TEN NORTH FREDERICK (1958, Philip Dunne) 10, calle Frederick
“¿Cómo se puntúa usted como director? Bueno, la verdad es que no lo sé. Creo que soy muy bueno con los actores. Creo que consigo las mejores interpretaciones posibles de los actores dándoles libertad, sin decirles como interpretar la escena. Pero la verdad es que no lo se, porque nunca conseguí la combinación necesaria para hacer una película de primera clase. 10, calle Frederick fue la que estuvo más cerca, pero el estudio la chapuceó tanto que parecía una película de serie B” Así se expresaba Philip Dunne en la entrevista que Tina Daniell le formulaba para el primer de los cuatro volúmenes de la imprescindible Backstory coordinada por Pat McGuilligan. Interpelado para hablar ante todo en su calidad de destacadísimo guionista en el periodo dorado de la 20th Century Fox, se evocaba de manera muy sencilla sobre su andadura como realizador. Precisamente siendo como era, un escritor que valoraba en poco la aportación del director a la hora de dar vida a la película, era comprensible que no tuviera en demasiada consideración su cualificación como metteur en scene. Una tarea a la que brindó una decena de títulos en el transcurso de una década de crucial importancia en el devenir del cine norteamericano, de los cuales hasta la fecha son cuatro los que he podido contemplar. Películas quizá no deslumbrantes, pero siempre caracterizadas por un determinado grado de elegancia y sutileza, capaces de lograr que Elvis Presley ofreciera una notable actuación ante la pantalla –WILD IN THE COUNTRY (El indómito, 1961)- o que un producto ligado a la moda del cine de espías, alcanzara un cierto grado de singularidad –BLINDFORD (Misión secreta, 1965)-.
Es por ello que de una parte, cabe esperar con ciertas expectativas, poder acceder al resto de la filmografía de un escritor elegante, que con timidez, y quizá sin pretenderlo, buscó lo propio en el ámbito de la realización. Prueba de ello lo ofrece TEN NORTH FREDERICK (10, calle Frederick, 1958), quizá su realización más reputada, aunque Tavernier y Coursodon le formularan no pocas objeciones, al señalar que en esta adaptación de una novela de John O’Hara, habían omitido un tratamiento más abierto del aborto que asumía el personaje encarnado por Diane Varsi. O’Hara fue un novelista muy popular en aquellos años, llevándose sus novelas al cine en algunas ocasiones. No era nada de extrañar; sus argumentos narraban dramas familiares por lo general en lujosos ámbitos, erigiéndose en precursores de lo que más tarde se conocerían como soap operas. No olvidemos que el melodrama cinematográfico tenía que competir en aquellos años con la fuerte competencia televisiva, ofreciendo en sus fotogramas el lujo inherente a Hollywood, con una búsqueda de emociones fuertes -por lo general ligadas a alusiones e incidencias sexuales-, y un especial guiño por la juventud, bien fuera en la presencia de roles caracterizados por su rebeldía, al tiempo que mostrando las nuevas modas que definían a esta nueva juventud, tan en apariencia contestataria como, en realidad, consumista. Dentro de dicho ámbito, se puede decir que discurrieron los exponentes de un género, que tendría su exponente más valioso a nivel visual y narrativo, y transgresor en su vertiente argumental, en la obra de Douglas Sirk, bajo el ámbito de producción de la Universal y el amparo de Ross Hunter. En aquellos años, la adaptación de novelas de O’Hara –la cansina FROM THE TERRACE (Desde mi terrraza, 1960. Mark Robson)-, iría aparejada con la presencia de exitosos y muy pronto caducos exponentes de esta nueva vertiente, en la que conflictos en ámbitos lujosos y contrastes generacionales, permitirían sobre todo la incorporación de nuevas estrellas juveniles –PEYTON PLACE (Vidas borrascosas, 1957), curiosamente, o quizá no tanto, dirigido también por un en esta ocasión más aceptable Mark Robson-.
Lo cierto y verdad es que TEN NORTH FREDERICK, aparece en nuestros días como un exponente sensible del género, logrando elevarse por encima de las servidumbres que el mismo tuvo que asumir casi como condicionante para su subsistencia como exponente de cine popular, dirigido ante todo a públicos femeninos. Y es que el film de Dunne alberga todos los elementos y características antes señaladas, pero destaca ante todo en el aporte de una determinada delicadeza, tanto en sus modos interpretativos, como en las formas narrativas y visuales aportadas por Dunne, demostrando en no pocos momentos, que en su mano se encontraba un humilde pero efectivo estilista. La película se inicia en 1945, en la ciudad de Gibsville –que sería retomada un par de décadas después, en una exitosa serie televisiva con el mismo nombre-, describiendo la llegada de autoridades y personalidades relevantes, tras el funeral celebrado en memoria de Joe Chapin. Un reportero narrará dicha llegada con cierta ironía, adentrándonos con ellos al interior de la vivienda de la familia anfitriona. Muy pronto descubriremos el dominio que ejerce su viuda –Edith (Geraldine Fitzgerald)-, y en el que se percibe la incomodidad de sus hijos –Ann (Varsi) y Joby (Ray Stricklyn)-. La hipocresía, y las nada ocultas ambiciones de la posesiva matriarca, provocarán el rechazo del primogénito, y la mirada desencantada de Ann, bajo la cual se describirá un largo flashback que se extenderá sobre la casi totalidad de la película, y que se remontará a cinco años antes. En él se describirán con especial pertinencia, las tensiones existentes en el ámbito de los Chapin, que girarán por un lado en los nobles deseos del padre por adentrarse en la política, que en el caso de su esposa se dirimirá en una casi patológica obsesión en el ascenso social de su esposo, buscando quizá con ello redimir una frustración personal. Esta tensión tendrá diversas manifestaciones, como la falsa ayuda que le brindará un intrigante sujeto ligado a la actividad de un partido político, que guiará a Joe (un eminente Gary Cooper) a sus menguadas aficiones en la vocación política. Por su parte, su hija desdeñará un pretendiente acaudalado, enamorándose de un joven trompetista –Charlie Bonguiorno (Stuart Whitman)-, con quien quedará embarazada y se llegará a casar. Pronto la madre extenderá sus tentáculos para disolver el matrimonio, e incluso provocar el aborto de la criatura que la muchacha llevaba en su vientre. Despechada, Ann se marchará hasta Nueva York, donde trabajará en una librería. Mientras tanto, su padre renunciará con enorme dignidad a sus aspiraciones políticas, abriéndose con su esposa una profunda crisis, que Joe intentará resolver visitando a su hija, para intentar recuperar su cariño. Lo hará en el apartamento en el que reside, topándose por casualidad con su compañera, la bella Kate Drummond (Suzy Parker). Será únicamente el destino el que marque la extraña relación que se iniciará entre un hombre otoñal como Chapin, y una muchacha joven, en la que se adivina una extraña madurez. Pese a negarse a sí mismos el disfrute de un sincero amor, poco a poco el deseo se elevará sobre una relación, que para Joe supondrá lo que supondrá su último goce existencial, y para Kate su demostración de que busca algo especial en la vida, más que caer en la rutina de tantas mujeres de su edad –el encuentro con este, facilitará que abandone a un pretendiente, al que nunca llegaremos a conocer-. El apasionamiento entre ambos, llegará a provocar que Joe proponga en matrimonio a la joven, con la promesa de pedir el divorcio a su esposa. Esta, pese a ser consciente de la diferencia de edad que les separa, accederá emocionada. Sin embargo, una vez más, las casualidades del destino –inherentes a los giros más ligados al melodrama fílmico-, de nuevo condicionarán su futuro. Un encuentro accidental con un compañero de colegio de Kate, pondrán en primer término esa avanzada edad de Chapin –al que se confundirá como padre de esta-, lo que hará que este apele al conformismo, y renuncie a sus pretensiones, siempre dentro de un ámbito de mutuo respeto, y reconociendo que esta aventura le ha permitido quizá, vivir alguno de los mejores momentos de su vida.
Joe languidecerá dándose al alcohol al retornar a su rutina diaria, enfermando progresivamente, hasta que en las puertas de su muerte, su hija retorne al hogar, estando en algunos de sus últimos momentos, presente la atención hacia el anuncio de Ann, de ejercer de dama de honor en el matrimonio de su antigua compañera de apartamento. Joe morirá muy poco después, la acción retornará al momento en que se inició el relato, interviniendo Joby ante los invitados, y reprochando a su madre su actitud depredadora y castrante ante su desaparecido padre. Muy poco después, Ann cumplirá su compromiso con Kate, y en los instantes previos a su boda, adivinará que su amiga fue la amante oculta que tanta luz proporcionó a su padre.
Si algo caracteriza TEN NORHT FREDERICK, y la eleva entre sus compañeras de ámbito, género y características, es el abandono del elemento sensacionalista, en beneficio de una narración en voz callada, que proporciona más importancia a la sinceridad en el comportamiento de sus personajes. A una mirada frontal que intenta extraer de todos ellos sus elementos de verdad, por más que sus comportamientos sean reprobables. No olvidemos que aunque procediendo de una novela de O’Hara, la película asumió un guión del propio Dunne, quien en la entrevista citada al inicio de estas líneas, señalaba que la intención central a la hora de asumir este proyecto, tomada como elemento de referencia ese insólito pero al mismo tiempo apasionado romance establecido entre Joe y Kate, sobre el que se articulará la mirada retrospectiva de la hija del protagonista. Producida por el muy valioso Charles Brackett, no cabe duda que la elección del formato panorámico, combinada por la magnifica fotografía –elegante y al mismo tiempo sombría, proporcionada por el gran Joseph MacDonald-, imprime a sus imágenes una personalísima textura visual, sobre la que su realizador aplica su asumido esmero en la dirección de actores, a través de una planificación basada en largos planos, nunca estáticos, que saben extraer el potencial dramático de los elementos plasmados en pantalla. Y, en efecto, la película adquirirá una especial sensación de verdad cinematográfica, a la hora de describir ese romance contra natura, que aparecerá casi como un desahogo existencial, para un protagonista encaramado a la madurez, y ahogado por el aura represiva de su entorno social, representado fundamentalmente en su castrante esposa, y una joven de elegantes maneras y acusada personalidad, incapaz de refugiarse con un joven de similar edad, probablemente caracterizado por su inmadurez.
Dunne se recrea con delicadeza en ese oasis sentimental vivido por la pareja, en el que las emociones, la complicidad y una clara sintonía, parece haberlos ligado de manera inesperada. Esa sinceridad, esa sensación de estar ante dos seres que podría formar parte de nuestro entorno, se mantendrá incluso en las últimas secuencias que ambos compartan, donde lo que podría suponer una falta de valentía por parte de Joe –por otro lado tremendamente considerado al atisbar el futuro que depararía a Anne consumar esa propuesta de matrimonio- culminará en apariencia una de las más originales y profundas historias de amor plasmadas en el cine norteamericano de su tiempo. Tras ella, Joe se hundirá en una rápida decadencia, refugiado en la bebida, y solo el recuerdo que su hija le transmitirá de Kate, quizá articule la llegada de su muerte, plasmada con enorme delicadeza, en un plano que evitará mostrar directamente su colapso final, aunque si contemplemos la caída de ese último vaso de bebida.
Sin embargo, TEN NORTH FREDRICK aún ofrecerá un último quiebro, hermoso y lleno de emoción, cuando Anne se encuentre con Kate instantes antes de su boda, vistiendo ambas las galas de la ceremonia. Una vez más el destino permitirá encontrar ese rubí que tiempo atrás regalara Joe a su enamorada, lo que traerá a ese momento importante, la evocación de la hija y la añoranza de una historia de amor que parra Kate sigue presente, aun estando a punto de casarse con otra persona. No cabe duda que Philip Dunne se empeñó a fondo en una hermosísima conclusión, que además de transmitir al espectador la nostalgia de un momento de luz en la existencia, nos permite sentir la presencia del personaje que tan maravillosamente encarnó Gary Cooper, cuando su ausencia se transmuta en una profunda evocación de ambas. Una como hija, y otra como profunda enamorada. Un enorme y al mismo tiempo delicado picado envolverá a la pareja de amigas, que han sabido adquirir la necesaria madurez, aprendiendo las enseñanzas que en el pasado les brindó ese hombre íntegro, cuya huella se prolongará en el futuro de sus vidas.
Calificación: 3
7 comentarios
Luis -
Juan Carlos Vizcaíno -
Enrique -
Juan Manuel -
Juan Carlos Vizcaíno -
Espero tu mensaje. Un abrazo.
Angel Hernando -
Jose Manuel -