IL SEGNO DI VENERE (1955, Dino Risi) El signo de Venus
Cesira (Franca Valeri) y Agnese (Sophia Loren) son dos primas que viven en la misma casa de Roma. La primera de ellas es poco agraciada físicamente mientras a que la segunda le sucede todo lo contrario, llevándose en todo momento las miradas y el interés de los hombres, y viéndose acosada en actos tan cotidianos como viajar en autobús. Ambas viven en la casa de los tíos de la primera de ella –él cuñado de la dueña de la casa (Tina Pica)-, dos personajes que discuten en todo momento. Desde el primer fotograma se establece en IL SEGNO DI VENERO (El signo de Venus, 1955. Dino Risi), un contraste entre las relaciones y vivencias de las dos muchachas y, fundamentalmente, un visión hasta cierto punto melancólica de unos exteriores romanos en un periodo en el que la sombra de postguerra se daba de la mano con el desarrollismo y las nuevas zonas de una Roma que daba de la mano la tradición y el progreso.
Creo que es ese el mayor logro de esta sutil comedia, en la que destaca especialmente el uso de exteriores urbanos, generalmente bañados de tintes entre mediocres y frustrantes y hasta cierto punto nostálgicos, si tenemos en cuenta la acritud con que era mostrado en otras películas del periodo, quizá más rotundas a la hora de incidir en esa mediocridad y desamparo generacional, pero que probablemente no lograran la curiosa combinación de drama ligero y sutil elemento de comedia que presenta esta película de un Dino Risi en el mejor momento de su trayectoria. Es evidente que nos encontramos en uno de los periodos más florecientes de la comedia italiana, y en él prácticamente cualquier realizador integrado en el mismo podía recrear comedias sólidas que contaban con unos elementos de base –equipo técnico, guionistas, intérpretes- de primera fila, y que parecían surgir como carne propia de un género que partía de la realidad que se vivía.
En este caso, no se puede ocultar que IL SEGNO DI VENERO se ofrece como un producto atractivo que poco a poco va prendiendo en el espectador desde que inicialmente conocemos la personalidad frustrada de Cesira, la joven que trabaja en una especie de escrituria y que desde la primera secuencia del film intenta imaginar y desear una relación con hombres –está a punto de caerse literalmente del balcón de la casa al observar a un novio a punto de caerse-. Teniendo además que soportar el innegable atractivo que su atractiva e ingenuamente provocativa prima ejerce en ellos, finalmente acude a una vecina que le echa las cartas –y con la que ha conversado siendo testigo de una boda-. En este encuentro la vidente le provoca para que conozca a varios de ellos, y eso propiciará la andadura de esta con los hombres, teniendo tratos con una galería realmente deplorable, en la que no se sabe si valorar más la ingenuidad y argucias con las que llega a estos, o la catadura moral de cada uno de ellos. Desde un estraperlista que finalmente es detenido por robar un coche que desea vender a toda costa, y que cuenta con una madre castrante y sobreprotectora –Romolo (Alberto Sordi)-, hasta el dueño del lugar en donde trabaja –Mario (Pepino De Filippo)-, pasando por un aspirante a bombero –Ignazio (Raf Vallote)- y cerrando la galería un patético y al mismo tiempo embaucador poeta totalmente arruinado –Alessio (del que Vittoria De Sica ofrece un trabajo sensacional)-.
De todos ellos, el segundo y tercero no tardarán en verse atraídos por Agnese, y el charlatán poeta verá el cielo abierto uniéndose con la vecina echadora de cartas después de haber sangrado a Cesira de la forma más descarada posible. En cualquier caso, esa culminación realmente triste del film –esos planos con Cesira viajando en un autobús en cuyos cristales se reflejan esas nuevas viviendas romanas, la ciudad eterna que es evocada en las palabras de algunos de sus personajes-, no impide que en su conjunto alterne secuencias melancólicas y tristes –que nunca llegan a esas tonalidades expuestas por las duras descripciones que ofrecía Federico Fellini en sus títulos de este periodo-, con otros momentos irremisiblemente cómicos –pienso en el instante en el que el personaje interpretado con comicidad por Sophia Loren acude a un nuevo empleo y el responsable del mismo le espeta un palmetazo en el trasero tras apelar a las moralidad y la seriedad-. En ocasiones, esa variedad de tonos se dan de la mano con una casi dolorosa armonía, como en la secuencia en la que todos los personajes cenan y el dueño del bar descubre ante ellos la falsedad de la opulencia de Alessio, embutido con su monóculo.
Es así como con un reparto tan admirablemente integrado –como por otra parte era habitual en el cine italiano de la época-, un tono fotográfico –obra de Carlo Montuori- lleno de tristeza urbana y una banda sonora de lejanos ecos chaplinianos –firmada por Renzo Rossellini- en su conjunto se conformó un título de interés, como por otro lado abundaron en un periodo extraordinario dentro de la cinematografía italiana, quizá poco recordado por los aficionados de las nuevas generaciones, pero realmente pleno en films destacables.
Calificación: 3
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