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CINEMA DE PERRA GORDA

KINGS OF THE SUN (John Lee Thompson, 1963) Los reyes del sol

KINGS OF THE SUN (John Lee Thompson, 1963) Los reyes del sol

Cuando John Lee Thompson acomete para la United Artists, la realización de KINGS OF THE SUN (Los reyes del sol, 1963), puede decirse que se encuentra en el momento de mayor popularidad de su andadura como realizador. En cierto modo es verdad. No el mejor, pero tampoco el más olvidable. Es decir, Thompson ya había dejado atrás un periodo digamos intimista, trufado de magnificas películas, dispuestas en diversos géneros, pero dominadas por su precisión psicológica. Al mismo tiempo, se encontraba muy lejos de su implicación en los fascipoliciales al servicio de Charles Bronson que le hicieron enormente taquillero, pero al mismo tiempo lo desahuciaron profesionalmente. El tiempo hay que reconocer que ha obrado en su favor, al ir redescubriendo un corpus inicial de sumo interés en su filmografía, que en el momento de su adscripción al cine de gran producción, es posible que menguara sus cualidades. Las mermó, pero no las anuló, tal y como puede evidenciar esta segunda producción de época rodada de forma consecutiva, tras la inmediatamente precedente TARAS BULBA (1962). Nos encontramos con una película que se inserta en un terreno no demasiado frecuentado por Hollywood, como es el del tratamiento del periodo precolombino, aunando en su desarrollo un ámbito libremente historicista –tomado de la historia de Elliot Arnold-, con el cual se podían incorporar –así se hizo- ecos de vertientes genéricas más o menos populares, al tiempo que asumir determinados ecos de éxitos cinematográficos recientes, en el contexto de una producción que, a mi modo de ver, buscaba ante todo una impronta visual más o menos atractiva, en la cual se insertara la intuición de un reparto que pudiera proporcionar cierta extraña química.

Así pues, KINGS OF THE SUN aparece como una fantasía historicista, descrita en los confines del aún no descubierto y bautizado Golfo de México, cuando ya se encontraban asentadas determinadas civilizaciones y grupos humanos, posteriormente descubiertos y “domesticados” por los conquistadores españoles. La misma presenta en primer lugar a la pacífica civilización maya que encabezará, a la muerte de su padre, el joven y carismático Balam (un George Chakiris en la cima de su fama). Se trata de un muchacho dotado de una enorme capacidad reflexiva, que recela por completo de los sacrificios humanos a los dioses que ha normalizado la religión que profesan, y que tendrá que huir con su pueblo, tras la invasión a las que han sido sometidos por un grupo de guerreros que comanda Hunac Ceel (Leo Gordon). Para ello, tendrán que viajar por el océano, aún pensando en el temor de encontrarse con el abismo de lo que entonces se señalaba como el límite del planeta. Pese al desafío a dichos augurios, el principal inconveniente aparecerá cuando tengan que convencer a un pueblo de pescadores para que les cedan sus barcos. Su veterano líder accederá finalmente, aunque para elo comprometa a Balam a comprometerse con su joven y bella hija Ixchel (Shirley Anne Field, aquella joven promesa lanzada por el Free Cinema inglés). No sin enormes penurias –que el metraje describe con escasa intensidad y recurriendo en exceso a la elipsis-, la expedición llegará a una tierra en apariencia inhabitada, donde pronto se establecerán, edificarán, e incluso crearán una nueva pirámide para los dioses. Una existencia plácida, que sin embargo aparecerá limitada para el rey por la carencia de confianza hacia Ixchel, ya que entre ambos se interpondrá un elemento compartido de arrogancia, que les impedirá consolidar el amor que en realidad les une. Al mismo tiempo, de manera sutil Balam se irá distanciando de cierto radicalismo emanado de los poderes religiosos, optando por el contrario por una especie de sincero mecenazgo y culto por el progreso de su pueblo. Dentro de dicha coyuntura, se producirá el encuentro con el jefe Black Eagle (Yul Brynner), cabeza de una tribu establecida no demasiado lejos de los nuevos moradores. Este será atrapado tras una violenta pelea con Balam, y dispuesto como un inesperado sacrificio para los dioses, siendo custodiado en una celda. Será Ixchel la que lo ayude a recuperarse, estableciéndose entre ambos un alumbramiento romántico, quizá al encontrar entre este ser tan sensual, aquello que en realidad nunca ha exteriorizado el hombre a quien ama. El sacrificio de Black Eagle será por otro lado un momento de inflexión, ya que Balam por vez primera se opondrá a la misma, desobedeciendo al líder religioso Ah Min (Richard Basehart), quien se inmolará para evitar ofender a los dioses. La actitud pacífica del joven mandatario, aparecerá como una posibilidad a la hora de convivir ambos pueblos, lo que intentarán aunque en realidad pesen más sus discrepancias que los elementos de unión. Todo sucederá mientras Ixchel vaya acercándose al líder indio, provocando el recelo de un Balam incapaz de dar el paso adelante que esta desea por su parte. El recelo provocará una pelea a muerte entre ambos, que la joven logrará abortar, viendo por vez primera lo que siente su alma hacia alguien que ha estado esperando abandonará esa arrogancia, que en realidad no era más que la exteriorización de una falta de madurez. Ambos pueblos se separarán, hasta que un hecho inesperado vuelva a ligarlos de nuevo; la legada de las naves de Hunac Ceel. Será el momento en el que, finalmente, la fuerza de ese insólito triángulo emocional, llegue a una conclusión trágica y lúdica a partes iguales.

Me sería muy fácil cuestionar KINGS OF THE SUN acentuando sus considerables carencias. Denota una falta de equilibrio dramático notable –en ningún momento se profundiza en los recelos existentes entre Balan e Ixchel-, su exteriorización narrativa propicia no pocos elementos chirriantes –ciertos zooms que no vienen a cuento en una planificación clásica-, y la combinación de vertientes genéricas no siempre funciona de buen grado. Es más, pocas veces el servilismo hacia el narcisismo de Yul Brynner ha sido tan molesto, con su constante exhibición de un bronceado y aceitado físico casi al desnudo. Sin embargo, es este un ejemplo entre otros muchos, en los cuales un título lleno de defectos logra, contra todo pronóstico el acierto de su relativa singularidad. De entrada, si algo proporciona interés a la película, es el intento basado a partes iguales en referencias históricas y elucubración fantástica, de recrear una civilización tan lejana en el tiempo. Para ello, la elección de Joseph MacDonald será esencial, exaltando en su magnífica gama cromática en formato panorámico, la sensualidad de un mundo pretérito, ayudado por la majestuosidad de un vestuario –a destacar los diseños que lucirá en sus ceremonias Balam-. A ello cabrá ligar esa querencia por combinar formatos contrapuestos como ecos del peplum y el universo del western –la presencia del ya mencionado Elliot Arnold –experto en determinadas vertientes del género- no es nada casual. Sin embargo, lo más atractivo del relato aparecerá en ese insólito triángulo amoroso que, con todas las insuficiencias que se quiera, se establece entre los dos representantes y la joven desplazada entre ambos, que estoy convencido tuvo en su definición dramática, e incluso en la propia recreación de la actriz, en la Jean Simmons de la maravillosa SPARTACUS (Espartaco, 1960. Stanley Kubrick). Con dicha conjunción, el film de Thompson legará a su máximo punto de interés en esas secuencias casi de conclusión, en las que un extraño sentimiento de lealtad se transmitirá en plena lucha, en la que Black Eagle no dudará en ayudar al pueblo de Balam, quizá a costa de su propia vida. Será todo ello una catarsis, en la que la acción, el sentimiento, las miradas de los actores y la planificación del director, logren que un relato eficaz pero lleno de debilidades, se eleve en una conclusión, esta vez sí, inspirada, que nos permita percibir la intensidad de una mezcla de relato dramático en el contexto de una fantasía de gran espectáculo, que al menos sabe valorar la fuerza de un final consistente.

Calificación: 2

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