THE MOUNTAIN (1956, Edward Dmytryk) La montaña siniestra
THE MOUNTAIN (La montaña siniestra, 1956. Edward Dmytryk), pertenece a un tipo de cine que podría ser despachado con nulo remordimiento de conciencia. Desde por el hecho de estar firmado por un realizador caído en desgracia en aquellos tiempos –aunque en aquellos años alternara títulos alimenticios, eso si, siempre revestidos de profesionalidad, junto a otros de mayor calado, pasando por la extraña filiación genérica de su trazado, o el mero hecho de servir como ejemplo de la combinación de dos estrellas de dispar origen generacional –el ya veterano Spencer Tracy y el mucho más joven, y generalmente menospreciado Robert Wagner, a quien siempre he visto un intérprete más solvente de lo que se le ha venido a reconocer, pese a miscastings tan ostentosos como el de PRINCE VALIANT (El príncipe valiente, 1954. Henry Hathaway). En el contexto de un Hollywood ya presto a su transformación industrial –es curioso constatar como la Paramount asume en esta película la misma pareja protagonista de la notable BROKEN LANCE (Lanza rota, 1954), dirigida también por Dmytryk, en esta ocasión para la 20th Century Fox –estudio en el que Wagner era una de sus más cotizadas estrellas juveniles-, lo cierto es que no cuesta trabajo admitir el desapego con que siempre ha sido recibida esta película, cuya secuencia progenérico –a título anecdótico-, fue utilizada por Jerry Lewis en su magnífica y amarga comedia THE PATSY (Jerry Calamidad, 1964)
No obstante, una mirada desprejuiciada sobre su enunciado dramático –surgido de la base del experto guionista Ranald McDougall-, no solo nos debe limitar a apreciar –incluso en su segunda mitad, admirar- en su justa medida, la vitalidad narrativa exhibida por un realizador que se encontraba en aquellos años en un momento de notable capacitación profesional y soltura narrativa, asumiendo propuestas de género en las que su entramado dramático escondían, título sí y casi diría que título también, ese regusto amargo que acompañó su cine desde el triste y casi simbólico episodio de delación que condicionó el desarrollo de su carrera a partir de principios de la década de los cincuenta. Y es que, a grandes rasgos, y por encima de su peripecia argumental, una vez más Edward Dmytryk propone en su cine una apuesta por la expiación y la redención. Una parábola casi de resonancias bíblicas –no es de extrañar que en no pocos instantes aparezca una imaginería cristiana; la cruz que Zachary Teller, el personase que encarna Tracy, va a elaborar junto a los restos del avión que acaba de encontrar junto a su joven hermano, los cuadros con la imagen de Cristo que se muestran en su modesto hogar-, que quizá tenga su mayor referencia al narrar en esencia su argumento una actualización de la historia de Caín y Abel.
La percutante y ya señalada secuencia progenérico nos muestra la rotundidad del accidente de un avión –la explosión definitiva es descrita en el off visual, lo cual además de ahorrar costes, proporciona al fatal accidente un mayor impacto-, seguido de un dramático travelling que describe la tragedia surgida en plena cumbre de un monte nevado. Tras los títulos de crédito, el accidente violentará la cotidianeidad del tranquilo pueblo suizo que se dispone a los pies de los montes nevados, y que apenas sobrevive entre la actividad ganadera –uno de cuyos representantes es Zachary-, y el incipiente turismo invernal. Y es precisamente en ese ámbito donde se desarrolla la “tarea” del joven Chris Teller (Robetr Wagner), un atractivo diletante caracterizado por su inadaptación al marco rural, y cuyas únicas fuentes de ingresos residen en ejercer de improvisado gigoló cuando algunas turistas casaderas recalan por la pequeña población. Dmytryk describe desde el primer momento la disparidad de personalidades de los dos hermanos, incluso desde el vestuario utilizado –rojo en el caso de Tracy y Azul en el de Wagner-. Resulta innegable que la película incide en exceso en el servilismo a la fotogenia del joven actor –quien por otro lado ofrece un trabajo muy correcto frente la magnífica madurez y la vulnerabilidad que de forma paralela expresa el veterano intérprete de FURY (Furia, 1936)-. Sin embargo, a partir de dichas premisas, lo cierto es que Dmytryk demuestra ser un profesional de primera fila, articulando un relato en el que esa búsqueda de redención –centrada en el recuerdo que atormenta a Zachary, cuando en una de sus guías por la montaña dejó morir accidentalmente a un turista inglés-, espoleado por el interés de Chris de acudir a los restos del avión –que han resultado imposible de ser rescatados por parte de las fuerzas llegadas hasta la localidad-, y que incluso se cobrarán la vida de uno de sus lugareños.
Con un sentido de la progresión dramática prácticamente sin altibajos, THE MOUNTAIN describe con acierto el creciente conflicto existente entre dos hermanos a los que no solo separa un abismo generacional, sino ante todo una concepción de la existencia y los valores totalmente opuesta. En un momento dado, Chris llegará a abofetear a su hermano mayor, humillándole cuando este se opone a vender la vieja casa que edificaran sus antepasados, aunque con posterioridad el impulsivo y destructivo joven le plantee efectuar una expedición para acudir a los restos del avión, en los que ha tenido noticia se encuentran dinero y joyas, ya que se trataba de un vuelo de lujo. Pese a las reticencias de Zachary, pesará interiormente en él el recuerdo de aquella traumática experiencia que marcó su vida, decidiendo finalmente acceder a los deseos de su joven hermano, aunque antes de la partida, reconozca que no le gusta su personalidad. Y es a partir de esos momentos, cuando el film se erige en un magnífico ejercicio de estilo. Aunque señalan las crónicas que se utilizaran transparencias –cosa que, es curioso, únicamente se le ha perdonado a Alfred Hitchcock-, al parecer sobre todo por el vértigo que sentía Tracy, lo cierto es que el largo fragmento que relata el ascenso de los dos hermanos hasta la cumbre donde se encuentra el avión, debería servir de una vez por todas para acreditar la valía de Dmytryk como el primerísimo cineasta que siempre fue. Con una perfecta utilización del montaje, dilatando los tiempos en su justa medida, ayudado por una planificación que sabe alternar el uso de los primeros planos de los dos intérpretes –especialmente de Tracy-, las tareas de ambos para hacer sentir al espectador la angustia y tensión del ascenso, e incluso insertar picados que describen la sobrecogedora belleza de la altitud del monte, a cuyo pie se describen los pequeños poblados rodeados de verdes parajes. Es innegable que en el conjunto de la película, destaca de manera poderosa la belleza que proporciona el VistaVision, aunado con la fotografía en color del experto Franz Planner, al que ayudó como asistente de color el imprescindible Richard Müeller. Todo ello, con escasos diálogos, apostando de manera muy especial por la dureza del episodio, será en este tramo donde se aparquen las diferencias en los dos hermanos, hasta llegar a uno de los instantes más memorables de la función, aquel que muestra la caída de Chris, sostenido a duras penas por la cuerda de su hermano, que discurre inclemente, hasta hacer brotar la sangre de las mismas. Esa tregua en sus objetivos, culminará cuando los dos hermanos lleguen hasta los restos del avión, donde el joven solo deseará apropiarse riquezas que, en realidad, eran propiedad de seres que han fallecido. Mientras tanto, su hermano intentará enterrarlos y cuestionar la actitud egoísta de su hermano menor, hasta que una inesperada circunstancia transforme por completo el objetivo de ambos. Será la existencia –descubierta por Chris-, de una joven hindú –al parecer de buena familia; un diamante incrustado en la nariz delata su riqueza-, que ha sobrevivido a duras penas, y se encuentra refugiada y tapada en el interior de los restos del avión. Será un elemento detonante para que el enfrentamiento de los Teller se recrudezca, puesto que el joven será partidario de dejarla abandonada, convencido que no podría sobrevivir, mientras que para el veterano Zachary suponga implícitamente la oportunidad de redimirse interiormente de aquel trauma que sobrelleva interiormente desde hace años, intentando la salvación de la muchacha.
Lo que en realidad convierte a THE MOUNTAIN en un atractivo drama de aventuras, es la incardinación de esos elementos temáticos antes señalados, con un desarrollo narrativo impecable, en el que cada plano, cada acción y la alteración de su ritmo, se manifiesta con un considerable grado de inspiración. Tanto cuanto la acción se desarrolla en la población –donde se transmite ese contraste entre lo rural y lo urbano que ejerce como tentación para Chris-, como el posterior desarrollo de un relato, que en su segunda mitad prácticamente se centra en la aventura de dos seres, funciona con un notable atractivo, articulando los resortes narrativos de su trazado con una destreza aún hoy, negada al cine de su artífice. Sin embargo, en medio de ambos escenarios, no faltan instantes en donde con sencillez se despliega la condición de auténtico estilista que Dmytryk albergó en sus mejores momentos –y que demostrarían melodramas tan brillantes como THE END OF THE AFFAIR (Vivir un gran amor, 1955) y THE YOUNG LIONS (El baile de los malditos, 1958)-. Uno de ellos, casi imperceptible, pero de gran sensibilidad, se encuentra en ese plano general en el que Spencer Tracy accede al piso superior de su modesta vivienda rural, y con los modos habituales alimenta al ganado que se encuentra en las caballerizas ubicadas en la parte inferior de la misma. La modulación de la secuencia, unido a la sensación de cansancio del personaje, transmiten al espectador el hastío de un buen hombre, que quizá se ha refugiado en un modo de vida que realmente no le gusta, y al que tuvo que resignarse por aquel hecho terrible que condicionó el posterior devenir de su existencia.
Calificación: 3
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