FINAL APPOINTMENT (1954. Terence Fisher)
Aunque aún faltarán años para poder completar dicho proceso -si es que este realmente llega a su final-, en los últimos tiempos hemos podido acercarnos a diversos de los títulos que forjaron la filmografía del inglés Terence Fisher, hasta su encuentro con el nuevo diseño de producción en Hammer Films -anteriormente ya había filmado propuestas para dicha productora- con THE CURSE OF FRANKENSTEIN (La maldición de Frankenstein, 1957). Hasta ese momento, Fisher había dirigido unos 27 largometrajes, muchos de los cuales han permanecido ocultos durante décadas y que, en líneas generales, se definían en relatos de muy escaso presupuesto -policiacos fundamentalmente- que aparecen como tímidos borradores, que en modo alguno preludiaban la magnitud de su obra posterior, cuando el británico se imbrica en el revisionismo de las mitologías del terror, y en un contexto de producción donde la presencia del color resultará fundamental. En cualquier caso, hasta llegar ese momento, y a tenor de los exponentes que he podido contemplar, no dudaría en destacar el atractivo de modestas pero estimulantes propuestas como WINGS OF DANGER (1952) o FOUR SIDED TRIANGLE (1953). Desde luego, se encuentran bastante por encima de FINAL APPOINTMENT (1954), en la que se agudizan de manera notable las costuras tardías del quota quickie, ya que aparece como una propuesta que prolonga, dentro de su ajustada duración de una hora, la frecuentada corriente que entremezclaba en su argumento las costuras del suspense dentro de un ámbito de comedia. Un subgénero que en el cine británico se remonta a la década de los años treinta, en buena medida consolidado con las prestaciones del tándem formado por Sidney Gilliat y Frank Launder. Sea como fuere, en esta ocasión se adaptan las bases argumentales de la obra teatral de Sidney Nelson y Maurice Harrison, en la que sería la primera de las tres producciones de bajo presupuesto que rodaría para la ignota Association of Cinema Technicians, iniciando una trilogía con sus personajes protagonistas que el propio Fisher retomaría en la posterior STOLEN ASSIGMENT (1955).
En ella, puede decirse que se combina a tres bandas, en un relato que apenas excede la hora de duración, por un lado, el pacífico enfrentamiento de una joven pareja de periodistas ligados sentimentalmente. Ellos son el lanzado Mike Billings (John Bentley) y Jenny (Eleanor Summerfield), encargada en el rotativo en que ambos trabajan de la sección del consultorio sentimental, del que desea emerger y dedicarse a otras facetas periodísticas más reconfortantes. El destino le llevará a intentar investigar las amenazas de muerte que ha recibido en los últimos días el reputado abogado Hartnell (Hubert Gregg). Pese a encontrar la oposición cerrada del amenazado a hacer declaraciones sobre las mismas, la intuición de Jenny le llevará a asentar una teoría que relaciona dichas acciones con una sucesión de asesinatos sin resolver que se han venido desarrollando en años consecutivos, siempre teniendo como marco temporal la fecha del 10 de julio. Unos crímenes que se centran en cuantos formaron un consejo de guerra pocos años atrás, por lo que se intentará buscar el autor de los mismos entre quienes fueron encarcelados en dicha vista. Para ello, Billing comentará sus conclusiones con el inspector Corcoran (Liam Redmond), puesto que quedan escasos días para llegar al 10 de julio del año en curso y, con ello, la vida de Hartnett pueda encontrarse seriamente en peligro.
A partir de esas premisas, FINAL APPOINTMENT aparece como una discreta comedia de suspense, de la que cabe destacar la fluidez que en todo momento caracteriza su acelerado metraje, aunque, por el contrario, ello impida un trazado de personajes mucho más matizado de lo que aparecen en pantalla. La pareja de periodistas apenas desprende la más mínima simpatía -por más que en el caso de Jennie represente un personaje femenino caracterizado por una personalidad activa y emprendedora, que se vislumbrará en sus últimos pasajes-. El abogado sometido a amenaza se caracteriza por su estolidez, e incluso el interesado coqueteo del periodista con la secretaria de este -Laura Roberts (Jean Lodge)- carecen de la mínima entidad como comedia. En este especto, es cierto que el personaje del inspector adquiere una mayor enjundia, en buena medida debido a la personalidad que le brinda el excelente Liam Redmond -para ello, solo hay que contemplar como se adueña de aquellos planos en que se encuentra en segundo o tercer término del encuadre-.
Sin embargo, junto a ello. Junto a esa ya señalada fluidez, si algo destaca en esta película tan pequeña, fácil de degustar y de olvidar -si no fuera por estar avalada por un cineasta que ya había dado destellos de talento, y pocos años después revelaría su magisterio como primerísimo hombre de cine-, se da cita alrededor del cada vez más oscuro personaje de Tom Martin (Meredith Edwards), hermano de George Martin, a quien una de las pistas permitiría dar con la identidad del asesino. El hecho de que Tom muestre el certificado de defunción de su hermano coartará dicha posibilidad, aunque el avieso ratero Vickery (Sam Kydd), otro de los posibles sospechosos, poco a poco se acerque a la realidad de la cada vez más angustiosa situación. Por ello, debemos dejar de lado la insustancial presencia de un inocuo ‘whodunit’ en el que nunca se justifica porque el asesino ha actuado cada 10 de julio en los últimos años, en vez de hacerlo en fechas más cercanas en el tiempo. En su oposición, lo más perdurable de esta pequeña película se encuentra, precisamente, en aquello que rodea a Martin y su hermano fallecido, incluso cuando conocemos que dicha situación no obedece del todo a la realidad. Fruto de dicha inquietante premisa surgirán los momentos más logrados e inquietantes del relato, ambos ligados a esa supuesta dualidad Tom – George. Una de ellas será el enfrentamiento que vivirá con un Vickery conocedor del auténtico secreto de los dos hermanos, lo que le hará vivir una pelea en la oscuridad de la tienda que regenta Martin y, entre sombras, ser asesinado. En cualquier caso, dentro de este mismo contexto, con anterioridad contemplaremos los instantes más valiosos del relato. Martin se quedará en la primera planta de su vivienda, contemplando pesaroso en la noche como en el exterior se encuentra vigilado por algún extraño. Recogerá temeroso el certificado de defunción y caerá sentado inquieto en un sillón. El encuadre fundirá con un primer plano de dicho documento, apenas sostenido en el suelo por la mano de este. Sospechamos que ha sido asesinado. Sin embargo, la cámara realizará panorámica hasta su rostro, comprobando que se encuentra su vida. En realidad, la clave de la película se encuentra en ese magnífico instante.
Calificación: 2