizador humilde pero inspirado, que no obviará en introducir dos peleas llenas de tensión y brutalidad -en especial la desarrollada entre Corrigan y Bauvais en pleno río, sobre troncos, que culminará con el estallido de dinamita-, pero en donde se apreciará un notable uso de la elipsis mediante oportunos encadenados, haciendo avanzar la acción con pertinencia, y constantes destellos de sutileza. Uno de ellos, quizá me aparezca el mejor momento de la película, cuando una serie de elecciones formales nos lleve a la cabaña en la que se recluye Stephanie. El sonido de una nana y su mirada melancólica nos transmitirá de inmediato la añoranza por ese estado de inocencia, abandonado por completo un matrimonio que en ese momento carece del amor que ella desea recibir.
Calificación: 3