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CINEMA DE PERRA GORDA

Roger Corman

I MOBSTER (1959, Roger Corman)

I MOBSTER (1959, Roger Corman)

Que la figura de Roger Corman queda como un referente en el cine norteamericano a partir de la década de los 50 y hasta entrada la de los 70 es algo asumido por todos. Que su labor como mecenas de una serie de jóvenes valores como Bogdanovich, Coppola, Demme, Scorsese… abriera las puertas del denominado Nuevo Cine Norteamericano, resulta indiscutible. Que atesore uno de los más atractivos ciclos de cine de terror realizados en USA durante la década de los 60 deviene otra evidencia. Pero, al mismo tiempo, no podemos olvidar que en su larga filmografía predominan de manera considerable los títulos mediocres o directamente olvidables, sobre aquellos que gozan de un cierto interés o resultan más o menos perdurables. Lo cierto es que en Corman siempre apareció en primer término ese astuto productor que intentaba incluso adelantarse a las fechas fijadas de sus rodajes, o gastarse menos de lo que se había presupuestado, antes que un realizador que fuera mejorando de manera estable sus posibilidades. Ese insólito contraste es el que a mi juicio permite que entre 1960 y 1961 aparezca su obra maestra HOUSE OF USHER (La caída de la casa Usher, 1960) y muy pocos títulos después surja la insufrible CREATURE FROM THE HAUNTED SEA (1961). Es por ello que resulta bastante frecuente encontrarse con películas dirigidas por Corman, y caracterizadas por su morosidad narrativa, algo que ya evidenciaría su propio debut, el tedioso western FIVE GUNS WEST (Cinco pistolas, 1955)

Dicho esto, I MOBSTER (1959) aparece cuando Corman ya atesoraba a sus espaldas una veintena de largometrajes -he visto pocos de ellos, en líneas generales caracterizados por su mediocridad-, y casi se encontraba a punto de dar el salto de su vida al decidirse a filmar la primera de sus adaptaciones del universo de Edgar Allan Poe que, a la postre, modificaría por completo el rumbo de su carrera. Bien es cierto que el año anterior, en 1958, Corman filma MACHINE-GUN KELLY, que no he podido contemplar pero de la que no faltan buenas referencias. Es por ello, que cuando decide llevar a cabo la adaptación de la novela de Joseph Hilton Smyth, ya se encontraba fogueado en el universo del cine tardío de gangsters, que en aquellos años brindaría obras memorables filmadas por cineastas como Budd Boetticher o Sam Fuller. No puede decirse, sin embargo, que el título que comentamos alcance dicha altura ni de lejos, aunque es evidente que nos encontramos en dicho mismo ámbito y, sobre todo, aparece como un título francamente estimable. Hay un enorme hándicap a la hora de contemplar esta película en nuestros días; el hecho de no existir copias que nos permitan contemplarla en su original formato panorámico, bien iluminado en blanco y negro por el veteranísimo Floyd Crosby, poco tiempo después uno de los más brillantes aliados del director en el ya señalado ‘Ciclo Poe’. Es por ello, que la contemplación de esta crónica del gangster Joe Sante aparece -para aquellos que somos maniáticos en contemplar los títulos tal y como se concibieron- en ocasiones como una auténtica tortura, al comprobar los falsos reencuadres o incluso la deconstrucción en una falta planificación, cuando ni siquiera con ese recurso se puede atender el seguimiento de la acción.

Un recorrido argumental, por otro lado, bastante previsible, que se iniciará en la vista judicial en la que se está enjuiciando a Sante -un brillante Steve Cochran, en mi opinión uno de los mejores actores del cine americano-. La cámara se acercará a su rostro mientras se abstrae de las digresiones de la misma, para efectuar en un extenso flashback un recorrido existencial desde sus primeros años, en los que junto a un amigo pronto destacaron por su cercanía con el mundo de la delincuencia pese a los consejos en contra que les formularán sus ya envejecidos padres, una familia de inmigrantes italianos que siempre se han caracterizado por su respeto a las leyes. La película irá recogiendo los principales momentos de su vida, siempre ligados a su querencia por el delito y su especial olfato a la hora de ir ascendiendo como líder desde sus inicios en el universo del reparto de droga, a partir de su asociación con Frankie Udino (Robert Strauss). Realmente este será alguien que guiará su inclinación al mundo del gangsterismo, y a quien pronto llegará a superar, dado su carisma y mayor arrojo. La otra persona que marcará su existencia -hasta el punto de resultar inicialmente un contrapunto a su modo de vida- será la joven Teresa Porter (Lita Milán), quien desde el primer momento se encontrará enamorada de él, pero en todo momento incapaz de dar el paso adelante en su relación, al reprobar su modo de vida. Consciente de ello, e incluso de la utilización que esta realiza de su propia madre -Mrs. Sante (Celia Lovsky)-, Joe no dejará de contrarrestar esa presión contratando al joven hermano de esta Ernie Porter (John Brinkley), al objeto de ir manteniendo esa cercanía. Será todo ello una tensión interna que sobresaldrá de una serie de episodios más o menos previsibles, hasta el punto de ir emergiendo una vez la andadura de Santo dentro de la mafia va consolidándose. Corman articulará con más habilidad que verdadero acierto dicho proceso, en una sucesión de episodios y situaciones violentas -el asesinato de Ernie, cuando este se encontraba dispuesto a traicionarlo- que servirán para delimitar la personalidad ambivalente del protagonista, acostumbrado a una vida de lujos, incapaz de atraer de nuevo al cariño de su madre, y permanentemente obsesionado por ampliar el alcance de su imperio de mando en el mundo de la delincuencia.

Dominada por una ambientación tan sobria como eficaz -con un coste de 500.000 dólares, la película fue la más cara rodada por Corman hasta el momento-, lo cierto es que I MOBSTER alcanza un notable y creciente grado de densidad en su tercio final. Sobre todo, a partir de la pasión que registra la breve secuencia en la que Teresa le confiesa que es tanto el amor que siente por él que ha decidido vivir en su mundo, al que por otra parte detesta. La planificación y el montaje de ese pasaje, la fuerza y sensualidad que Cochran y la Milán imprimirán a dicha inflexión, o el placer que desprenden los instantes en que ambos veranean en la playa, transmiten esa sensación de efímero placer de la joven pareja. Pero al mismo tiempo supondrá el inicio de la caída de Sande. Este ya habrá vivido un primer enfrentamiento con Udino, en el que durante unos tensos -y magníficos- instantes intuirá que se encuentra -finalmente de manera injustificada- dispuesto a matarle, presionado por otros mafiosos. Es más, llegará a matar en un hotel a uno de sus rivales, en otro momento lleno de impacto en la pantalla.

Sin embargo, lo mejor de I MOBSTER aún se encuentra por llegar, una vez la película abandone ese flashback en el que se ha extendido a lo largo del relato. Una vez el juicio se encarame a su fase final, los enemigos de Sante quedarán temerosos de que este fuera testificar y comprometer su mundo. Es por ello que, dada su astucia, el protagonista pronto será consciente de ser objetivo de una emboscada -bajo la trampa de que se le ha facilitado de una huida para escapar la justicia- expresándose esta en una angustiosa persecución nocturna en el taxi que ocupa, y a cuyo conductor guiará, iniciando una persecución que se prolongará por una serie de refriegas que el perseguido logrará revertir con destreza. Sin embargo, ello no supondrá más que el inicio de un pathos irreversible. La revelación de las sospechas que Sante atesoraba se plasmará dentro de una ejecución descrita ante la presencia de su propia esposa, incapaz de contener el llanto ante alguien a quien, a pesar de todo, amó con toda su alma, y que va a engrosar la lista de víctimas sacadas de manera anónima envueltas en una alfombra.

Calificación: 2’5

FIVE GUNS WEST (1955, Roger Corman) Cinco pistolas

FIVE GUNS WEST (1955, Roger Corman) Cinco pistolas

En muchas ocasiones, la mediocridad de no poca extesión de la filmografía de Roger Corman, quedaba de alguna manera solapada, atendiendo a la supuesta audacia con la que solventaba sus stajanovistas condiciones de producción. Fue esta, una cantinela que le acompañó, pero a la que el pasado del tiempo no ha servido para salvar títulos de escasas cualidades, entre los cuales aparecieron otros que han pasado a la historia tardía del cine de género, entre ellos el de terror, pero también en otros como el policiaco o incluso la denuncia social. Sea como fuere, este marco de partida se inicia con la que ya será su película de debut, FIVE GUNS WEST (Cinco pistolas, 1955). En su biografía, Corman se refiere a ella, destacando sus condiciones de producción; 60.000 dólares de presupuesto, un rodaje de apenas nueve días, y un tejemaneje a la hora de pagar lo menos posible a su escueto reparto. Su conjunto, de apenas unos 75 minutos de duración, se acerca en cierto modo a un tipo de cine fronterizo, que en aquel tiempo manifestó exponentes tan ilustres como THE RAID (Fugitivos rebeldes, 1954. Hugo Fregonese) y que, con el paso de los años, incorporaría títulos de irregular trazado, como la excelente THEY CAME TO CORDURA (1959, Robert Rossen), o la bastante menos estimulante THE DEADLY COMPANIONS (1961, Sam Peckimpah). Propuestas todas ellas, descritas en los últimos compases de la Guerra de Secesión, que en este caso nos describe un panorama muy sombrío, teniendo que recurrir el ejército de la Confederación, a indultar a presos para que formen parte del muy diezmado ejército.

Será la base de la andadura de cinco de estos peligrosos delincuentes, uno de los cuales -Govern Sturges (John Lund)-, es un espía del ejército, sin saberlo los otros cuatro. Todos ellos serán indultados de una segura ejecución en la horca, incorporándolos como soldados, y encargándoseles la misión de detener una diligencia que ha de recalar en un poblado abandonado, y en la que viaja como pasajero Stephen Jethro, con valiosa información para el Sur, y también un cargamento de oro. Así pues, dichos mimbres, bastante habituales en un género, que en aquellos años, brindaba quizá el periodo más esplendoroso de su historia, son descritos en esta ocasión mediante el supuesto anclaje psicológico de estos cinco personajes, que en muy escasos momentos, se desprenden de su triste configuración como débiles estereotipos. No faltará ni el supuesto tiro al compañero, que en realidad lo está salvando de la picadura de una serpiente de cascabel, ni las constantes oscilaciones de todos ellos, a la hora de favorecer el grupo que hagan que el reparto del oro de haga entre tres, aunque todos irán a caer siempre en torno a la figura de Sturges que, por su mayor temple y dureza, ha sabido asumir el mando del colectivo.

Lo que podría haber dado pie a un interesante western psicológico, lo cierto es que aparece como una película apática, en la que se suceden los lugares comunes, teniendo un punto de inflexión -muy poco aprovechado- en la llegada a ese vetusto poblado abandonado, donde solo se encuentran como habitantes Shalee (Dorothy Malone) y el viejo tío Mike, encargados ambos de recibir las diligencias. El encuentro entre todos ellos y, sobre todo, la presencia de la bella Shalee, encenderá un hasta entonces apagado elemento de pasión y competitividad entre los recién llegados, cansados como están de un recorrido en el que incluso han tenido que sortear el acoso latente de los indios, y espoleados en su masculinidad ante el reencuentro con el elemento femenino.

Sin embargo, ni siquiera dicha circunstancia, el asalto de la diligencia, la captura de Jethro, la revelación de la autentica identidad de Sturges, su deseo de que este sea sometido a juicio, en vez de capturado por el resto de presidiarios, al conocer que el oro señalado no viaja en el vehículo, y este sabe dónde se encuentra, serán elementos que levanten el apagado interés de la función.

Ello dará pie a una catarsis que aparece con moderada efectividad. La misma se planteará con ese creciente acoso sobre el agente infiltrado, que se amotinará en la vieja casa de Shalee y su tío, resistiendo ambos, incluso el detenido, el acoso de uno de los presos, que intentará eliminarlos discurriendo por bajo del suelo de la misma. Serán instantes estos, en los que el veterano oficial jugará con su mayor dominio de la psicología, al intentar prever cómo reaccionarán aquellos que ha ido comandando hasta entonces. Incluso en esos apuntes psicológicos, la debilidad de la película de Corman, tiene lagunas tan perceptibles, como esa huida final del más veterano de los presidiarios, en medio del proceso de aniquilación de todos ellos, señalando que desea mantenerse al margen y preservar lo único que conserva; su vida. No habrá más detalles ni elementos que hagan creíble ese giro inesperado, al que no se proporciona el más mínimo atisbo de profundización dramática.

FIVE GUNS WEST es una película morosa en su discurrir, que no ofrece apenas placeres a aquellos que se asoman a sus imágenes. Apenas esa sensación agreste, agudizada por el uso de un Pathecolor ya deteriorado con el paso del tiempo, o esa cierta querencia por lo sombrío, que acompañará el conjunto de una función escueta en su duración, y cansina en su ejecución. De la misma, solo destacaría una secuencia -no aprovechada hasta sus últimas posibilidades-, pero que sí plantea una determinada dinámica que no tendrá continuidad en la película. Me refiero a esa reunión conjunta de los siete personajes cenando en el exterior frente a una hoguera, en donde aparecerá de manera inesperada la música. De manera imperceptible, el perfil de todos ellos variará, mientras que Shalee comienza a bailar con casi todos ellos. Será el momento en que una cierta calidez emocional, rompiendo con la aridez de su conjunto, tenga acto de presencia en una película tan seca como escasa de alicientes.

Calificación: 1’5

ATTACK OF THE CRAB MONSTERS (1957, Roger Corman)

ATTACK OF THE CRAB MONSTERS (1957, Roger Corman)

Nunca entenderé el culto que siguen manteniendo las películas de ciencia-ficción y monsters movies, que Roger Corman rodó en la segunda mitad de los cincuenta y principios de los sesenta, que en algunas ocasiones iban acompañadas de cierto componente paródico, y que con el paso de los años incluso merecieron remakes televisivos y musicales en Broadway –es el caso de THE LITTLE SHOP OF HORRORS (1960)-. Cabría pensar que entroncaron con la memoria adolescente de toda una generación, que consumía estos productos de escasa duración y menos pretensiones, en un drive in. Aún así, uno nunca ha terminado de entender que, específicamente, en un año en el que cine norteamericano ofrecía dentro de dicho ámbito, la que sigo considerando la cima del fantastique de todos los tiempos –THE INCREDIBLE SHRINKING MAN (El increíble hombre menguante, 1957. Jack Arnold)-, he aquí que Corman apareció con ATTACK OF THE CRAB MONSTERS, una monster movie que entronca con un conjunto de producción de relativamente atrayentes premisas –la propia configuración de su premisa argumental, o elementos que el director cuidó con especial esmero, como fue el diseño de sus posters promocionales-, que muy pronto se diluyen en su relato apático y previsible, que entremezcla un torpe alegato ecologista –nos encontramos en plena psicosis sobre el recrudecimiento de la era atómica-, imbricado en una simple trama que retoma el “Diez negritos” de Agatha Christie.

Tras una cita bíblica, que apela a la destrucción de la Creación por parte de Dios Padre mientras la cámara encuadra el cielo, contemplaremos la llegada de un grupo de científicos de ámbitos complementarios, a la hora de estudiar las mutaciones que se han observado tras unas pruebas nucleares, así como intentar buscar las razones de la desaparición de la presencia humana científica allí establecida con sus investigaciones. Muy pronto irán sufriendo en carne propia una serie de extraños síntomas, o ruidos en las inmediaciones de su refugio, que se plasmarán en una inquietante evidencia; escuchar la voz del desaparecido cabeza de la expedición ausente. Será el primer indicio de verdadera inquietud, que se irá extendiendo a la desaparición en una sima de uno de los expedicionarios, y la cercana comprobación de que en la isla se encuentran cangrejos gigantes, que van diezmando la presencia humana allí llegada, asumiendo la fuerza de sus mentes. Sin embargo, junto a ese peligro concreto, que unido a las mentes de los asesinados, irán cercando a los supervivientes, se sumará otro no menos inquietante; la isla se está hundiendo debido a las secuelas nucleares allí absorbidas por su suelo. Será una doble lucha a la que tendrán que acometer los últimos tres supervivientes, uno de los cuales se tendrá que sacrificar para salvar al matrimonio de científicos, que al mismo tiempo servirá como catarsis para superar una crisis de pareja.

De entrada, todos estos títulos cuentan con una relativa ventaja; su escasa duración, en este caso que apenas sobrepasa la hora. No es sin embargo un elemento que, como en tantos otros exponentes de la serie B norteamericana, sirva para concluir en un resultado en el que se vislumbre de la limitación virtud, logrando transgredir la simpleza de su apariencia, a través de un valioso trabajo de síntesis narrativo y visual. Lamentablemente, no es este el caso, contemplando las peripecias aleatorias de un pequeño microcosmos, esgrimidos por unos personajes que apenas poseen interés, y siendo además interpretados por actores desconocidos y de escasísimo talento. En realidad, si algo aparece como mínimamente atractivo en esta película, es la prolongación de ese aspecto visual sombrío y oscuro, tan propio de la Allied Artists, y en el que tanto tiene que ver la iluminación en blanco y negro ofrecida por Floyd Crosby. A esa querencia oscura y pesimista, habrá que unir la sucesión de peripecias, las secuencias desarrolladas en cuevas situadas en la isla y, por supuesto, la presencia de esos cangrejos gigantes que, si más no, al menos aportan con el paso de más de medio siglo, ese regusto pulp y artesanal, a una película que no deja de aportar estridentes peripecias argumentales –la menor de las cuales, no es precisamente, esa absorción cerebral de la inteligencia de los científicos eliminados, que hablarán a través de objetos metálicos-, y en la que su conclusión, podría aparecer como una leve referencia, al apocalíptico que ofrece la memorable QUATERMASS AND THE PIT (¿Qué sucedió entonces?, 1967. Roy Ward Baker), una de las cimas absolutas, de la ciencia-ficción cinematográfica.

Calificación: 1’5

THE INTRUDER (1962, Roger Corman) [El intruso]

THE INTRUDER (1962, Roger Corman) [El intruso]

Con bastante probabilidad, THE INTRUDER (1962) sea el título más prestigiado en la filmografía de Roger Corman. Avalado por una cálida acogida en el Festival de Venecia de 1962, aunque al mismo tiempo sufrió un notorio fracaso comercial, algo por otro lado inusual en la andadura siempre fenicia de su director. Jamás estrenado en las pantallas españolas –la reciente edición digital supone en este sentido una valiosa apuesta-, el propio Corman destacó el riesgo comercial así como los riesgos asumidos en el rodaje del film, en pleno territorio sureño, llegando a utilizar a sus habitantes en sentido opuesto a los que ellos creían –la secuencia de la soflama del protagonista ante una multitud enardecida resultó paradigmática a este respecto-.

THE INTRUDER se centra en la andadura de un trabajador social de nada solapada mentalidad racista, que viajará hasta la localidad sureña de Caxton, donde muy pronto encontrará terreno abonado para dar rienda a sus tesis. Encarnado por un extraordinario William Shatner, que en todo momento sabe transmitir el atractivo exterior de este All American Boy de impecables y elegantes maneras exteriores, ocultando un interior detestable no solo en su convicción racista sino, sobre todo, en los modos y maneras que utilizará con total impunidad para materializar la completa manipulación del latente racismo existente en la población. Será algo que no obstante, aceptan de manera callada la Ley gubernamental que permite la convivencia de alumnos blancos y negros en los institutos. Será esta la base que asumirá Adam Cramer (Shatner), para poco a poco ir desarrollando su capacidad de manipulación, utilizando para ello su encanto, su propio atractivo físico, y su capacidad para discurrir no solo por encima de seres de escasa cultura –a los que manipula con facilidad, utilizando débiles argumentos demagógicos, e incluso llegando a mentir-, sino buscando como aliado al poderoso Mr. Shipman (Robert Emhardt), quizá el hombre más influyente de la población, al objeto de ir dando rienda suelta a sus planes segregacionistas. Será algo que irá alcanzando al propagar una espiral de violencia que la población negra aguantará de manera estoica, aunque en ello se encuentre el cruel asesinato del sacerdote negro de la población, al bombardearse la parroquia en donde estaba destinado.

Personalmente, con ser valioso e incluso en su proceso de rodaje valiente, a mi juicio lo más importante de THE INTRUDER no se encuentra en ese alegato antirracista, que con el paso del tiempo quizá aparezca algo simplista. Rodada con un admirable sentido de la inmediatez, ayudado para ello por la contrastada fotografía en blanco y negro de Taylor Byars, cualquier espectador más o menos avezado puede detectar ese cierto desaliño visual que caracterizó el cine de Corman –hagamos excepción de sus más cuidadas cintas para el “Ciclo Poe” y algunas de sus últimas obras-. De forma paradójica, en esta ocasión esas debilidades que forjaron algunos títulos sobre los que más cabe ubicar el olvido más piadoso, se alían en una película a la que favorece ese escaso refinamiento formal, que no dudará en mostrar en numerosas ocasiones a su protagonista en contrapicado, al objeto de resaltar ese poder de sugestión antes las masas.

En su conjunto, la obra de Corman no deja de aparecer inmersa dentro de ese conjunto de producción que tuvo una amplia presencia en el cine de los primeros sesenta, como inesperada continuidad a la antigua serie B. Un tipo de cine de marcado rasgo independiente, bajo cuyo amparo se dieron cita no pocos exponentes llenos de frescura fílmica, de los que quizá el título que comentamos no podamos situar en su cima, pero que no por ello debemos despojar en su notable atractivo. No pocos han hecho referencia a los ciertos ecos que su propuesta mantiene con el ELMER GANTRY (El fuego y la palabra, 1960) de Richard Brooks, a partir de la novela de Sinclair Lewis. Nada sería de extrañar, máxime cuando en no pocas ocasiones el astuto Corman ha bebido de éxitos anteriores para tomarlos como base en posteriores títulos suyos. En cualquier caso, por encima de ese componente racista que quizá en el momento de su estreno suscitó no poco polémica, lo más atractivo que perdura en esta obra que parte de un libreto del excelente Charles Beaumont –que encarna en la película al tolerante sr. Paton, el responsable del instituto-, es sin duda la vertiente psicológica que se establece en el mismo. Lo hace muy por encima del posible simplismo que puede emanar de esas masas embrutecidas –paradójicamente asumidas por vecinos reales-, a través de los principales roles del film. Entre ellos, que duda cabe que el retrato que se efectúa del protagonista –aunado por un Shatner en estado de gracia-, deviene esencial. Su manera sinuosa de ir ganándose las simpatías de los lugareños, hasta poco a poco ir adquiriendo una sensación de poder que, sin que él mismo lo advierta en un momento dado, le superará. Hay un instante magnífico a este respecto, como es ese largo travelling frontal acercándose a los ojos encendidos del joven racista, fundiendo con otro que parte de la misma posición, para retroceder y adentrarnos en esa asamblea, en la que el poder incendiario de su palabra logre extenderse al conjunto de una población hasta entonces adormecida y resignada a mala gana a esa convivencia dictada por la Ley.

Hay numerosos matices a la hora de delimitar el perfil manipulador y casi demoníaco del personaje. Entre ellos su acercamiento a la mujer de Sam Griffin (Leo Gordon) –Vi (Jeanne Cooper)-. Su esposo es un vendedor de bolígrafos que se encuentra hospedado con su mujer en la habitación contigua, no dudando Adam en someter a esta a su influjo, hasta que esta –que después sabremos ha tenido problemas psicológicos en anteriores relaciones con hombres- no pueda resistir la atracción carnal que le ofrece el atractivo Cramer –en uno de los momentos más intensos del film-, demostrando que detrás de su aparentemente intachable moral blanca, se esconde un ser que no duda en dar rienda suelta a sus más bajos instintos. Será precisamente su marido quien, en el tramo final de la película dará en la diana –aplicando el sentido de la psicología callejera que ha ido adquiriendo en su profesión-, a la hora de adivinar la debilidades que rodean al en apariencia imbatible Cramer. A su incapacidad de controlar el polvorín que ha provocado se unirá una profunda cobardía, que en los planos finales dejará a nuestro protagonista noqueado, abandonado por todos, y sin salida posible.

Sin embargo, y aún resultando un rol en apariencia secundario, el gran retrato que ofrece THE INTRUDER es a mi juicio el del periodista Tom McDaniel (espléndido Frank Maxwell), inicialmente renuente a la integración racial aunque respetuoso con las leyes. La evolución de su pensamiento, el intento de soborno para que acepte  implicarse en el proceso de radicalización promovido por Shipman –accionista mayoritario del rotativo-, irá derivando en una mirada de creciente indignación al percibir la manipulación realizada a sus convecinos. Ello le costará sufrir una paliza que tendrá como consecuencia la pérdida de un ojo, pero al mismo tiempo esta situación límite le irá granjeando la identificación de su esposa, hasta ese momento totalmente contraria a la convivencia entre negros y blancos en el instituto.

Algo discursiva en su carácter de denuncia en el torno al racismo aún imperante en la Norteamérica de aquellos primeros años sesenta –poco tiempo después se alcanzarían valiosos objetivos en este sentido-, interesante en su descripción física de unos modos de cine aún llenos de frescura, y magnífica en el tramado psicológico y las relaciones establecidas entre sus principales personajes, ni que decir tiene que THE INTRUDER es uno de los títulos a tener en cuenta en la filmografía de un Roger Corman, sorprendentemente imbuido en una mirada revestida de denuncia de uno de los males endémicos de su país.

Calificación: 3

GUNSLINGER (1956, Roger Corman)

GUNSLINGER (1956, Roger Corman)

Aún cuando nos encontramos en un periodo en el que la mujer adquiriría un protagonismo creciente en el ámbito del “western” –JOHNNY GUITAR (1954, Nicholas Ray), CATTLE QUEEN OF MONTANA (La reina de Montana, 1954. Allan Dwan), FORTY GUNS (1957, Sam Fuller), por citar algunos referentes significativos dentro de esta corriente, no parece que fuera de las manos de un Roger Corman –corto en experiencia cinematográfica pero ya diestro en los rodajes rápidos; en 1956 firmó hasta un total de cuatro largometrajes-, quien debutó con FIVE GUNS WEST (Cinco pistolas, 1955) que por lo general se considera un producto irrelevante. No fueron muchas las aportaciones al cine del Oeste auspiciadas por Corman y, lo que es más importante, Las mismas no suelen ser tenidas en cuenta a la hora de su valoración dentro de un periodo tan rico para el mismo, sobre todo dentro del ámbito de la serie B.

Buena prueba de ello lo tenemos con GUNSLINGER (1956) que, de antemano, presenta un grave problema; la de poseer un inicio bastante atractivo. En la secuencia progenérico contemplaremos la conversación mantenida por el sheriff Scott Hood (el entrañable William Schallet) con su esposa Rose (Beverly Garland), manifestándole las sospechas que tiene a la hora de descubrir a unos delincuentes que operan en la localidad de Oracle. Sin embargo, la cámara nos mostrará el cañón de una escopeta que se introducirá por el orificio de la puerta, eliminando al agente de la Ley, y pudiendo su esposa contraatacar eliminando solo a uno de los dos bandidos que formaban el pequeño grupo. La llegada de unos cuidados y extraños títulos de crédito, además de revelar la querencia de Corman por la importancia de dicha faceta, nos introduce en el funeral de Scott, donde de manera repentina Rose eliminará de un disparo al otro asesino de su esposo, proclamándose ella misma como representante de la Ley hasta la legada del nuevo marshall. Con ello pretenderá en apenas un par de semanas descubrir los auténticos responsables que maniobran y ejercen un extraño dominio en la ciudad, que poco a poco aparecerá ante los ojos de la nueva representante y también del alcaide de la población –Gideon Polk (Martin Kingsley)-. Ambos comprobarán que el eje de todo ese extraño movimiento se centra en la figura de la dueña del saloon local, Erica Page (Allison Hayes) –a quien la sheriff obligará como primera medida que cierre su recinto a las tres de la madrugada-, quien de manera sibilina está adueñándose de propiedades y terrenos de la población, con la secreta intención de enriquecerse aún más si cabe si se produjera la esperada llegada del ferrocarril. Para liquidar a la mandataria provisional y afianzar sus tácticas a la hora de captar los territorios anhelados, contratará los servicios del forajido Cane Miro (John Ireland), quien acudirá a la población y de manera inesperada forjará una extraña relación con Rose. Entre el respeto a las órdenes que le marca la mujer que lo contrató, y la atracción que poco a poco se establecerá con la representante de la Ley, Miro ejercerá como una especie de hilo vector a la hora de marcar la frontera del respeto a la convivencia en la población, al tiempo que cumplir con los cometidos por los que llegó hasta Oracle.

Podríamos decir que GUNSLINGER plantea una típica historia de triangulo amoroso, dentro del ámbito del western, dentro de la ya señalada vertiente dominada por personajes femeninos. Nada que de entrada pueda hacernos asistir a un relato desprovisto de interés. Sin embargo, y tal y como posteriormente sucedería en tantos exponentes del cine de Corman, el título que comentamos desprende en su conjunto una extraña sensación de desgana, de aridez narrativa. Sin tener en cuenta el desgaste del Pathecolor que muestra la copia –lo cual en sí mismo no tiene que incidir a la hora de la valoración del resultado-, asistimos a un relato que pese a una duración de poco más de setenta minutos aparece interminable, donde sus personajes aparecen despojados de la más mínima entidad, e incluso ese enfrentamiento de mujeres, a partir de la llegada de Miro, se ausenta de su necesaria tensión. Sin embargo, no hay nada que me enerve más en esta mediocre película, que comprobar una vez más que el tan mitificado por Corman Jonathan Haze deviene en esta película especialmente aborrecible, al encarnar –es un decir- a Jake Hayes, ayudante y eterno enamorado de Erica, sin ver por parte de ella el deseado sentimiento. Poco se puede decir de esta película apagada como pocas. Apenas algunos instantes en los que se destila la pasión entre el forajido llegado a la localidad, que irá modificando las intenciones que forjaron su llegada al ir intimando con Rose, hasta llegar a una catarsis más o menos eficaz como gris en su desarrollo, reveladora no solo de la escasa pertinencia del director de HOUSE OF USHER (La caída de la casa Usher, 1960)  para el cine del Oeste, sino esa escasa pericia que presidió buna parte de su filmografía –con escasas excepciones-, hasta llegar a su tan significativo ciclo de adaptaciones de Edgar Allan Poe.

Calificación: 1

THE PREMATURE BURIAL (1962, Roger Corman) La obsesión

THE PREMATURE BURIAL (1962, Roger Corman) La obsesión

Tercera de las ocho películas que conformaron el estupendo e inicialmente no planificado ciclo dedicado por Roger Corman a la libre adaptación de obras de Edgar Allan Poe –algo que años después también puso en práctica George Lucas pero que posteriormente disimuló con astucia con su ocurrencia de esas famosas tres trilogías aún no conclusas, dispuestas sobre el tapete con único afán mercantilista, a raíz del inesperado boom de STAR WARS (La guerra de las galaxias, 1977. George Lucas)-, lo cierto es que THE PREMATURE BURIAL (La obsesión, 1962) –uno de los exponentes de esta serie que se estrenaron en España en su día-, ofrece ciertas singularidades.

Pese a estar integrada en el conjunto que formaron estas rápidas producciones de la American International, conviene señalar en primer lugar que fue la única ocasión que no contó con la presencia protagónica de Vincent Price –al parecer bajo contrato para otro film, y tras un conflicto que enfrentó el realizador a unos productores que no querían que Corman pudiera obtener más beneficios de sus películas-. En su lugar, asume el principal papel el estupendo Ray Milland encarnando a Guy Carrell, un pintor que ya desde la secuencia inicial –pregenéricos-, sufre una fuerte impresión al comprobar en el descubrimiento de un cadáver la circunstancia de comprobar que ha sido enterrado en vida. Esta aterradora certeza y el recuerdo de unos gritos de su padre que al parecer también sufrió de catalepsia, se convierten en una auténtica tortura para alguien que posee un carácter sensible, viviendo además rodeado de un entorno lúgubre, aislado, siniestro, dominado por nieblas y páramos desolados. A partir de la descripción de dicho contexto se desarrollará el argumento principal del film, al casarse Carrell   con Emily (la siempre amenazadora Hazel Court), bajo la mirada inquietante de su hermana Kate Carrell (Heather Angel). Se suceden las amenazas, los detalles indicativos del horror -la boda de los protagonistas reproduce bajo la presión de una fuerte tormenta-, los ecos de una canción resuenan repetidas ocasiones en los oídos del protagonista, recordándole de forma periódica la espantosa visión de aquel entierro prematuro que provoca todas sus pesadillas y angustias... y hay algo más que al parecer está fuera de lo sobrenatural. Detalles que indican que alguien maquina una intención nada positiva.

En el conjunto de los títulos que conforman este ciclo Corman / Poe, situaría THE PREMATURE BURIAL en un lugar intermedio –lo que no es poco-. Muy por debajo de la –a mi juicio- magistral HOUSE OF USHER (El hundimiento de la casa Usher, 1960), la excelente THE PIT AND THE PENDULUM (El péndulo de la muerte, 1961), la igualmente magnífica e infravalorada THE HAUNTED PALACE (1963), e incluso de la tan fascinante como por momentos artificiosa THE MASQUE OF THE RED DEATH (La máscara de la muerte roja, 1964). Creo que nos encontramos con una brillante aportación al género de terror afinada con tiento por el realizador, con un –como le era habitual- estupendo manejo de la cámara y la planificación en formato panorámico, una brillante escenografía que en modo alguno adivina los reducidos costes de estas producciones y, una vez más, la magnífica prestación como operador de fotografía en Pathecolor del gran Floyd Crosby –quizá algún día habría que calibrar cuanto le debe Corman al veterano operador de Murnau en la prestancia visual de sus colaboraciones cinematográficas para esta serie-. Al mismo tiempo, se trata de una de las tres ocasiones en la que contó como guionista con el hasta hace poco apenas reivindicado Charles Beaumont como guionista, un profesional prematura y extrañamente desaparecido, conocido a través de sus aportaciones en la mítica serie The Twlight Zone. Pese a prolongar muchas de las constantes que ya habían manifestado sus dos exponentes previos de la serie y sucederían sucesivos títulos –lúgubres subterráneos, pesadillas viradas, páramos desolados y envueltos en la niebla, atavismos familiares e incluso relaciones de tipo incestuoso, la presencia del famoso plano del exterior de una mansión (en esta ocasión no se produce el incendio final)-, THE PREMATURE BURIAL atesora una personalidad propia. Para ello no hay más que acudir a la secuencia previa a los títulos de crédito –que muestra una concentración en un cementerio, tan genialmente parodiada en el inicio de la excelente THE COMEDY OF TERRORS (la comedia de los terrores, 1964) de Jacques Tourneur-. En esta ocasión dichos créditos figuran al inicio y no a la conclusión del film –como sucedió en buena parte de esta serie, otorgando una peculiaridad a las mismas-. Por otra parte, Corman colaboró por vez primera con Ronald Stein para el fondo sonoro –con quien repetiría en la citada THE HAUNTED PALACE-, prescindiendo del magnífico Les Baxter –a quien recuperaría posteriormente en TALES OF TERROR (Historias de terror, 1962), donde brindó quizá su mejor partitura para la serie, y THE RAVEN (El cuervo, 1963)-. Son elementos quizá poco importantes en apariencia, pero ofrecen un cierto giro en una atmósfera que logra su efecto mortuorio fundamentalmente en aquellas secuencias en que Guy descansa en su dormitorio –de colores rojizos- ataviado igualmente con un batín del mismo tono. Por otra parte, debemos contar en el haber de THE PREMATURE BURIAL con la que quizá sea la muestra más sutil del sentido del humor cinematográfico de Corman –algo que realmente nunca fue su fuerte-. ello se produce en la excelente secuencia en la que Guy explica a su esposa y su amigo Miles (un envejecido Richard Ney), el sofisticado sistema de posibles salidas que ha puesto en practica en un panteón que ha edificado para asegurarse que caso de morir en estado cataléptico no tenga ese final aterrador que tanto le atenaza. Ayudado por la ironía demostrada por Ray Milland, el recorrido de ingeniosos artilugios que muestran una solución final igualmente estremecedora, quizá por única vez en este ciclo, muestra con algo más que eficacia una capacidad para la ironía ausente en buena parte de la decepcionante THE RAVEN y la historia humorística inserta en TALES OF TERROR.

Al margen de subrayar la brillantez de la labor de Milland –que colaboraría con Corman al año siguiente en la discreta y discursiva X (El hombre con rayos X en los ojos, 1963)-, las secuencias finales oscilan entre lo obvio –la evidencia de una conjura- y lo angustioso –el momento en que Guy con los ojos abiertos dentro del ataúd recibe la oscuridad con una paletada de tierra-. Todo ello, y su salida de la tumba en un arranque de locura admirablemente interpretado, culmina esta interesante THE PREMATURE BURIAL, que quizá por única vez en este ciclo Corman / Poe, no culmina con una cita del autor de Baltimore, sino con una elegante panorámica que enmarca una lápida con la inscripción –en latín-: “descanse en paz”.

Calificación: 3  

Comentario insertado en Cinefania en julio de 2002 y corregido con posterioridad

NOT OF THIS EARTH (1957. Roger Corman)

NOT OF THIS EARTH (1957. Roger Corman)

Si me preguntaran que es lo más valioso de NOT OF THIS EARTH (1957. Roger Corman), citaría sin dudar la fuerza de su poster, que emerge como uno de los iconos más valiosos de la cartelería del género. Puede ser que mencionar esta circunstancia pueda resultar hasta irónico, pero lo cito en la medida que refleja la realidad de esta discreta producción de la Allied Artists, que durante mucho tiempo ha sido definida como uno de los exponentes más mitificados de la aportación de Corman al contexto de la ciencia-ficción cinematográfica. No es de extrañar que ello suceda, en la medida que su obra está trufada de mediocridades e incluso propuestas infumables que filmó como un destajista, sin la más mínima intención de alcanzar algo más que un consumo rápido en el público juvenil adicto a los drive in de la época. De entre las mismas, siempre se han destacado tanto THE LITTLE SHOP OF HORRORS (1960) y la previa A BUCKED OF BLOOD (1959), consideradas –junto al título que nos ocupa- como un ejemplo de comedia negra inserta dentro del fantastique, en este caso mucho más difícil hasta la fecha de llegar hasta el público español –ninguna de ellas tuvo estreno comercial en nuestro país-. Con sinceridad, en ambos casos considero que nos encontramos ante películas que no sobrepasan la barrera de la medianía, aunque lograran todas ellas alcanzar un mínimo nivel, precisamente a través de su desvergonzada condición de productos rodados casi al margen del sistema. Esa circunstancia, es la que de alguna manera ejerce como factor generador de una relativa simpatía, permitiendo quizá de manera inesperada, que sus resultados devengan al menos simpáticos, aunque en un porcentaje mucho menos loable que el por mí muy valorado ciclo de adaptaciones de Allan Poe –que reconozco hoy día tiene pocos seguidores, que se le va a hacer-.

NOT OF THIS EARTH se separa un poco del carácter gamberro que caracterizaron los dos títulos posteriores antes citados, aunque en su propuesta se inserte un porcentaje de humor magnificado por muchos, que un servidor no termina de contemplar del todo, más allá de esa divertido envenenamiento que sufre la compañera alienígena del protagonista, al ser inyectada con sangre ¡de perro infectado por la rabia! Por el contrario, creo que la propuesta de Corman tiene su mayor virtud en la expresión visual que se manifiesta en los exteriores de Los Angeles, a través de la iluminación en contrastado blanco y negro –notable aportación de John J. Mescall-. Ejerciendo como uno más de los precedentes que poco después ofrecerían títulos como CARNIVAL OF SOULS (1962. Herk Harvey) y algunos otros, y que tendría quizá su exponente más mitificado en NIGHT OF THE LIVING DEAD (La noche de los muertos vivientes, 1968. George A. Romero), el film de Corman logra describir la visión sombría de un contexto urbano cómodo y vitalista, trasladando en sus imágenes –no dudo que de forma inconsciente-, una mirada malsana y sombría, que parece traducir un desconcierto existencial dentro de ese marco de aparente progreso.

Más allá de esta capacidad para manifestar un estado de ánimo inquietante, NOT OF THIS EARTH logra integrar en sus imágenes la débil base argumental ideada por el conocido Charles B. Griffith –junto a Mark Hanna-, para describir la andadura terrestre de un ser –Paul Brich (Paul Jonhson)- procedente del planeta Davana, enviado a la tierra de cara no solo a alimentarse de sangre, sino sobre todo investigar las posibilidades que nuestro planeta ofrece como posible base de alimentación para sus compañeros habitantes del lejano mundo. A partir de dicha anécdota, desarrollada en la ajustada duración de poco más de una hora, el film de Corman se despliega a través de una narración que destaca en su apuesta por la elipsis, y sobre todo por la acertada caracterización de su personaje protagonista –estupenda prestación de Paul Johnson-, siempre enfundado en unas grandes gafas ahumadas, escondiendo esos ojos blanquecinos que en algunos momentos utilizará para matar a aquellos terrícolas que le estorben en su camino –provocando de paso los momentos más ridículos de la función, al escenificar con torpeza dichos asesinatos-. No soy el primero en apreciarlo, pero no cabe duda que en la encarnación de este extraño vampiro alienígena queda expuesto un precedente del Ray Milland de la posterior X (El hombre con rayos x en los ojos, 1963). A su alrededor se describe una leve e insustancial trama argumental, puesta al servicio de las tribulaciones de este ser inquietante, eternamente vestido de traje y acompañado en todo momento por un maletín metálico, que se encuentra ayudado del extraño Jeremy Perrin (Jonathan Haze, acentuando en su interpretación un lado burlesco algo chirriante), un joven salido de la cárcel después de haber cometido algunos pequeños delitos. El inquietante enviado del espacio se hará ayudar también por una joven enfermera –Beverly Garland- que poco a poco irá adivinando los oscuros secretos que le rodean, hasta confluir en una catarsis de inquietante perspectiva, aunque en realidad limitada a un estéril planteamiento de suspense.

Dentro de ese marco de tanta simpleza como moderada efectividad, uno se queda de nuevo con el aire inquietante que destilan sobre todo las secuencias desarrolladas en exteriores urbanos, el acierto en la utilización de la elipsis –sobre todo en aquellas que muestran los asesinatos del alienígena de trazo humano-, o la secuencia en la que este se comunica con el representante de su planeta, por medio del receptáculo destinado a ese tipo de contacto –muy cercana en su plasmación por otra parte al cine más característico de Edward L. Wood-. Pero por encima de estas características, hay dos aspectos de la película que me parecen de notable interés, y que destacan dentro de la agradable discreción del conjunto. Uno de ellos es el episodio que relaciona al protagonista con otra enviada de su mismo planeta, que tendrá su inicio en una caseta de libros. Serán unos instantes revestidos de una particular atmósfera tenebrosa, acentuado por el contacto telepático entre ambos que se iniciará en la mencionada caseta, cuya cercanía con el cine noir es manifiesta. El otro rasgo lo supone el propio plano de clausura, donde el extraño happy end de la enfermera y su novio policía -comentando la desaparición final del alienígena-, sin dejar de provocar ese regusto inquietante con la presencia de un sustituto, que llegará casi a invadir la pantalla con su rostro. Con ello se cierra esta propuesta curiosa, moderadamente atractiva, de la que cabe destacar la impronta que le proporciona la banda sonora de Roman Vlad, y que se inicia con unos valiosos e insólitos títulos de crédito. Un elemento que se percibe –por lo inusual-, en esta producción tardía de la Allied Artists, que ejercería como caldo de cultivo a su muy cercana implicación a un ámbito más conocido –e irregular-; la American International Pictures.

Calificación: 2

NOT OF THIS EARTH (1957. Roger Corman)

NOT OF THIS EARTH (1957. Roger Corman)

Si me preguntaran que es lo más valioso de NOT OF THIS EARTH (1957. Roger Corman), citaría sin dudarlo la fuerza de su poster, que emerge como uno de los iconos más valiosos de la cartelería del género. Puede ser que mencionar esta circunstancia pueda resultar hasta irónico, pero lo cito en la medida que refleja la realidad de esta discreta producción de la Allied Artists, que durante mucho tiempo ha quedado como uno de los exponentes más mitificados de la aportación de Corman al contexto de la ciencia-ficción cinematográfica. No es de extrañar que ello suceda, en la medida que su obra está trufada de mediocridades e incluso propuestas infumables, que este filmó como un destajista, sin la más mínima intención de alcanzar algo más que un consumo rápido en el público juvenil adicto a los drive in de la época. De entre las mismas, siempre se han destacado tanto THE LITTLE SHOP OF HORRORS (1960) y la previa A BUCKED OF BLOOD (1959), consideradas por no pocos como un ejemplo de comedia negra inserta dentro del fantastique, como el título que nos ocupa, mucho más difícil hasta la fecha de llegar hasta el público español –ninguna de ellas tuvo estreno comercial en nuestro país-. Con sinceridad, en ambos casos considero que nos encontramos ante películas que no sobrepasan la barrera de una gris medianía, aunque lograran todas ellas alcanzar un mínimo nivel, precisamente a través de su desvergonzada condición de productos rodados casi al margen del sistema. Esa circunstancia, es la que de alguna manera ejerce como factor que provoca una relativa simpatía, y permite que, quizá de manera inesperada, sus resultados devengan al menos simpáticos, aunque en un porcentaje mucho menos loable que el por mí voy valorado ciclo de adaptaciones de Allan Poe –que reconozco hoy día tiene pocos seguidores, que se le va a hacer-.

NOT OF THIS EARTH se separa un poco del carácter gamberro que caracterizó los dos títulos posteriores, aunque en su propuesta se inserte un porcentaje de humor magnificado por muchos, pero que un servidor no termina de contemplar del todo, más allá de esa divertido envenenamiento que sufre la compañera alienígena del protagonista, al ser inyectada con sangre ¡de perro infectado por la rabia!. Por el contrario, creo que la propuesta de Corman tiene su mayor virtud, en la expresión visual que manifiesta de los exteriores de Los Angeles, a través de esa iluminación en contrastado blanco y negro –notable aportación de John J. Mescall-. Ejerciendo como uno más de los precedentes, que poco después ofrecerían títulos como CARNIVAL OF SOULS (1962. Herk Harvey) y algunos otros, que tendría quizá su exponente más mitificado en NIGHT OF THE LIVING DEAD (La noche de los muertos vivientes, 1968. George A. Romero), el film de Corman logra describir una visión sombría de un contexto urbano cómodo y vitalista, trasladando en sus imágenes –no dudo que de forma inconsciente-, una mirada malsana y sombría, que parece traducir un desconcierto existencial dentro de ese marco de aparente progreso.

Más allá de esta capacidad para manifestar un estado de ánimo inquietante, NOT OF THIS EARTH logra integrar en sus imágenes la débil base argumental ideada por el conocido Charles B. Griffith –junto a Mark Hanna-, para describir la andadura terrestre de un ser –Paul Brich (Paul Jonhson)- procedente del planeta Davana, destinado a la tierra para no solo alimentarse de sangre, sino sobre todo investigar las posibilidades que nuestro planeta ofrece como posible base de alimentación para sus compañeros habitantes del lejano mundo. A partir de dicha anécdota, desarrollada en la ajustada duración de poco más de una hora, el film de Corman se despliega a través de una narración que destaca en su apuesta por la elipsis, y sobre todo por la acertada caracterización de su personaje protagonista –estupenda prestación de Paul Johnson-, siempre enfundado en unas grandes gafas ahumadas, escondiendo esos ojos blanquecinos, que en algunos momentos utilizará para matar a aquellos terrícolas que le estorben en su camino –provocando de paso los momentos más ridículos de la función, al escenificar con torpeza dichos asesinatos-. No soy el primero en apreciarlo, pero no cabe duda que en la encarnación de este extraño vampiro alienígena se ofrece un precedente del Ray Milland de la posterior X (El hombre con rayos x en los ojos, 1963). A su alrededor se describe una leve e insustancial trama argumental, puesta al servicio de las tribulaciones de este ser inquietante, eternamente vestido de traje y acompañado en todo momento por un maletín metálico, que se encuentra ayudado del extraño Jeremy Perrin (Jonathan Haze, acentuando en su interpretación un lado burlesco algo chirriante), un joven que ha emergido de la cárcel después de haber cometido algunos pequeños delitos. El inquietante enviado del espacio se hará ayudar también por una joven enfermera –Beverly Garland- que poco a poco irá adivinando los oscuros secretos que rodean a este, hasta confluir en una catarsis pretendidamente inquietante, aunque en realidad limitada a un estéril planteamiento de suspense.

Dentro de ese planteamiento de tanta simpleza como moderada efectividad, uno se queda de nuevo con el aire inquietante que destilan sobre todo las secuencias desarrolladas en exteriores urbanos, el acierto en la utilización de la elipsis –sobre todo en aquellas que muestran los asesinatos del alienígena de trazo humano-, o la secuencia en la que este se comunica con el representante de su planeta, por medio de ese receptáculo destinado a ese tipo de contacto –muy cercana en su plasmación por otra parte al cine más característico de Edward L. Wood-. Pero por encima de estas características, hay dos aspectos de la película que me parecen de notable interés, y que destacan dentro de la agradable discreción del conjunto. Uno de ellos es el episodio que relaciona al protagonista con otra enviada de su mismo planeta, que tendrá su inicio en una caseta de libros. Serán unos instantes revestidos de una particular atmósfera tenebrosa, acentuado por el contacto telepático entre ambos que se iniciará en la mencionada caseta, cuya cercanía con el cine noir es manifiesta. El otro rasgo lo supone el propio plano de clausura, donde el extraño happy end de la enfermera y su novio policía, comentando la desaparición final del alienígena, sin dejar de provocar ese alcance inquietante con la presencia de un sustituto, que llegará casi a invadir la pantalla con su rostro. Con ello se cierra esta propuesta curiosa, moderadamente atractiva, de la que cabe destacar la impronta que le proporciona la banda sonora de Roman Vlad, y que se inicia con unos valiosos e insólitos títulos de crédito. Un elemento que destaca –por lo inusual-, en esta producción tardía de la Allied Artists, que ejercería como caldo de cultivo a su muy cercana implicación a un ámbito más conocido –e irregular-; la American International Pictures.

Calificación: 2