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CINEMA DE PERRA GORDA

BLACK MOON (1975, Louis Malle)

BLACK MOON (1975, Louis Malle)

No creo descubrir nada a la hora de definir al francés Louis Malle como un realizador más cercano al ámbito del artesanado, pendiente de modas y fluctuaciones inherentes al cine que le ha venido rodeando, antes que erigirse como un auténtico firme valor de la Nouvelle Vague francesa. No debe tomarse esto como motivo de menosprecio a la filmografía del autor de la estupenda LE FEU FOLLET (Fuego fatuo, 1963), pero sí atenderlo como una piedra de toque a la hora de poner en tela de juicio lo que supuso uno de los más lamentables episodios de fagocitación de toda una generación de cineastas galos precedentes, a la hora de insertarse aquellos que procedían de la generación auspiciada por la revista Cahiers du Cinema. Dentro de dicho ámbito, es donde Malle ha tenido quizá más fluctuaciones, desplegando una filmografía en no pocos momentos desconcertante, a la hora de demostrar tanta versatilidad como auténtica carencia de personalidad propia o concesiones a la comercialidad más clara.

Por ello sorprende, y gratamente, la existencia de BLACK MOON (1975) –jamás estrenada comercialmente en nuestro país-, por un lado para demostrar la capacidad que albergaba Malle para manifestar no pocas influencias en su cine, y al mismo tiempo canalizarlas para transmitir a través de las mismas un insólito resultado, que puede erigirse como una de las propuestas más extrañas y estimulantes formuladas por el fantastique europeo de su tiempo. Asumiendo referencias que van desde la de Tarkovski, Bergman, Buñuel e incluso el británico Peter Watkins, Malle establece una singular, atrevida y cruel revisión del universo de Lewis Carroll en “Alicia en el país de las maravillas”. Ayudado desde sus instantes iniciales por la húmeda fotografía que establece el sueco Sven Nykvist –que siempre se mostró especialmente orgulloso de su aportación en este film-, Malle establece el recorrido de una joven –Lily (Cathryn Harrison, la nieta del gran Rex Harrison, asumiendo con sensibilidad e inocencia el rol principal del relato), de la que no sabemos ni su origen ni sus intenciones, pero que se verá imbricada en una sucesión de situaciones, a cual más absurda y kafkiana, centradas todas ellas en una guerra apocalíptica que se desarrolla entre un ejército masculino y otro femenino, precisamente en un contexto dominado por la fuerza de la naturaleza. Siendo sometida a persecución e incluso disparada por representantes del ejército masculino, se enfrentará a una huída que le llevará a una mansión cuya dueña es una anciana (Therese Giehse) de extraña presencia y comportamiento, que vive recostada en la cama, teniendo como jóvenes operarios a dos hermanos, caracterizados por su extraño comportamiento –ella (la singular Alexandra Stewart) da de mamar a la anciana, mientras que él (Joe Dallesandro) es mudo y se define en su enigmática personalidad.

A partir de dichas premisas, lo cierto es que nos encontramos ante una propuesta caracterizada por su alcance transgresor, en la que desde el principio –el instante en el que el coche de Lily chafa a un puercoespín que discurre por la carretera-, hasta el congelado de imagen en el plano final sobre su rostro con el que concluye la misma, de antemano hay que dejar de lado cualquier apelación a la lógica. Una elección en la que se transitará en todo momento por senderos ligados al fantastique, donde la presencia de los diálogos será escasa en grado sumo, la acción de sus menguados personajes en ningún momento apelará a la lógica, pero que sin embargo trasladará a aquel espectador que haya quedado atrapado desde los primeros instantes del film, esa extraña aura que irá acompañada en todo momento por un notable sentido de la progresión. Todo ello, en una serie de incidencias que en muchos momentos quedarán definidas por su alcance surreal, invadiendo la pantalla de una extraña y absorbente atmósfera –esa oruga que se pasea cerca del rostro de nuestra protagonista, conformando una imagen de extraña textura-. Es algo que define muy claramente el fragmento inicial de la película, en el que hasta la llegada de Lily a la mansión donde se desarrollará el resto del relato asistimos a una ejemplar sucesión de situaciones, a cual más chocante e increíble, pero al mismo tiempo fascinante –por ejemplo, el intento de esta de avanzar con su coche levantando una serie de piedras, de las que emergerán unas serpientes-.

En realidad, y ya lo señalaba previamente, Malle asume en BLACK MOON referencias de los cineastas antes citados, pero ello no impide que asistamos a una función que goza de no pocos instantes provistos de una extraña magia. Un hechizo para el que habrá que dejar de lado cualquier apelación a la lógica, adquiriendo en algunos casos un carácter casi hipnótico. La presencia ocasional de niños desnudos acompañando a un cerdo, los gritos de dolor de unas margaritas cuando son pisadas por Lily, el extraño idioma expresado por la anciana, que se encuentra ligada por unos extraños aparatos que supuestamente la mantienen conectada con el exterior… Por su recargada habitación recorrerán pequeños animales, tales como una nueva serpiente que emergerá por un cajón que abrirá Lily cuando se encuentre con ella, e incluso en dicho recinto se realizará una extraña reunión de los dos jóvenes hermanos, los niños y la anciana, celebrando una representación a los sones de “Tristan e Isolda”.

Todo un cúmulo de situaciones e imágenes visuales, que en ningún momento parecen atender a lo convencional, pero que se encuentran dispuestos con un extraño sentido de la fascinación. En su conjunto, configurará una propuesta quizá no abierta a todos los paladares, quizá tampoco revestida de una especial perfección, pero que personalmente no dejo de considerar no solo atractiva, sino por encima de todo, provista de un notable sentido del riesgo y, ante todo, caracterizada por una prestancia visual que, en última instancia, es la que le concede no solo la singularidad de su resultado sino, ante todo, la fuerza y capacidad de sugerencia que emana de sus fotogramas.

Calificación: 3

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