THE MAD GENIUS (1931, Michael Curtiz) El ídolo
Una de las facetas menos conocidas, de la dilatadísima filmografía del húngaro Michael Curtiz, reside en sus coqueteos con un cine de terror de tinte expresionista o, en su defecto, con la derivada de lo bizarro. Títulos como DOCTOR X (El doctor X, 1932), MYSTERY OF THE WAX MUSEUM (Los crímenes del museo, 1933) o THE WALKING DEAD (Los muertos andan, 1936), avalan esta presencia, de la cual no dudaría en destacar el segundo de los títulos citados, a mi juicio más interesante, que la posterior versión, firmada por Andre De Toth en 1953. Un pequeño pero significativo nicho, descrito todo él, en el contexto del eterno estudio de su realizador -la Warner-, y en un ámbito temporal sombrío, ligado a la Gran Depresión norteamericana, donde Curtiz, como sucedía con Wellman y tantos otros directores, se caracterizaban por una vertiginosa y febril sucesión de rodajes.
Dentro de esta pequeña corriente, y más allá de ocasionales fugas de dicha índole, en un hombre de cine sensible a la influencia europea, podemos decir que THE MAD GENIUS (El ídolo, 1931), es la primera muestra decidida de Curtiz por esta vertiente bizarra, buscando de manera decidida, una prolongación del éxito de la estupenda SVENGALI (Idem, 1931. Archie L. Mayo), utilizando para ello el mismo protagonista -John Barrymore- y, en este caso, adaptando el referente escénico de Martin Brown. De nuevo se planteará el poder casi obsceno del demiurgo. El creador, tomando como base el cultivo de las bellas artes que, casi de la noche a la mañana, no solo le impide discernir traspasar la frontera de mando, sino que, por el contrario, no dudará en utilizar todas sus argucias posibles, a la hora de hacer ostentación de poder, tomando el mismo como base psicológica, y adquiriendo un ascendente de dominio casi divino. Será algo que plasmará en una de sus diversas -quizá excesivas- reflexiones, Tsarakov (Barrymore), señalando en un momento dado, que desea mutarse en un doctor Frankenstein, o en un creador de homúnculos. La película, a mi modo de ver, destacará por la fuerza irresistible de sus minutos iniciales, y los que clausuran la misma, teniendo en cuenta, además, el hecho de albergar una ajustada duración de 80 minutos.
Su inicio, que se ofrece a modo de prólogo, adquiere una fuerza irresistible. En medio de una lluvia inclemente, un par de titiriteros realizan una función. Ellos son Tsarakov y su eternamente fiel Karimsky (Charles Butterworth que, en más de un momento, parece un sosías de Stan Laurel), manejando sus marionetas, ante un auditorio ausente, en medio de una mugrienta carpa. Allí solo se encontrará un muchacho, el pequeño Fedor (encarnado de niño, por la estrella infantil Frankie Darro), quien muy pronto será perseguido por su padre -encarnado por un Boris Karloff muy poco antes de su consagración-, un hombre cruel que no desea más que proporcionarle malos tratos. Nuestro protagonista, de ascendencia aristocrática, aunque sobrelleve una molesta cojera, observará en el muchacho su agilidad, y lo esconderá de su progenitor., intuyendo la posibilidad de convertirlo en una estrella. Han pasado los años, y Fedor se ha convertido en un apuesto joven (encarnado por Donald Cook), con un más que prometedor futuro para la danza. Tsarakov se ha convertido, no solo en su mentor, sino, sobre todo, en ese padre del que nunca pudo disfrutar, al tiempo que ha ido adquiriendo un considerable prestigio como promotor escénico. Pero sucede que el muchacho, no puede evitar encontrarse enamorado de la joven Nana (Marian Marsh), una de las componentes del cuerpo de baile y que, al mismo tiempo, es objeto de los galanteos del conde Renaud (André Luguet), que ella rechaza amablemente, ya que corresponde en sus sentimientos a Fedor. Por ello, el manipulador promotor del bailarín, utilizará todas las argucias posibles, para intentar romper esa historia de amor, no solo al argumentar que ello va a impedir la entrega debida del muchacho sino, sobre todo, sería incapaz de asumir su dominio psicológico sobre este. Todo ello, llegará a una espiral de tensión, en la que Fedor decidirá abandonar su vocación, para vivir de manera miserable con su enamorada, bailando en una taberna de mala muerte. Consciente de esas enormes dificultades materiales, el insano demiurgo tentará a Nana para que abandone a su amado, y atienda los galanteos de Renaud, algo que esta asumirá pesarosa. Fedor volverá al mundo del espectáculo, pero la fuerza del amor, logrará sobrevivir a la personalidad de un ser inquietante.
Antes lo señalaba, THE MAD GENIUS es un título atractivo, en la medida que ha permanecido décadas totalmente ignorado, pero, al mismo tiempo, terriblemente irregular. Ese prólogo descrito con anterioridad, caracterizado por una atmósfera densa y malsana, nos predispone a una espiral de densidad que, por desgracia, solo se alcanzará en un magnífico tramo final. Por medio, demasiado énfasis en la performance de Barrymore, mucho más inquietante en la previa SVENGALI, una escasa simbiosis entre su personalidad, y la vertiente cómica de Karimsky y, sobre todo, una trasnochada expresión de la historia de amor central -acentuada por la lamentable interpretación de Cook-. Todos estos inconvenientes, tendrán una mayor presencia de la deseable, desequilibrando las posibilidades de un conjunto que, justo es reconocerlo, nunca dejará de albergar buenos apuntes. Apuntes como la destreza en el juego de sombras que, en un momento determinado, ocultará la dependencia de la droga del director de escena, adicción con la que Karimsky lo someteré a su voluntad. El brillante juego de la escenografía de los recintos teatrales. La miseria que desprenderá el tugurio en donde el joven bailarín tendrá que subsistir -ante la oculta e inesperada mirada de su mentor-. O, en una vertiente romántica, la humanización que se brinda de ese aristócrata, que acogerá bajo su manto a Nana, siendo consciente del agradecimiento de está, más no su amor -en esa visita al teatro, donde ella contemplará a Fedor bailando de nuevo, uno parece encontrar la génesis de LOVE AFFAIR (Tu y yo, 1939. Leo McCarey)-.
Justo es reconocerlo, llegado ese punto, THE MAD GENIUS recupera esa fuerza dramática, ausente desde sus minutos iniciales, entre la rebelión del bailarín, al contemplar en un palco a su amada y, sobre todo, sentir de nuevo su cariño. Y, lo que resultará más determinante, esa pelea del promotor teatral con su regidor de escena, harto ya del dominio que ha intentado ejercer sobre él, en medio de la recargada decoración del espectáculo, que culminará con la impactante presencia ante el auditorio, del cadáver del primero, colgando literalmente del mismo. Una imagen que vale por toda una película, pero que no nos permite olvidar, las convenciones y limitaciones de un relato, con todo, dotado de ciertos atractivos, que revela por un lado la querencia expresionista del cine de Curtiz, y ratifica esa porción secundaria de su obra en los años treinta, dedicada a relatos oscuros y sombríos.
Calificación: 2’5