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CINEMA DE PERRA GORDA

Edward Dmytryk

SO WELL REMEMBERED (1947, Edward Dmytryk) [Vivo en el recuerdo]

SO WELL REMEMBERED (1947, Edward Dmytryk) [Vivo en el recuerdo]

El progresivo descubrimiento de su filmografía, me está confirmando la creciente impresión de que en la figura de Edward Dmytryk concurren las virtudes de un primerísimo cineasta. Una figura que legó –con una serie de lógicas irregularidades comunes a cualquier cineasta norteamericano de la época-, un buen puñado de magníficos títulos. Es lamentable que a estas alturas su conocida y más bien simbólica delación en la “caza de brujas” de McCarthy haya supuesto una mancha que ha impedido centrar al aficionado en el atractivo de su obra. Es curioso tener que consignarlo, y para ello me gustaría establecer la oposición que podría marcarse con otro conocido delator –este de mucha mayor trascendencia-, pero que astutamente sí que logró eludir esa pesada carga a la hora de mantener el flujo de su filmografía. Me estoy refiriendo a Elia Kazan. Es más que probable que una serie de circunstancias externas favorecieran el malditismo que se ha seguido sobrellevando en torno a la figura de Dmytryk, una de las cuales quizá fue ese limitado periodo británico establecido pocos después de su acusación en Norteamérica, que quizá, por su propia brevedad, rompió con su andadura hollywoodiense.

 

Lanzo dicho elemento porque en primer lugar, hay que destacar que el realizador supo sintonizar muy bien con los modos de producción ingleses, logrando títulos que gozan de notable prestigio –aunque lamentablemente no he tenido oportunidad de contemplarlas hasta la fecha-, como OBSESSION (1949) y GIVE US THIS DAY (1949) –que su propio director consideraba su película favorita-. Años más tarde, Dmytryk retornó a la cinematografía inglesa con su magnífica –y menospreciada- adaptación de Graham Greene, THE END OF THE AFFAIRE (Vivir un gran amor, 1955). Es muy probable, en cualquier caso, que esa ausencia de un periodo más largo en el seno del cine inglés, impidiera a nuestro realizador consolidar un previsible periodo, cuyo referente tendríamos en la obra allí marcada por Joseph Losey. En este sentido, parece que estas tentativas británicas superan en cualidades a las primeras rodadas por Losey en las islas. Buena prueba de ello lo tenemos en el primero de los títulos que Dmytryk filmó en Gran Bretaña –SO WELL REMEMBERED (1947) –jamás estrenado comercialmente en España, y limitado su discurrir en nuestro país por medio de algunos contados pases televisivos-, que queda como una muestra casi ejemplar de las virtudes del cineasta en aquel primer periodo de madurez de su filmografía.

 

En la tranquilidad nocturna de las calles de la localidad obrera de Browdley, el tañir de campanas y el estallido del júbilo popular anunciarán el rendimiento de Hitler ante las fuerzas aliadas. En medio de la alegría colectiva contemplamos el discurrir reflexivo de quien muy pronto sabremos se trata del alcalde de la pequeña localidad inglesa. Se trata de George Boswell (John Mills) quien se dirige hasta el edificio consistorial, lo que dará pie a un retroceso de un cuarto de siglo en el tiempo. Ello le permitirá evocar cuando en su juventud formaba parte del consejo local, alternando esta dedicación con su trabajo en el periódico de la localidad. Sus evocaciones le llevarán a recordar cuando defendió en dicho consejo a la joven Olivia (Martha Scott), hija del veterano John Channing (Frederick Leister). Este ha sido repudiado por los vecinos, ya que en el pasado protagonizó unos turbios asuntos relacionados con una fábrica de su propiedad, viviendo totalmente aislado de dicho entorno obrero. Boswell logrará mantener que la culpabilidad de Channing no repercuta en la competencia de su hija para poder ejercer como bibliotecaria, logrando con sus argumentos convencer al consejo. Ello le llevará a un acercamiento con la joven, que poco tiempo después le llevará a conocer  a su padre, de quien logra comprobar es un anciano sensible y amable. El devenir de dicha relación le llevará a pedirla en matrimonio y casarse con ella, no sin antes sufrir la pérdida del padre de esta en un accidente sufrido en una noche de intensa lluvia.

 

La relación de George y Olivia llevará buen cauce e incluso tendrán un hijo, aunque muy pronto se pondrá en evidencia la personalidad calculadora de ella, quien a toda costa desea la promoción política de su esposo, aunque ello casi le lleve a que este abandone los ideales que siempre han caracterizado el carácter altruista de su marido. Sin embargo, y cuando Boswell está casi a punto de lograr un escaño en el parlamento británico, una circunstancia le llevará a retirar su candidatura; constatar que se ha producido una plaga de difteria en la población, en cierta medida alentada por el apoyo que brindó a un informe elaborado por su padrino político, y obviando otro informe finalmente revelador, elaborado por su viejo amigo el dr. Whiteside (Trevor Howard). La fuerza de la epidemia llevará a tomar medidas extremas por parte del consejo de la ciudad, pero ello no evitará que Martin, el hijo de Boswell contraiga el mal y muera, debido a los prejuicios esgrimidos por su esposa a la hora de vacunarlo en el improvisado hospital al que acuden centenares de niños de clase obrera. La desaparición del niño forzará la disolución del matrimonio, decidiendo George mantener su vinculación con su pueblo, en el que llegará a ser elegido alcalde, contando con la amistad permanente de Whiteside y también de su pequeña ahijada, que con el paso de los años se convertirá en una hermosa joven. También el discurrir del tiempo contemplará el retorno de Olivia –tras una andadura vital siempre en busca de poder y posición social-, comprando y reabriendo la factoría que comandó su padre, y retornando a la misma idénticas limitaciones laborales, que llevarán al alcalde a tener que enfrentarse de nuevo a su antigua esposa. Su encuentro con ella llevará al accidente que sufrirá el joven hijo de esta –Charles (Richard Carlson)-, que nos permitirá asistir a la lenta recuperación de este –sufre un desgarro que desfigura su rostro-, y a la relación que el herido mantiene con la joven Julie (Patricia Roc), y que la posesiva madre de este deseará destruir a toda costa, para proseguir con el dominio casi enfermizo que mantiene con este. Será algo que finalmente podrá contrarrestar George, no sin antes descubrir los turbios manejos a que le sometió su esposa, que revelan la faz más terrible de su calculadora personalidad.

 

Degustar esta película y recordar otros títulos en la filmografía de Dmytryk caracterizados por ser adaptaciones literarias, permiten detectar las facultades del realizador a la hora de abordar el cine novelesco. Es algo que se advierte a la hora de dejarse llevar por los meandros de este por momentos hermoso melodrama, que es evidente traslada elementos narrativos instaurados por el Welles de CITIZEN KANE (Ciudadano Kane, 1941) –fundamentalmente centrados en la magnífica utilización de la profundidad de campo, la ubicación de los actores dentro del encuadre y la atractiva movilidad de la cámara-. Ello no es ningún reproche. Al contrario, una de las cualidades de esta estupenda película es comprobar como poco a poco va atrapándote en el desarrollo de su argumento, y todo ello con una progresión narrativa admirable, logrando imponer un lenguaje noblemente novelesco habitual en el mejor melodrama del cine de los cuarenta. Con ello lograremos solapar rápidamente la quizá excesiva presencia inicial de la voz en off, adentrándonos en el retrato de unos personajes con los que compartimos sus inquietudes, detectamos sus debilidades, observandos en ellos elementos latentes en el relato, que siempre quedarán sumidos en la penumbra –es el caso de esa presumible relación existente entre Olivia y Whiteside, antes de que la primera se comprometiera con Boswell, que queda esbozada por las miradas y momentos que ambos comparten en el encuadre-.

 

Dmytryk describe con precisión y sin excesivas pinceladas descriptivas, esa comunidad obrera castigada por enormes limitaciones de vida. Pero esa capacidad en la pintura de caracteres tiene su correspondencia a la hora de establecer retratos con tan escasos elementos de base pero tan probada eficacia. Con ello me refiero a la manera con la que, en apenas unos instantes, logramos compadecernos del anciano Channing al cual, junto a Boswell, comprobaremos se trata de un hombre sensible y –sin duda- arrepentido por sus acciones en el pasado, al tiempo que consciente de tener que asumir por vida las consecuencias de estas circunstancias. Es dentro de estas cualidades, con un admirable manejo de la elipsis, una capacidad a la hora de elegir los elementos más atractivos para hacer progresar el relato en flash-back y también –y este es uno de los escasos inconvenientes de su conjunto-, la excesiva recurrencia a elementos folletinescos introducidos de forma demasiado casual-, con la que se desarrolla una película que permite a Dmytryk retratar la contraposición entre la integridad y el deseo de poder, alcanzando sobre todo esa cercanía en la psicología de sus personajes, en la interacción de su conflicto y en una precisa narrativa que sabe elegir el mejor emplazamiento de la cámara, plantear metáforas a la hora de mostrar algunas de las situaciones ubicando rejas y ventanales por medio y, sobe todo, logrando incorporar los suficientes elementos de juicio, para lograr relato compacto y poderosamente atractivo.

 

Podríamos elucubrar con algunas de las consecuencias temáticas esgrimidas en el film, planteadas justo cuando Dmytryk estaba siendo encausado en Estados Unidos como uno de los “10 de Hollywood” –y que le llevó a sufrir a su retorno, varios meses de cárcel-. Pero lo que nos interesa en este caso es el vigor de su narrativa, algo que mantendría a lo largo de su filmografía –y es algo que hay que decir en voz muy alta-, su capacidad para la adaptación cinematográfica, el dominio del lenguaje novelesco y una sensibilidad que, cada día más, me está llevando a la íntima convicción de que en su obra se encuentra uno de los hombres de cine más infravalorados del cine norteamericano de posguerra.

 

Calificación: 3

TILL THE END OF TIME (1946, Edward Dmytryk) Hasta el fín del tiempo

TILL THE END OF TIME (1946, Edward Dmytryk) Hasta el fín del tiempo

Aunque resulta un poco atrevido realizar esta afirmación cuando no he llegado a contemplar todos sus títulos, puede que TILL THE END OF TIME (Hasta el fin del tiempo, 1946) sea la mejor de las películas firmadas por Edward Dmytrik en la década de los cuarenta, antes de su episodio de exilio voluntario tras formar parte de los “10 de Hollywood” en la “caza de brujas”, ejerciendo posteriormente como delator en una polémica intervención que tuvo más de debilidad que de auténtica significación. No vamos a volver a entrar de nuevo en esta desgraciada circunstancia, pese a que la misma parezca ejercer como elemento determinante en cuanto a la calidad esgrimida en la obra del director. En mi apreciación personal, creo que Dmytryk firmó títulos muy atractivos durante la década en que se inserta el título que comentamos… y también lo hizo en los dos decenios precedentes, si bien es cierto que partir de este traumático episodio, su cine se tiñó de un tinte amargo que indudablemente reflejaba la relatividad de la traición y la búsqueda del perdón a través del arrepentimiento. Sin embargo, en esta ocasión el director se encontraba en un periodo donde el cine de Hollywood pudo expresar mediante sus películas, esa angustia y desasosiego que mostraban aquellos soldados que regresaban tras el triunfo aliado, protagonizando una mirada teñida de escepticismo en algunos casos y de profunda depresión en otros –sobre todo manifestada en aquellos que regresaron con minusvalías físicas o psíquicas-. Es el ejemplo que prácticamente definió de forma canónica el memorable THE BESTS YEARS OF OUR LIVES (Los mejores años de nuestra vida, 1946. William Wyler), y tuvo referentes brillantes con PRIDE OF THE MARINES (1945, Delmer Daves) o, posteriormente, y dentro de una vertiente complementaria –y el entorno de la guerra de Corea-, JAPANESE WAR BRIDE (1952. King Vidor). Dentro de este contexto, no solo hay que consignar que TILL THE END… alcanza una personalidad propia, sino que en sí mismo resulta un producto magnífico.

 

Basado en una novela del habitual escritor de westerns Nivel Busch, la película se inicia con el retorno de los soldados de la guerra. Entre ellos la cámara de Dmytryk se centra en la amistad que manifiestan el joven Cliff Harper (Guy Madison) y William Tabeshaw (Robert Mitchum). El primero de ellos regresará con integridad y un aparente optimismo a su casa en California, mientras que Tabeshaw volverá a la vida civil cargado de escepticismo y con una placa de metal alojada en el cerebro, fruto de una herida de guerra. Harper pronto se acomodará en el hogar que dejó tres años y medio atrás pero, aunque en apariencia todo se presta a una rápida integración, hay algo que falla para que en realidad esta no se produzca. Bajo la aparente amabilidad no hay comunicación con sus padres, no se dispone a recuperar sus estudios y tampoco encuentra la fuerza necesaria para emprender un desarrollo laboral, y una joven de cercana edad a la suya que es además vecina y que muestra su atracción por él, parece como si fuera su hija ¿Ha logrado una madurez forzosa en su estancia en la guerra? Es bastante probable que así sea. Una de las grandes virtudes del film de Dmytryk reside en saber visualizar en la pantalla ese estado de desasosiego que tiene su epicentro en su personaje protagonista, pero que de una forma u otra se hace extensiva a una sociedad civil que, aunque quiera hacer oídos sordos a esta traumática circunstancia, en realidad ha favorecido que ciudadanos suyos acudieran a la contienda, pero muy poco tiempo después han convertido a estos valientes soldados en seres incómodos y recuerdos permanentes de una circunstancia bélica ante la que pretenden dar la espalda. Toda esa compleja circunstancia es mostrada por Dmytryk con una sutileza sorprendente, en la medida de estar ubicados dentro de un periodo de su filmografía caracterizado por sus rasgos expresionistas, la influencia que en aquel entonces ofrecía su cercanía con el cine noir, y que incluso se extendió en el posterior –y más reconocido CROSSFIRE (Encrucijada de odios, 1947)-. Por el contrario, en esta ocasión nos encontramos con un relato en voz baja, en el que adquieren gran importancia elementos como la mirada de sus personajes –son significativas a este respecto las reacciones que manifiestan los padres de Cliff, especialmente su madre, que en modo alguno desea que este le relate sus vivencias bélicas-, los tiempos muertos y, también en este caso, la manera con la que se filman los exteriores urbanos, que se erigen como fríos referentes, tal y como pocos años después utilizaría Dmytryk como referente fundamental en la crónica criminal THE SNIPER (1952). Esa sensación de aparente cotidianeidad y, en el fondo, desasosiego emocional y vital, está espléndidamente recreada por la mirada del realizador, y situando como asidero en la odisea de retorno del joven protagonista, su encuentro con una joven viuda de un oficial de guerra –Pat (Dorothy McGuire)-, quien desde el primer momento compartirá esa misma sensación con alguien en quien intuirá la vivencia de una forzada madurez tras el retorno de la contienda. La relación entre ambos jóvenes se caracterizará tanto por la intensidad en la química que ofrecen sus intérpretes, como por el equilibrio logrado en la repercusión de esta singular relación y el desarrollo melodramático de la misma, a la hora de integrar ese revulsivo en el contexto del relato. Y esta misma vinculación, permitirá secuencias extraordinariamente bien planteadas en el campo de la definición de personajes y situaciones, como aquella en la que se encuentran Cliff, William y la joven vecina encaramelada con el primero en un café, mientras este escucha la canción que le permitió conocer y hacer familiar a Pat en su vida. Pronto la contemplará con otro militar, estableciéndose una situación magníficamente conducida por Dmytryk por medio de una planificación que valora en todo momento la labor de los intérpretes y su ubicación en un primer o segundo término.

 

Pero junto a ello, TILL THE… logra en todo momento incorporar lo íntimo y la crónica de costumbres. Sabe mostrar prácticamente con un único plano la desconexión de Cliff con sus padres –le tapan el pie cuando lo creen dormido en su habitación, pero él vuelve a destapárselo cuando ellos se marchan en señal de rebeldía, aunque no puede reprimir estallar en sollozos-, e incorporar la inadaptación del retorno al trabajo –que nos permitirá contemplar por unos instantes al futuro realizador Blake Edwards ejerciendo como encargado de una factoría-, así como ofrecer una pincelada sobre la labor de esas legiones de excombatientes de tintes ultraderechistas –que sin duda fue lo que motivó el recelo del comité de McCarthy-, en una de las secuencias menos interesantes del conjunto, pero que sin embargo revela la lejanía en las intenciones de esta película con otros títulos de Dmytryk más definidos en su carácter discursivo, o quizá menos cuidados en su entramado dramático, lo que hacía aflorar en mayor medida sus deficiencias.

 

Afortunadamente, esta circunstancia casi no se detecta en este film sensible y contenido, doloroso pero valiente, en el que cabría destacar la modernidad que muestra su narrativa, y en donde no se pude dejar de apreciar la espléndida labor de Dorothy McGuire y también de un joven Guy Madison que prácticamente quedó en el disparadero de las estrellas cinematográficas a partir del carisma y la sensibilidad demostrada en esta película, aunque su andadura  posterior lo definiera como una promesa jamás consolidada. Es curioso señalar finalmente, como la relación que se establece entre Cliff y sus padres, por momentos parece erigirse como un precedente de la mostrada por Jim Stark (James Dean) y sus progenitores en REBEL WITHOUT A CAUSE (Rebelde sin causa, 1955. Nicholas Ray). Incluso en las secuencias finales, la propia presencia física y el atuendo informal que viste, hacen parecer a Madison como un antecedente de Dean.

 

Todas esas referencias y singularidades, convierten TILL THE END OF TIME es una película precisa y sensible, sobria y sincera, que habla de soledades y desasosiegos, y lo hace con tanta sutileza como precisión. Una magnífico título, lamentablemente olvidado en nuestros días, y que personalmente sumo a un buen número de películas de notables cualidades que, cada día en mayor medida, me llevan a pensar que Dmytryk es uno de los más grandes realizadores con que contó la generación intermedia de Hollywood. Puede que el paso del tiempo permita valorar en su justa medida una filmografía pródiga en títulos valiosos.

 

Calificación: 3’5

THE END OF THE AFFAIR (1954, Edward Dmytryk) Vivir un gran amor

THE END OF THE AFFAIR (1954, Edward Dmytryk)  Vivir un gran amor

El novelista Graham Greene –autor de la novela que le sirvió de base- afirmaba que era una película malísima. Incluso cuando en 1999 el director Neil Jordan realizó otra versión cinematográfica de la misma, al parecer durante su promoción arremetió todo lo que pudo contra el referente de Dmytryk de mediada la década de los cincuenta. En definitiva, THE END OF THE AFFAIR (Vivir un gran amor, 1954. Edward Dmytryk) es un título que goza de muy mala fama, y muy pocos se han molestado en intentar redescubrir la valía de esta ya –digamoslo ya- magnífica película. Estoy convencido que son dos los factores que han impedido que desde el momento de su estreno esta producción de la Columbia haya adquirido el reconocimiento que merece. Uno de ellos es su propia base literaria; por más que Greene sea un escritor reconocido, es evidente que el mundo que desarrolla resulta incómodo para una visión demasiado polarizada. Digamos que para el creyente ofrece una imagen negativa de ese mundo en el que se refugia habitualmente, mientras que para una mentalidad opuesta, es probable que sus imágenes no dejen de mostrarles un marco excesivamente ligado al seguimiento de la fe. La otra es esa incapacidad aún existente de reconocer la valía de su realizador. Creo que el paso de los años aún no ha eliminado la ceguera existente en su figura, a partir de la delación que ofreció en la siniestra “Caza de Brujas” de McCarthy, tras cumplir incluso una condena de cárcel previa por ese mismo motivo. Lo queramos o no, parece dogma de fe creer que el presumible talento del realizador se agotó en ese momento, cuando lo cierto es que un análisis pormenorizado de su obra nos revelaría todo lo contrario. Dmytryk filmó en sus comienzos obras muy interesantes, otras de menor entidad e incluso alguna mediocre, pero es a partir de la década de los cincuenta cuando –también compartiendo esa hasta cierto punto lógica irregularidad- desarrolla una trayectoria particularmente valiosa, en la que destaca su capacidad como adaptador, y en donde queda como elemento temático recurrente un sentido de la culpa que, con una mirada desprejuiciada, debería servir como base para empezar a analizar un indicio de inquietud personal. Como quiera que en el seguimiento de su obra han sido bastante las sorpresas positivas que me he llevado, en cierto modo esperaba encontrarme ante un título de interés; su visionado me ha ratificado con creces esa impresión.

 

THE END OF THE AFFAIR narra –en un relato dominado por la voz en off del americano Maurice Bendrix (Van Johnson)-, el romance adúltero que mantiene con Sarah Miles (Deborah Kerr). Ella es una mujer abierta, casada con un alto funcionario de la administración británica –Henry (Peter Cushing)-, en el entorno del Londres de finales de la II Guerra Mundial. Sarah no duda en vivir esta relación, convencida en que la misma le ayuda para salir de una existencia tan acomodada como rutinaria. Sin embargo, lo que parece una relación perfecta, de pronto se interrumpe tras sobrevivir Maurice a un bombardeo mientras permanecían juntos en su casa, disponiendose a vivir unos días de convivencia. De forma sorprendente, este vive el desprecio de su hasta entonces amante, sin lograr que el paso del tiempo diluya una permanente sensación de amargura. Atendiendo una petición puntual de Henry –con el que se encontrará más de un año después de su separación con Sarah-, Bendrix contratará a un investigador que finalmente le llevará a la realidad de una situación que este había interpretado con resentimiento y rabia. En ello intervendrá una plegaria personal de su amada, sorprendiendo la situación por la introducción de un matiz en el que se proyecta la dualidad de la fe y el propio alcance terrible de la adopción de la aparente tranquilidad que supone la adopción de la opción católica.

 

No voy a extenderme más en la narración de su argumento, en la medida que se basa en una adaptación de un célebre referente literario, y también recordando la interesante versión de Neil Jordan ya mencionada –en todo caso, estimo que inferior al título que comentamos-. Lo que cabría señalar en primer lugar es que si THE END… me parece un film magnífico, lo es por su propia valía cinematográfica. Estimo que muchas de sus sugerencias proceden de su referente literario –y lo hago desde mi propia inocencia a la hora de no depender de su lectura previa-, pero creo evidente que Dmytryk se tomó la realización de la película con un enorme interés, y dentro de un periodo en su obra bastante interesante. Lo primero que cabría señalar es la afortunada simbiosis de ascendencia norteamericana en sus imágenes, con ese inequívoco look británico en consonancia con la ascendencia de su pareja protagonista. En la película no se realiza ningún subrayado sobre el entorno bélico de ese Londres de mediada la década de los cuarenta. En muy pocos minutos, y a partir de la narración de Bendrix, nos adentramos en el relato de la intensa relación que mantiene con Sarah. La forma que tiene de mostrar la pasión entre ambos es magnífica; este asiste a una fiesta por invitación de Henry y allí contempla en un espejo que su esposa besa a un pretendiente. Instantes después se citará con ella y la besará convencido de ser correspondido, mientras ese gesto es mostrado igualmente desde un espejo.

 

A partir de ese momento se describe la pasión entre los protagonistas. Uno, desterrado de su entorno habitual, mientras que ella empieza realmente a vivir con esta nueva luz en una vida que se presume frustrada. Pero muy pronto las expectativas de ambos se verán frustradas y con ella el relato cobrará un giro de ciento ochenta grados. Lo que se presumía una relación presidida por la sinceridad de los sentimientos, derivará en una repentina huída de ella y el resentimiento de Bendrix. Una vez más, no importa el desarrollo ambiental y sí el de los sentimientos. El relato avanza en el tiempo hasta que se recobre el deseo de este de averiguar las razones secretas de la decisión de Sarah, en la que cree ver la existencia de otro amante. Sin embargo, el detective que encarna John Mills le llevará finalmente al logro del diario de ella –quizá un recurso no debidamente matizado; una leve secuencia en la que se hubiera mostrado una mayor dificultad en su obtención, hubiera proporcionado una mayor credibilidad a su existencia-. Ello no obstante brindará otro giro al relato, y al mismo tiempo un largo fragmento absolutamente magistral. En el mismo se explicarán las razones presuntamente sobrenaturales que guiaron a Sarah a abandonar a Maurice, y al mismo tiempo se dará sentido a todas las interrogantes que la narración ha seguido hasta entonces. Y es en esas secuencias, donde la intensidad de la película es total. Dmytryk sabe pulsar todos los elementos de la puesta en escena –cierto es que antes ya lo ha hecho, y para ello no hay más que admirar los instantes posteriores a la inesperada explosión-. La espléndida iluminación en blanco y negro de Wilkie Cooper potencia esa intensidad, pero hay que subrayar la fuerza de su dirección de actores o la propia ubicación de estos dentro del encuadre. Junto a estas cualidades, quizá lo más valioso de la película es saber trasladar en sus secuencias ese sentimiento ambivalente y doloroso que supone la renuncia del amor por la adscripción de un sentimiento trascendente que en el fondo nunca se ha buscado ni deseado. Para ello tenemos un exponente de gran fuerza en la asombrosa interpretación de Deborah Kerr –que cada vez más, me parece una de las grandes actrices de todos los tiempos-, pero que se extiende en dos personajes en apariencia opuestos, aunque en realidad muestren las dos caras de un mismo tormento interior. Por un lado tenemos ese sacerdote aparentemente seguro en sus creencias, que en el fondo y tras el bombardeo parece buscar en su mirada la fe que le transmite Sarah y que él mismo –presumiblemente- ha perdido. Y por otra ese agitador que achaca la credulidad del sentimiento religioso, aunque interiormente desee incorporar a su pensamiento. Todo en THE END OF THE AFFAIR se inserta en gestos y miradas, en impresiones sensoriales que se suman a ese matiz casi místico que siempre se manifestará cuando parece que la duda puede incorporarse en sus protagonistas.

 

El film de Dmytryk puede ser analizado desde muchos aspectos complementarios. Uno de ellos es el de servir de avanzadilla a un tipo de narración visual que posteriormente sería muy utilizada en el mejor cine inglés de la década siguiente, y que ya se podía admirar en la espléndida MANDY (1952) de Alexander Mackendrick. Se trata de una apuesta de estilo que posteriormente se podrá comprobar en el cine inglés de Losey, e incluso en el Jack Clayton de THE INNOCENTS (¡Suspense!, 1961). Es más, intuyo que Clayton tuvo muy presente esta película a la hora de plasmar su obra maestra, y fue incluso decisiva en la elección de la misma protagonista. No me gustaría dejar de destacar, por último, la excelente labor del conjunto de actores –a la citada protagonista cabe señalar John Mills y un sorprendente Peter Cushing-. En este sentido, quizá el mayor lunar de su conjunto, provenga de la poco afortunada elección de Van Johnson como protagonista masculino. Ello no impide reconocer que realiza un trabajo esforzado –en el que hay que subrayar el previsible esfuerzo del realizador en esta parcela-, pero otro intérprete hubiera dotado de mayor espesura al personaje. En cualquier caso, se trata de una estupenda película, que destaca en su intensidad melodramática, su estupendo desarrollo psicológico, el magnífico y terrible alcance místico de sus fotogramas, que sobresale en comparación con la posterior adaptación de Jordan, y que concluye con una bellísima grúa de retroceso tras un abatido Van Johnson que, de haber estado filmada por otro realizador más prestigioso, hoy sería considerada como lo que es; uno de los momentos más intensos del melodrama cinematográfico de la década de los cincuenta.

 

Calificación: 3’5

 

THE JUGGLER (1953, Edward Dmytryk) Hombres olvidados

THE JUGGLER (1953, Edward Dmytryk) Hombres olvidados

Rodada tras su retorno al cine norteamericano, después de su breve estancia en Inglaterra y tras la conocida delación ante el comité del senador McCarthy que marcaría para siempre su vida y su trayectoria, THE JUGGLER (Hombres olvidados, 1953. Edward Dmytryk) es una interesante producción de la Columbia que, no obstante, no se puede incluir entre los mejores títulos del realizador canadiense – norteamericano. Todo ello, dentro de un periodo bastante interesante en su trayectoria –la década de los años cincuenta-, aún no suficientemente valorado en función de esa circunstancia personal antes señalada que parece haber marcado para siempre la andadura de un hombre de cine para el que aún pesa la necesidad de una revisión de una carrera francamente estimulante.

En este caso, el planteamiento de la película no se aleja del conjunto de producción de Stanley Kramer dentro del ya citado estudio, caracterizadas por la plasmación de temáticas de mentalidad liberal no demasiado habituales en el cine de Hollywood, generalmente caracterizadas por lo mal que han envejecido con el paso del tiempo, aunque su resultado cinematográfico oscilara en ellas. Dentro de estas características, THE JUGGLER plantea una temática poco habitual en el cine de la época –y de posteriores, me atrevería a decir-, ya que versa sobre las dificultades que sobrellevaron aquellos supervivientes de los campos de exterminio nazi, en este caso trazados en torno a un personaje que se traslada al recién creado estado de Israel para intentar reiniciar su vida pese al traumático schock que supone haber perdido en ellos a su propia mujer y su hijo. Todo ello procede de una novela de Michael Blankfort, también guionista y en varias ocasiones colaborador de Dmytryk.

Se trata de Hans Muller (Kirk Douglas), un malabarista alemán que viaja dentro de un contingente de refugiados a los campos de Haifás. Muller es un hombre realmente traumatizado, ausente del mundo que le rodea, que ve nazis en cualquier persona que lleve uniforme, y que se escapará de sus compañeros de andadura, agrediendo de gravedad a un policía que simplemente le había pedido la documentación y le ofrecía ayuda. A partir de esta agresión, emprenderá una huída por el nuevo territorio israelí, aún convaleciente en sus habitantes de la atrocidad del exterminio nazi y la guerra de formación del nuevo estado. En su trayecto estará acompañado de un joven –Yeoshua (Joseph Walsh)-, quien sentirá por él una admiración poco compartida, mientras el detective Karni (Paul Stewart) realiza sus pesquisas para atrapar al culpable de la agresión. El malabarista llegará a Nazareth y poco después –tras introducirse en un campo de minas en el que el muchacho quedará herido, serán acogidos por un grupo de israelíes entre los que se encontrará una mujer que le devolverá una esperanza vital que, no obstante, se obstinará en rechazar. Todo ello hasta que, finalmente, reconozca su desequilibrio emocional y la necesidad de su tratamiento mirando hacia el futuro.

Hay dos elementos que limitan bastante el resultado de THE JUGGLER. En primer lugar, ese tono discursivo que se impregna sobre todo en sus primeros minutos –propio de cualquier producción de Kramer-. En segundo término, aunque podría ser el principal, está esa inveterada tendencia a la sobreactuación de Kirk Douglas que, sobre todo en su fragmento inicial, hace alarde de todos sus tics a la hora de intentar expresar el tormento interior de su personaje. Dmytryk no contiene a su estrella, que bien es cierto que en los pasajes finales si logra –pese a la nueva afluencia de esos excesos-, trasmitir esa exorcización del trauma que en buena medida es el epicentro de la película. Por encima de esos dos detalles, lo cierto es que –sobre todo cuando transcurren los primeros veinte minutos de película-, esta va elevando su interés dentro de ese recorrido físico y espiritual por un Israel fotografiado en un atractivo blanco y negro –obra de J. Roy Hunt- con los modos del cine negro, tan habituales al cine de Dmytryck. De hecho, en buena medida sus rasgos combinan el trazo policíaco –la investigación que realiza Paul Stewart-, con el retrato de personajes de compleja y torturada psicología, que poblaron buena parte de la filmografía de Dmytryck –CROSSFIRE (Encrucijada de odios, 1947), OBSESSION (1949) o THE SNIPER (1952), por ejemplo-. De la misma forma, también en la película se describe una pincelada solapada en torno a la justificación de la delación –el momento en que el padre de la niña con la que el protagonista entabla amistad al principio, le indica al detective que debe colaborar con las autoridades, aunque no siempre sea lo más apropiado-. Un sentimiento de culpa que se manifestará reiteradamente en la obra de Dmytryk, con posterioridad a esa delación, y que podría establecerse como una de las constantes que este realizador marcó en sus películas a partir de aquel episodio.

 

Calificación: 2’5

BEHIND THE RISING SUN (1943, Edward Dmytryk) Trás el sol naciente

BEHIND THE RISING SUN (1943, Edward Dmytryk) Trás el sol naciente

También los realizadores del Hollywood clásico -incluso en un periodo caracterizado por títulos de notable nivel-, podían equivocarse a veces. Ese es el ejemplo que, bajo mi punto de vista, ofrece BEHIND THE RISING SUN (1943. Edward Dmytryk) –puntualmente estrenada en su momento en España bajo el título TRAS EL SOL NACIENTE-. Y lo triste es que la base argumental de la película hubiera permitido ofrecer una valiosa mirada sobre la complejidad que definen las mezclas y choques de culturas, especialmente en tiempos tensos caracterizados por tomas de postura radicales.

BEHIND... se inicia con la voz en off de Reo Seki (J. Carrol Naish) –un relato que no abandonará en toda la película- al recibir las cenizas de su hijo y disponerse a continuación a su suicidio ritual –algo que efectuará en el último plano del film-. Y es que la practica totalidad de la película no es más que el relato en flash-back de la evolución hacia el fanatismo del carácter de su hijo –Taro Seki (Tom Neal)-, joven y culto arquitecto que retorna a Japón tras varios años de estudio en Estados Unidos. Taro ha vuelto influenciado por la modernidad del mundo occidental y muy pronto entra en conflicto con el tradicionalismo japonés representado por su padre. Pese a ello el joven entrará a trabajar en el estudio de arquitectura comandando por un norteamericano y allí se enamorará de una joven japonesa de humilde familia –Tama Shimamura (Margo)-. Esta relación también provocará el enfrentamiento con el padre de Taro, siempre aferrado a las arcaicas mentalidades de un país en proceso de guerra –la película sí que logra transmitir esa tensa situación de la contienda-.

Llegado el momento de participar en la misma Taro se afiliará como piloto, iniciando un proceso autodestructivo sobre su persona, que muy pronto se hará tangible con la ausencia de piedad ante las atrocidades efectuadas por los japoneses, ante las que progresivamente se mostrará fanatizado e incluso llegará a ignorar a sus amigos norteamericanos y a su propia novia. Este cambio de mentalidad cercano a la crueldad será observado con horror por su padre, viendo en su imagen la relativa culpabilidad que él y las personas a quienes representan tuvieron para favorecer estos comportamientos.

Finalmente Taro morirá en una emboscada en plena contienda, que permitirá que algunos de los norteamericanos sean aniquilados tras bombardear la cárcel en la que están presos y han sido objeto de torturas, pero de la cual algunos de ellos lograrán librearse, con la satisfacción de ver como el ejército aliado está logrando frenar los desmanes de los japoneses, incluso con su propio pueblo.

No se puede negar que este planteamiento podría haber dado pie a una interesante propuesta en la que el eterno debate de la educación en modos libres y democráticos, en su contraposición de mentalidades cerradas. Pero sin duda pare ello hubiera sido necesario que buena parte de lo que contemplamos en esta película, se hubiera caracterizado con otros matices más complejos e infinitamente menos maniqueos. Y es que BEHIND... no es más que una pequeña serie B caracterizada por una enorme pobreza de medios, en este caso no compensada por las necesarias dosis de talento en su puesta en escena. Desde los personajes que se ofrecen en el film –caracterizados por su esquematismo, y a lo que contribuye no poco las forzadas caracterizaciones orientales de los protagonistas-, la pobrísima ambientación que ofrecen las secuencias de estudio que simulan escenarios orientales –además desconociendo el tempo ritual de los japoneses, el que estas además estén pésimamente mezcladas con abundancia de transparencias entresacadas de documentales de distinta índole, el lamentable maniqueísmo de las secuencias que muestran lo malos que son los japoneses –algo de sutileza no hubiera estado de más-, dan el conjunto de una película de propaganda –en contra del ejército nipón- bastante olvidable, que solo tiene contados elementos de interés en ciertos movimientos de cámara de Dmytryck –como la panorámica que evita que veamos el suicidio del anciano Reo-, o igualmente los instantes iniciales de la función, así como una cierta habilidad en el montaje. Más allá de esos elementos concretos, puede decirse que BEHIND THE RISING SUN es una de las peores películas de la filmografía de un director con frecuencia brillante, como fue Edward Dmytryk.

Calificación: 1

TENDER COMRADE (1943, Edward Dmytryk) Compañero de mi vida

TENDER COMRADE (1943, Edward Dmytryk) Compañero de mi vida

Aunque no se puede decir que TENDER COMRADE (1943) –COMPAÑERO DE MI VIDA en España- sea uno de los títulos más destacables de la filmografía de Edward Dmytryck –más pródiga en buenas películas de lo que se le quiere reconocer-, sí que es cierto que puede calificarse como una aceptable crónica agridulce sobre uno de los sectores que vivieron más intensamente el trauma de la II Guerra Mundial en USA, como fueron las esposas de aquellos combatientes que se alistaron como voluntarios en la contienda especialmente a partir del bombardeo de Pearl Harbor. No es precisamente algo novedoso el objetivo de esta película, que se erige en un ejemplo más de un conjunto de producción que queda como un esfuerzo de los distintos estudios –en este caso la RKO- por trasladar un elemento propagandístico.

Dentro de ese conjunto, quizá en este caso se establezca de forma poderosa la impronta del guión de Dalton Trumbo, a partir del cual se desarrolla la aplicación doméstica por parte de las cuatro mujeres protagonistas de un teórico planteamiento democrático y aplicando el cooperativismo que si bien es cierto tiene su encanto, hoy día resulta un tanto ingenuo. Al parecer, Trumbo se mostró en desacuerdo con el resultado final de su guión.

TENDER COMRADE nos cuenta la aplicación de cuatro mujeres esposas de voluntarios, comandadas en todo momento por la emprendedora Jo Jones (Ginger Rogers). Ambas son trabajadoras de una fábrica y deciden en un momento dado trasladarse a vivir juntas en una misma vivienda y mancomunar sus gastos, logrando con ello reducir los mismos realizando una vida en común. Una vez encontrada la amplia y antigua vivienda elegida precisarán una asistenta, logrando la incorporación de una activa y bondadosa alemana que aún no ha logrado la ciudadanía norteamericana, aunque se destaca como furibunda antinazi. A partir de la unión de los cinco personajes se establecen sus relaciones, también sus disputas, sinsabores y convivencia conjunta mientras se suceden las incidencias cotidianas y los ecos de la peligrosa situación de sus esposos, todos ellos en el frente. Al propio tiempo, Jo hará público su embarazo y finalmente encontrará en su recién nacido hijo la continuidad en la presencia de su esposo, del que tendrá la triste noticia de su caída en la contienda.

Como se puede comprobar, la breve narración de su argumento de la película de alguna forma nos predispone a encontrarnos ante un típico melodrama bélico propagandístico de la época. Pero a fuer de ser sinceros y más allá de ese ingenuo aire progresista que emanan de esas líneas “democratizantes” del guión de Trumbo, creo que las mayores virtudes de esta pequeña película hay que encontrarlas por un lado en la propia cotidianeidad que emana de todo su metraje, en esos elementos de discusión que se establecen entre algunos de sus personajes –la disputa verbal que se plantea entre Jo y una de sus compañeras al defender la primera la importancia de la defensa de los ideales de igualdad y libertad- y, sobre todo, algunas disposiciones y elementos de la puesta en escena de Dmytryck, que finalmente se revelan como los instantes más valiosos de la propuesta.

Y entre ellas cabe citar la singularidad de sus instantes iniciales, con la despedida de Chris (Robert Ryan), de su esposa Jo, momentos antes de subir en tren. Este finalmente iniciará su marcha y ella se queda sola, mientras vemos que otra ya anciana mujer (la magnífica Jane Darwell) acaba de hacer lo propio y su semblante está definido por la tristeza; la guerra afecta a todos. Es interesante señalar la fuerza dramática que adquiere la escalera de la vivienda de las protagonistas, ya que en ella se desarrollarán los dos momentos en que a sendos personajes se les producirá la sensación de pérdida de su esposo –la primera finalmente infundada, la segunda tristemente real-. Por su parte, me resulta especialmente interesante el personaje de la asistente de las cuatro mujeres –Manya (Mady Christians)-, desde la decisión con la que se incorpora en la vivienda compartida hasta su fuerza y constante apoyo a ambas. Pese a su ubicación secundaria me resulta el personaje más interesante de la función.

En cualquier caso TENDER COMRADE establece su máximo punto de fuerza en el personaje de Jo, insertándose una serie de pequeños y cotidianos flash-backs que nos retrotraen a determinados momentos de la relación mantenida con su esposo. Es precisamente en los instantes finales, en el momento en que esta de alguna manera intuye y comprueba la muerte de su esposo delante de su casi recién nacido, cuando la película adquiere un notable impulso dramático, a partir del largísimo primer plano sostenido sobre el rostro de Ginger Rogers, quien sabe trasladar la tragedia del momento. Que lástima que el look cursi y relamido de la actriz –ese rimmel exagerado y un peinado absolutamente ridículo que no la abandonó en toda su carrera- en muchas ocasiones haya impedido comprobar su notable capacidad interpretativa.

Calificación: 2

BACK TO BATAAN (1945, Edward Dmytryk) [La patrulla del Coronel Jackson]

BACK TO BATAAN (1945, Edward Dmytryk) [La patrulla del Coronel Jackson]

Supongo que para poder saborear los alicientes –que en mi opinión son numerosos- de BACK TO BATAAN (1945, Edward Dmytryk) –traducida de forma miope en España como LA PATRULLA DEL CORONEL JACKSON- hay que olvidarse -es casi preciso- de la presencia en su desarrollo del tratamiento de los japoneses, generalmente aviesos en su presencia, cuando no decidida e quizá involuntariamente paródicos –la secuencia en la que protagonizan una ficticia ceremonia de declaración de independencia de Filipinas-. Es indudable que con un mayor grado de abstracción y centrándose en el cometido de la lucha de la guerrilla filipina –ayudada por los oficiales norteamericanos, por supuesto- BACK TO BATAAN habría logrado una mayor consideración dentro de la amplia producción de cine bélico rodada en las postrimerías de la II Guerra Mundial. En cualquier caso y a sabiendas de contradecir la opinión generalizada al considerar este como un simple producto propagandístico, no dudo en afirmar que nos encontramos ante una interesantísima y trepidante muestra del género, dotada de un preciso retrato psicológico, admirablemente lograda en su tensión, que en todo momento mantiene el interés en su lograda estructura de episodios –algo que se puede argüir en contra de muchos otros productos de la época más prestigiados que este-, y que finalmente deja el regusto de casi introducirnos con sus personajes en pos de una odisea en plena selva filipina, en la que la fisicidad de sus opacos bosques es transmitida con la adecuada intensidad y sin otras pretensiones que las de narrar una odisea creíble y cercana.

Que diga esto un servidor que -como tantos otros amantes del cine clásico-, generalmente desconfiamos del cine bélico, quizá en mi caso vaya en la llamada hacia una atención –otra más- a la obra del generalmente menospreciado Edward Dmytryk. Con todas las irregularidades que se quiera, pese a su lamentable episodio de delación –mucho menos efectivo finalmente de lo que pudiera parecer-, ciertamente su carrera está llena de buenas películas –algunas de ellas excelentes, como es el caso de su western EL HOMBRE DE LAS PISTOLAS DE ORO (Warlock, 1959)-. Dentro de una trayectoria tan extensa y aún siendo matizable una opinión para quién aún tiene por ver algunos de sus títulos más atractivos a priori, creo que hay dos géneros en los que el norteamericano desarrolló una trayectoria más influyente. Por un lado el policíaco / negro –generalmente su faceta más prestigiada, y en la que coexisten títulos quizá excesivamente mitificados junto a otros necesitados de una oportuna revisión-. Pero por otra parte –y esto no se le ha reconocido de la misma forma-, nadie puede negar que su aportación al cine bélico prácticamente puede establecer una evolución del género desde los años cuarenta hasta prácticamente dos décadas después.

Creo que a partir de estas coordenadas es cuando podemos establecer las mejores cualidades de BACK TO BATAAN. Unas virtudes que tiene su ejemplificación en su sentido físico, la descripción del entorno agobiante en que se desarrolla la acción, su preponderancia de la acción y lo visual sobre el elemento discursivo, la adecuada labor del conjunto de actores y sus tipologías, una cierta tendencia –inherente al cine de Dmytryk- a una planificación de índole expresionista sobre rostros y cuerpos –a lo que no es ajena la excelente prestación del siempre remarcable Nicholas Musuraca-, dosis oportunas de realismo en la narración y en las secuencias de combate (ciertamente caracterizadas por su credibilidad) y una estructura en forma de episodios de perfecta dosificación que hace que la hora y media de la película transcurra de forma siempre llena de interés. Finalmente, por supuesto, algunos destellos de virtuosismo cinematográfico que tienen en sus exponentes más atractivos en el momento en que los japoneses asaltan la localidad de Balintawak. Tras el asalto y desalojo de la escuela el veterano profesor se niega a arriar la bandera japonesa en el mástil y, en un momento absolutamente delirante que combina lo estridente con lo apasionante, lo ahorcan siendo cubierto por la propia bandera de los Estados Unidos. Pero junto a este instante que se muestra en los primeros momentos del film, podemos sentirnos muy cercanos a las estratagemas de los lugareños para contraatacar a los japoneses –una de ellas es camuflarse dentro del agua utilizando un junco para lograr oxígeno-, disfrutar de pasajes folletinescos dignos de un serial –la locutora antigua prometida de Andrés Bonifacio (Anthony Quinn) que aparentemente se ha convertido en propagandista de los nipones pero secretamente es colaboradora de los americanos-, encontrarnos con personajes caracterizados por detalles de comedia –el vago que sabe cocinar con destreza y cuyas sentencias son inapelables en la lógica; la veterana e impertinente profesora encarnada por la gran Beulah Bondi- y, en suma, disfrutar de un conjunto en donde el entretenimiento no está reñido con la experta mano cinematográfica.

En evidente que en BACK TO BATAAN se dan cita algunos tópicos inherentes en el cine bélico –la sempiterna foto de la joven prometida que es mostrada en un inserto, el personaje del niño que finalmente se convierte en un héroe, los planos de un mapa de Filipinas que nos van narrando los lugares de los bombardeos, etc.- En cualquier caso creo que si sabemos valorar lo mucho que de estimulante encontramos en esta –no se oculta en ningún momento- propagandística película de guerra, podemos concluir que ofrece un resultado mucho más relevante de lo que las apariencias pueden dejar traslucir. Véanla sin prejuicios. Seguro que pasarán un rato casi, casi, apasionante.

Calificación: 3

ANZIO (1968, Edward Dmytryk) La batalla de Anzio

ANZIO (1968, Edward Dmytryk) La batalla de Anzio

Creo que bastantes aficionados coincidirán conmigo en que quizá sea el género bélico uno de los que menos títulos de gloria ha proporcionado al cine. No por ello sería injusto no admitir que la perspectiva del paso del tiempo ha revalorizado ciertas muestras del mismo en su momento relegadas y que en su conjunción ofrecen un corpus nada desdeñable.

Al mismo tiempo hemos de reconocer que una vez entrada la década de los 60 se sucedieron buen número de producciones bélicas que prácticamente se basaban en las mil y una batallas que tuvieron lugar en la II Guerra Mundial. Algunas de ellas son interesantes pero por lo general se caracterizaron por su rutina y marcarse deudoras de estereotipos, repartos estelares, espectacularidad y sopor, bastante sopor. He aquí sin embargo que en pleno 1968, con unas fórmulas ya realmente desgastadas, ante la trayectoria profesional de Edward Dmytryk que prácticamente estaba dando sus últimos pasos –tras la brillante ALVAREZ KELLY (1966)-, y cuando todo hacía prever una impersonal coproducción de Dino de Laurentis, creo que ANZIO –titulada inútilmente LA BATALLA DE ANZIO en España- supone no solo una prolongación del interés que Dmytryck proporcionó a sus films en este género –y hay elementos que la unen a las previas EL MOTÍN DEL CAINE (The Caine Mutiny, 1954) y, sobre todo, la estupenda EL BAILE DE LOS MALDITOS (The Young Lions, 1958)-, sino quizá una de las mejores películas bélicas de la segunda mitad de los sesenta.

Y es que ANZIO sorprende ya desde sus títulos de crédito con el fondo una canción propia de una comedia sixtie, mientras el personaje que encarna Robert Mitchum accede por las estancias de un antiguo palacete (atención al detalle del cuadro de batalla que se muestra) mientras un grupo de soldados aliados jalean a Wally Richardson (Mark Damon, el Philip Wintrop de THE FALL OF THE HOUSE OF USHER) que intenta ganar una apuesta balanceándose a una lámpara mientras sus compañeros no dejan de lanzarle objetos formando una masa deplorable. Esa es la impresión que con su sola mirada demuestra Dick Ennis, corresponsal de guerra de Internacional Press. La espléndida encarnación que Robert Mitchum realiza de este personaje fundamental a lo largo de la película, es uno de los grandes aliados de Dmytryk. Su mirada y actitud escéptica ante el hecho de la guerra le lleva a estar presente en numerosas batallas sin descanso, para poder responder a la eterna pregunta “¿Por qué se matan unos a otros?”.

Un dilema casi de índole existencial que planea por el conjunto de una película merecedora de una revalorización, que de antemano goza de un planteamiento muy interesante. No aborda la espectacularidad de la conquista de Roma por parte del ejército aliado, sino más bien narra el fracaso de un desembarco equivocado en su dirección, su consecuencia en una emboscada recibida y la lucha de un grupo de siete personas por sobrevivir. En ese carácter intimista ya había incidido previamente el veterano director en obras como las antes citadas, retomando de nuevo este discurso con lo que realmente es necesario en un buen film: la sabiduría de su puesta en escena. En ese aspecto concreto hay que señalar que pese a encontrarnos en un periodo muy peligroso para la narrativa cinematográfica, Dmytryk ofrece una espléndida utilización dramática del formato panorámico; aplica una impecable progresión dramática; las relaciones que se establecen entre el grupo de supervivientes es siempre muy interesante –por más que se destile algún pequeño tópico como el repentino encuentro del soldado Movie con una despampanante joven italiana-.

La eficaz e inspirada puesta en escena de ANZIO se complementa con un impecable montaje y una espléndida fotografía de Giuseppe Rotunno. Sin embargo, en todo momento la película desprende un aire fatalista en consonancia con el punto de vista ofrecido por Ennis, el personaje en el que el director destina el punto de vista de su tesis. Pese a su negativa a portar armas el experto y respetado corresponsal está al tanto de cualquier acontecimiento y contribuye a ayudar al comando que finalmente será atacado, siendo él uno de sus escasos supervivientes.

Es a partir de esa emboscada cuando la película alcanza sus más altas cotas de nivel. Se revela la tremenda equivocación del general Lesley (Arthur Kennedy), temeroso de haber lanzado un ataque a Roma –que se encontraba casi ausente de presencia nazi- y que por su previsión para evitar perder vidas humanas finalmente logrará no solo el efecto contrario sino su propia deshonra como militar. De ese modo y tal y como señala Ennis, ese desembarco de Anzio que se proclamaba como el paseo de un tigre se convierte en una ballena encallada.



Cuando el grupo de supervivientes huye del poderoso aparato bélico nazi tienen que soportar un campo de minas, más adelante descubren un campo de fuerzas alemanas –espectral su visión nocturna-. En ella una avanzadilla personal del corresponsal cada vez más implicado le lleva a perderse en un laberinto de alambradas, del que ya al amanecer logra ser guiado por un perro de pelo llamativamente blanco -¿alegoría pacifista?-. Pertenece a un soldado alemán y ello da pie a que cuando el animal de forma casual está a punto de hacer descubrir a su dueño donde se esconde Ennis, se presente Richardson para rescatarlo y matando al nazi antes de ser reducido por otros soldados que se presentan. Será cuando este es registrado el momento en que una foto de su hija cae al arroyuelo que discurre a sus pies. Richardson intenta desesperadamente recuperarla en una pelea hasta que es fusilado. La imagen se detiene en el discurrir de la imagen de la niña por las aguas terrosas y entre las botas del nazi previamente asesinado –una analogía digna de las mejores producciones antibélicas y llena de lirismo-.

Los restantes supervivientes llegarán a una casona en la que aún viven la dueña y sus dos hijas, siendo recibidos con temor inicial y pronta cordialidad, hasta que llega un destacamento nazi con el que luchan los aliados huyendo finalmente de allí, sufriendo poco después otra emboscada en la que finalmente casi todos ellos son acribillados. Será este el momento crucial en el que Dick Ennis tendrá que hacer frente a aquello que jamás ha querido; empuñar un arma y matar en defensa propia y memoria de sus amigos muertos a un nazi. Lo hace y tira con asco el arma. Sin embargo, ya ha encontrado las respuesta a su pregunta.

Apenas tres de los soldados sobreviven e informarán a sus superiores de la situación. En una desesperanzada y breve conversación –pese a la confianza existente entre el general y el corresponsal-, el ya destituido Lesley –magnífica la labor del gran Arthur Kennedy cuando da lectura a su documento con las manos levemente temblorosas- le avanza de forma lúcida y dolorosa –no va a poder saborear la gloria del triunfo- como discurrirá finalmente la conquista final de los aliados, preguntando a Ennis si encontró la respuesta a su pregunta. Este le responderá lacónicamente y con el escepticismo de siempre: “los hombres se matan unos a otros por que les gusta... se le toma gusto a matar... la guerra no resuelve nada...”. Puede que a muchos estas conclusiones les resulten banales e inconcretas pero el desarrollo de la película, la articulación de sus resortes, el empeño puesto por Dmytryk orquestando los elementos de la puesta en escena –habría que añadir una brillante dirección de actores-, a mi juicio deberían hacer valer el notable interés de una propuesta a la que quizá le sobra el epílogo final (breves planos de batallas y la conquista de Roma, incluyendo el reencuentro entre Movie y su “conquista” amorosa local). Sin embargo, el director aún nos reserva una mirada distanciada ante la llegada del aclaamado general Carlson (Robert Ryan) apostado en un Jeep, mirando hacia la parte superior de un arco de triunfo en el que se detalla en piedra una de tantas batallas que se han sucedido a lo largo en el tiempo... simplemente para que unos se maten a otros por que les gusta y aunque no solucionen nada.

Calificación: 3