¡Como han cambiado los tiempos para este entrañable octogenario llamado Sidney Lumet! De saludar su debut 12 ANGRY MEN (12 hombres sin piedad, 1957) como una obra maestra –valoración que no comparto pero que sigue teniendo vigencia entre quienes consideran dicha película una de las cimas del cine norteamericano de su época-, pronto se vio inmerso en esa generalizada opinión negativa con que se despachaba cualquier película realizada por los hombres y directores que formaban la “generación de la televisión”. En fin, el caso es que la andadura de Lumet parece ser que jamás se arrugó ante apreciaciones adversas, prolongando una filmografía por lo general mirada con desdén por crítica y público, aunque en ocasiones algún éxito comercial volviera a traer de actualidad el nombre de su realizador. Cierto es que en sus últimas obras y, más en concreto, desde la llegada de la década de los ochenta, puede decirse que su cine llegó a un estado de homogénea madurez que, si bien no impidió algún producto prescindible, en líneas generales han obligado a todos aquellos que décadas tras lo cuestionaban, a reconocer en Lumet un director con personalidad, y con unas constantes temáticas y narrativas, que avalan al menos unas formas expresivas coherentes.
En ese sentido, la presencia de FIND ME GUILTY (Declaradme culpable, 2006) supone una bocanada de aire fresco, aunque en todo momento, tengamos presentes los ecos que esta película plantea con otros títulos de propio Lumet. Desde el ya mencionado 12 ANGRY MEN, hasta PRINCE OF THE CITY (El príncipe de la ciudad, 1981), pasando por NIGHTS FALL ON MANHATTAN (La noche cae sobre Manhattan, 1986) o el propio THE VEREDICT (Veredicto final, 1982). De todos estos y algunos otros referentes de sus obras, bebe esta sorprendente película, en la medida de mostrar el vigor cinematográfico de un director que llevaba varios años sin rodar para la pantalla grande –aunque en este ínterin trabajara para la televisión-, con más de ochenta años de edad. Un balance vital sin duda ya dilatado, pero que en el caso de nuestro hombre le ha llevado a proseguir con fuerza en estas películas que, lo quiera o no, es probable se erijan como sus testamentos cinematográficos –el título que comentamos sobrellevaba ese aroma de obra póstuma, aunque el posterior rodaje de la casi aclamada BEFORE THE DEVIL KNOWS YOU’RE DEAD (Antes de que el diablo haya muerto, 2007) haya diluido dicha sensación-. En cualquier caso, lo que nadie puede negar es que nos encontramos con la esencia, sabia y sobria, del mejor Sidney Lumet, ese poeta de las áreas urbanas newyorkinas y eterno cronista de la corrupción entremezclada bajo diversas vertientes.
Todo ello se encuentra, sedimentado y, hasta me atrevería a señalar que liofilizado, en la sorprendente FIND ME GUILTY. Sorprendente sin duda por el tono que el realizador imprime al relato, iniciado con un humor entre negro y grotesco, flanqueado de músicas festivas aunque, eso sí, en todo momento la planificación se muestre inclinada a la desdramatización. En esas primeras secuencia veremos el intento de asesinato de Jackie DiNorscio (Vin Diesel), por parte de un íntimo amigo suyo y delante de la hija de este. La secuencia, que pese a su descripción trágica supone una completa apuesta del mayor humor negro, y culminará con un DiNorscio herido y en el hospital, negándose a colaborar con la policía para indicar quien ha atentado contra su vida –norma habitual en los clanes mafiosos-. Sin embargo, una encerrona en un asunto de drogas lo llevará a la cárcel con una condena de treinta años, algo que los estamentos policiales han llevado a cabo para forzarlo a colaborar en un ambicioso plan de la justicia estadounidenses, y con ello poder liquidar los exponentes de una amplísimo gang de índole mafiosa. Sin embargo, nuestro protagonista formará parte de aquel proceso como encausado, ofreciéndose al juez como su propio abogado defensor. Así pues, en el juicio más largo y con mayor número de implicados de la historia de la justicia en USA, el personaje real de Jackie DiNorschio supondrá en los primeros compases de una vista que se prolongará durante casi tres años, como un elemento discordante, y que incluso mantiene las suspicacias por el resto de condenados –que sí poseen la oportuna defensa, y se encuentran coordinados por la astucia del abogado Ben Klandis (Peter Dinklage)-, intuyendo todos ellos que la actitud de Jack puede llevarles a no pocas complicaciones. Incluso uno de los mayores líderes del grupo de los enjuiciados, el italiano Nick Calabrese (Alex Rocco), jamás otorgará el más mínimo margen de confianza o aliento a DiNorschio, al que en todo momento ve como un aprovechado que busca salvarse él. Sin embargo, y aún pudiendo comprobar finalmente que su instinto le ha fallado, y ellos quedan libres mientras Jack ha de seguir cumpliendo su condena previa, el veterano Calíbrese jamás ofrecerá sus respetos a este acusado que, con sus destemplanzas y sus performances, ha logrado conmover a un jurado en uno de los casos más complejos de la justicia norteamericana.
Indudablemente, Lumet se mueve como pez en el agua en los meandros de esta “puesta en escena” de la justicia, que es plasmada en la pantalla con una notable sequedad expositiva, basada en la proliferación de planos generales, escasamente dado a la movilidad de la cámara, y apostando con ello por una mirada distanciada y en todo momento irónica de lo que el veterano director filma como si fuera una sucesión –en su versión más seria- de slow burns. En efecto, esa apuesta por planos largos, permite en muchos momentos observar el espectador lo ridículo de no pocas situaciones. Una de ellas sería el ritual con el que se saca el pequeño túmulo en repetidas ocasiones, para que Klandis –que es de muy baja estatura- pueda dirigirse al jurado y al conjunto de los presentes. Es precisamente en ese deliberado recurso por una aparente y amable distanciación, donde se encuentre la apuesta más arriesgada de Lumet en esta película. En este aspecto, creo que ha jugado con las maneras del viejo zorro que se las sabe todas a la hora de atraer o formar en el espectador una opinión determinada de aquello que esta viendo y observado –de forma dominada por la relajación y oportunos elementos irónicos-. Sin embargo, la grandeza de FIND ME GUILTY proviene precisamente cuando, a mitad de metraje se irá ahondando en las relaciones personales, y apostando por una noble dramatización, sobre todo dada en la relación entre sus principales personajes. Con astucia, el guión de T. J. Mancini, Robert J McCrea y el propio Lumet discurre en esa vertiente distanciada, que en un momento dado se transfigura en una vista densa, en donde la relación que se establece entre personajes aparentemente contrapuestos –y con ello me refiero al juez o al abogado Klandis-, que imperceptiblemente, van variando a favor la opinión que tenían sobre el gangster. En este sentido, tanto la escena en la que el Juez comunica a Jack la muerte de su madre, o la llamada de Klandis al protagonista en prisión dándose las gracias por su entrega, son sin duda momentos que gozan del alma del Lumet más valioso y, por que no decirlo, del mejor cine norteamericano de siempre.
Desde esos momentos y esos instantes, la película ya jamás podrá retroceder en el sendero emprendido. Nos hemos acercado a un mundo de viejos italianos que sin duda han cometido delitos pero que, muy probablemente, en sus comportamientos y doctrinas revelan a hombres leales y trabajadores, a seres curtidos en el tiempo, protectores de sus gentes –en este sentido, la galería y la propia tipología de estos personajes es absolutamente fabulosa, encarnadas por veteranos actores que parecen “ser” los personajes que interpretan-. Imbuidos en ese contexto, llegarán momentos que pondrán a prueba la unidad del colectivo de encausados, como debatir la propuesta de asumir la culpabilidad con unas condenas menores, el interrogatorio que Jack dirigirá a la persona que había atentado con su vida, o la propia intervención de cierre del protagonista ante el jurado, pidiendo declararse culpable para dejar libres a un puñado de seres que tienen códigos de comportamiento y de decencia, y cuyo hipotético ingreso en prisión llevaría a destrozar muchas familias. Y es llegado al punto de estas situaciones, cuando Lumet ha decidido retomar la estructura narrativa de su primera parte, intentando ver los últimos pormenores de la vista de una manera distanciada. Pero ya nada será igual. Como gran especialista del cine judicial, sin que nosotros nos demos cuenta nos ha implicado en el caso, y de alguna manera nos sentimos cerca de ese conjunto de veteranos y rituales gangsters, haciéndonos compartir la decisión del jurado.
Una libertad esta que llevará al conmovedor y espontáneo encuentro entre absueltos y el jurado, pero que al mismo tiempo dejará de lado el regreso a prisión de Jackie DiNorschio, olvidado por quienes han llegado a la libertad gracias a él. De nuevo Lumet nos ha hecho incomodarnos, y ha mostrado con facilidad la débil frontera que representa la justicia y el mundo criminal. Sin duda, el veterano realizador apuesta por el ser humano, por ser personal, y por despojar a cada ser de etiquetas preconcebidas. Y para lograr plasmar sus intenciones ha apostado de nuevo una de sus mayores cualidades; la dirección de actores. En este sentido, lógico es consignar la esforzada composición mostrada por el que hasta hace poco era héroe de cintas de acción –Vin Diesel-, quien ofrece un retrato modulado de su rol protagónico. Sin embargo, estoy convencido que el esfuerzo y al mismo tiempo la escasa sutileza de Diesel le permitió acentuar un especial interés en determinados personajes en apariencia secundarios, que son finalmente los que modulan la evolución del relato. Me referiré a ese fiscal obsesionado por demostrar su teoría –Sean Tierney (Linus Roache)- pero, sobre todo, a la figura del juez Finestein, que encarna de forma eminente Ron Silver –y al que además Lumet logra mostrar lo menos posible, para que sus planos de repercusión siembre nos digan algo y, sobre todo, vislumbren progresivamente un matiz de humanidad ante el osado “gangster” que ejerce como abogado defensor-. Es algo que también manifestará el otro gran personaje de la película, ese abogado Gladis, de pequeña estatura pero grande en inteligencia y conocedor de los entresijos de la justicia, y del que Peter Linklage ofrece un retrato maravilloso.
Si a todos estos valores, añadimos el impecable sentido de la progresión narrativa que muestra Lumet según vamos introduciéndonos en el relato, cobrando espesura en sus recovecos, tendremos que reconocer que en un panorama dominado por digitalizaciones, planos cortos y músicas machaconas, el viejo cineasta ha logrado conformar una jugada casi maestra. Un magnífico exponente de vertiente clásica, que no desdeña la incorporación de rasgos inherentes a la práctica cinematográfica de nuestros días. El resultado; la resurrección artística de su realizador y una de las películas norteamericanas más valiosas de 2006.
Calificación: 3’5