THE GHOST WRITER (2010, Roman Polanski) El escritor
Si cada película hubiera que valorarla por la fuerza o capacidad de sugerencias que podría manifestar su conclusión, THE GHOST WRITER (El escritor, 2010. Roman Polanski) debería figurar en un lugar de privilegio. A la hora de analizar el devenir de la filmografía del director polaco, este título se entroncaría en los estilemas de su cine –bastante más, por cierto, que la previa OLIVER TWIST (2005)-. Pero en este caso convendría unir todo lo anterior, con el sentido de la oportunidad que su propia configuración esgrime –aspecto este en absoluto reprochable-, unido al atractivo que de su resultado emerge, superando el atractivo que otras tentativas del mismo cineasta emanaban como interesentes propuestas de género o adaptación literaria –el caso de FRANTIC (Frenético, 1988) o la más cercana THE NINTH GATE (La novena puerta, 1999)-. Dentro de dichos parámetros, la película se vio salpicada por la inesperada detención que el cineasta vivió tras su rodaje, rememorando el tan oscuro como lejano episodio de violación que protagonizó en la década de los setenta. En cualquier caso, bajo mi punto de vista la película logra incardinar ambas necesidades; la de una película destinada al consumo del público y el producto elaborado con inteligencia desde un prisma europeo, conectándola con una filmografía previa que, se quiera o no apreciar, está presente en todos y cada uno de sus fotogramas.
Adaptada a partir de un libro de Robert Harris, y tomando para ello el inequívoco referente que proporciona la figura del líder británico Tony Blair, THE GHOST WRITER sería fácil de adscribir dentro del thriller que parte de una coyuntura internacional cercana al público, y logra a través de dicho seguidismo no solo concitar el interés del espectador, sino a través del mismo asumir ya de entrada el mérito de trascender ese marco de actualidad. Lo alcanzará hasta dilucidar un atractivo que nos retrotrae a las mejores muestras del género dentro del ámbito político norteamericano –en muchos momentos sus imágenes me recordaron el estupendo THE PARALLAX VIEW (El último testigo, 1974. Alan J. Pakula), pese a su disparidad argumental-, instaurándose de manera sutil en los parámetros de ese universo visual y temático consustancial a su realizador. Será algo que ya advertiremos en su sorprendente y percutante inicio –que parece heredado de la famosa secuencia de DAS TESTAMENT DES DR. MABUSE (El testamento del Dr. Mabuse, 1933. Fritz Lang)-, introduciéndonos con rapidez en la repentina propuesta que recibe el joven escritor que interpreta de manera magnífica Ewan McGregor. Este heredará del redactor fallecido en las imágenes iniciales, la responsabilidad de ejercer como “negro” en la elaboración de las memorias del ex primer ministro británico Adam Lang (un no menos espléndido Pierce Brosnan), que se encuentran ya en borrador por parte del desaparecido. La aceptación del suculento encargo –por la que el joven e irónico escritor recibirá un cuarto de millón de dólares-, lo llevará a la lujosa y metálica mansión del político, en donde será testigo de las acusaciones que se vierten sobre este –ya poco antes de que asuma el encargo-, al ser acusado de crímenes en torno a detenidos en la Guerra de Irak. Todo ello supondrá el punto de partida de un relato que apenas decrece en su ritmo –sus dos horas de metraje se devoran con auténtico placer-, obviando los giros en su argumento, y prefiriendo por fortuna destinar su progresión en una línea sinuosa, deteniéndose en el estudio, la mirada y la ambivalencia de sus personajes.
Es dentro de dicha elección formal, donde se refleja no solo la personalidad demostrada por su director y coguionista, sino en esa capacidad del polaco por introducirnos en un universo en donde se apela a las abstracción –sin por ello dejar de lado su capacidad de denuncia-, insertándonos de manera vibrante en un contexto en el que casi todo carece de sentido. Esa querencia por el absurdo, ese deseo casi inconsciente de los protagonistas de sus películas por insertarse en marcos existenciales que pondrán en peligro no solo su propia vida, sino sobre todo su razón de ser, se manifiesta en la odisea de este joven escritor sin nombre, que de manera paulatina se verá superado por un ámbito que le superará, aunque se enfrente a él con ironía y sarcasmo. Será algo que en las pulidas, frías y elegantes imágenes de THE GHOST WRITER se manifestará en la propia configuración de la mansión del protagonista –instalada en una extraña isla enclavada junto a la costa estadounidense-, en el comportamiento de su personal, en la ambientación casi fantasmal que rodea el marco físico de la misma. La película mostrará a unos seres que aparecen zombies –ese padre que reclama la venganza por su hijo muerto en Irak-, mostrando un universo alienante en el que los sentimientos parecen estar ausentes, y en su lugar el comportamiento y la vida de los seres que proponen sus imágenes, devendrá tan autómata como por momentos fantasmal. No cabe duda, a estas alturas de su filmografía, que en muchas ocasiones el cine de Polnaki coqueteó e incluso se inclinó de manera muy directa en los confines del fantastique. Es algo que podríamos extender a los fotogramas de esta propuesta de suspense, puesto que basándonos en una elección de lenguaje, es indudable que nos adentramos en un contexto malsano y perturbador. Será algo que se cobre vida para nuestro protagonista durante no pocas ocasiones en la manera con la que se expresan sus encuadres –escondiendo en un segundo término elementos que acentúan esa lectura-, en el propio tempo de sus secuencias, o en el mismo comportamiento de sus personajes –sobre todo en los de índole episódica, como es el caso de los que interpretan Eli Wallack o Tom Wilkinson-. En torno a todos ellos y, sobre todo, a través de la mirada de su protagonista, parece tejerse una maraña de insondable espesura. Será algo que se manifieste en secuencias como la del recorrido tras haber visitado la mansión del profesor Emmett –enclavada en un extraño bosque que acentúa ese componente inquietante-, o la de su huída de una persecución en el ferry que podría estar destinada a su desaparición.
Uniendo todas estas sugerencias argumentales y visuales, el film de Polanski prolonga sus conclusiones -más allá de algunas ligerezas de guión a la hora de encontrar los elementos concretos de la resolución de la intriga, basándose para ello en las informaciones de Internet-, en esa mirada casi sin solución posible que brinda en torno a los recovecos del poder y, sobre todo, al comportamiento humano. Una mirada desesperanzada que no brinda asidero alguno, y que pese a estar simulada dentro del contexto de una producción de considerable calado, emerge como una auténtica bofetada –aunque en algún aspecto previsible- ante el espectador, utilizando ese magnífico, percutante y simbólico off narrativo. Una vez más, Roman Polanski ha logrado combinar aspectos bastante complicados de conciliar, al servicio de una propuesta a la cual su atractivo para un espectro de público más o menos amplio, no le ha imposibilitado mostrar, una vez más, esa visión tan desoladora, perturbadora y incluso absurda de la existencia humana, que –bajo diferentes parámetros-, ha venido introduciendo en la mayor parte de sus obras. Si además lo demuestra en este thriller con una temática de radiante actualidad, podremos concluir que, sin resultar un logo absoluto, su resultado deviene tan valioso como, por momentos, apasionante.
Calificación: 3’5
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