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CINEMA DE PERRA GORDA

Raoul Walsh

SEA DEVILS (1953, Raoul Walsh) Gavilanes del estrecho

SEA DEVILS (1953, Raoul Walsh) Gavilanes del estrecho

Es lógico que en la obra de cualquier cineasta de los denominados pioneros, caracterizados por una amplia producción, se produzcan desequilibrios y altibajos. Se trata de algo que tuvo su caldo de cultivo en la dependencia con los encargos que les proporcionaban, y la sencillez general con la que se consideraba el desempeño de una profesión que no buscaba autorías y si, por el contrario, la satisfacción de una labor profesional y un rato de entretenimiento garantizado. Sin embargo, mi reciente recorrido intermitente por el cine de Raoul Walsh me ha llevado a contemplar tres títulos que, dentro de su generalizada dignidad, no puedo considerar ni de lejos entre lo mejor de su autor. Lo peor de todo no es esa relativa mengua de calidad, sino el hecho de tener que ratificar esos altibajos que, por ejemplo, veo más equilibrados en directores quizá similares en características, aunque quizá proclives a logros de menor valía. Pongo en ello como referente a Henry Hathaway, de quien todavía estoy por descubrir un título absolutamente memorable, pero al mismo tiempo me cuesta recordar una película suya que pueda descender de un nivel considerable.

Vienen a cuento estas disgresiones personales al contemplar SEA DEVILS (Gavilanes del estrecho, 1953, Raoul Walsh), al tener que asumir que a pesar de la consumada destreza de Walsh dentro del cine de aventuras, al buen nivel con el que se encontraba en el periodo de su realización, y al brillante uso que en otras ocasiones brindó con su pareja protagonista –él fue realmente quien descubrió a Rock Hudson-, no podamos considerar esta película entre sus mejores aportaciones al género. No por ello vamos a despacharla de forma simplista –es un producto clásico de cine “de palomitas”, que se contempla con agrado-, pero no cabe duda que en ella se echa de menos ese aliento épico y aventurero que su director imprimió a diversas de sus propuestas enclavadas dentro de estas coordenadas genéricas. Desarrollada en 1800 entre las costas inglesas y francesas, SEA DEVILS se centra fundamentalmente en la relación que se establecerá casualmente entre Gilliatt (Rock Hudson), un joven contrabandista, con la bella Droucette (Ivonne De Carlo). Gilliatt es uno más de tantos hombres de mar que se ha visto forzado al contrabando al prohibirse la actividad marinera. Tras sufrir una emboscada de las autoridades, se producirá el casual encuentro con Droucette, que le llevará finalmente a trasladarla hasta la costa francesa, en cuyo trayecto esta engañará a su porteador mintiéndole sobre sus intenciones reales –es una espía del mando británico destinada a suplantar a una aristócrata francesa que se encuentra encarcelada en el entorno de Napoleón-. A partir de ese contacto, de la fascinación irremediable que Droucette provocará en Gilliatt y del desengaño que inicialmente provocará en este, se desarrolla una aventura ambientada en un periodo napoleónico, y en donde aparecen personajes históricos como el conocido mandatario y su lugarteniente Fouché, en líneas generales caracterizada por su amenidad, pero en la que está ausente ese aura que pide a gritos la narración. Solo basta comparar el enfrentamiento que en esta película se establece entre el protagonista y su competidor Rantaine (Maxwell Reed), con el que definieron los recordados Gregory Peck y Anthony Quinn en THE WORLD IN HIS ARMS (El mundo en sus manos) del mismo realizador, y rodada apenas un año antes. Nada habría que enturbiara el buen desarrollo de la película,  pero se aprecia una ausencia de ritmo quizá definido en una producción precaria o el hecho de ser un título que sobrellevó la presencia de rodaje en Inglaterra. No es la primera ocasión en la que se esgrime esta aparentemente chirriante confluencia, cuando lo cierto es que bajo mi punto de vista, en otras ocasiones se resolvió con un mejor resultado –y sin salirnos de la comparación con Hathaway, puedo citar el ejemplo solvente de THE BLACK ROSE (La rosa negra, 1950)-.

Por fortuna, el último tercio de SEA DEVILS se caracteriza por un ritmo mucho más vitalista, y su desarrollo sí que adquiere ese aura aventurera que hemos estado echando de menos durante cerca de una hora. Sorprenden estas carencias y limitan el disfrute de una película en la que hemos de recordar la presencia como actor del posterior realizador inglés Bryan Forbes, y los detalles fetichistas como el pañuelo rojo que se anuda sobre el cuello de Hudson –éste en el mejor momento de su andadura como galán romántico-, incluso en las secuencias en las que este se muestra descamisado e incluso atado en el barco de su eterno rival, Rantaine. En definitiva, un título apreciable y decepcionante a partes iguales, viniendo del solvente equipo que participó en su gestación –Walsh, Chase, Husdon, De Carlo-, representativo por un lado del peso específico que el género gozaba en aquellos años, y por otra de que esas fórmulas no siempre tenían que fraguar en un resultado rotundo.

Calificación: 2’5

THE SHERIFF OF FRACTURED JAW (1958, Raoul Walsh) La rubia y el sheriff

THE SHERIFF OF FRACTURED JAW (1958, Raoul Walsh) La rubia y el sheriff

Contemplando el tan discreto como apacible discurrir de THE SHERIFF OF FRACTURED JAW (La rubia y el sheriff, 1958. Raoul Walsh), reflexionaba ante la escasa valía que, en líneas generales, ha tenido la vertiente paródica del cine del Oeste. Podríamos hacer honorables excepciones, como en buena medida pueden representarse en el componente de comedia dispuesto en la maravillosa EL DORADO (El Dorado, 1967. Howard Hawks), o el general acierto que ofrecen THE SHEEPMAN (Furia en el valle, 1958. George Marshall) o NORTH TO ALASKA (Alaska, tierra de oro, 1960. Henry Hathaway). Haciendo un ejercicio de memoria, no recuerdo más productos en estas líneas que sobrepasen un determinado nivel, aunque se podrían citar títulos estimables y fallidos, a partes iguales, firmados por Frank Tashlin, John Sturges y algunos otros. Lo cierto es que habría que destacar en estas propuestas una generalizada ausencia de equilibrio entre la plasmación del universo del western y la incorporación del componente paródico. Quizá sea ello la base de esa común ausencia de perdurabilidad, y puede también que esa ausencia de equilibrio esté centrada en la propia dificultad que la austeridad y vertiente trágica y legendaria que la iconografía del género americano por excelencia propone –aunque ello no impida en muchos de sus grandes exponentes, incorporar matices irónicos y desmitificadores-, a la hora de aglutinar su mundo expresivo con el de la comedia.

 

En cualquier caso, no deja de ser hasta cierto punto decepcionante contemplar el carácter finalmente fallido de esta apuesta del veterano Raoul Walsh en el subgénero del western de comedia, que ofreció con esta producción de la 20th Century Fox. Quizá haya que buscar este no demasiado elevado nivel en el hecho de encontrarnos en los años finales de la andadura profesional del veterano pionero, o bien al hecho de encontrarse fuera de su estudio de siempre, la Warner. Ni uno ni otro argumento son, en definitiva, concluyentes. Para oponerse al primero de ellos, creo que podemos citar títulos posteriores como su obra póstuma A DISTANT TRUMPET (Una trompeta lejana, 1964) –título que, lo reconozco, es recibido con diversidad de opiniones-, y pocos años antes que el título que nos ocupa, Walsh había firmado uno de sus mejores westerns en el seno de la Fox –me estoy refiriendo a THE TALL MEN (Los implacables, 1955)-. De todas maneras, creo que no resulta aventurado señalar que la película muestra de forma intermitente un determinado desapego por parte del realizador a la hora de llevar a las imágenes la adaptación de la pequeña historia de Jacob Hay, transmitiendo a través de las mismas un notable desequilibrio, que en ocasiones hace pensar en la presencia de una segunda unidad en determinadas secuencias.

 

El planteamiento de THE SHERIFF… es en realidad bastante simple y bebe de reminiscencias vodevilescas. El despistado heredero de una veterana fábrica de armas de caza establecida en Londres –Jonathan Tibbs (Kenneth More)-, viaja hasta USA con la intención de extender el radio de acción de sus ventas hasta el mismo Oeste americano. Una vez llega al entorno de Fractured Jaw, una serie de incidencias lo harán pasar como un hombre especialmente valeroso y temerario, lo que le llevará de repente a asumir el cargo de sheriff de la localidad. Allí se tendrá que enfrentar a la lucha de dos poderosos gangs de pistoleros, al acoso de los indios, y al progresivo romance con la impetuosa Kate (Jayne Mansfield), la propietaria del saloon de la población. Como se puede deducir por esta sucinta simbiosis, el film de Walsh recorre a través de su propuesta argumental una serie de lugares familiares al cine del Oeste, que quedan expuestas a modo de pequeñas historias o viñetas. Es así como –unas con mayor acierto o capacidad irónica que otras-, nos vamos integrando en el mundo de los pistoleros peligrosos –la secuencia que culmina con la muerte accidental del provocador pistolero que interpreta William Campbell-, la presencia del mundo indio –quizá el rasgo que con mayor acierto se incorpora en el relato, y que brinda algunos momentos realmente divertidos; el acoso inicial, las mujeres que se ofrecen a Tibbs para casarse con él, los apaches convertidos finalmente en ayudantes de este convertido en sheriff-, el personaje arquetípico de la carismática dueña del saloon, etc. Todo un compendio de elementos que, expuestos con mayor o menor grado de intensidad, forjaron un universo temático que tantos grandes títulos legó al cine norteamericano.

 

No se puede decir que este sea ninguno de ellos, e incluso se erija como un recordable desmonte del mismo. THE SHERIFF… resulta tan irregular como, por momentos, pesado. Da la impresión de que diversas de sus situaciones son previsibles y que el ritmo cómico no se encuentra logrado en líneas generales. Intuyo a este respecto, que la propia génesis de la película pudo provenir tras la realización de THE PRINCE AND THE SHOWGIRL (El príncipe y la corista, 1957. Laurence Olivier). En uno u otro caso, se trataba de contraponer bajo una trama vodevilesca el constraste de culturas inglesa y norteamericana, y en ambos casos también se trataba de ofrecer una oportunidad “diferente” a dos estrellas definidas por su explosiva sexualidad. Una de ellas era Marilyn Monroe y, en el ejemplo que nos ocupa, una de sus imitadoras, Jayne Mansfield. Ni que decir tiene que no hay punto de comparación entre una u otra, aunque en el film de Walsh se note en demasía el miscasting proporcionado por el desafortunadísimo Kenneth More –aquí empeñado en resultar un remedo británico del estólido Bob Hope-. En este sentido, la ausencia de gracia y de química entre los dos protagonistas es sin duda uno de los elementos que restan un mayor interés al conjunto.

 

Indudablemente, y pese a sus elementos decepcionantes, hay otros que invitan a degustar la película con un relativo agrado. Las cabalgadas y secuencias en exteriores, llevan el indudable marchamo del veterano realizador. En su conjunto, hay elementos que aciertan al ser insertados –y pienso sobre todo en la oportuna presencia del personaje del dueño de la funeraria, que es punteado en la pantalla con un divertido fondo sonoro de carácter mortuorio. Finalmente, su irregular desarrollo alcanza en sus minutos finales un timming francamente ligero y divertido que, caso de haber estado presente en el conjunto de la película, es indudable que esta hubiera adquirido esa entidad deseable, al estar avalada por uno de los grandes pioneros de Hollywood. Por esa posibilidad no alcanzada, es por lo que su menguada validez sabe a poco.

 

Calificación: 2

 

THE ENFORCER (1951. Raoul Walsh y Bretaigne Windust) Sin conciencia

THE ENFORCER (1951. Raoul Walsh y Bretaigne Windust) Sin conciencia

Por encima de un análisis más o menos pormenorizado de sus cualidades y sugerencias, THE ENFORCER (Sin conciencia, 1951. Raoul Walsh y Bretaigne Windust) es un título rotundo y directo. Un policíaco realmente admirable que de alguna manera puede ser incluido dentro de una nueva vertiente del cine noir que surgió a principios de los cincuenta, compartiendo rasgos con títulos como THE PHENIX CITY STORY (El imperio del terror, 1955. Phil Karlson), THE BIG COMBO (Relato criminal, 1955. Joseph. H. Lewis) y algunos otros. Se tratan todos ellos, de títulos definidos en un aparente maniqueísmo para sus personajes y situaciones, pero en su esencia expresan en segundo término el estado de una sociedad externamente cercana al progreso económico, pero que en su fuero interno se encuentra aún aquejada de numerosos traumas, algunos provenientes de la concluida II Guerra Mundial, otros por la influencia de la tristemente “caza de brujas” puesta en práctica por el senador Joseph McCarthy, o la consecuente paranoia anticomunista que se prolongará hasta iniciada la década de los sesenta.

Es por ello, que sin tratar de forma directa estas temáticas, surgieron en aquel periodo una suerte de películas que reflejan por medio de relatos duros y cortantes, sobria y exquisitamente planificados. Es en sus imágenes, donde casi se puede intuir el poso de una sociedad desconocida, y que de alguna manera no se ha habituado aún a llegar al mundo del bienestar y el posterior American Way of Life. Buena parte de este enunciado, se puede aplicar en esta magnífica película, que de entrada cabe calificar como una de las mayores injusticias de la historia del cine. A pesar de que su trabajo como director de la película apenas se prolongó en tres días –luego fue despedido-, los créditos de THE ENFORCER reflejan únicamente a Bretaigne Windust como realizador. Sin embargo, fue Raoul Walsh el nombre elegido para “salvar” el proyecto, y prácticamente toda la película estuvo filmada por el veterano pionero norteamericano, por más que no pudiera trabajar previamente en la elección del reparto.

En cualquier caso, ahora todos sabemos que este deslumbrante policiaco llega a feliz término al controlar Walsh los materiales de que diponía, logrando con maestría una de las premisas básicas de los mejores títulos de estas características; que cada plano o movimiento de cámara obedezca a una necesidad interna del relato. A este respecto, la película resulta moderna e incluso ejemplar, ya que en su desarrollo se describe un largo flash-back, que posteriormente insertarán otros tantos de menor duración. Pero lo admirable de todo ello, es que esta elección formal logra que la película sea atractiva, que todas las subtramas que se desarrollan en su interior queden paulatinamente ligadas, y permitan al espectador mantenerse expectante en los avances de la historia, cuando sabe que se encuentra en un relato en pasado de algo que ya ha sucedido. El hecho de partir de una encomiable economía de medios, permite que en poco más de ochenta minutos, podamos concluir un relato de enorme densidad, que finalmente se centrará en el entorno de un negocio totalmente organizado de crímenes de toda clase, que tiene como cerebro al frío y calculador Albert Mendoza (Everett Sloane).

La película se inicia con el traslado a dependencia policiales de Joseph Rico (Ted de Corsia), para poder ser custodiado y que al día siguiente ejerza como testigo del asesinato que Mendoza provocó años atrás, y del que fue testigo. Rico se encuentra totalmente aterrado, ya que los sicarios del gangster han intentado ya acabar con su vida. Y un nuevo atentado sufrirá cuando está a punto de recibir un disparo de un arma de largo alcance. Todas estas secuencias son impresionantes, logrando con el uso de las sombras, una iluminación adecuada y la impecable labor de los actores, trasladar al espectador el miedo comprensible del acusado. Este intento, es el que llevará al también asesino a plantearse declinar ejercer como testigo. En un momento determinado, escapa del cuarto de baño e intenta huir por una cornisa. En ese instante el miedo le embarga e intentará retornar a la comisaría, para lo cual se ofrece a ayudarle el investigador Ferguson (Humphrey Bogart), pero pese a ello finalmente caerá hasta el suelo, perdiendo la vida. Con ello se cierra para los investigadores la posibilidad de encerrar a Mendoza, aspecto por el cual Ferguson opta por efectuar un repaso total a los elementos que han venido configurando esta vista.

Ello será el inicio para que a través de diversos flash-backs, conozcamos por un lado los progresos en la investigación y por otra –siempre de forma elíptica-, atisbemos el horror de los crímenes producidos y, sobre todo, la interrelación que entre todos los personajes se va produciendo. Todo funciona en THE ENFORCER con una rara precisión, sin que ello dañe la credibilidad, dureza, concisión y espléndida forma cinematográfica con la que Walsh es capaz de revestir este uno de los mejores films de toda su carrera. La grandeza de esta película seca, concisa, precisa, impecable y admirable, viene dada de la mano de su sencillez, del estado de gracia con que Walsh sabe plasmar grandes momentos cinematográficos, en la sensación que tiene el espectador de asistir e implicarse en un entorno social que bajo su aparente tranquilidad esconde una banda formada por asesinos sin discriminación de víctimas, en la impotencia que la justicia tiene para evitar que el encarcelado Mendoza pueda, desde dentro de la cárcel, seguir dirigiendo su repugnante negocio de asesinos. Todos estos rasgos se entremezclan de forma asombrosa en su desarrollo, en una película de secuencias de muy pocos planos, donde la elipsis sirve para que las manifestaciones de violencia sean aún más aterradoras –la máxima de Tourneur de “sugerir antes que mostrar”-, y en la que el espectador se siente un poco indefenso al ver que en una ciudad representativa del progreso y la civilización, se ocultan personajes y organizaciones de esta calaña. Al contrario de la relativa blandura de un Jules Dassin, Walsh va “al grano”, si una secuencia puede resolverla con un único plano, la resuelve, y si esta puede durar cinco segundos en vez de diez, mejor. Todo ello, basado en la incorporación de fundidos y otras posibilidades visuales, que tienen un importante peso a la hora de lograr el ritmo casi sincopado del film. Un ritmo por otra parte, que en algunos momentos llega a alcanzar un paroxismo casi “eléctrico”, en una línea por otro lado utilizada con frecuencia por realizadores como Sam Fuller y otros representantes de la denominada “generación de la violencia”.

Estoy convencido que mucho de los espectadores de la película –bastante olvidada en nuestros días-, se quedarán con la dureza de la secuencia en la que va a ser degollado el viejo taxista – testigo del primer asesinato de Mendoza. Sin embargo, dentro de un amplio muestrario de fragmentos modélicos, no dudaría en resaltar un plano aterrador, y sobre el que Walsh no incurre en ningún tipo de subrayado. Me refiero al que se ofrece tras conocerse que en el pantano se enterraban las víctimas asesinadas. Una secuencia inmediatamente posterior, nos mostrará un enorme espacio lleno de zapatos desgastados de toda índole, evocándonos el horror de la gran cantidad de cadáveres que se han venido asesinando con el paso del los años. En ocasiones, una mirada cotidiana puede mostrar el horror en toda su más sincera expresión. Una gran película, a la que quizá solo cabría oponerle ese carácter de filigrana que, en algunos momentos, tiene el desarrollo de su guión. Muy poco que objetar, por tanto, a uno los mejores títulos policíacos de la década de los cincuenta.

Calificación: 4

HITTING A NEW HIGH (1937, Raoul Walsh) La reina de la selva

HITTING A NEW HIGH (1937, Raoul Walsh) La reina de la selva

Dentro de la extensísima andadura como realizador de Raoul Walsh –abarca más de cien títulos desde el propio periodo silente-, una de sus vertientes menos conocidas se centra en las diversas comedias musicales que firmó en los años 30. Recuerdo con agrado ARTISTS & MODELS (1937) –nada que ver con el título posterior de Frank Tashlin protagonizado por Jerry Lewis y Dean Martin-, pero creo que si hubiera que analizar las virtudes de su cine a través de las pequeñas producciones que dirigió dentro de este género, en poco podría definirsele en la condición de gran hombre de cine que destacó en su contribución a géneros como el western, el cine de aventuras o el bélico.

Con todos los enormes condicionamientos de producción y de propia base que caracteriza HITTING A NEW HIGH (La reina de la selva, 1937), no cabe duda que hay que definir su resultado como una muestra de la relativa destreza con la que Walsh se desenvolvía en este tipo de películas, ofreciéndoles sobre todo un relativo dinamismo que aún convierte su conjunto en un divertimento pasablemente simpático. En este sentido, HITTING… es un juguete cómico con ribetes de opereta musical, original de Robert Harare y Maxwell Shane, típicamente creado para el lucimiento canoro de Lily Pons y las facultades cómicas de un reparto en el que tienen especial relevancia el lubitchsiano Edward Everett Horton, y un Jack Oakie que parece el hermano joven de Oliver Hardy.

Horton interpreta al millonario mecenas Lucius B. Blynn, un hombre torpe y simple –típico en los papeles interpretados por el cómico-, harto de los fracasos de sus apuestas en la ópera y de ser ridiculizado por el experto Andreas Mazzini (Eduardo Ciannelli). Oakie por otro lado encana a Corny Davis, el jefe de prensa de Blynn, caracterizado por ser un marrullero oportunista que se aprovecha de la buena fe de este. A Davis se le ocurre la idea de disfrazar a una cantante de night club –Suzette (Lily Pons)-, y hacerla aparecer en pleno corazón de África como una “mujer pájaro”. Allí se ofrece para que la “descubra” su mecenas -que aparentemente ha acudido hasta allí de safari-, trasladándola hasta Estados Unidos, donde la quiere preparar como cantante de ópera. Por su parte, esta se ve forzada por su compañero en la orquesta de jazz –y futuro prometido-, a que alterne sus deseos operísticos con su participación en la orquesta en la que siempre ha actuado. Se puede suponer que a partir de esta dualidad se producirán las situaciones equívocas y las fugas cómicas, en la que incluso intervendrá uno de los componentes de la banda, haciéndose pasar como el padre natural de la “mujer pájaro” ante el millonario. Partiendo de la base de las características que rodean su propia existencia, el film de Walsh resulta bastante entretenido, deviene divertido en ocasiones, demuestra bastante dinamismo en su realización e incluso no asume demasiado protagonismo en las canciones que interpreta la Pons, que están servidas con bastante sentido del humor por la actriz y cantante.

Si bien bajo mi punto de vista la labor de Everett Horton resulta un poco cargante –no me incluyo entre quienes lo consideran un genio de la comedia, lo siento- el contrapunto de Jack Oakie resulta divertido, e incluso la planificación de Walsh resulta menos estática de lo previsible en estos casos, teniendo el referente que suponían las tan alabadas como a mi juicio sobrevaloradas comedias protagonizadas por Fred Astaire y Ginger Rogers. Algunas de ellas quedan hoy día como auténtica arqueología fílmica, y solo existen en función de los “inolvidables” números musicales dispuestos para la pareja. Aquí, por el contrario, el equilibrio entre el elemento de comedia y la presencia de canciones es aceptable, en parte por que no estamos hablando de un título musical, sino de una película al servicio de las dotes canoras de la protagonista. He de decir que esta me resultó bastante divertida en su desempeño como falsa “mujer pájaro”, y consignar que los mejores instantes de la función adquieren una extraña tonalidad fantastique. Se trata de los planos descritos en torno al descubrimiento de Suzette en plena selva, cantando en la orilla de un frondoso lago y rodeada de animales tropicales. Una secuencia atractiva e inusual, para un divertimento tan distraído como escasamente perdurable.

Calificación: 2

THE TALL MEN (1955, Raoul Walsh) Los implacables

THE TALL MEN (1955, Raoul Walsh) Los implacables

Pocas veces he podido sentir de forma más cercana como espectador, la serenidad que puede ofrecer la grandeza del cinemascope adaptada a un western en el que sus exteriores son tan determinantes para la historia que describen sus imágenes. Esta es la sensación que me producía la contemplación de THE TALL MEN (Los implacables, 1955. Raoul Walsh) -tan desafortunadamente retitulada en España-, con la que el gran realizador norteamericano logró la que quizá fuera su última gran película –en su filmografía posterior no obstante, aún aportará algunos títulos brillantes- y una de sus mejores aportaciones dentro del gran género americano –junto a THEY DIED WIT THEIR BOOTS ON (Murieron con las botas puestas, 1941), COLORADO TERRITORY (Juntos hasta la muerte, 1949) o la ya comentada PURSUED (1947)-. Con ella además, logró establecer una mirada personal dentro de los senderos psicologistas que estaban enriqueciendo y al mismo tiempo llevando el cine del Oeste ante sus propios límites.

Estamos en la Montana de 1866. Los hermanos Ben (Clark Gable) y Clint (Cameron Mitchell) Allison han viajado desde Texas para intentar la oportunidad de una nueva vida tras la derrota en la Guerra de Secesión. Ambos robarán al acaudalado Nathan Stark (Robert Ryan), pero acabarán siendo perseguidos, alcanzados y posteriormente persuadidos por este, para que se responsabilicen del traslado de miles de cabezas de ganado hasta su estado de origen. Previamente, Ben logrará rescatar a Nella (Jane Russell) de una emboscada de los indios, iniciándose entre ambos una fugaz relación mientras se desarrolla una tormenta. La diferencia entre las aspiraciones vitales de ambos, provocará que Nella decida relacionarse con Nathan, cuya personalidad representa esas aspiraciones de una existencia llena de comodidades y lujo, al que Ben no desea aspirar en ningún momento. Sin embargo, secretamente esta nunca dejará de estar enamorada de él, y para hacer ostentación de esos celos se unirá a la expedición que dirigirán Ben, y los hermanos Allison a lo largo de mil ochocientas millas para trasladar el ganado. En la misma se pondrán a prueba los sentimientos, las fidelidades, el sentido de la amistad y el verdadero objetivo de sus vidas, mientras contemplan agrestes paisajes, sienten el polvo del camino, tienen que responder al ataque de los bandidos, cruzar peligrosos ríos o resistir al acoso de los sioux. Finalmente, y pese a la muerte de Clint, la caravana llega a su destino, logrando Ben anteponerse a las escaramuzas de Nathan, y alcanzando finalmente la declaración de amor de Nella. Esta ya ha advertido que sus aspiraciones vitales no pueden estar al margen de las de este veterano y vitalista capataz.

Todo este recorrido -en buena medida familiar en los confines del western-, es trasladado a la pantalla con mano maestra por un Raoul Walsh que supo adaptarse a los modos del género de aquellos años, y ofrecer un resultado que desde el primer momento destaca por una asombrosa utilización de los espacios naturales, quizá solo superada por la cima alcanzada por John Ford en la inmediatamente posterior THE SEARCHERS (Centauros del desierto, 1956). Y es que si ya de por sí estos transmiten intensidad en la pequeña pantalla, es de imaginar el impacto producido en las salas cinematográficas, con esa presencia física y telúrica que se adhiere a los personajes como un elemento determinante, forzando la relación entre Ben y Nella en medio de una impresionante tormenta, o sintiendo el polvo del camino. Este rasgo se logra por una intensa y espléndida fotografía de Leo Tover –uno de los expertos en el color de la 20th Century Fox-, alcanzando un cromatismo que potencia las intenciones de Walsh. El realizador nos describe desde los primeros instantes a los hermanos protagonistas, integrándolos en todo momento en el paisaje –sabemos que se trata de dos desplazados que buscan una nueva oportunidad en el futuro-. Ben es un hombre curtido y maduro, mientras que por su parte, Clint queda definido como un joven impulsivo y dado a la bebida, aunque pese a ello se deje llevar por la infinita mayor cordura y experiencia de su hermano. Ambos tendrán esa deseada nueva oportunidad de la mano de Nathan, el hombre a quien querían robar, y quien les convence de llevar a cabo ese gigantesco traslado de ganado. Se trata de un hombre elegante, reflexivo y dotado de una gran capacidad de convicción, facetas ambas que son potenciadas con la magnífica interpretación que del personaje ofrece Robert Ryan.

A partir de la presentación e interacción de los principales personajes se producirá ese recorrido moral y personal, en el que la presencia del contrapunto femenino servirá como motivo de rivalidad y para introducir oportunos toques de comedia. Es en este largo fragmento donde la aventura física quedará expresada con verdadera maestría por Walsh –la sensación de placidez que desprende la grandiosa secuencia en la que se inicia la caravana con el ganado es buena prueba de ello-, teniendo siempre en cuenta la poderosa e influyente concurrencia del paisaje, utilizando el cinemascope de forma ejemplar –la magnífica resolución del episodio del asedio y réplica a los bandidos-, y logrando del mismo modo una sutil evolución de los matices psicológicos de sus protagonistas. Es así, como entre el cansancio y los peligros del largo viaje –en el que el realizador por momentos parece evocar la estupenda THE BIG TRAIL (La gran jornada, 1930)-, Nella seguirá provocando a Ben, Clint manifestará su creciente hostilidad hasta Nathan. Mientras tanto este seguirá ofreciendo destellos de su elegante personalidad, aunque como hombre practico se dejará llevar en el itinerario ante la experiencia, valentía y carisma del mayor de los Allison, que además está totalmente respaldado por los jinetes que los acompañan. Finalmente, su impulsivo hermano será consciente de que con su carácter no va a llegar a ningún sitio, y decide intentar variar en su personalidad. Ya es tarde para ello. Tras una emotiva secuencia confesional entre ambos, espectador tiene conciencia de que no lo va a volver a ver con vida, como así sucede. En esos fragmentos, Nella descubrirá ante el lugarteniente de Ben el verdadero sentido de la amistad suprema, y con el rostro taciturno reconocerá lo mucho que a él le unen sus sentimientos.

Todo este recorrido, por instantes de una belleza casi mineral y potenciado por el bellísimo tema musical de Victor Young, es narrado por Walsh con la sencillez y la sabiduría de un pionero del cine, utilizando con magisterio la pantalla ancha tanto en las imponentes secuencias exteriores definidas en grandes y nítidos planos generales, como en aquellos momentos en los que la disposición de los actores dentro del encuadre es determinante para vislumbrar el sentido de sus escenas.

Al propio tiempo, THE TALL MEN goza de una perfecta dosificación de su ritmo ascendente, que permitirá que el espectador vaya conociendo y apreciando a sus personajes, de los que se desprenden matices ambivalentes, complejos y perfiles psicológicos de aparente sencillez y auténtica hondura. En su conjunto, puede decirse que –aunque aún restaban varios años para concluir su extensa trayectoria como director-, fue este uno de los cantos de cisne de un hombre para el que la sencillez cinematográfica estaba apalabrada con una verdadera maestría.

Calificación: 4

 

MANPOWER (Raoul Walsh, 1941) [Alta tensión]

MANPOWER (Raoul Walsh, 1941) [Alta tensión]

Enclavada dentro de la inspirada eficacia con que se desarrollaron varias de las producciones de la Warner realizadas en un corto espacio de tiempo por Raoul Walsh –entre las que se encuentran dos obras de la altura de THE ROARING TWENTIES (1939) y HIGH SIERRA (El último refugio, 1941)-, se ubica este MANPOWER (1941) –nunca estrenada en España y limitada a pases televisivos con el título de ALTA TENSIÓN-. Generalmente poco conocida y comentada y considerada por algunos incluso como un producto algo decepcionante –es cierto que no se encuentra a la altura de los títulos antes señalados-, pero que personalmente considero un buen título encuadrado en el melodrama de aventuras, y que bajo mi punto de vista llega casi a la altura de la más valorada THEY DRIVE BY NIGHT (Pasión ciega, 1940). En este caso, se plantea un típico triangulo pasional encuadrado dentro de un grupo de profesionales dedicados a la reparación de los postes ubicados en las líneas de alta tensión. 

A partir de esas sencillas y eficaces premisas se desarrolla una descripción llena de vitalismo, sentido de la observación y oportunos y acertados apuntes de comedia. De todo un conjunto de personajes que prácticamente comparten su vida diaria a través de su entrega en una profesión extremadamente arriesgada y en la que siempre está acechando la sombra de la muerte. Dentro de ese conjunto, se encuentra la profunda relación de amistad que existe entre Hank McHenry (Edward G. Robinson) y Johnny Marshall (George Raft). El primero es un hombre que no tiene ningún atractivo con las mujeres, mientras que el segundo se define por todo lo contrario, hasta tal punto que se manifiesta especialmente influido por algún desengaño amoroso.  

Walsh describe a la perfección ambos personajes con brevísimas y eficaces pinceladas, insertadas en los primeros compases de una película que resulta absolutamente ejemplar en su cuarto de hora inicial. Con un rápido montaje y la impecable maestría del norteamericano para plasmar reencuadres en travelling, se introduce vertiginosamente al espectador en el contexto de la peligrosidad de la profesión, es descrito el entorno laboral en donde se insertan los personajes protagonistas, se llegan a apuntar entre momentos de comedia y de cotidianeidad, la psicología de este conjunto de trabajadores, e incluso se introduce con habilidad la presencia de ese personaje femenino que tendrá una capital importancia en la historia y que completará el círculo. Esta es la hija de uno de los trabajadores de la línea de alta tensión –“Pop” Duval (estupendo Egon Brecher)-. Pop es un hombre hundido, caracterizado por su fatalismo, y que quizá en su condición sea determinante el que en su momento abandonara a su mujer al no tener recursos y, con ello, no haber cuidado a su hija, fracasando como padre. Ella ha estado un año en prisión acusada de robo, y en su libertad ha influido poderosamente  la mediación de Johnny. Sin embargo, y cuando este acompaña a Pop y contempla a la recién liberada, pronto la definirá como una auténtica cualquiera. Esta –Fay (Marlene Dietrich)- tratará con desprecio a su padre, lo cual hará ratificar la opinión negativa que de ella alberga Marshall alberga. Ese trato negativo hacia el ya veterano Pop, hará que este prácticamente se deje morir en pleno desempeño de su trabajo –es achicharrado ante la caída de unos cables que se encontraban atestados de hielo-.  

A partir de la comunicación de la noticia de la muerte de su padre, Hank conocerá a Fay y se encaprichará de ella, aunque la joven –que trabaja en un club de alterne-, nunca esconderá la verdadera ausencia de sentimientos recíprocos hacia él que no se salgan mas allá de la consideración que le merece como buen hombre que es. Pero pese a su sentido de la honestidad encubierto bajo una fachada de aparente frialdad, Fay se convertirá en una femme fatal a pesar suyo, provocando dos muertes –su padre y su posterior esposo- en las que realmente no ha tenido nada que ver de modo directo. Y junto a ello, se manifestará ese triángulo emocional entre ella y los dos amigos de siempre, una circunstancia que Walsh jugará con habilidad insertando los momentos más intensos de la atracción que se establece entre Fay y Johnny, con el inserto de tensas equivalencias visuales con la profesión que muestra la película. 

MANPOWER me recordó por su estructura una antigua película de Howards Hawks –también de la Warner- titulada TIGER SHARK (Pasto de tiburones, 1932), en la que se establecían unas características bastante similares –y también tenía como protagonista al gran Edward G. Robinson-. En ambas el protagonista mantenía una minusvalía física debida a un accidente de profesión, se insertaban elementos de comedia, se describía la dureza de un medio laboral, y se insertaba un triángulo pasional entre dos amigos de siempre. En esta ocasión, he de reconocer que uno de los elementos que más me han interesado en la película de Walsh –mas allá de la tensión narrativa que expresa en sus mejores momentos-, es la acertadísima presencia de numerosos instantes de comedia que se integran a la perfección en la película, que contribuyen a desdramatizarla, e incluso plantean momentos decididamente absurdos –ese sombrero que es devuelto al compañero de Hank cuando está en el probador de vestidos, el desternillante gag de la caída del enfermo que acompaña a los dos amigos heridos en diferentes momentos, y que queda colgado en su absoluta inmovilidad cuando un compañero de ambos le desmonta la cama; la secuencia de la rotura de cristales en un tiro de béisbol en el jardín de Hank, etc.-. A todo ello cabría unir la eficacia de sus efectos especiales y maquetas, que logran integrarse en los momentos más físicos de la película. 

Sin embargo, no sería justo si dejara de señalar que hay un elemento que impide a MANPOWER alcanzar esa redondez como película que sí apuntan sus momentos más logrados. Me refiero a la inadecuada presencia de Marlene Dietrich como protagonista femenina. Si bien es cierto que en los momentos más intimistas sabe dotar a su personaje de la necesaria intensidad, en otros queda absolutamente forzada, su aparente frialdad encaja muy poco en su personaje –al margen de la recurrencia a mostrar sus piernas sin venir a cuento- y llega a parecer ridícula en aquellos momentos en los que viste atavíos de ama de casa –eso si, bien cortos, para que las piernas luzcan-. Sorprendentemente, y por encima incluso de Robinson, el modulado hieratismo de George Raft logra imbuir a su personaje de una personalidad interior –se nota desde el primer momento que su desprecio hacia Fay, que luego se traducirá en pasión, procede de pasadas y frustradas experiencias amorosas- realmente magnífica. Es por ello, que el relativamente acomodaticio final, de alguna manera deja un poso de insatisfacción a una historia que merecía un mayor grado de fatalismo. En cualquier caso, se trata de un buen producto, con el inequívoco sello y la competencia del equipo de la Warner, y en el cual Walsh logró imprimir su personalísima maestría cinematográfica. 

Calificación: 3

PURSUED (1947, Raoul Walsh)

PURSUED (1947, Raoul Walsh)

Es difícil efectuar una afirmación tan categórica cuando el conocimiento que tengo de su obra no es todo lo amplio que desearía –he visto algo más de veinticinco de sus títulos hasta la fecha-, pero creo tener la suficiente intuición para formularla. Y esta es señalar que quizá con PURSUED (1947), nos encontremos ante la mejor de las películas que poblaron la extensa filmografía de ese gran pionero del cine que fue Raoul Walsh.

Western arrebatador, desmesurado, atrevido, sombrío, trágico y sorprendente, su propio director la destacaba por su carácter casi fantasmagórico, y ese aliento cercano a lo surreal que destila en unas imágenes aparentemente arrítmicas, pero que en su conjunto forman un corpus de extraordinaria precisión en contenido y formas. De hecho, creo que el género tendría que esperar una década para encontrar otra propuesta que se le asemejara al llegar a esos extremos –o “no extremos”, me atrevería a señalar- de invención visual, como forma de expresión de ideas, emociones y pasiones. Me estoy refiriendo, por supuesto, a FORTY GUNS (1957, Samuel Fuller) –casualmente, ambos títulos jamás dispusieron de estreno comercial en nuestro país-.

Como propuesta dotada de una enorme complejidad argumental, podemos fácilmente detectar un aire de tragedia grietad, de ecos shakesperianos, consustanciales al mejor cine de Walsh, pero que beben igualmente de las fuentes de Niven Busch –de quien cabe destacar la creación de la novela que sirvió de base a DUEL IN THE SUN (Duelo al sol, 1946. King Vidor) o el guión de la posterior THE FURIES (Las furias, 1950. Anthony Mann) –con quien el título que nos ocupa mantiene incluso una serie de referencias visuales-. En ellas se desarrollan pasiones desatadas y amores que van más allá de lo permitido en el marco en que se desarrollan, y que incluso en algunos momentos se superponen de forma abrupta al propio sentimiento de odio. Muchos de estos enunciados se comparten con PURSUED, pero sin olvidar esas semejanzas, sin olvidar tampoco las que las unen con las secuencias finales de otro excelente y posterior western de Walsh –COLORADO TERRITORY (Juntos hasta la muerte, 1949), la película que nos ocupa supone un auténtico punto y aparte en el género.

Caracterizado por una deslumbrante combinación de relato en off, de utilización de flash-backs y momentos en montaje de planos de escasa duración, la acción avanza casi vertiginosamente en el tiempo, a los que suceden otras secuencias de rasgos diametralmente opuestos. Audacias narrativas que se ofrecen en primeros planos sobre los actores caracterizados por una manifiesta expresividad que en ocasiones se plasman en encuadres de una contrastada nitidez fotográfica aunque otra veces servirán para encuadrar secuencias con compleja profundidad de campo. Algunos de los exteriores de esta gran película de Walsh parecen sacados del más recóndito expresionismo, los decorados en interiores destacan en esa misma línea ayudados por la contrastada iluminación.

Como se pude deducir por esta apresurada descripción, PURSUED es de una riqueza inagotable, puesta además al servicio de un sentimiento de fatalidad y de desparpajo que muy pronto llega a hacerse casi físico ante y con el espectador. Este en todo momento asiste y se identifica con la trayectoria llena de tintes trágicos que rodean a Jeb Rand (Robert Mitchum), pero del mismo modo comparte con estupefacción la ausencia de una razón concreta que justifique las situaciones vividas. Es por ello que aún siendo niño, Jeb es rescatado por Medora (Judith Anderson) de una brutal situación que contemplará atónito y casi sin entender lo que vive, quedándole durante toda su vida el shock de ser testigo de una terrible vivencia. Medora lo integra junto a sus dos hijos, donde no sin ciertos recelos por parte de Adam –el hijo legítimo de esta-, es considerado un miembro más de la familia, que completa la otra hija de esta –Thorley-.

Ya en su periodo de infancia, Jeb contemplará como un anónimo tirador mata a su yegua –en realidad esos disparos iban destinados a él-, y unos años después tiene que acudir a la guerra en representación del pequeño rancho. En todo ello ha tenido que ver Grant Callum (Dean Jagger), que nunca ha ocultado su intención de eliminar a todos los Rand y que ha llegado a alcanzar el cargo de fiscal, caracterizado fisicamente por la ausencia de su brazo izquierdo –excelente el momento en el que este se vuelve junto a Jeb, completamente vestido de negro y tienta a este para que se aliste en la contienda-. Sin embargo, su participación en la misma –y una oportuna herida de guerra-, hará volver al joven Jeb convertido en un héroe local y ello le permitirá retornar al rancho, donde sus componentes evocarán sus sentimientos y las vivencias compartidas entonando una vieja canción en el salón. Pero es inútil, el destino está envenenado para Rand. Adam no deja de manifestarle su hostilidad y ello devendrá en una cruda pelea y el abandono de este dentro del rancho acompañado de esa única moneda de un dólar que tanto definirá su andadura y su destino. Esta misma moneda le bastará para que con la ayuda de su viejo amigo Jake (Alan Hale), muy pronto logre una notable fortuna jugando al poker. Será un nuevo espejismo de aparente suerte, ya que una vez abandone la ciudad y se adentre por los agrestes y rocosos parajes, tendrá que defenderse de la emboscada de un anónimo personaje al que logrará eliminar... y que no será otro que su hermanastro Adam –la expresión de Mitchum al descubrir la identidad del cadáver es uno de los mejores momentos de su carrera-.

Jeb retornará al pueblo con el cuerpo sin vida de Adam y encargará los servicios funerarios, mientras se desarrolla el juicio en el que ejerce como fiscal su desconocido enemigo. Una vez más la acción discurrirá con rapidez, ya que en PURSUED no importa lo que sucede, como si su desarrollo se escribiera  en cursiva. Apenas un plano medio con un adecuado travelling nos define la deliberación del jurado, que funde con la salida de la desolada Medora y su hija. Tras ella Jeb estará saludando y dando las gracias –con ello sabremos que ha sido absuelto-. Pese a su humildad hacia las dos personas que realmente son su familia, ambas lo rechazan violentamente.

Nuestro protagonista, desolado, aceptará la propuesta de Jake y de nuevo en escasos planos el tiempo discurrirá con generosidad. Este solo se detendrá en la coincidencia de Rank con Medora y Thorley en un baile. Allí se encontrará también Casper, quien incitará al joven Prentice (Harry Carey Jr.) –que está cortejando a Thorley-, para que se enfrente con Jeb. En su oscuro callejón, finalmente este herirá mortalmente a Prentice, en un combate del que será de nuevo absuelto. Se celebra el funeral de este, en la que sin duda es una secuencia excepcional por el cuidado en la ambientación, en la modulación y el atrevimiento en la iluminación y en la presencia de esos porteadores que calzan botas adornadas con ostentosas espuelas –el leiv motiv que atormenta desde niño a Jeb-, y esa voz en off de Mitchum que nos indica que tiene como objetivo llegar a Thorley como parte de su destino vital.

Como se puede destacar, la angustiosa densidad de PURSUED es uno de sus grandes acervos. Esa constante sensación de no poder huir de situaciones trágicas que el protagonista ni ha buscado ni deseado, viene acentuada por un tratamiento visual y cinematográfico ciertamente personalísimo, en el que la aportación de James Wong Howe es fundamental. Esa iluminación en ocasiones llevada al límite de lo normalmente admisible es la que permite un constante y desasosegador tono de pesadilla, rasgo este en el que también tienen la debida importancia esos inmensos planos generales en los exteriores agrestes y rocosos, donde los jinetes y caballos quedan empequeñecidos –y casi engullidos, me atrevería a decir- en la inmensidad del paraje.

Pero hay más. PURSUED demuestra haber asumido las teorías psicoanalíticas tan en boga en aquellos años en el cine norteamericano. En este caso con la aplicación visual del mismo –el recurso de esas botas con espuelas que traumatizan al atormentado protagonista y que se reiteran en diversos momentos del film-. Lo cierto es que se puede decir que es uno de los títulos donde esa tendencia tiene una mejor y más coherente aplicación. Al mismo tiempo y como toda gran propuesta, la película de Walsh se caracteriza por su inagotable riqueza. A todo lo señalado me gustaría señalar elementos concretos que sirven para definir con enorme precisión el variable estado de ánimo del personaje que encarna Mitchum. Un ejemplo; cuando este va impecablemente vestido con chaqueta demuestra un cierto resentimiento, símbolo de seguridad. En su oposición, cuando aparece únicamente con una camisa blanca rematada por encaje, se acentuará en él esa fragilidad casi atávica.

Contemplando sus imágenes, la propia tipología física del Jeb Rand, el estilo de la iluminación plasmado, y el efecto que sobre la figura de Mitchum ejercen las sombras en momentos como los que preceden a sus disparos contra Harry Carey Jr. en el callejón, o más adelante y ya casado con Teresa Wright, cuando la luz lo hace parecer amenazador –a lo que contribuye su comentario a ella de que es capaz de leer el pensamiento de su actual esposa, que antes fue hermana; esta tiene escondida una pistola para matarlo-. Todos estos detalles me dan la impresión de que esta película supondría un considerable eje de referencia para que, ocho años después, Charles Laughton dirigiera su excelente THE NIGHT OF THE HUNTER (La noche del cazador, 1955). En ambos títulos se contará con el protagonismo de Mithcum, pero en este caso combinando una vulnerabilidad y resignación ante su destino y al mismo tiempo luchando por descubrir las causas que generan esa constante recurrencia a la fatalidad, y que él sabe que se inició aquella noche que apenas recuerda pero que sí define como “la de las espuelas y los relámpagos”.

En resumen, PURSUED no es solo un western ejemplar, sino uno de los extremos más valientes y osados a los que jamás ha llegado el género en toda su andadura con el séptimo arte.

Calificación: 4’5