Inserta en un periodo de especial inspiración dentro de la implicación del cineasta en la 20th Century Fox, lo cierto es que LURE OF THE WILDERNESS (Un grito en el pantano, 1952) supone la demostración de que la puesta en marcha de un remake, en modo alguno ha de implicar una visión peyorativa del mismo, sino que propuesta de modo inteligente, puede incluso revestir una mirada diferente y complementaria al título que le sirvió de referencia. Por fortuna, esto es lo que logró Jean Negulesco al retomar en un brillante Technicolor el originario SWAMP WATER (Aguas pantanosas) brillantemente realizado por Jean Renoir en 1940, iniciando su breve pero atractiva aportación al cine USA. Sin embargo, lo que en la obra del francés se planteaba como un título más escorado a lo sombrío, en el film de Negulesco se inclina más hacia un público juvenil –a lo que contribuye no poco la elección de su pareja protagonista-, oscilando su relato hacia un melodrama de aventuras, dominado por un extraño sentido de la placidez, que esconde bajo sus imágenes una nada solapada mirada en torno a los distintos estados de vivencia del ser humano. El que va de una segunda oportunidad en la misma –representado en el personaje de Jim Harper (Walter Brennan, curiosamente encarnando el mismo rol que en el referente renoiriano)-, al descubrimiento del sentimiento amoroso por parte de su hija Laurie (Jean Peters) y, sobre todo, la sinceridad en el sentimiento en la figura del valiente Ben Tyler (Jeffrey Hunter), al tiempo que la consolidación de su madurez como ser adulto.
La película se articula a través de la interacción de dichos tres personajes, a partir de la anécdota provocada por el perro de Ben –llamado “Entrometido”-, cuando discurriendo junto al padre de este y el propio protagonista por las orillas del pantano de Ukefinokee de Georgia -los detalles y dimensiones del mismo nos lo indicará una voz en off inicial-, se sitúan frente a la frontera que ha marcado el propio ser humano de cara a no traspasar sus límites bajo peligro casi mortal, ubicando una calavera sostenida en unos travesaños de madera –un referente inquietante que en el film de Renoir iniciaba su relato-. El perro perseguirá a un ciervo, perdiéndose en la inmensidad del pantano, y provocando la desazón de Ben, quien lo tiene en gran cariño. Pese al consejo del padre de que no prosiga en su búsqueda, el muchacho abandonará su hogar de noche, insertándose en la inmensidad del mismo con no poco temor, y descrito con un excelente travelling semicircular tomando como referencia la siniestra presencia de la mencionada calavera –al concluir el film un plano en dirección opuesta nos indicará que ese recorrido vivido por sus protagonistas ha concluido felizmente-. En medio de ambos instantes se desarrolla la aventura vivida por Tyler, quien mostrando un notable valor a la hora de enfrentarse con los peligros del pantano, jamás adivinará que en el mismo se encuentran dos personas que, en un primer momento, lo reducirán e incluso atarán a un árbol, cuando se encuentra a punto de encontrar a su perro. Será su accidentado encuentro con el veterano Jim y su hija Laurie. Ella en primer lugar se mostrará más hostil con Ben. Incluso hará un ademán para matarlo. Pero su padre pronto exteriorizará su deseo de volver a la vida de la pequeña población de la que tuvo que huir, al ser acusado de la muerte de un hombre ocho años atrás. Algo que realizó en defensa propia, siendo acusado por la población de la muerte de otro hombre –que en realidad fue asesinado por dos facinerosos, los hermanos Longden-.
Poco a poco, combinando un extraño sentido de la serenidad, articulando un contexto telúrico a la hora de insertar esa cierta magia que esgrime el escenario del pantano –al que Laurie aludirá en cierta ocasión-, Negulesco acierta de pleno a la hora de ir mostrando con sutileza la progresiva evolución en la relación de estos tres personajes. Lo realiza sobre todo a la hora de articular su presencia en el encuadre, la inserción de primeros planos que servirán para canalizar las miradas sobre todo de esos dos jóvenes, que en determinados momentos adquirirán un marcado alcance erótico –ayudado por la intensidad de las miradas de Hunter y la Peters-. Esa capacidad para articular la traslación de la inicial hostilidad de la muchacha –que ha estado paradójicamente recluida en la inmensidad del pantano-, por un creciente sentimiento hacia la figura del bondadoso, valiente y atractivo Ben, está plasmada en la pantalla por un cineasta que se encontraba en un espléndido momento profesional, sabiendo elevar esa condición de drama inclinado a públicos juveniles, a unos matices de notable complejidad y, ante todo, credibilidad psicológica.
Esa combinación de relato rural que se produce en las secuencias que sitúan a Ben en su pequeña población, enfrentándose a su padre y, con ello, marcando de manera implícita su incipiente madurez como adulto. Sus gestiones a la hora de buscar abogado para intentar lograr ese juicio justo para Jim, o la relación de celos que se irá expresando entre Noreen (Constance Smith), que desde el primer momento hemos visto no es la mujer que Tyler necesita, y que estallará en un ataque de celos a contemplar a Laurie asistir a ese baile –de destacar es el detalle de que la primera de ellas utilice un vestido ostentosamente rojo, mientras que la hija de Jim luzca un sencillo vestido blanco-. Todo irá confluyendo en una espiral en la que intervendrán los hermanos Longden, que ya conocen el hecho de que Harper se encuentra con vida y, con ello, peligra la posibilidad de que este declare el asesinato cometido por ellos, y del que se le acusaba injustamente. Será todo ello lo que conformará un bloque final, en el que los sentimientos entrecruzados y las dudas por parte de Jim y su hija, contrastarán con los deseos de Ben que lograr articular la normalización legal del padre, al tiempo que en su ultimo retorno al pantano será seguido por los Longden.
Junto a la precisión de ese fragmento final, lo cierto es que el atractivo de LURE OF THE WILDERNESS se queda antes en las miradas, en la expresión de los sentimientos de esos tres personajes a los que el destino ha unido por la acción de un perro –que incluso los llegará a salvar del ataque de un toro-. Algo que se expresará incluso en los celos descritos por Noreen –quien estará a punto casi de provocar la muerte de su hasta entonces prometido-, o en la secuencia en la que este es atacado por una serpiente, cayendo de la canoa y siendo rescatado y sostenido por los brazos de Laurie. Todo ello, ayudado por la excelencia de la labor de Walter Brennan, la intensidad de Jean Peters, y esa sorprendente capacidad que Jeffrey Hunter albergaba para expresar sentimientos nobles en su mirada, y que se adecuan como anillo al dedo a su personaje, en uno de sus primeros roles como protagonista.
No se trata de establecer comparaciones con el film de Renoir –todos sabemos que se trata de un cineasta sobre el que cuesta oponer la más mínima objeción, por más que admire buena parte de su obra-, y cierto es que SWAMP WATER se trata de un título magnífico. Sin embargo, la obra de Negulesco no desmerece del referente señalado, al tiempo que demuestra que supo modificar el semblante y, ante todo, la esencia, que guió la novela de Vereen Bell, imprimiendo a su conjunto un aura de optimismo vital, ausente en el guión elaborado por Dudley Nichols en el film de 1940. En su oposición, ofrece un conjunto en el que sentimientos, añoranzas –maravilloso el instante en el que Ben entrega en un viaje de regreso a la guarida del pantano un vestido a Laurie y una caja de puros a Jim- y emociones –la declaración de Ben a esa muchacha que hacia tiempo ya había provocado su atracción-, adquiere una sensación de frescura, en una película en la que la serenidad, su alcance telúrico, su narración en voz callada y su expresión de sentimientos sigue vigente pese al paso de seis décadas desde que fuera realizada
Calificación: 3