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CINEMA DE PERRA GORDA

THE PROUD AND PROFANE (1956. George Seaton) Los héroes también lloran

THE PROUD AND PROFANE (1956. George Seaton) Los héroes también lloran

Durante la década de los cincuenta fue común en Hollywood la presencia de una especie de subgénero que combinaba melodramas, en no pocas ocasiones insertos en contexto bélico y descritos en escenarios asiáticos. Fue una corriente a la que se sumaron cineastas tan diversos como Joshua Logan, Douglas Sirk, Samuel Fuller o Daniel Mann, y en la que sus resultados -exitosos comercialmente en su momento- pronto asumieron un cierto desapego crítico, que considero el paso de los años ha revelado escasamente acertado. Pues bien, uno de los rasgos de dicha corriente lo manifestó el uso de un vibrante color. Algo que, sin embargo, se ausenta de manera destacada en uno de los exponentes de la misma, como es THE PROUD AND PROFANE (Los héroes también lloran, 1956). De entrada, la deliberada elección de una iluminación en blanco y negro -notable, a cargo de John F. Warren-. Y por otra, un cierto grado de desdramatización que iremos percibiendo a lo largo de su metraje. Unido a ello, esta adaptación del propio realizador -George Seaton- de la novela de Lucy Herndon Crockett, quizá se planteó en el seno de Paramount -productora habitual del tándem formado por el citado Seaton y el productor William Pelberg- como una tardía continuidad el éxito de Columbia FROM HERE TO ETERNITY (De aquí a la eternidad, 1953. Fred Zinnemann), Ni que decir tiene que la película no alcanzó, ni de lejos, el éxito de la sobreestimada obra de Zinnemann, hasta el punto que condicionó la andadura posterior de su tándem de hombres de cine responsables, en lo que podría parecer una propuesta quizá deliberadamente anticuada en aquellos años casi de renovación cinematográfica. Sea como fuere, y pese a ciertos desequilibrios, considero que se trata de una propuesta que revela en sus costuras internas suficiente interés y, en sus instantes más intensos despliega verdadera inventiva narrativa, hasta el punto de llegar a resultar conmovedora.

Nos encontramos en la isla de Nueva Caledonia, en 1943, durante la II Guerra Mundial y antes del bombardeo de Pearl Harbor. Allí se encuentran destinados miles de voluntarios del ejército americano -con una notoria ausencia del elemento femenino-, y hasta allí se desplazará la elegante, fría y al mismo tiempo vulnerable Lee Ashley (Deborah Kerr). Viuda de un militar fallecido en combate, se ha ofrecido como voluntaria en Cruz Roja con la intención de ser destinada en Guadalcanar, en cuyo cementerio militar se encuentra la tumba de su esposo. Al mismo tiempo, desea trabar contacto con aquellas personas que estuvieron junto a su marido en el combate en que resultó muerto, para intentar con ello hacerse una idea de sus últimas horas en este mundo. Desde el primer momento contará con la complicidad y, al mismo tiempo el freno de la supervisora del departamento Kate Connors (Thelma Ritter), quien poco a poco irá modulando las limitaciones y temores de la recién llegada, a la hora de atender a los heridos que llegan.

En ese contexto tan tenso dos serán los elementos que se acercarán a la protagonista, que en aquel ámbito dará clases de francés entre los soldados voluntarios. De un lado el acercamiento que hacia ella mostrará el joven y algo desequilibrado soldado Eddie Wodcik (Dewey Martin), quien verá en la recién llegada una versión adulta de su desaparecida hermana. Más importancia tendrá el encuentro de Lee con el rudo y áspero mando de dichas fuerzas, el teniente coronel Colin Black (William Holden). De caracteres absolutamente contrapuestos, será el mando quien mostrará primero su interés hacia la enfermera, a la que tratará inicialmente como una de sus previsibles conquistas. Ella mostrará un abierto desprecio a las toscas formas y la altanería de este, pero un resorte se activará entre ambos, sobre todo en el caso de Lee, quien pese al rechazo que siente por la rudeza del militar, aparecerá como hipnotizada en torno a los galanteos que este le ofrece constantemente.

A partir de esta premisa, THE PROUD AND PROFANE se ofrece como la historia de una serie de soledades compartidas, que tendrán su epicentro en la pareja protagonista, pero que en mayor o menor grado se extenderá a la no muy amplia de roles secundarios, que tendrá una mirada especial en torno a ese capellán que asume sus tareas en un ámbito de crisis personal. Todo ello envuelto en un ámbito de cercanía bélica que nunca surge de manera directa, pero sí en la plasmación de sus consecuencias. Será algo que tendrá su presencia en la sucesiva llegada de heridos tras sendos combates, que servirán sobre todo como elemento dramático para plasmar la evolución seguida por la protagonista -inicialmente recelosa de ofrecer su ayuda a los damnificados, mucho después totalmente entregada con ellos-.

Al film de Seaton le costará unos minutos prender la atención del espectador, al presentar el espeso y multitudinario marco de la acción, en la que no se ausentarán los estereotipos para describir el impacto de la recién llegada en un ámbito dominado por una clara represión sexual en torno a los soldados. Atemperará esa querencia por un lado la fuerza que imprimirá la presencia de Deborah Kerr, en su interacción con una excelente Thelma Ritter, capaz con sus miradas en segundo término de proporcionar una calidez en unas situaciones aún dominadas por la inseguridad de la protagonista. Esa inclinación a un cierto -voluntario- estereotipo, se prolongará con el inicio de la atracción de Black hacia la enfermera -descrita de manera ingeniosa mediante el uso de unos prismáticos, en una situación que parece transmitirnos la figura de la Kerr, como una prolongación del citado film de Zinnemann-. Sin embargo, poco después la película prenderá de manera definitiva en su engranaje emocional, a partir de la plasmación de la tan inesperada como creciente atracción marcada en la improbable pareja. Lo comprobaremos en una extraña e hipnótica atracción que la propia Lee se negará a asumir en una confesión efectiada a Kate, pero plasmado de manera muy ingeniosa con Seaton por medio del fundido de tres conversaciones entre los protagonistas, en las que una progresiva ausencia de vestuario entre ambos marcará una creciente confianza. También en esos momentos se irá introduciendo el romántico tema musical compuesto por Victor Young -la música, sin embargo, permanecerá por lo general ausente en los momentos más dramáticos del relato-. Ese insólito proceso de acercamiento de dos seres en el fondo atormentados, tendrá un elemento de inflexión en la magnífica secuencia confesional -con el mar como fondo-, en la que el hosco militar confesará sus orígenes humildes y su herencia india, que tuvo que superar a partir de erigirse como inflexible mando. Será el momento, revestido de conmovedora sinceridad, en el que Lee dejará atrás cualquier resquicio para entregarse a él, e incluso plantearse ambos su boda. Una decisión en la que solo interferirá una misión de dos meses que este debe dirigir, que involuntariamente supondrá un punto de inflexión casi de imposible retorno.

Llegados a este punto, podría decirse que la propuesta dramática de THE PROUD AND PROFANE aparece como una singular actualización bélica del Jane Eyre de Charlotte Brontë, en la que diferencias de personalidades -y hechos ocultos- impedirán en principio la consolidación del amor contra natura establecido entre Lee y Colin.

En este caso, el principal e inesperado elementos romántico que impedirá esa boda será el descubrimiento por parte de la enfermera de que su amado se encuentra casado -una noticia plasmada en brillante over narrativo en la película, cuando Lee escribe la carta dictada por uno de los oficiales convalecientes-. A partir de ese momento el abatimiento y el descreimiento se cernirá sobre la enfermera, e incluso el resentimiento será tomado como ridícula venganza por parte de Eddie, que llegará a atentar contra Black al conocer que, en un duro momento con Lee, le hizo perder accidentalmente el hijo de ambos que ella portaba en su vientre.

Es cierto que dentro de una narrativa en la que Seaton utiliza con eficacia la grúa, y donde se sirve con pertinencia su pericia en la dirección de actores, se percibe en ciertos momentos una sensación de ruptura abrupta entre determinadas secuencias, buscando ante todo la huida de instantes de especial dramatismo. También podemos reprochar el cierto desaprovechamiento efectuado en el personaje encarnado por Dewey Martin -por más que ofrezca una más que eficaz performance-. En ese sentido, con una presencia similar en escena, el rol del capellán ofrece una más adecuada gradación dramática. En cualquier caso, preciso es reconocer que THE PROUD AND PROFANE brinda su más memorable pasaje, en la extensa, delicada y finalmente conmovedora secuencia de la visita de la protagonista al cementerio militar de Guadalcanal. Acompañada de un superviviente -un tanto ido-, que pasa sus días cuidando el recinto arrancando las raíces, el episodio destacará por la ausencia de música, la precisa planificación en planos generales que muestran la aterradora belleza del conjunto, dominado por un ingente número de cruces blancas perfectamente alineadas. Y, por supuesto, la perfecta asimilación en el rostro y el lenguaje corporal de una excepcional Deborah Kerr, de la ascesis y transformación emocional -me atrevería a señalar que mística- que vivirá en dicho entorno, entendiendo que incluso su personalidad avasalladora actuó en perjuicio de su fallecido esposo. Cabe señalar que un año antes, la propia actriz había encarnado un rol de rasgos similares en la magnífica e infravalorada THE END OF THE AFFAIR (Vivir un gran amor, 1955. Edward Dmytryk), adaptación de la novela de Graham Greene, y parecía especializada en personajes de similares y complejas gradaciones emocionales.

Lo cierto es que la película podría haber acabado, y brillantemente, ahí. Sin embargo, aún nos deparará el inesperado reencuentro de la enfermera con ese amado al que no puede otorgarle el perdón. En la llegada de un numeroso contingente de heridos se encontrará con este, herido en una camilla, en estado catatónico, y sin dejar de pronunciar la palabra “perdóname”. Desde su aparente frialdad, Lee no dejará de cuidar de alguien a quien, en el fondo, está muy pronto de brindar una nueva oportunidad. Lo permitirá ese ambivalente plano medio sobre la actriz, en donde antes de culminar la película demostrará, si a alguien le cabía entonces alguna duda, que se trataba de una de las mejores actrices de todos los tiempos. Esa capacidad de George Seaton de ir insertando los resortes del drama de manera gradual, escalonada, y provista de una cierta aura de sobriedad y fatalismo, son las que finalmente permiten valorar un relato que, poco a poco, irá atesorando personalidad propia, hasta merecer ser rescatado del olvido.

Calificación: 3

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